jueves, 1 de junio de 2023

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote que realiza el sacrificio y la pascua definitiva, que ofrece el cáliz de la nueva y eterna alianza para una humanidad nueva

 


Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote que realiza el sacrificio y la pascua definitiva, que ofrece el cáliz de la nueva y eterna alianza para una humanidad nueva 

Génesis 22, 9-18; Sal 39; Mateo 26, 36-42 

Hay momentos en la vida que nos pueden resultar duros y difíciles cuando tratamos de mantenernos en fidelidad en lo que hacemos, lo que consideramos que es nuestra misión, pero en nuestro entorno quizás encontramos vacío, incomprensión, soledad porque incluso aquellos que pensábamos que se mantendrían a nuestro lado parece que están más pendientes de otras cosas. Sentimos un silencio que pudiera llenarnos de amargura, sentimos el abandono de la soledad, miramos a nuestro alrededor y no encontramos esa mano amiga que buscamos, esa presencia que tanto necesitamos, queremos suplicar desde lo más hondo de nosotros cómo vernos libres de esos momentos, pero al mismo tiempo sentimos que aquella es nuestra misión que no podemos abandonar.  

He querido hacer una descripción de situaciones por las que quizás alguna vez hemos pasado en la vida, pero que de alguna forma es copia de lo que hoy nos habla el evangelio. Es la soledad de Getsemaní. Allí se había retirado Jesús en aquellos momentos, porque el silencio en la noche de aquel huerto bien valía para una reflexión y para una oración. Era un lugar habitual en que Jesús se refugiaba en sus subidas a Jerusalén. Normal que los peregrinos que venían a la ciudad santa, sobre todo con ocasión de la pascua, no siempre pudieran encontrar acogida y alojamiento entre las personas que conocían en la ciudad santa y buscaran lugares propicios para pasar la noche aunque fuera a la sombra de unos olivos. 

Era sabido que Jesús allí se refugiaba para orar, no en vano en esas mismas laderas del monte de los olivos la tradición nos recuerda el lugar donde Jesús enseñó el padrenuestro a sus discípulos. Aquella noche que había tenido un significado muy especial desde la celebración de la cena pascual, con todos los signos, los gestos, los anuncios de traición y negación, las palabras de despedida de Jesús con la promesa del envío de su Espíritu. Ahora Jesús se había adentrado en el huerto, mientras unos buscaban entre los olivos donde encontrar un lugar mas azocado y a tres de ellos se los había llevado consigo con la exhortación a velar y orar porque el espíritu puede estar decidido pero la carne es débil. 

Pero los discípulos se caían de sueño y Jesús se queda solo en su encuentro consigo mismo, con la Pascua inminente que llega a su vida y con sus deseos de la presencia del Padre del cielo que le reconforte. Eran los preparativos para la ofrenda que había de realizarse. No lo entregaban sino que era El quien se entregaba. Había llegado la Hora como ya había predicho al comienzo de la cena Pascual y llegaba la hora de la ofrenda. Ante sí tiene ese camino de ascensión, pero en este caso hasta el Calvario y hasta la Cruz. Obediente al Padre solo quería hacer su voluntad y por amor había emprendido aquel camino. Lo que había descrito el profeta sobre el Siervo de Yahvé se quedaba corto con lo que en aquellos momentos iba a suceder. Y allí está en el silencio y en la soledad de aquella noche, porque incluso los que más habían porfiado que daban su vida por El se habían dormido.  

Y es el grito, que ahora sí se oye fuerte, del cordero que es llevado al matadero. Si es posible que pase de mí este cáliz. Gotas incluso de sangre fluyen con el sudor de su piel en el sufrimiento que se avecina y que ahora la embarga. Pero El es el Sacerdote que tiene que hacer la ofrenda al mismo tiempo que la Victima que se inmola en aquel sacrificio que se va a presentar al Padre. Será el Cuerpo inmolado y la Sangre derramada para enseñarnos del amor, para traernos el perdón, pero inundarnos de la luz y de la paz nueva de la Pascua. Pero es el momento duro del sacrificio y de la ofrenda y el Sacerdote está dispuesto a hacer su subida al altar de la cruz. Si es posible, había dicho, que pase de mí este cáliz, pero continúa adelante con la ofrenda, no se haga mi voluntad sino la tuya,  

Aquí estoy, OH Padre, para hacer tu voluntad, había sido su expresión en la entrada en el mundo. Su alimento era hacer la voluntad de su Padre, había repetido en alguna ocasión. El es el enviado del Padre que viene para hacer su voluntad y así nos lo enseña a rezar nosotros también, y ahora en las manos del Padre va a poner su espíritu, aunque haya sentido la soledad y el abandono. Es el Sacerdote que realiza el sacrificio y la pascua definitiva, que ofrece el cáliz de la nueva y eterna alianza para una humanidad nueva. 

Es lo que hoy estamos celebrando en este jueves posterior a la fiesta de Pentecostés, a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. No nos queda sino contemplar y agradecer. 

 

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