jueves, 18 de mayo de 2023

No nos puede faltar la alegría, no nos puede faltar la paz, porque sería el testimonio con que daremos razón de nuestra fe y nuestra esperanza a mundo que nos rodea

 


No nos puede faltar la alegría, no nos puede faltar la paz, porque sería el testimonio con que daremos razón de nuestra fe y nuestra esperanza a mundo que nos rodea

Hechos de los apóstoles 18, 1-8; Sal 97; Juan 16, 16-20

No son un juego de palabras, pero sí son palabras que nos desconciertan, nos producen inquietud, desasosiego, tristeza, aunque quieren provocar alegría. De ahí ese desconcierto. Nos hablan de que tiene que irse, pero de que vuelve, nos presagia momentos duros que nos harán sufrir, pero nos dice que luego vendrá una alegría más plena.

‘Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver…’ Se preguntan los discípulos porque no entienden, y Jesús sabe que ellos están desconcertados, por eso terminará diciéndoles ‘vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría’. ¿Cómo será posible todo esto?

El momento es inminente y, podríamos decir, que la tragedia se presiente. Dentro de un momento ellos mismos lo abandonarán y lo dejarán solo; antes mientras estaban en el huerto se dormirían y no serían capaces de aguantar despiertos y orar como Jesús les había pedido. Vendrán luego esos momentos tristes de la pasión y de la muerte en la cruz, con todo el drama que supuso para ellos esa situación. Estaba también en juego la incertidumbre de sus propias vidas, ante lo que podía suceder. Por eso se encerrarán en el cenáculo y de allí no querrán salir, por miedo a lo que les pueda pasar. Pero esa tristeza se convertirá en alegría con la resurrección, aunque mucho les costara aceptar y entender.

Pero no nos quedamos solo en contemplar lo que entonces sucedió a los discípulos sino que eso es imagen y tiene que ser ejemplo para las situaciones difíciles que nosotros podamos pasar. Sentiremos también vacíos y soledades, nos parecerá en momentos que estamos abandonados a nuestra propia suerte; son los problemas que cada día tenemos que afrontar pero es también nuestra situación como cristianos en medio de un mundo que nos rodea y tantas veces nos parece hostil. Nos agobiamos por situaciones por las que hemos de pasar, pero es que quizás no hemos sabido hacer una lectura en nuestra propia vida de lo que vemos en el evangelio.

Tendríamos que tener muchos motivos para no perder la paz en el corazón y mantener la serenidad, para no quejarnos de que nos sentimos solos y abandonados, para no dejarnos envolver por las tristezas y por los miedos que tantos temores van produciendo dentro de nosotros. Tenemos la palabra de Jesús que nos habla de que esa tristeza tiene que convertirse en alegría; tenemos la Palabra de Jesús de que estaría con nosotros siempre hasta la consumación de los tiempos; tenemos la promesa de Jesús que derramaría sobre nosotros su Espíritu que será nuestra fuerza y nuestra sabiduría, nuestra vida y nuestro consuelo.

Pero muchas veces olvidamos la Palabra de Jesús. Por eso, cuando contemplamos un evangelio como el de hoy tenemos que saberlo leer en nuestra vida, para darnos cuenta de nuestra realidad, pero para darnos cuenta que la palabra de Jesús no nos fallará, para saber utilizar todos esos recursos de vida y de gracia que El ha puesto en nosotros. No nos puede faltar la alegría; es el testimonio más hermoso que podemos dar los cristianos, aunque haya momentos oscuros y difíciles. Así estaríamos dando razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. No nos puede faltar la alegría, no nos puede faltar la paz, y esto tienen que notarlo los que nos rodean que tanta falta tienen de una verdadera alegría, que tanto necesitan tener esperanza.

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