martes, 24 de enero de 2023

Un mundo nuevo, sí, un mundo de fraternidad, un mundo que nos tiene que llevar al entendimiento, a la concordia, a la paz, construido desde el amor

 


Un mundo nuevo, sí, un mundo de fraternidad, un mundo que nos tiene que llevar al entendimiento, a la concordia, a la paz, construido desde el amor

Hebreos 10,1-10; Sal 39; Marcos 3,31-35

Algunos nos dicen hoy que todo está cambiando, que esta sociedad en unos años no hay quien la conozca, que conceptos tradicionales que teníamos como intocables ahora parece que ya no son tan fundamentales, porque hay que tener otro concepto de la familia, de la vida y de cómo queremos que sea nuestra sociedad.

Puede ser que sea cierto eso de que esta sociedad en unos años no hay quien la conozca, tal como vemos que marchan las cosas, tal como vemos que es lo que quiere hacer de nuestra sociedad, tal como vemos una pérdida de valores muy importantes y que consideramos que siguen siendo fundamentales para nuestras relaciones mutuas y que sean verdaderamente humanas. No es cuestión de tradicionalismos a rajatabla, pero sí de conservar aquello que tiene verdaderamente validez para lo mejor de la vida y hasta para la felicidad del hombre, de la persona.

Alguno hoy encandilado con sus ideas que le dan una interpretación muy particular a todo pudiera quizás decirnos tras escuchar el texto del evangelio que hoy se nos ofrece, que Jesús tampoco cree en la familia, porque allí están su madre y sus parientes – hermanos como se dice en el lenguaje semita para referirse a todo pariente  - y parece que Jesús nos les hace caso. La valoración de la familia desde el mensaje del evangelio no hay quien nos lo pueda poner en duda. El evangelio se entiende y se explica a través del mismo evangelio, por eso siempre tenemos que mirar en todo su conjunto para poder captar y entender bien lo que es el mensaje de la Palabra de Dios.

Con ocasión de esa presencia de su madre y de sus hermanos o parientes como queramos llamarnos, Jesús está queriendo abrirnos horizontes de mayor universalidad, y nos está hablando de esa familia universal que entre todos tenemos que constituir, sin olvidar por supuesta a esa familia en la que hemos nacido y en la que nos hemos criado recibiendo los mejores valores para nuestra vida. Pero Jesús quiere que abramos los brazos de nuestro corazón para que en verdad nos sintamos hermanos de todos, y que si hay algo que nos une es la Palabra de Dios que Palabra de salvación para nosotros.

Por eso nos habla Jesús hoy de que seremos en verdad su familia si siempre y en todo sabemos buscar la voluntad de Dios. Eso es lo importante. No buscamos nuestra voluntad, sino el querer de Dios, el plan de Dios para nosotros que siempre será más sublime que todos los planes, por muy hermosos que sean, que nosotros nos podamos hacer.

Y es ahí en ese plan de Dios, en eso que es su voluntad para nosotros es donde tenemos que entretejer nuestra vida, en donde tenemos desarrollar eso que Dios quiere para nosotros. Busca Dios siempre la felicidad del hombre, que alcancemos la plenitud. El ha venido a ofrecernos ese camino que es y será siempre camino que nos lleva a nuestra mayor plenitud.

Por eso hoy Jesús se pregunta ante aquella situación que ahora están viviendo. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dice: estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios ese es mi hermano y mi hermana y mi madre’.

Cuando buscando la voluntad de Dios comenzamos a amarnos de verdad los unos a los otros porque sentimos esa comunión que tiene que haber entre todos porque somos una misma familia, estaremos expresando el amor que le tenemos a Dios de quien queremos hacer siempre su voluntad. Es un mundo nuevo, sí, un mundo de fraternidad, un mundo que nos tiene que llevar al entendimiento, a la concordia, a la paz; un mundo en que estaremos siempre buscando lo mejor de la persona y lo mejor para la persona, porque valoramos a todos y cada uno y porque para todos y cada uno trabajaremos para que vivan siempre en ese amor y en esa paz.

Ojalá, sí, no conozcamos a nuestro mundo porque lo transformemos a lo mejor desde los caminos del amor.

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