sábado, 31 de diciembre de 2022

Despertemos a la luz, despertemos a la vida, quienes la han recibido, han recibido el poder ser hijos de Dios, iluminados vayamos a llevar la luz a los demás

 

Despertemos a la luz, despertemos a la vida, quienes la han recibido, han recibido el poder ser hijos de Dios, iluminados vayamos a llevar la luz a los demás

1Juan 2, 18-21; Sal 95; Juan 1, 1-18

Aquella mujer se había encerrado en un cuarto oscuro y tenía también cerradas todas las puertas y ventanas por donde pudiera entrar un rayo de luz; cuando la encontraron así lo primero que quisieron hacer era abrir las ventanas, encender las luces pero aquella mujer no se los permitió de ninguna manera. ¿Qué le sucedía? ¿Le hacía daño la luz a sus ojos? Algunas enfermedades pueden producir ese efecto, ese daño y esas personas no soportan la luz. ¿O es que se había acostumbrado a aquel mundo de tinieblas y eso le bastaba a ella y no necesitaba otra cosa? Resultaba incomprensible para quienes con buena voluntad querían ofrecerle los resplandores de la luz. Nos parece que un mundo de sombras es incomprensible, imposible de vivir.

Hablando en lenguaje figurado ¿no nos encontraremos también en la vida quienes rechazan la luz? El que no quiere saber, no quiere adquirir conocimientos, el que prefiere no enterarse, el que no busca la verdad, el que solo se busca a sí mismo y solo quiere ser luz para sí, el que quiere vivir aislado en la vida y no soporta que nadie le pueda decir algo, darle una orientación, el que prefiere la maldad de su corazón con sus desconfianzas, sus sospechas, sus juicios condenatorios, el que rechaza la fe. Nos puede suceder que estemos prefiriendo las tinieblas.

No nos puede resultar extraño esto, no nos puede resultar extraña la actitud de aquella mujer que prefería seguir viviendo con las ventanas cerradas para no dejar entrar la luz. Es que nos está sucediendo más de la cuenta. Es lo que nos encontramos en nuestro mundo; es lo que vemos en tantos a nuestro alrededor que no quieren admitir la posibilidad de algo distinto, de algo superior, de algo mejor, porque dicen que se bastan a si mismos, y tampoco quieren necesitar de Dios.

Pudiera suceder también que los que tenemos luz no sabemos ofrecerla a los demás, que nuestras luces no brillen lo suficiente, que no impacten como algo nuevo y distinto que llame la atención. Uno camina por la vida y nos encontramos con tanta gente indiferente, descreída, que ha abandonado toda posibilidad de unos sentimientos mismamente religiosos. Hay más gente en sombras a nuestro alrededor de lo que imaginamos, porque realmente muchas veces los cristianos tampoco pensamos en eso, tampoco tenemos la inquietud de ofrecer nuestra luz a los demás.

Pienso en la sociedad en la que vivo, donde todos nos decíamos cristianos, se hablaba de la España católica con tantos aires quizás de triunfalismo en otros tiempos y vemos por donde van los derroteros de nuestra sociedad en nuestros tiempos. Todavía decimos que hay unos sentimientos religiosos porque hacemos unas fiestas o celebramos con un brío muy grande la semana santa, o todos dicen que estamos ahora mismo en navidad. Pero lo hemos convertido en costumbres y tradiciones para unos momentos determinados, para realizar unos actos que se convierten simplemente en actos sociales, pero el sentido del evangelio, el sentido de Cristo no ha calado en la mayoría de esas personas.

Las tinieblas nos están invadiendo. Realizando actos que tradicionalmente los hemos llamado religiosos sin embargo se sigue caminando a ciegas, y la fe no impregna de sentido las vidas de esas personas. Se realizan en un momento determinado esas tradiciones pero luego se vive como si no se tuviera fe. Terminamos porque incluso la gente va a la Iglesia para unos determinados ritos y ya no sabe ni como ponerse ni qué hacer. Y decimos que vivimos en una sociedad que es cristiana. Habría que poner un interrogante.

Hoy hemos escuchado la primera página del evangelio de san Juan. Se nos habla de la Palabra, de la vida, de la luz. Se nos habla de la Palabra que planta su tienda entre nosotros para hablarnos del misterio de la encarnación de Dios, que hemos venido celebrando, que aún estamos celebrando. Pero se nos habla de las tinieblas que no se quisieron dejar iluminar por la luz. Nos está hablando de nuestra realidad, esa que tenemos a nuestro lado o acaso en nosotros mismos. Despertemos a la luz, despertemos a la vida. Quienes la han recibido, como un don de Dios, han recibido el poder ser hijos de Dios.

Que iluminados con esa luz vayamos a llevarla a los demás. Que demos buen testimonio. Que seamos auténticos testigos de la luz para que vuelva a iluminar nuestro mundo. Lo necesita. Nos necesita. Necesita esa Luz que solo en Cristo podemos encontrar.

viernes, 30 de diciembre de 2022

La familia en el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret es semillero, escuela y taller de los valores que nos engrandecen y dignifican para una sociedad mejor

 


La familia en el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret es semillero, escuela y taller de los valores que nos engrandecen y dignifican para una sociedad mejor

Eclesiástico 3, 2-6. 12-14; Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Mateo 2, 13-15. 19-23

Si tenemos una buena semilla que queremos que germine adecuadamente y nos de una hermosa planta prometedora de flores y frutos hemos de tener un cuidado semillero donde sembrar esa semilla para obtener de ella lo que deseamos; si queremos tener un buen artesano que nos produzca en el futuro bellas y provechosas obras para nuestra utilización y disfrute necesitamos de un buen taller que sirva de aprendizaje a ese futuro artesano; si queremos tener científicos y pensadores que desarrollen el saber humano, hemos de comenzar por tener buenas escuelas para que desde los rudimentos del saber el hombre vaya avanzado en conocimientos que puedan servir mejor a la humanidad.

Pero yo me atrevo a decir, y no me vuelvo atrás, que si queremos tener buenas personas y mejores ciudadanos con integridad en sus vidas, capaces de desarrollar sus mejores valores y cualidades necesitamos de la escuela de la familia, verdadero semillero donde aprenderemos a crecer como personas y adquiriremos los mejores valores que nos enseñen a vivir con la mayor dignidad como personas.

Verdadera escuela de vida que nos enseña lo que es el amor verdadero, taller de convivencia, de relación y fraternidad en ese trato respetuoso de los valores de cada uno y donde aprendemos de verdad a querernos y a perdonarnos, a darnos la mano para caminar juntos y a estar siempre dispuestos al servicio para el bien de los demás, donde aprendemos lo que es la más honda comunión de vida pero donde siempre nos veremos impulsados a crecer, a desarrollar nuestras capacidades sin pisotear a los demás, y donde estaremos siempre atentos a lo que pueda hacer sufrir a cualquiera de los hermanos.

Me vais a decir que estoy describiendo una familia ideal, y así es también, pero equivocándonos y teniendo errores, viendo carencias y necesidades también aprendemos, por eso la familia, aun con los defectos que somos  humanos podamos tener, sin mantenemos el mínimo espíritu de familia será esa verdadera escuela de vida que tanto necesitamos.

Hay 'saberes' quizás que aprendemos en otros talleres de la vida, o conocimientos que adquirimos en los templos del saber que son nuestras escuelas y universidades, pero lo que nos enseñará a tener la paciencia del aprendizaje del taller, o el espíritu de superación para llegar a esas cumbres de sabiduría, lo habremos mamado allí en aquella escuela sencilla del hogar.

Y Dios cuando se hizo hombre quiso nacer en el seno de una familia y aprender como humano en la escuela de un hogar. Por eso cuando en la navidad celebramos el nacimiento de Dios hecho hombre, como estamos contemplando en estos días en el portal de Belén, celebramos en el domingo siguiente a la navidad el Día de la Sagrada Familia. Este año, por la coincidencia del primer domingo después de la Navidad con la octava del nacimiento, lo adelantamos a celebrarlo en esta fecha del 30 de diciembre. Hoy es, pues, el Día de la Sagrada Familia de Nazaret, la Sagrada Familia de Jesús, María y José.

Hacia ese hogar de Nazaret volvemos hoy nuestra mirada y queremos celebrar y aprender para nuestras familias. Con el deseo de que sean esa verdadera escuela de vida, como veníamos reflexionando, y para ofrecer al mundo en que vivimos el testimonio de esos verdaderos valores de la familia enraizados en el evangelio de Jesús y que vemos reflejados en aquella Sagrada Familia de Nazaret.

En el evangelio encontramos esos verdaderos valores que sean auténtico cimiento de nuestras familias para la mejor construcción de nuestro mundo. De alguna manera fuimos desgranando esos valores cuando pretendíamos contemplar a esa familia ideal para el auténtico aprendizaje de la vida en la escuela de nuestros hogares.

Es ahí donde aprendemos para esa delicadeza y esa comprensión entre unos y otros, para ese respeto mutuo y para ese estímulo que necesitamos recibir los unos de los otros en ese crecimiento y maduración como personas, es ahí donde aprendemos a valorar la dignidad que toda persona tiene por sí misma, pero donde aprenderemos a caminar juntos buscando siempre ese mundo mejor y más justo, es donde se nos caen todas las caretas de nuestras vanidades porque nos conoceremos en nuestra propia realidad pero siempre sin minusvalorar a nadie, siempre estimulando al crecimiento, siempre engrandeciendo a toda persona.

Son valores auténticamente evangélicos que encuentran su raíz y fortaleza en el amor que Dios nos tiene que nos regala la fuerza de su espíritu para poderlo realizar, para poderlo llevar a cabo. Por eso una familia cristiana tendrá por centro a Jesús y a su evangelio, una familia cristiana será el mejor ejemplo de lo que es ese Reino de Dios que queremos construir.

Contemplando hoy la Sagrada Familia de Nazaret pongamos por centro de nuestras familias a Jesús y su evangelio; empapémonos del espíritu de Nazaret para que podamos dar ese testimonio ante el mundo. Que María, la madre de aquel hogar de Nazaret como madre también de nuestros hogares sea en verdad la reina y madre de nuestras vidas que llene de esperanza nueva nuestro corazón.

jueves, 29 de diciembre de 2022

En un niño el anciano Simeón vio a Dios y el cumplimiento de sus promesas, dejémonos sorprender por la ternura de un niño y nos sentiremos mirados por Dios

 


En un niño el anciano Simeón vio a Dios y el cumplimiento de sus promesas, dejémonos sorprender por la ternura de un niño y nos sentiremos mirados por Dios

1Juan 2,3-11; Sal 95; Lucas 2,22-35

Cuántos pensamientos y cuantos sentimientos se suscitan en nuestro interior cuando tomamos en nuestros brazos un niño pequeño, cuántas emociones se despiertan pero también cuántos interrogantes se plantean; la ternura de un niño pequeño no nos deja insensibles y aparece casi sin querer toda la ternura de nuestro corazón, no nos podemos resistir, se nos derrite el corazón.

Aquella mañana desfilarían muchos niños recién nacidos en brazos de sus padres por el templo de Jerusalén para hacer sus ofrendas al Señor. Por allá había unos ancianos de ojos cansados por el paso de los años, pero muy vivos y atentos por otra parte por lo que sentían que el Señor les decía en su corazón, que sentirían, sí, por todos aquellos niños ese despertar de su ternura tan sensible a sus años, pero sería un niño especial el que llamaría su atención y al que inmediatamente se dirigieron.

El anciano había sentido el impulso del Espíritu del Señor que le señalaba que allí estaba el elegido y el esperado. Un día había sentido en su corazón la divina inspiración de que sus ojos no se cerrarían a la luz de este mundo sin haberse encontrado con el que era la luz verdadera. Ahora ya sus ojos pueden cerrarse en paz porque ha podido contemplar al deseado de las naciones y aquel por quien tanto suspiraba su llegada porque era el Ungido del Señor. No era para él un niño cualquiera el que ahora tenía en sus brazos porque contemplaba al Salvador aquel que era presentado ante todos los pueblos como la luz que ilumina las naciones.

Aquella flor que comenzaba a florecer para perfumar al mundo con su presencia sin embargo tenía una espina de sufrimiento. Era el Ungido del Señor que viviría su amor hasta el extremo, hasta dar su vida y de una forma cruenta para que nosotros tuviéramos vida. Por eso para aquella madre que se gozaba en cuanto escuchaba en relación al hijo de sus entrañas había una espada que le atravesaría el alma. A María no le importaba, porque su sí había sido total, en ella estaba la total disponibilidad de su corazón y podría entender lo que sería enseñanza de su propio hijo de que no hay amor más grande que el de quien es capaz de dar su vida por los que ama. Es lo que haría Jesús y para ella sería una espada que le atravesara el alma, pero era lo que abarcaba también su sí al ángel de la anunciación.

Dejemos despertar en nosotros esas emociones del alma. No endurezcamos el corazón queriéndonos hacernos los fuertes y los valientes. Dejemos que la ternura de un niño nos envuelva el alma y se derrita también nuestro corazón en esa misma ternura. Sigamos emocionándonos cuando contemplamos la mirada y la sonrisa de un niño, dejémonos sorprender por la mirada de los que vamos encontrando por el camino.

Dejemos de agachar la cabeza, desviar nuestra mirada, acallar una lágrima y una emoción que puedan aparecer en nuestros ojos, no nos importe que el corazón comience a latir con fuerza, dejémonos sorprender por esas cosas sencillas que nos puedan suceder todos los días, pero descubramos detrás de todo eso mucho más, podemos descubrir la sonrisa y la ternura de Dios que nos está diciendo que nos ama y que esas cosas que nos están sucediendo en el alma son también signos de su presencia y de su amor.

No rehuyas esa mirada de Dios que nos llega tras la mirada de un niño, o las palabras torpes de un anciano que nos recuerda muchas cosas sencillas de la vida que tantas veces damos por sabidas, pero que tantas veces olvidamos. Dios tiene muchas formas de hablarnos.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Aprendamos de José a ir a nuestro interior para escuchar ese susurro de Dios y aunque muchos sean los vientos de la vida, la luz permanecerá encendida

 


Aprendamos de José a ir a nuestro interior para escuchar ese susurro de Dios y aunque muchos sean los vientos de la vida, la luz permanecerá encendida

1Juan 1, 5 – 2, 2; Sal 123; Mateo 2, 13-18

Por muchos que sean los vientos la luz permanece encendida. Hemos pasado por vientos fuertes quizás, en algunos lugares por huracanes que todo lo destruyen; si tras el paso por una situación así, nos encontramos con una luz encendida nos podría parecer un milagro. ¿Cómo fue posible que se mantuviera encendida después de tanta destrucción?

Es el milagro que nosotros hemos de contemplar. En nuestra vida, en nuestra sociedad, en ese mundo nuestro tan complejo en el que vivimos, pueden venir fuertes vientos y tempestades, pueden venir momentos difíciles, puede parecernos que todo está tan convulso que no hay quien entienda nada y parece que no tenemos ninguna salida. Ahí está el milagro. Ahí está precisamente lo que es nuestra esperanza. Ahí está lo que estamos celebrando en estos días.

¿No contemplamos, en un determinado momento del evangelio, a Jesús y sus discípulos atravesando el lago en medio de un fuerte huracán cuando incluso parecía que Jesús se desentendía de todo y dormía plácidamente incluso en medio de aquella tormenta? Allí estaba Jesús y se levantó la calma. La luz se mantenía encendida.

Es la esperanza que nos anima desde la fe que hemos puesto en Jesús. La luz se puede mantener encendida. ¿Tenemos esperanza? ¿Hemos puesto nuestra confianza en Jesús? ¿Hemos asumido el evangelio y sus valores como nuestro sentido de vivir? La luz se mantendrá encendida. Pueden venir los temporales y los vientos de todos lados, pero sabemos de quien nos fiamos y quien mantiene encendida nuestra luz. Hemos de saber encontrar caminos.

Hoy el evangelio nos ha hablado de un acontecimiento trágico, ya en el inicio de la vida de aquel niño recién nacido en Belén. Herodes se ha sentido burlado por los Magos de Oriente que no le han hecho caso ni le han avisado de lo que él quería, y su orgullo y sus ansias de poder que podrían estar en peligro con un nuevo rey recién nacido – él sabía incluso que aquella corona que ceñía realmente no le correspondía – y se lanza por el camino de la violencia.

Cuántas veces hacemos lo mismo cuando nos parece que nos sentimos burlados, cuando no conseguimos lo que son nuestras apetencias, cuando descubrimos que hay otra verdad que no queremos aceptar, y nuestro orgullo y nuestra soberbia nos lleva a querer destruir cuanto haya a nuestro alrededor y nos suene a oposición. Cuánto de eso vemos incluso en los que detectan el poder en nuestra sociedad como quieren arrasar con todo lo que no sean sus ideas.

Nos habla el evangelio de aquella matanza de niños inocentes, porque a quien quería Herodes realmente hacer desaparecer era aquel niño recién nacido en Belén. Pero en medio de aquella crueldad hubo un camino. José en sueños recibe el aviso del ángel del Señor. Es la huida a Egipto que también tanto puede significar como testimonio para nuestra vida.

En medio de esas tormentas de la vida, ¿tenemos que saber soñar? Quizás. Pero creo que se nos quiere decir algo más. Ese sueño de José nos está hablando de su vida interior, de ese silencio que él sabía hacer en su corazón para escuchar la voz y la presencia de Dios y no sentirse solo en las situaciones difíciles por las que tenía que pasar. 

Cuánto tenemos que aprender a hacer ese silencio interior; cuánto tenemos que aprender a saber escuchar en nuestro interior. Muchas veces oímos el susurro de esa voz de Dios pero no la escuchamos, seguimos con lo nuestro, nuestras preocupaciones o nuestros intereses, o las cosas que nos entretienen y nos distraen.

Busquemos de verdad en el interior de nuestro corazón y por mucho que sean los vientos la luz permanecerá encendida. Es nuestra esperanza.

martes, 27 de diciembre de 2022

Una sintonía disponible en el corazón, la sencillez de los pastores, la disponibilidad de Juan que nos hacen correr al encuentro con Jesús

 


Una sintonía disponible en el corazón, la sencillez de los pastores, la disponibilidad de Juan que nos hacen correr al encuentro con Jesús

1Juan 1, 1-4; Sal 96; Juan 20, 1a. 2-8

Hay días que son de especiales carreras. Y no quiero referirme ahora aquí a esos días llenos de agobios que tenemos que hacer muchas cosas y parece que el tiempo no nos da para nada y se nos va escurriendo entre los dedos como agua que queremos abarcar con nuestras manos. Podríamos referirnos a ello pero me refiero más a esos días que son de encuentro; buscamos algo con mucha ansia e ilusión, sabemos donde podemos encontrarlo y allá corremos antes de que llegue nadie para poder recogerlo para nosotros; son esos momentos en que estamos esperando a alguien que significa mucho para nosotros y salimos a su encuentro y parece que acercándonos por el camino más pronto lo encontraremos y correremos a sus brazos tan pronto vemos como se acerca; me vais a permitir no solo pensar en las personas, sino en el animalito que tenemos en casa como mascota y compañía y que está ansioso esperando a que lleguemos y sale a nuestro encuentro y se tira a nuestros brazos, aunque sea poco el tiempo en que hayamos estado ausentes, y no digamos cuando la tardanza ha sido mucha.

Corremos a buscar, corremos al encuentro, deseamos estar con quien es un regalo para nuestra vida, nos cuesta la lejanía o la ausencia de aquella persona a la que tenemos especial aprecio y amamos, salimos a la búsqueda o corremos al encuentro. Experiencias hermosas, momentos emotivos, búsquedas ansiosas y llenas de curiosidad por aquello que nos anuncian como algo hermoso para nuestra vida, ráfagas de luz y de esperanza que nos hacen estar atentos y vigilantes, deseos de lo mejor en ese encuentro que preparamos con ilusión y con mucha esperanza.

No hace mucho hemos escuchado en el evangelio hablarnos de las carreras de los pastores de Belén ansiosos de encontrarse con quien les había anunciado el ángel; para ellos no hubo dificultad en la oscuridad de la noche, o el desconocimiento exacto del lugar donde encontrarían aquel niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre que les había anunciado el ángel. Tuvieron la intuición de encontrar pronto el camino y allí los contemplaremos en la presencia de aquel recién nacido contando todo cuanto les habían anunciado y contemplado. Estaban llenos de alegría, nos dirá el evangelista, dando gloria a Dios.

Hoy el evangelio nos habla de otras carreras. Otras eran las circunstancias que habían llegado de inquietud y hasta de angustia a los discípulos de Jesús, que tres días antes había sufrido la pasión y había sido crucificado. En el sepulcro habían depositado su cuerpo y en la espera, en cierto modo angustiosa, estaban por lo sucedido y por lo que podría suceder. Habían vuelto las mujeres que temprano habían ido al sepulcro con los buenos deseos de embalsamar el cuerpo difunto de Jesús, pero se habían encontrado la piedra corrida, no estaba el cuerpo de Jesús allí y una aparición de ángeles les habían dicho que había resucitado.

Ante las noticias que llegan serán dos de los discípulos los que saldrán disparados en carrera hasta el sepulcro. Aquel discípulo que era más joven había llegado primero pero había tenido la deferencia de esperar a que llegara Pedro y entrara primero para inspeccionar el sepulcro. Estaba vacío como habían dicho las mujeres, las vendas tendidas por doquier pero el sudario bien envuelto estaba en un lugar aparte. Juan también había entrado, y nos dice él mismo en el evangelio que ‘vio y creyó’. Había sido también una carrera porque era necesario encontrar a Jesús, y aunque allí ya no estaba sin embargo la fe se había despertado en su corazón. Seguro que a la vuelta de nuevo hasta el cenáculo una alegría nueva llevaba en el corazón.

Los pastores cuando vieron lo anunciado por los ángeles creyeron; Juan cuando contempla el sepulcro vacío también creyó. El corazón de los pastores pobres y desprendidos de todo estaba dispuesto para creer en los misterios grandes de Dios que solo se revelan a los sencillos. El corazón de Juan que se había vaciado de si mismo porque solo se había llenado de la música del amor era capaz de sintonizar con el corazón de Cristo, sobre el que se había incluso recostado en la última cena y ahora sintonizaba con el misterio que se le revelaba en hechos que podían parecer incomprensibles, pero que solo desde la sintonía del amor podemos llegar a comprender y creer.

¿Seremos capaces nosotros de correr así al encuentro de Cristo, al encuentro de Dios que viene a nosotros? Pero ya sabemos cual es la sintonía que hemos de tener disponible en nuestro corazón, la de la sencillez de los pastores, la de la disponibilidad de Juan, a quien hoy estamos celebrando, la del amor verdadero que podría sintonizar con lo que es el amor de Dios.

lunes, 26 de diciembre de 2022

El camino de Belén no está tan lejos del camino del Calvario, porque ambos son caminos de pascua porque son caminos de fidelidad y amor

 


El camino de Belén no está tan lejos del camino del Calvario, porque ambos son caminos de pascua porque son caminos de fidelidad y amor

Hechos de los apóstoles 6, 8-10; 7, 54-59; Sal 30; Mateo 10, 17-22

Quizás a alguien podría parecer en cierto modo incongruente que cuando ayer todo resplandecía de luz, todo era alegría y fiesta en la celebración del nacimiento del Señor hoy nos aparezca la liturgia con vestiduras rojas, como manchadas de sangre, pues nos están hablando de muerte y de martirio en esta fiesta que hoy celebramos de san Esteban el primer mártir del cristianismo.

¿Qué nos querrá decir la liturgia de la Iglesia con esta celebración? Decir claramente que nos está recordando que el camino de Belén no está lejos del camino del calvario, que ya en el mismo camino de Belén estamos viendo un camino de sacrificio y privaciones, cuando la familia de Nazaret tiene que abandonar su hogar para cumplir con el capricho del poderoso de hacer un censo y se traslada hasta Belén; pero allí no terminan esos momentos duros, porque no habrá sitio para ellos en la posada y tendrán que guarecerse en un establo donde ha de nacer Jesús, pobre entre los pobres; serán unos pobres pastores los que acudan hasta aquel niño envuelto en pobres pañales y recostado entre las pajas de un pesebre para hacer el primer reconocimiento pascual de quien es aquel recién nacido.

Es el camino que escogió Dios para hacerse presente entre nosotros los hombres y no podía ser ajeno al sufrimiento de los humanos cuando Dios se encarnó para hacerse como nosotros y emprender un camino de amor que condujera hasta la vida. Es también nuestro camino, no exento de sufrimiento y de dolor, pero un camino donde aprenderemos de aquel niño nacido en Belén que el amor más grande es el del que da la vida por aquellos a los que ama.

Es un camino de Pascua. ¿No decimos también estos cuando nos felicitamos también ‘felices pascuas’? Es el camino de la felicidad verdadera porque es el único camino que nos conducirá a la plenitud, es el camino de la fidelidad y del amor. Fiel le vemos a Dios mismo que al hacerse hombre no renuncia a todos los condicionamientos que tiene el ser humano que también está lleno de mucho sufrimiento y de mucho dolor. Pero es por la pascua, porque tendremos que aprender a realizar ese paso de la muerte a la vida cuando por el amor le demos sentido a cuanto hacemos, a cuanto vivimos e incluso también a cuanto sufrimos.

Tenemos nosotros también que asumir la frialdad de esas pajas del pesebre que solo encontrarán calor en el vaho de los animales que en su entorno también se refugian. En la vida encontramos espinas incómodas que muchas veces nos hieren y hacen también brotar la sangre entre nuestros dedos pero vamos buscando la flor, vamos buscando la rosa, queremos oler su perfume, queremos maravillarnos de su belleza. Es la vida que tendrá espinas, pero que también tiene el agradable aroma de los perfumes del amor; es la vida que tiene su belleza y nos eleva para que aprendamos a degustar lo que verdaderamente da belleza a nuestra vida.

Hoy contemplamos el rojo de la sangre que tiñen unos vestidos o que empapan la tierra junto al caído bajo aquellas piedras. Pero es rojo de vida y de fecundidad, es semilla que se planta y se entierra para que germine y aunque nos parezca que desaparece sin embargo hace brotar otra planta, hace brotar otra vida. ¿Seremos nosotros por nuestra fe ser capaces de ser engendradores de nueva vida porque somos capaces de mantener la fidelidad hasta el final aunque sea duro?

Esteban murió perdonando e incluso disculpando, como lo hizo Cristo en la cruz, y poniendo también su vida en las manos de Dios, en las manos del Padre. ¿Seríamos capaces de llegar nosotros también hasta ese extremo? El niño que contemplamos en estos días nacido en Belén llegó a ese extremo, fue el grano de trigo enterrado para darnos vida. Por eso no podemos olvidar que el camino de Belén no está lejos del camino de la Pascua. No es tan incongruente celebrar la fiesta del protomártir al día siguiente del nacimiento de Jesús en Belén.

domingo, 25 de diciembre de 2022

Es Navidad, son días de alegría y de esperanza de las que queremos contagiar al mundo, porque ha nacido Jesús en Belén, porque ha nacido Dios en nuestro corazón

 


Es Navidad, son días de alegría y de esperanza de las que queremos contagiar al mundo, porque ha nacido Jesús en Belén, porque ha nacido Dios en nuestro corazón

Isaías 9, 1-6; Sal 95; Tito 2, 11-1; Lucas 2, 1-14

Qué paz más bonita sentimos en el corazón cuando vemos cumplidos nuestros anhelos y esperanzas; es como si un rayo de luz nos envolviera haciéndonos salir de las sombras del desaliento, del temor, de la angustia. Todo parece nuevo, todo nos parece lleno de luz, todo nos impulsa a la vida, una alegría inmensa inunda nuestro corazón y se vuelve contagiosa con los que están a nuestro lado. Sentimos un ansia grande de que todo se llene también de luz y pronto nos pondremos manos a la obra para que otros también se llenen de la misma paz y de la misma alegría.

Es lo que hoy vivimos los que hemos puesto nuestra fe y nuestra esperanza en Jesús cuando celebramos su nacimiento. No son alegrías pasajeras y superficiales las que sentimos. Algo nuevo comienza a surgir en nuestro corazón. No decimos navidad simplemente porque todo el mundo dice navidad, sino porque sentimos que hay navidad en nuestro corazón.

Ese corazón nuestro tantas veces apenado porque le cuesta caminar y tantas veces las sombras lo invaden; ese corazón nuestro que sufre solidariamente con tantas penas que envuelven nuestro mundo y la vida de tantos que nos rodean; ese corazón nuestro que se siente turbado cuando oye palpitar los sonidos de la guerra y de la violencia.

Hay ocasiones en que nos parece que nos envuelve la desesperanza y perdemos la ilusión, todo parece marchar mal, la sociedad la encontramos tan revuelta y tan confusa, la acritud se ha ido apoderando de las mutuas relaciones porque las ansias de poder nos subyugan, porque queremos imponernos los unos a los otros, porque las ambiciones son muchas y enturbian los corazones y las relaciones entre unos y otros, porque nos dejamos dominar por la vanidad y la soberbia. Sentimos que son muchas las sombras y nos cuesta encontrar caminos de luz.

Pero hoy sentimos que sí hay un camino de salida, que los deseos de que las cosas cambien a mejor no los tenemos que dejar por imposibles, porque sí hay una luz que pueda disipar todas esas tinieblas. En medio de la noche de Belén brilló una luz y el cielo y la tierra se vieron envueltos por su resplandor. Una nueva buena noticia comenzaba a circular por el mundo. Hoy nos ha nacido un Salvador.

Los profetas habían ido anunciando esa luz a aquel pueblo que caminaba en tinieblas, las hachas de la guerra un día serían enterradas y de las espadas se forjarían arados, eran los signos y señales de que llegaría la paz, los signos y señales de ese mundo que también nosotros hemos de descubrir. No vendría un rey con ejércitos poderosos para imponer la paz; no son esos los caminos que llevan a la paz. Un niño que había de nacer entre la pobreza de los más pobres sería la señal.


Hoy lo estamos contemplando. Es la señal que se da a los pastores de Belén que en la noche cuidan sus rebaños. No fue a los poderosos y entendidos a los que se le dio esa noticia, porque estarían muy entretenidos en sus cosas y en sus propios ‘saberes’. Cuando un día llegue la noticia a Jerusalén, los maestros de la ley y los sacerdotes rebuscarán entre las Escrituras y aunque encuentran la respuesta no se ponen en camino. Estaban en sus cosas. Fue a los pequeños y a los pobres a quienes llegaron los Ángeles con esa Buena Nueva. Y ellos comprendieron y aceptaron, y se pusieron en camino, y encontraron aquel niño envuelto en pañales y recostado entre las pajas de un pesebre. Y allí se manifestó la gloria del Señor.

Hoy lo estamos celebrando. Hoy lo queremos vivir. Hoy queremos sentir cómo renace la vida en nuestro corazón y nos llenamos de esperanza. Tengamos la ilusión y la esperanza de los pequeños y de los pobres. Es el camino para abrir bien los ojos. Es posible ese mundo mejor. En ello tenemos que sentirnos comprometidos. No podemos dejarnos envolver por la desesperanza. Ante el mundo tenemos que dar testimonio de que en verdad Cristo ha nacido para ser nuestra salvación. El mundo que nos rodea necesita escuchar con claridad ese anuncio que puede pasar desapercibido para muchos porque simplemente están en sus cosas y no son capaces de esperar algo nuevo.

Que en medio de todo ese bullicio con que celebramos estas fiestas en un momento dado resuene fuerte esa buena noticia; que seamos capaces de hacer saber que el importante de verdad en medio de todo este ajetreo que nos montamos es el Niño que nace en Belén, que es Dios con nosotros. Que no nos aturdan los ruidos de la fiesta de manera que no seamos capaces de escuchar en el silencio del corazón esa presencia de Dios.

Tenemos que dar señales de ello. No son necesarias cosas grandes, sintamos la paz en el corazón y vivamos con esa paz los unos con los otros, que brille la paz en nuestras familias, que sepamos tener gestos sencillos de paz y amor con los que están a nuestro lado, que hagamos crecer la amistad entre todos para que lleguemos en verdad a sentirnos hermanos.

Abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo que llega a nosotros. Sepamos descubrir sus señales. Hagamos saber al mundo que nos rodea, porque en verdad nosotros estemos convencidos y lo vivamos, que es posible ese mundo nuevo porque ha llegado la salvación, el Salvador de nuestro mundo. Hagámoslo presente en el Belén de nuestra vida, en el pesebre de nuestra pobreza y nuestra pequeñez, en las pequeñas cosas de cada día, porque así se manifiesta el Señor.

Es Navidad, son días de alegría y de esperanza de las que queremos contagiar al mundo, porque ha nacido Jesús en Belén, porque ha nacido Dios en nuestro corazón. Vivamos con intensidad esa dicha y esa felicidad.