sábado, 19 de noviembre de 2022

No compliquemos la experiencia de Dios, es muy sencillo, déjate amar por Dios y ama con el mismo amor y podremos vivir la vida en plenitud

 


No compliquemos la experiencia de Dios, es muy sencillo, déjate amar por Dios y ama con el mismo amor y podremos vivir la vida en plenitud

Apocalipsis 11, 4-12; Sal 143;  Lucas 20, 27-40

Siempre hay gente que le gusta enredar las cosas; como se suele decir andan buscando cinco pies al gato. Le dan vueltas y vueltas a las cosas aunque estén muy claras y no terminan de entender, porque en tantas vueltas lo que hacen es enredarse, en volverse en redes, y que difícil es salir de una red cuando nos ha envuelto.

Es en los problemas corrientes de la vida, esas cosas que hacemos una y otra vez, pero que algunos se empeñan en hacer difíciles; es en el tema de nuestras relaciones entre unos y otros y comenzamos por nuestras suspicacias, ya estamos bien segundas intenciones donde no las hay, vienen las desconfianzas y al final no queremos creer en nadie, pero nadie nos lo ha puesto difícil sino que nosotros con nuestras suspicacias y desconfianzas terminamos enredándolo todo. Con lo fácil que sería ir con mirada limpia, sin malas intenciones, creyendo en las personas como queremos que también crean en nosotros.

Y no digamos nada cuando nos metemos en temas más profundos donde han planteamientos del sentido de la vida, de cómo queremos que sean las cosas, de lo que queremos para nuestra sociedad y para nuestro mundo; cuanto nos cuesta ponernos de acuerdo, cuanto nos cuesta encontrar un camino de entendimiento porque siempre habrá algo en lo que podemos coincidir y de lo que podríamos partir para encontrar un camino de solución.

Así andaba mucha gente con Jesús; estaban los que desconfiaban porque lo nuevo que ofrecía Jesús, el sentido nuevo de la vida, de la religión, de lo que somos y de lo que buscamos, podría desbaratar algunos planteamientos en los que solo buscaban quizá beneficios para sí; estaban aquellos a los que costaba nacer de nuevo como un día Jesús planteara – recordemos la conversación con Nicodemo – y no eran capaces de despojarse de sus criterios o manera de ver las cosas.

Jesús ofrecía vida y vida eterna. Es el regalo del amor de Dios. Era un nuevo sentido que llenaba de trascendencia nuestro vivir porque nos hacía esperar en un más allá donde podríamos tener esa vida para siempre. Y estaban los que negaban la posibilidad de otra vida, los que negaban el sentido de la resurrección, como eran los saduceos; y son los que ahora vienen con planteamientos tortuosos a Jesús. Ya hemos comentado no hace mucho este mismo evangelio y lo que era la ley del Levítico.

Pero lo que Jesús nos ofrece es vida porque nos ofrece vivir en Dios para siempre. ¿No nos anunciaba el Reino de Dios? Y hoy nos vuelve a repetir Jesús que Dios es un Dios de vida, no es un Dios de muertos, porque para El todos están vivos.  Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos’.

¿Qué habremos hecho nosotros de nuestro Dios? ¿En qué hemos convertido la mayoría de las veces toda nuestra relación con Dios? Veamos cómo muchas veces casi todos nuestros actos de piedad, nuestras vivencias religiosas las hemos relacionado con la muerte, con los muertos. Parece que no nos acordamos de Dios sino porque recordamos a los difuntos. Un sentido nuevo tendríamos que saber darle.

Busquemos al Dios de la vida, al Dios que vive, al Dios que vive en mi y me llena de su vida, al Dios que sentimos en el corazón y nos impulsa a la vida, al Dios que nos pone en camino de plenitud, al Dios que quiere habitar en nuestro corazón, pero al Dios que nos tiene en su corazón para siempre porque nos ama, al Dios que un día podremos vivir en plenitud eterna. No compliquemos la experiencia de Dios, es muy sencillo, déjate amar por Dios y ama con el mismo amor.

viernes, 18 de noviembre de 2022

El gesto de Jesús al expulsar a los vendedores del templo nos interpela a la sinceridad y congruencia de nuestra vida, de la sociedad y también de la Iglesia

 


El gesto de Jesús al expulsar a los vendedores del templo nos interpela a la sinceridad y congruencia de nuestra vida, de la sociedad y también de la Iglesia

Apocalipsis 10, 8-11; Sal 118; Lucas 19, 45-48

Una cosa es que en lo que decimos cuidemos de no herir ni ofender a nadie, por el respeto que toda persona nos merece, y otra cosa es que seamos acomodaticios de manera que lo que digamos, las opiniones que expresemos traten de agradar y halagar a todo el mundo; no seríamos sinceros ni consecuentes con nuestras ideas cuando nos callamos nuestros principios porque queremos que nuestras palabras sean agradables y no nos llevemos las iras de los que puedan opinar de forma distinta; seria cobardía, sería incongruencia, sería falta de sinceridad.

Hoy está de moda en la vida pública el que digamos lo que se considera políticamente correcto; quizás los dirigentes o una cierta clase política tratan de imponer sus ideas que pudieran ir incluso en contra de lo que han sido nuestros principios de siempre, nuestras costumbres más correctas, pero cuidamos de no expresarnos de manera distinta a como piensan los que pretenden dirigir nuestra sociedad para no ponernos en contra con las derivaciones que eso luego pudiera tener en beneficios a conseguir o en apoyos incluso para aquello que queramos emprender. Parecería que esos intereses, políticos o económicos, nos taparan la boca. Demasiado partidistas son las decisiones que se toman muchas veces en nuestra sociedad, también hay que decirlo.

Pero Jesús no tenía papas en la boca, como se suele decir en expresión popular. Cuando tenía que hablar hablaba, y cuando tenía que actuar actuaba. Es lo que contemplamos hoy en el hecho que nos narra el evangelio. El acontecimiento está incluso muy cercano a lo que fue su entrada triunfal en Jerusalén cuando fue aclamado por la multitud y por los niños, aunque otro evangelista nos lo presenta en otro momento. 

Jesús que llega al templo se encuentra con aquel espectáculo de vendedores de animales, cambistas con sus dineros y todo el mercado que se  había montado alrededor, como ya hemos tenido ocasión de comentar. Es un momento duro y fuerte en la actuación de Jesús, pues derriba las mesas de los cambistas y expulsa del templo a todos aquellos que lo habían convertido en un mercado. Escrito está: Mi casa será casa de oración; pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos’. Aunque también a continuación nos dice el evangelista que ‘todos los días enseñaba en el templo’.

¿Era Jesús el que era aclamado por la gente que incluso en una ocasión, después de la multiplicación de los panes, habían querido hacerle rey? ¿Era Jesús el Mesías esperado y en quien tantas esperanzas habían puesto muchos en Israel? ¿Era Jesús el que era seguido por multitudes incluso hasta cuando se alejaba a lugares apartados? ¿Era Jesús el que quería comenzar algo nuevo, lo que él llamaba el Reino de Dios, y que había de convencer a la gente que habían de seguirle y hacer lo que les enseñaba? Una reacción como ésta que hoy manifiesta al expulsar a los vendedores del templo ¿le ayudaría en verdad a realizar su misión y que la gente estuviera contenta con su predicación para seguirle de verdad y constituir el Reino de Dios?

Algunos dirían que no hizo lo políticamente correcto. Veremos incluso como enseguida ‘los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él’. No era del agrado de los dirigentes cuando quizá podrían ver en peligro sus intereses en que todo siguiera como estaba. ¿Quién estaría detrás de todo aquel montaje que ahora Jesús quiere desmontar? Ya sabemos las consecuencias.

Claro que todo esto tiene que hacernos pensar para el hoy de nuestra vida, de nuestro mundo, de nuestra iglesia incluso. ¿Nos estará interpelando Jesús por nuestras cobardías, por nuestra incongruencia, por nuestra falta de rectitud y veracidad en la vida? Nos analizamos a nosotros mismos para ver hasta donde llega la sinceridad de nuestra vida, pero mucho tenemos que mirar para la sociedad que nos rodea, esa sociedad que estamos creando, como para nuestro actuar también como iglesia en medio del mundo. ¿Andaremos también con dobles caras y dobles medidas?

¿Nos estaremos contagiando en esa falta de rectitud y de veracidad? Quien quiera entender que entienda. ¿Seremos en verdad la iglesia de la misericordia con todos y en toda situación o nos dejaremos llevar por las acciones vengativas que llaman muchas veces justicia de nuestra sociedad?

jueves, 17 de noviembre de 2022

Las lágrimas de Jesús y nuestras lágrimas, los sentimientos que afloran ante el sufrimiento y la emoción del amor, no seamos insensibles ante lo que nos encontramos en el camino

 


Las lágrimas de Jesús y nuestras lágrimas, los sentimientos que afloran ante el sufrimiento y la emoción del amor, no seamos insensibles ante lo que nos encontramos en el camino

Apocalipsis 5,1-10; Sal 149; Lucas 19,41-44

Dicen que a los hombres nos da vergüenza llorar; será quizás desde una cultura – hoy hablaríamos de machismos y no sé cuantas cosas – donde nos parecía que teníamos que ser fuertes y de ninguna manera manifestar nuestra debilidad; pero la realidad de la vida es que todos somos débiles y que el llanto tampoco hemos de mirarlo desde ese sentido; sin embargo hay como un cierto pudor, pero lloramos, todos, hombres y mujeres, pequeños y grandes.

¿Una señal del sufrimiento que llevamos dentro? ¿Una expresión de nuestros sentimientos? Bueno, los psicólogos nos dirán muchas cosas, pero no andamos ahora para psicologías. Pero es la realidad, algo o alguien nos hace sufrir y afloran nuestros sentimientos y afloran nuestras lágrimas; algo no nos va bien en la vida y nos sentimos fracasados ante lo que hemos intentado, y aparecen nuestras lágrimas, aunque algunas solo corran por dentro; desaires, contratiempos, infidelidades, cerrazón ante lo que ofrecemos que nos lo rechazan, situaciones de emergencia en que todo se nos viene abajo, previsión de algo que nos puede suceder… muchas cosas que pueden aparecer las lágrimas; un desahogo emocionado de lo que llevamos dentro, una muestra de confianza y de amistad que nos ofrecen cuando no lo esperábamos, una mano agradecida que surgió para valorarnos algo que hemos hecho, y aparecen nuestras emociones, aparecen nuestras lágrimas. No tenemos que tenerlo miedo a las lágrimas, al llanto, también puede ser una vía de escape ante algo que nos está haciendo presión por dentro.

Hoy nos habla el evangelio de unas lágrimas de Jesús de manera que históricamente ha quedado un lugar enfrente de la ciudad santa, en la bajada del monte de los Olivos, como el lugar donde Jesús lloró. Otras lágrimas recordamos de Jesús frente a la tumba de Lázaro en Betania, pero ni siquiera a lo largo de su pasión se nos hablará de lágrimas de Jesús; en su sufrimiento se hablará de sudor de sangre en la oración del huerto de Getsemaní, pero es ahora enfrente de la ciudad, mientras contemplaba todo su esplendor como tan maravillosamente se manifiesta desde ese lugar cuando veremos las lágrimas de Jesús.

Unas lágrimas y una queja dolorida. Ha sido como la gallina que recoge a sus polluelos bajo sus alas para librarlos del peligro, cuando Jesús siente dolor por la ciudad de Jerusalén. Allí había predicado y realizado milagros, pero allí se encontró la principal oposición y allí encontraría la muerte. Es la obra que parece no concluida porque no encuentra respuesta, es el desaire de su pueblo al que tanto ama y por el que está dispuesto a dar la vida. En aquella bajada se darían las mayores aclamaciones alrededor de Jesús donde parecía una entrada triunfante, pero ahora están las lágrimas, porque no ha habido respuesta. Jesús llora contemplando la ciudad de Jerusalén que un día sería destruida, con lo que eso de dolor tenía que significar para quien amaba tanto la ciudad santa.

¿Llorará Jesús ante nosotros contemplando lo que es nuestra vida? Merecemos esas lágrimas, aunque sabemos que por encima de todo está su amor. Por amor terminará su subida a Jerusalén porque no teme la entrega sino que El se entregará libremente y por amor. Pero además de ser una llamada a nuestra respuesta ¿habrá también algún mensaje más para nuestra vida desde esas lágrimas de Jesús?

Somos nosotros los que hemos de ponernos con sinceridad ante Jesús y sentir la emoción hasta las lágrimas de lo que es el amor; somos nosotros los que hemos de ponernos ante Jesús para vaciar nuestro corazón enteramente aunque también se nos produzcan esas lágrimas en nuestros ojos en el dolor del desgarro de tantos apegos; somos nosotros los que poniéndonos ante Jesús aprenderemos a mirar con mirada distinta a nuestro alrededor y seguramente surgirá también la emoción y las lágrimas ante lo que podemos contemplar, porque aprenderemos a contemplar cuánto sufrimiento hay en tantos a nuestro alrededor como antes expresábamos –desaires, fracasos, infidelidades, rupturas, tantos mundos que se nos vienen abajo - que nos pueden producir muchas lágrimas, pero quizás nos emocionemos al contemplar también la entrega anónima quizás hasta el martirio de los que saben amar de verdad y buscan siempre el bien de los hermanos, porque cuando encontramos un amor verdadero también lloraremos de alegría. Distintas emociones, distintas formas de lágrimas pueden brotar entonces de nuestros ojos, de nuestro corazón.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Descubramos cuál es nuestra verdadera riqueza que Dios ha puesto en nuestras manos y que tenemos que saber valorar, saber en consecuencia desarrollar

 


Descubramos cuál es nuestra verdadera riqueza que Dios ha puesto en nuestras manos y que tenemos que saber valorar, saber en consecuencia desarrollar

Apocalipsis 4, 1-11; Sal 150; Lucas 19, 11-28

¿Seremos nosotros capaces de tener tanta confianza en alguien como para confiarle a su cuidado los bienes más preciosos que tengamos? Andamos llenos de temores siempre y asoma fácilmente la desconfianza. ¿Será capaz de cuidarlos? ¿Sabrá obtener beneficio de algo que va a estar en sus manos para su cuidado? Estaremos quizá con ojo avizor.

Jesús hoy nos propone una parábola donde precisamente se manifiesta esa confianza. Aquel hombre noble que tenía sus buenas ambiciones de ser rey y quiere ir a buscar ese título, mientras marcha confía sus bienes más preciados, con los que querrá contar cuando vuelva con su título de rey, a una serie de personas de su confianza. ¿Quizá como una prueba para ver hasta donde son capaces para luego confiarles las ciudades de su reino? A la vuelta verá quien ha respondido con fidelidad a esa confianza.

Ya conocemos el desarrollo de la parábola. No todos respondieron de la misma manera. Alguno temeroso no solo no negoció aquellos valores que habían puesto en sus manos, sino que con miedo a perderlo lo que hizo fue enterrarlo para evitar que de alguna manera pudiera desaparecer. Y ya conocemos la reacción de aquel nuevo rey.

¿Qué nos quiere decir Jesús? Nos está hablando Jesús del Reino de Dios. Precisamente en su subida a Jerusalén algunos andaban pensando si era el momento ya de manifestarse el Reino que Jesús tanto había anunciado. Pero parecía que andaban en otra honda.  Seguían con sus ambiciones nacionalistas y no eran capaces de salirse de esos planteamientos tan materialistas y tan guerreros. Es algo distinto lo que Jesús nos ofrece, es algo bien distinto ese Reino de Dios que Jesús nos anuncia.

De alguna manera estaría preguntándoles ¿en ustedes se puede confiar como para poner en vuestras manos la constitución de ese Reino? Y Jesús quiere confiar en nosotros, poner en nuestras manos su tesoro más precioso, pero tenemos que saber entender y valorar lo que está en nuestras manos.

¿Seremos capaces de valorar ese tesoro de la vida que desde que Dios nos ha creado ha puesto en nuestras manos? ¿Cómo vamos a entender ese tesoro de la vida? Pensemos en la riqueza grande que hay en nosotros; no miremos los bolsillos, ni las cuentas corrientes, ni nuestras propiedades materiales por muy valiosas que sean. Esa no es la verdadera riqueza de la vida.

Está en lo que somos, está en lo que tenemos en el corazón, está en lo que somos capaces de hacer cuando nos proponemos hacer el bien, está en nuestra capacidad de amar y crear unas nuevas relaciones entre todos nosotros, está ese deseo de la paz y de la justicia, está la autenticidad y sinceridad con que tenemos que mostrarnos. Esa es nuestra verdadera riqueza que tenemos que saber valorar, saber en consecuencia desarrollar.

¿Qué estamos haciendo con todas esas capacidades? ¿Estaremos desarrollando todos esos valores? ¿En verdad estaremos haciendo el mundo más bello, más humano, más justo, más lleno de paz? ¿O acaso estaremos enterrando esos talentos porque nos dejamos comer por la guerra, por la violencia, por los odios, por la vanidad y la falsedad de la vida, por nuestras envidias que nos envenenan, por nuestros orgullos que nos endiosan?

Dios quiere poner su confianza en nosotros para que en verdad construyamos el reino de Dios, ¿qué respuesta estamos dando?

martes, 15 de noviembre de 2022

Cuidado sigamos encerrados tras nuestros recelos y desconfianzas, poniendo trabas y barreras, desconociendo esa nueva presencia de Dios y Jesús pase de largo

 


Cuidado sigamos encerrados tras nuestros recelos y desconfianzas, poniendo trabas y barreras, desconociendo esa nueva presencia de Dios y Jesús pase de largo

Apocalipsis 3, 1-6. 14-22; Sal 14; Lucas 19, 1-10

¿Cuál hubiera sido nuestra reacción? Alguien que llega y por la cara nos dice sin que nosotros lo hayamos invitado ni tengamos mayor confianza o amistad que quiere quedarse en nuestra casa. Seguro que nos lo hubiéramos pensado. Quizás nos veamos comprometidos y busquemos alguna solución, o si no nos queda más remedio más que corriendo busquemos un lugar, una habitación, una cama para quien que se ha auto invitado, pero nos quedarán los recelos dentro de nosotros.

Sin embargo en lo que nos cuenta el evangelio no fue así. Zaqueo no conocía a Jesús pero quería conocerlo, al menos, verlo pasar cerca. Entre su tamaño por una parte y los recelos de la gente hacia los recaudadores de impuestos, de modo normal poniéndose en la calle al paso de Jesús parecía imposible; pero el no cejaba en su empeño y no tuvo reparo en subirse a la higuera por donde había de pasar Jesús; además oculto entre los ramajes podría pasar desapercibido y evitar un desprecio más de la gente.

Pero fue Jesús quien se detuvo al pie de la higuera, y ahora no buscaba higos porque tuviera hambre como en otra ocasión, sino que tenía hambre de un corazón, quería hospedarse en la casa de Zaqueo. Por eso, se auto invita, le dice a Zaqueo que quiere quedarse en su casa, aunque esto pudiera ser señal de algo más que estaría buscando Jesús. Y Zaqueo no tuvo reparo en abrir con alegría las puertas de la casa para recibir a Jesús y ofrecerle todos los mejores signos de la hospitalidad con un banquete.

Los recelos no fueron de Zaqueo porque Jesús quisiera ir a su casa, los recelos estaban en aquellos que como siempre están observando a la distancia a ver lo que sucede, porque Jesús ha ido a hospedarse a la casa de un pecador. Los habían tenido también cuando Leví había invitado a Jesús a su casa, después que Jesús le invitara a seguirle. Pero el médico busca a los enfermos y ofrece los medios para que encuentren la salud. Es lo que Jesús está haciendo ahora hospedándose en la casa de Zaqueo.

La salvación llegaba a aquella casa. No se habían cerrado las puertas sino que se habían abierto los corazones. Se habían abierto los corazones para vaciarse porque era la manera en que Jesús ocupara su lugar en aquel corazón. Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más’.

‘Hoy ha sido la salvación para esta casa’, proclamará Jesús. Ahora sí que Zaqueo estaba cerca del camino del Reino de Dios, había vaciado su corazón para llenarlo de lo que verdad merece la pena; había vaciado su corazón porque de todo se desprendía para que Dios habitara en él. Ya había habido buena disposición aunque él se sentía un pecador. El rechazo de la gente no dejándole sitio, no dejándole pasar, criticando ahora a Jesús incluso porque haya venido a hospedarse en su casa, estaban manifestando lo que sentía en su corazón.

Pero había buena disposición; pudo haberse quedado en su casa, pues en fin de cuentas aquella comitiva era una más de las que se dirigían a Jerusalén para la pascua, sin embargo se echó a la calle en búsqueda de conocer a Jesús. ¿Estaría sintiendo una llamada en su corazón?

Cuántas veces sentimos el impulso de hacer algo distinto, algo no habitual en lo que acostumbramos a realizar, y nos quedamos en la duda, vamos o no vamos, hacemos o no hacemos. Y alguna vez podríamos estar cerrando puertas. Zaqueo las abrió y se echó a la calle no teniendo reparo en subirse finalmente a una higuera para ver el paso de Jesús. Tampoco tuvo reparo en llevar a su casa a Jesús, cuando Jesús se auto invita. Como solemos decir, la breva se cayó de madura, allí estaba su decisión final, optaba de verdad por el Reino de Dios.

¿Abriremos nosotros las puertas para quien viene a nosotros y en quien tenemos que saber descubrir a Jesús? ¿Nos dejaremos acaso arrastrar por el qué dirán los que están en nuestro entorno? Cuidado sigamos encerrados tras nuestros recelos y desconfianzas, sigamos poniendo trabas y barreras, sigamos desconociendo esa nueva presencia de Dios que quiere llegar a nuestra casa y Jesús pase de largo por nuestra vida.

lunes, 14 de noviembre de 2022

Con que nos interesemos por el que está al borde del camino ya es un paso muy importante que hará que quien no es tenido en cuenta ahora se sienta valorado

 


Con que nos interesemos por el que está al borde del camino ya es un paso muy importante que hará que quien no es tenido en cuenta ahora se sienta valorado

Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5ª; Sal 1; Lucas 18, 35-43

El evangelio nos habla de un ciego que está al borde del camino. Estamos en Jericó, el camino que desde el valle del Jordán iniciaba la subida a Jerusalén. Un camino muy transitado, los peregrinos que se dirigían a Jerusalén desde Galilea lo hacían por este camino. Y siempre nos encontraremos al borde del camino quien está con la mano tendida desde sus pobrezas, desde sus limitaciones y carencias, dependientes de la buena voluntad de los que pasan por el camino.

Como sigue sucediendo; no es necesario ir muy lejos, hoy los caminos son las mismas calles de nuestras ciudades o de nuestros pueblos; siempre nos encontraremos con alguien que está al borde del camino con sus carencias, con sus necesidades; los sin techo, los que han venido de lejos esperando encontrar algo y no encuentran nada, los desplazados de la sociedad, los que metidos en sus vicios estarán esperando la pequeña moneda que juntar con otras para conseguir lo que tanto desean, los que se han quedado solos en la vida y nada tienen, los que se sienten abandonados y no se sienten queridos por nadie… cuantos al borde del camino que nos hemos acostumbrado a ir sorteando por nuestras aceras o las puertas de nuestras iglesias, que ya ni vemos.

Al borde del camino envueltos en el silencio de quien pasa a su lado y ni tiene una mirada compasiva ni una palabra agradable o en sus soledades porque se sienten ignorados; al borde del camino demacrados quizás por el sufrimiento pero sobre todo por la falta de esperanza; al borde del camino con los callos en el alma de los desprecios sufridos o de palabras desagradables que laceran el alma; al borde del camino siempre con una mirada aparentemente perdida pero que está buscando un consuelo, a quien le pueda devolver la mirada, a quien le pueda decir que pasa alguien importante a su lado por la vida, aunque de tanto llorar esté ciego para reconocerle.

Aquel día alguien se dignó decirle quien iba por el camino. 'Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron: Pasa Jesús el Nazareno’. Fue suficiente para él. Pedía una limosna con la que mitigar su hambre y su necesidad pero ahora sentía que quien pasaba podía darle algo más. La fama de Jesús se extendía por todas partes y a todas partes llegaban noticias de cuanto Jesús hacía. Por eso él ahora tenía que buscar la manera de llegar a Jesús. ‘Entonces empezó a gritar: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!’.

Pero siempre el que está al borde del camino nos molesta. Por eso no lo miramos, pasamos de largo, no queremos enterarnos. Aquellos gritos molestaban y querían hacerlo callar. Iba a ser imposible llegar hasta Jesús porque una barrera se seguía creando por medio, las barreras que tantas veces ponemos. Pero para Jesús no hay barreras ni silencios que queramos interponer. ‘Pero Jesús se paró para que se lo trajeran’.

En volandas se sentía ahora llevado hasta los pies de Jesús. Se abrían nuevos caminos para él solo con el interés de Jesús. ‘¿Qué quieres que haga por ti?’ ¿Qué podía pedir? Sabía que de Jesús podía alcanzar algo más, pues hasta él habían llegado noticias de lo que Jesús hacía. ¿Cuál podía ser su respuesta? ‘Señor, que recobre la vista’.

¿Seremos capaces nosotros de detenernos para hablar con quien está al borde del camino? ¿Seremos capaces de preguntarle también qué es lo que podemos hacer por él? Creo que no es necesario que hagamos ya más comentarios. Ahí nos está interpelando Jesús. Ahí tenemos que enfrentarnos con esa realidad de nuestra vida insolidaria, en la que nosotros somos los ciegos, nos hemos hecho tantas veces los ciegos para no mirar, para no enterarnos, para que no se nos compliquen las cosas.

No será importante la moneda que en ese momento podamos compartir. Con que nos interesemos por el que está al borde del camino ya es un paso muy importante que hará que quien se siente ninguneado ahora se sienta valorado. Qué importante esa mirada, ese detenernos, esa sencilla palabra, esos buenos días dichos con calor humano.

domingo, 13 de noviembre de 2022

El anuncio del evangelio trata de sembrar siempre esperanza y paz en los corazones, aún en los momentos difíciles invitándonos a la responsabilidad y al compromiso

 


El anuncio del evangelio trata de sembrar siempre esperanza y paz en los corazones, aún en los momentos difíciles invitándonos a la responsabilidad y al compromiso

Malaquías 3, 19-20ª; Sal 97; 2Tesalonicenses 3, 7-12; Lucas 21, 5-19

La historia es un devenir de situaciones que en momentos nos parecen difíciles y complicadas, situaciones de crisis donde todo parece que se pone en duda, con otros momentos si no de prosperidad total sí de un cierto bienestar y prosperidad que muchas veces parece que nos hacen olvidar cual es el camino y cual es la meta que perseguimos en la vida.  unos y otros momentos según la manera en que los vivamos o nos enfrentemos a esas situaciones pueden devenir en cierta crisis, una veces por los miedos que nos paralizan y otras porque hay cosas que nos pueden llevar a una pérdida de los verdaderos valores que le podrían dar un mejor y mayor sentido a nuestras vidas.

Siempre en medio de todas esas situaciones nos aparecen profetas, muchas veces profetas de calamidades que nos anuncian hecatombes que nos pueden llenar de angustias. Son esos ‘profetas’ (y los tenemos que poner entre comillas) que no nos anuncian sino destrucción y muerte, que no encienden la esperanza, que nos llenan de angustia el alma con lo que nos sentimos más turbados y cegados para encontrar caminos que nos puedan llevar a la luz.

¿No los tuvimos también en medio de los momentos difíciles que hemos pasado últimamente con pandemias, con catástrofes naturales, con guerras como hemos estado viviendo? Cuantos mensajes de desaliento hemos recibido también de esos profetas de calamidades, como hemos querido llamarlos. Aprovechan cualquier situación difícil o los mismos acontecimientos de la naturaleza para llenarnos el alma de esos miedos hablando de tiempos apocalípticos, sin haber entendido siquiera lo que en si significa la palabra Apocalipsis.

Hoy nos encontramos con una de esas páginas duras del evangelio a las que se les da muchas veces ese apelativo de apocalípticas. Se entremezclan diversas consideraciones en el texto del evangelio, desde situaciones que ya había vivido quizá el propio evangelista que nos trasmite el mensaje del evangelio, como había sido la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén, que es cierto Jesús proféticamente había anunciado, como hoy mismo escuchamos.

Quizás en los momentos en que se escribió el evangelio los judíos y en consecuencia también los cristianos habían comenzado a pasar por momentos difíciles desde los caprichos de las autoridades romanas que lo llenaban todo de destrucción y muerte con sus diversas persecuciones que vivieron también los propios judíos. Y cuando se están viviendo situaciones difíciles así fácilmente nos lleva a considerar que esto es el fin, que se nos viene encima el final de los tiempos. Es lo que nos aparece hoy en el evangelio.

Pero el evangelio es buena noticia, como su misma palabra indica. El anuncio que  nos hace el evangelio no puede ser un anuncio de muerte. El anuncio que se nos hace en el evangelio trata de sembrar esperanza y paz en los corazones, a pesar de los momentos difíciles por los que puedan estar pasando los destinatarios del evangelio. Es el sentido de la palabra Apocalipsis, esperanza, un rayo de luz que siembra esperanza en medio de las oscuridades por las que podamos estar pasando.

Es a lo que nos invita hoy el evangelio. ¿Cómo ha terminado el texto que hoy se nos ofrece? Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’.


Ha ido repasando diversas situaciones, como hemos recordado, la destrucción de Jerusalén, lo que pueden ser los tiempos finales que un día han de llegar, pero antes en el camino de en medio, podríamos decir así, no faltarán momentos de dificultad, momentos incluso de persecución. ¿Y qué nos dice Jesús? No tengáis miedo. No tenemos ni por qué preocuparnos con qué palabras hemos de defendernos; nos promete la asistencia del Espíritu Santo que como Defensor estará con nosotros. ‘Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro’.

Como hemos venido diciendo el evangelio de Jesús siempre es un anuncio de esperanza. Es una invitación a la perseverancia, a vigilar, a estar despiertos para no dejarnos envolver por esos nubarrones de pesimismo y de muerte; para no dejar que el miedo se nos meta dentro y nos llene de angustia, para no dejarnos confundir con falsos profetas. Tenemos una tarea que realizar y sabemos que no es fácil, pero no estamos solos. El nos prometió que estaría siempre con nosotros hasta el final de los tiempos. Siempre tendremos la luz al final del túnel, al final del camino.

Es la esperanza que siempre tiene que reinar en nuestro corazón. Es el compromiso con que hemos de vivir nuestra vida. Aquello que nos dice san Pablo que el que no trabaja que no coma, es esa invitación a la responsabilidad en nuestra tarea, en el lugar que ocupamos en la vida, en las tareas que tenemos que realizar, en ese compromiso por el evangelio que tenemos que anunciar.