martes, 15 de noviembre de 2022

Cuidado sigamos encerrados tras nuestros recelos y desconfianzas, poniendo trabas y barreras, desconociendo esa nueva presencia de Dios y Jesús pase de largo

 


Cuidado sigamos encerrados tras nuestros recelos y desconfianzas, poniendo trabas y barreras, desconociendo esa nueva presencia de Dios y Jesús pase de largo

Apocalipsis 3, 1-6. 14-22; Sal 14; Lucas 19, 1-10

¿Cuál hubiera sido nuestra reacción? Alguien que llega y por la cara nos dice sin que nosotros lo hayamos invitado ni tengamos mayor confianza o amistad que quiere quedarse en nuestra casa. Seguro que nos lo hubiéramos pensado. Quizás nos veamos comprometidos y busquemos alguna solución, o si no nos queda más remedio más que corriendo busquemos un lugar, una habitación, una cama para quien que se ha auto invitado, pero nos quedarán los recelos dentro de nosotros.

Sin embargo en lo que nos cuenta el evangelio no fue así. Zaqueo no conocía a Jesús pero quería conocerlo, al menos, verlo pasar cerca. Entre su tamaño por una parte y los recelos de la gente hacia los recaudadores de impuestos, de modo normal poniéndose en la calle al paso de Jesús parecía imposible; pero el no cejaba en su empeño y no tuvo reparo en subirse a la higuera por donde había de pasar Jesús; además oculto entre los ramajes podría pasar desapercibido y evitar un desprecio más de la gente.

Pero fue Jesús quien se detuvo al pie de la higuera, y ahora no buscaba higos porque tuviera hambre como en otra ocasión, sino que tenía hambre de un corazón, quería hospedarse en la casa de Zaqueo. Por eso, se auto invita, le dice a Zaqueo que quiere quedarse en su casa, aunque esto pudiera ser señal de algo más que estaría buscando Jesús. Y Zaqueo no tuvo reparo en abrir con alegría las puertas de la casa para recibir a Jesús y ofrecerle todos los mejores signos de la hospitalidad con un banquete.

Los recelos no fueron de Zaqueo porque Jesús quisiera ir a su casa, los recelos estaban en aquellos que como siempre están observando a la distancia a ver lo que sucede, porque Jesús ha ido a hospedarse a la casa de un pecador. Los habían tenido también cuando Leví había invitado a Jesús a su casa, después que Jesús le invitara a seguirle. Pero el médico busca a los enfermos y ofrece los medios para que encuentren la salud. Es lo que Jesús está haciendo ahora hospedándose en la casa de Zaqueo.

La salvación llegaba a aquella casa. No se habían cerrado las puertas sino que se habían abierto los corazones. Se habían abierto los corazones para vaciarse porque era la manera en que Jesús ocupara su lugar en aquel corazón. Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más’.

‘Hoy ha sido la salvación para esta casa’, proclamará Jesús. Ahora sí que Zaqueo estaba cerca del camino del Reino de Dios, había vaciado su corazón para llenarlo de lo que verdad merece la pena; había vaciado su corazón porque de todo se desprendía para que Dios habitara en él. Ya había habido buena disposición aunque él se sentía un pecador. El rechazo de la gente no dejándole sitio, no dejándole pasar, criticando ahora a Jesús incluso porque haya venido a hospedarse en su casa, estaban manifestando lo que sentía en su corazón.

Pero había buena disposición; pudo haberse quedado en su casa, pues en fin de cuentas aquella comitiva era una más de las que se dirigían a Jerusalén para la pascua, sin embargo se echó a la calle en búsqueda de conocer a Jesús. ¿Estaría sintiendo una llamada en su corazón?

Cuántas veces sentimos el impulso de hacer algo distinto, algo no habitual en lo que acostumbramos a realizar, y nos quedamos en la duda, vamos o no vamos, hacemos o no hacemos. Y alguna vez podríamos estar cerrando puertas. Zaqueo las abrió y se echó a la calle no teniendo reparo en subirse finalmente a una higuera para ver el paso de Jesús. Tampoco tuvo reparo en llevar a su casa a Jesús, cuando Jesús se auto invita. Como solemos decir, la breva se cayó de madura, allí estaba su decisión final, optaba de verdad por el Reino de Dios.

¿Abriremos nosotros las puertas para quien viene a nosotros y en quien tenemos que saber descubrir a Jesús? ¿Nos dejaremos acaso arrastrar por el qué dirán los que están en nuestro entorno? Cuidado sigamos encerrados tras nuestros recelos y desconfianzas, sigamos poniendo trabas y barreras, sigamos desconociendo esa nueva presencia de Dios que quiere llegar a nuestra casa y Jesús pase de largo por nuestra vida.

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