sábado, 23 de julio de 2022

Hagamos un buen cultivo de la viña que el Señor ha puesto en nuestras manos haciendo crecer en nuestro interior una verdadera espiritualidad cristiana

 


Hagamos un buen cultivo de la viña que el Señor ha puesto en nuestras manos haciendo crecer en nuestro interior una verdadera espiritualidad cristiana

Gálatas 2, 19-20; Sal 33; Juan 15, 1-8

Lo contemplo todos los días en mis paseos mañaneros o de la tarde. Vivo rodeado de campos de cultivo en especial dedicados al cultivo de la vid. Aparte de haberlo mamado de lo que contemplaba hacer a mi padre, con el que tantas veces tuve que colaborar en los cultivos, ahora veo una vez más el mimo con que el agricultor cuida su viña; que no es solo en una época del año que pensaríamos cuando ya las vides están cargadas de racimos próximos a la vendimia, sino todo el año siempre hay algo que hacer, aunque muchas veces nos pudieran parecer plantas muertas; será la poda, será el prevenir de las plagas, será la atención de sus ramajes en la medida en que van creciendo y ofreciendo sus frutos, muchas cosas que día a día hay que ir realizando para poder obtener unos buenos frutos que nos den ricos mostos y generosos vinos.

Hoy Jesús nos habla de la vida, de los sarmientos, de los frutos; nos habla del cuidado de la vid o de su poda para poder obtener los mejores frutos; pero nos habla de la fortaleza de su ramaje, de sus sarmientos bien unidos a la cepa para recibir la regeneradora savia; nos habla de los sarmientos que no dan fruto o que se han desgajado del tronco del que ya no recibirán la savia de la vida; y nos habla Jesús de nuestra vida, que como los sarmientos tenemos que estar unidos a la vid para que podamos dar fruto. Sin El nada somos y ningún fruto bueno podrá aparecer en nuestra vida.

Tenemos la imagen muy clara delante de nuestros ojos y qué pronto olvidamos su mensaje. Seguimos con nuestras tendencias individualistas e insolidarias; seguimos pagados de nuestra autosuficiencia en que nos creemos que por nosotros mismos lo podemos todo; seguimos con el orgullo que nos seca el corazón y no sabemos reconocer nuestra debilidad en que si no buscamos el agua viva pronto nos iremos debilitando y perdiendo vigor para terminar con las ramas secas de nuestra vida que como los sarmientos inservibles solo valemos para el fuego. Lo sabemos, pero ¿qué hacemos?

Cuánto nos cuesta cultivar nuestro espíritu. Tenemos que enraizar profundamente nuestra vida. cuando el árbol está fuertemente enraizado podrán venir los temporales fuertes, que aunque dañen superficialmente sus ramas, sin embargo no los pueden arrancar; aunque la tierra parezca áspera y reseca alrededor, sus raíces sabrán buscar en las profundidades de la tierra allí donde haya humedad para poder obtener los necesario nutrientes; bien enraizado y con la humedad necesaria para darle los nutrientes, las hojas vueltas hacia la luz del sol sabrán catalizar toda la energía que viene de esa luz del sol para darle verdadero esplendor a su ramaje y hacer que las flores que surjan un día nos puedan dar la semilla de su fruto.

Es la vida espiritual que necesitamos, esa profunda espiritualidad en nuestra vida que nos llene de la seguridad y fortaleza del espíritu que inunde nuestros corazones. Surgirán así comunidades vivas, habrá verdaderos apóstoles comprometidos en el anuncio de la buena nueva del Evangelio y en ir construyendo ese Reino de Dios en medio nuestro. Es en lo que en verdad tendríamos que preocuparnos los cristianos, será lo que dará verdadera vitalidad a nuestra Iglesia, es lo que hará presente en nuestro mundo los frutos del Reino de Dios.

¿Estaremos haciendo un buen cultivo de esa viña que el Señor ha puesto en nuestras manos?

viernes, 22 de julio de 2022

El Señor nos llama por nuestro nombre y nos interpela en las lágrimas de los que lloran a nuestro lado

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El Señor nos llama por nuestro nombre y nos interpela en las lágrimas de los que lloran a nuestro lado

Cantar de los Cantares 3, 1-4b; Sal 62; Juan 20, 1-2. 11-18

Te encuentras un niño llorando en la calle y te detienes junto a él y le preguntas, ¿por qué lloras? Te encuentras una persona encogida en un rincón tratando de disimular sus sollozos y te acercas a ella y respetuosamente le preguntas ¿por qué lloras? Quizás un día te encuentras a tí mismo deprimido y hasta medio escondiéndote de tí mismo y te preguntas ¿por qué lloro?

‘¿Por qué lloras?’ Quizás si fuéramos más atentos nos daríamos cuenta de cuántas lágrimas se derraman en nuestro entorno; no nos enteramos quizás por el pudor de quien llora que medio oculta su dolor y no quiere que nadie le vea llorando, o quizás nos hemos insensibilizado tanto que no nos damos cuenta de ese llanto que resuena a nuestro alrededor.

¿Por qué lloramos? ¿Tristezas que se nos meten en el alma? Frustraciones, metas que no hemos podido conseguir, personas que se han arrancado de nuestro corazón y no sabemos por qué, despedidas que rompen al alma, desesperación y angustia ante lo que vemos que sucede en nuestro mundo y que no vemos quien ponga su mano para sacarlo a flote, amigos que se van, familiares a los que le llegó el final de sus vida, luchas a las que no vemos salida, soledades que no encuentran alivio, dolor y sufrimiento al que no encontramos un sentido, vidas vacías y llenas de superficialidad que se toman la vida a risa pero por lo que nos dan ganas de llorar...

Aunque decíamos al principio que le preguntábamos al niño o a la mujer que encontrábamos llorando del por qué de sus lágrimas, seamos sinceros con nosotros mismos porque quizá no le hemos preguntado a una madre por la razón de sus lágrimas, no hemos tenido la sensibilidad al ir por los caminos para escuchar tantos llantos detrás de puertas y ventanas, de los que preferimos no enterarnos, o cerramos los ojos para no ver unas lágrimas rodando mejilla abajo que nos interpelan.

Me estoy haciendo esta reflexión porque hemos escuchado esa pregunta primero en boca de los ángeles del sepulcro, y luego en labios del mismo Cristo, aunque en sus lágrimas ella no lo reconociera, que se le hacía a María Magdalena que llorando se había quedado junto a la piedra de la entrada del sepulcro. No había sabido reconocer el sentido de las palabras de los ángeles que le preguntaban por sus lágrimas, ni había sido capaz de reconocer al que ella tanto amaba, Jesús, su Señor, que le interrogaba detrás de ella. Solo una palabra la había despertado de su letargo y fue la voz de Jesús que la llamaba por su nombre. Todas sus lágrimas se secaron y la tristeza se transformó en alegría, allí estaba el Señor. Pero era Jesús quien había venido a su encuentro, era Jesús quien incluso se había interesado por lágrimas, será al final pronunciado su nombre cuando todo se transforma y ella ya puede reconocer al Señor. ‘¡Maestro!’, le dice y se tira a sus pies. Estamos celebrando hoy a Santa María Magdalena.

Cuando encontremos en la vida a alguien envuelto en sus lágrimas os voy a sugerir que nos acerquemos a esa persona llamándola por su nombre. Esas lágrimas y ese llanto tienen un nombre; esas lágrimas y ese llanto son de unas personas concretas. No son algo anónimo que nos hemos encontrado por el camino, detente e interésate por la persona, detente junto a eso concreto que está viviendo esa persona, porque la palabra con la que nos vamos a acercar para ofrecer consuelo tiene que ser algo concreto de su vida, con sus características y con sus circunstancias.

Desde nuestro yo, que también tenemos nuestro nombre, que también somos unas personas concretas, nos vamos a acercar a un tú que tiene nombre, a un tú que es una persona con sus características y sus circunstancias. Solo con que le digamos su nombre, con que hagamos referencia a algo concreto de su vida, estamos ofreciendo la mejor palabra y el mejor gesto de consuelo.

Pero hay algo más, en el encuentro con esa persona concreta nosotros vamos a sentir como Jesús llega a nuestra vida. Aprendamos a reconocer esa presencia del Señor. Tengamos en cuenta dos cosas, no son personas anónimas porque tienen un nombre y una vida concreta, pero sepamos también reconocer en ellas la voz del Señor que nos está llamando por nuestro nombre.

jueves, 21 de julio de 2022

No eran solo los de los tiempos de Jesús quienes no terminaban de entender, porque nos sigue pasando hoy, a nuestra Iglesia en momentos le sigue pasando también

 


No eran solo los de los tiempos de Jesús quienes no terminaban de entender, porque nos sigue pasando hoy, a nuestra Iglesia en momentos le sigue pasando también

Jeremías 2, 1-3. 7-8. 12-13; Sal 35; Mateo 13, 10-17

Pero, ¿es que no lo entiendes aun? Algunas veces nos encontramos con personas así, nunca entienden o nunca quieren entender; están ofuscados en una manera de ver las cosas que parece que se les cerraron los ojos y los oídos para no escuchar ni entender nada más que aquello que tienen metido en la cabeza.

¿Prejuicios? ¿Cerrazón de mente? Pudiera ser, pero no hay quien los cambie; y las relaciones entre las personas se hacen dificultosas; y los proyectos que podamos presentar no saldrán nunca adelante; y no podremos mejorar nada, porque no ven sino lo que siempre se ha hecho y no son capaces de abrirse a nuevas perspectivas, a nueva manera de ver las cosas, a ser capaces de recibir algo de los otros; y la vida sigue igual que hace no sé cuántos años o siglos, porque es que yo no puedo cambiar, es que soy así, y seguiremos siempre con lo mismo. Podríamos seguir resaltando muchas cosas en este sentido, por lo que vemos a nuestro lado, o acaso por posturas que también nosotros podamos mantener en nuestro interior, aunque tratemos de disimularlo.

Nos desconcierta en cierta manera la respuesta que Jesús les da a la pregunta de por qué siempre les habla en parábolas. Habían llegado a casa después de aquella mañana o tarde a la orilla del lago donde Jesús había ido desgranando una serie de parábolas para hablarles del Reino de Dios. ¿Habían entendido todos lo que Jesús les había querido anunciar? La pregunta que ahora hacen a Jesús los discípulos más cercanos, aquel pequeño grupo que se reunía siempre en torno a Jesús, a quienes había llamado de manera especial o se habían ofrecido para seguirle siendo sus discípulos, puede denotar también que ellos no terminaban tampoco de entender todo el sentido de aquellas parábolas, de aquellos ejemplos que Jesús les pusiera.

Y Jesús les dice que les habla en parábolas porque hay gente que escucha sin entender, miran sin ver porque quizás no ven ni entienden algo que esté un poco más allá de sus narices. Y es que han embotado su corazón, se han cerrado y no quieren escuchar, no quieren abrirse a algo nuevo que Jesús les está proponiendo. Aun siguen sin entender aquellas palabras que Jesús les dice cuando les habla del Reino de Dios. Muchos seguirán sin entender, podríamos decir, que hasta el final. ¿No preguntaban sus mismos discípulos más cercanos en los momentos previos a la Ascensión si había llegado ya la hora de la restauración de Israel? Seguían con aquella imagen tergiversada y confusa que tenían del misterio del Mesías, seguían soñando en reinos y poderes de este mundo, porque hasta el último momento andaban aún peleándose por los primeros puestos.

A pesar de las parábolas, tenemos que preguntarnos, si nosotros habremos entendido bien lo que es el Reino de Dios. ¿No seguiremos soñando con los poderes fácticos de este mundo y algunas veces habremos querido hacer la Iglesia también un poder mundano? No eran solo los de aquellos tiempos los que no terminaban de entender a Jesús, porque a nosotros nos sigue pasando, porque a nuestra Iglesia en muchos momentos le sigue pasando.

Tenemos nuestras ideas preconcebidas de lo que tiene que ser una religión, de lo que tiene que ser la Iglesia, de lo que han de representar los pastores de la Iglesia cuando los hemos equiparado hasta en los nombres con el estilo y la manera de ser de los poderes de este mundo. Mucho tendremos que cambiar, mucho tendremos que escuchar una y otra vez las parábolas de Jesús, mucho tenemos que rumiar en nuestro corazón todo lo que es el mensaje del Evangelio para que al final terminemos de asimilarlo.

miércoles, 20 de julio de 2022

Belleza de imágenes, riqueza de matices en la contemplado y escuchado aquella mañana en el lago, pero profunda interpelación para nuestra vida

 


Belleza de imágenes, riqueza de matices en la contemplado y escuchado aquella mañana en el lago, pero profunda interpelación para nuestra vida

Jeremías 1,1.4-10; Sal 70; Mateo 13,1-9

Las imágenes que se nos presentan hoy en el evangelio son realmente cautivadoras. Nos llenamos la mente de imaginación y disfrutamos con esa riqueza de imágenes. Nos ponemos a soñar. Es bueno. La mente necesita también de imágenes que nos cautiven, que nos llamen la atención, imágenes no solo para soñar, sino para que seamos capaces de aterrizar, de bajar a pie de calle, de encontrarnos con la vida.

Por una parte está el cuadro que nos describe el evangelista de lo sucedido en aquella mañana – poniendo imaginación también quiero pensar en una mañana esplendorosa - en la orilla del Tiberíades, las gentes que quizá han venido a ver los resultados de la pesca, pues era la hora en que retornaban las barcas después de una dura faena, pero que se habían encontrado al profeta de Nazaret y en torno a él se habían arremolinado para escucharle. ¿Se olvidarían quizá de lo que realmente habían venido a buscar a la orilla del lago? Ahora todos querían escuchar a Jesús; como tantas veces sucedería entre todos los estrujaban; El decide subir a una de las barcas mientras los pescadores limpiaban las redes, para desde allí como en un escenario hablar de manera que todos le pudieran escuchar.

La escena por si misma y ella sola ya nos tendría que hacer pensar. Querían escuchar a Jesús y se agolpaban en torno a El. Y Jesús no deja pasar la oportunidad de sembrar la semilla. De eso les va a hablar. Y El está allí como ese sembrador que esparce la semilla. ¿Serán todos tierra buena y fértil? Es precisamente en lo que les quiere hacer pensar.

Nos quiere hacer pensar, porque hoy es para nosotros. Pero ¿es que seremos capaces de correr también hasta la orilla porque queremos escucharle?  ¿O pasaremos indiferentes porque ya nos lo sabemos, que lo hemos escuchado tantas veces, y nos pondremos indiferentes a la distancia? Lo han visto muchas veces. Siempre que se reúne y aglomera gente ante algo que sucede o que se está realizando, veremos a los que se ponen a distancia y no se implican, van a ver de qué va la cosa, por ahora no vamos a complicarnos mucho.

Y por ahí va toda la belleza y la riqueza de la parábola que propone Jesús. El sembrador que sale a sembrar la semilla, pero los distintos campos y terrenos por donde va a ir pasando para esparcir esa semilla. No todos los terrenos son iguales, no todos los terrenos están preparados para sembrar esa semilla, no todos los terrenos se han labrado previamente para quitar hierbajos y zarzales, para aflojar la tierra endurecida o para ararla debidamente para que pueda recibir esa semilla que pueda producir luego buenas plantas que den fruto.

Y es aquí donde de nuevo tenemos que mirarnos y constatar nuestra realidad, y ver cual es nuestra predisposición, saber si en verdad estamos dispuestos a escuchar para sembrar en el corazón. La parábola es muy rica en imágenes y matices como para reflejar en verdad ese campo que es la vida, ese campo que es ese mundo en el que vivimos. Ese campo que está en nuestras manos para que lo cultivemos. ¿No nos dijo Dios allá en el Génesis, en los inicios del mundo y de la vida, allá en el paraíso que dominásemos sobre toda la creación? La puso en nuestras manos para que la trabajásemos y pudiéramos hacerle dar buenos frutos.  Pero ¿qué hemos hecho de la vida y del mundo?

Demasiado lo hemos pisoteado de manera que la tierra se nos ofrecerá dura y áspera; demasiados abrojos hemos dejado crecer porque no la hemos cuidado debidamente y brotan los zarzales de nuestros enredos, de nuestros orgullos, de nuestras violencias, de nuestras ambiciones egoístas y hemos creado como un caparazón que nos envuelve, que nos aísla, que nos insensibiliza, que nos encierra. No es la tierra propicia para que una buena semilla haga brotar hermosas plantas que nos den ricos y sabrosos frutos.

Hablábamos de la belleza de las imágenes y de toda la riqueza que encierran estas palabras del Evangelio, pero precisamente esa belleza y riqueza será mayor si somos capaces de aterrizar, de llegar a la realidad de nuestra vida para contrastar, para sentirnos interpelados y estemos dispuestos a hacer todo lo posible por ser esa tierra buena. Es la respuesta que se está esperando de nosotros hoy y ahora.

martes, 19 de julio de 2022

Dejémonos sorprender por Jesús cuando nos cambia las perspectivas para que comencemos a sentirnos en verdad la familia de los hijos de Dios

 


Dejémonos sorprender por Jesús cuando nos cambia las perspectivas para que comencemos a sentirnos en verdad la familia de los hijos de Dios

Miqueas 7, 14-15. 18-20; Sal 84; Mateo 12, 46-50

Nos habrá pasado que íbamos con mucho entusiasmo a contarlo algo a una persona, porque pensábamos que era de su interés, era algo quizás importante para su vida, y nos parecía que le iba a alegrar y nos encontramos que no mostró ningún interés, es más, por lo que nos dijo parecía que estaba desviando a conciencia la conversación. Seguramente nos sentimos sorprendidos y desconcertados, casi sin palabras con las que insistir en lo que veníamos a contar y hasta podríamos sentir frustración por esa situación. La sorpresa nos dejó boquiabiertos.

No nos gusta quizás, pero alguna vez tenemos que dejarnos sorprender, porque quizá con gestos así desconcertantes podemos recapacitar y pensar en algo que realmente tenga valor, nos haga descubrir otras opciones, y hasta pudiera ser que esa sorpresa nos pudiera hacer cambiar muchas perspectivas de la vida.

Es con la capacidad de sorpresa con la que tenemos que acercarnos al evangelio, para descubrir algo nuevo, para cambiar perspectivas de la vida, para escucharlo de verdad como una noticia para nuestra vida, algo que se convierta de verdad en buena noticia para nosotros. Vamos al evangelio muchas veces con las lecciones aprendidas de memoria, ya nos creemos saber todas las explicaciones y no llegamos a descubrir la sorpresa que siempre tendría que ser para nosotros la Buena Nueva de Jesús.

Hoy da la impresión a primeras vistas que Jesús les da un parón a los discípulos. Han llegado María, su madre, y algunos parientes – en el lenguaje semita siempre se dice hermanos – y ante la dificultad que tienen para poder acercarse a Jesús por la cantidad de gente que le rodea, alguien viene a decirle que allí están su madre y sus hermanos. Ya sabemos lo que pasa cuando hay mucha gente rodeando a alguien porque quieren obtener algo, que venga quien venga no dejamos pasar a nadie, porque no queremos perder vez; cuantos empujones en esas ocasiones. Así sucedería entonces, pero alguien tiene la precaución de avisarle a Jesús, para que haga que les abran paso. Pero no fue lo que sucedió.

Y las palabras de Jesús además sorprendieron. ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’ Aparentemente parece que se desentiende de su madre y su familia. Pero es que la buena noticia que Jesús quiere darnos va por otro camino, por eso sentido. Quiere hablarnos de una nueva familia, quiere hablarnos de una nueva relación, está abriéndonos a una nueva perspectiva. No niega Jesús la realidad de la familia y todo lo que significa el amor familiar; quiere darle una nueva perspectiva, una nueva amplitud; es realmente lo que quiere que seamos nosotros.

‘Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre’. Una nueva familia quiere crear entre nosotros, con nosotros. Nos está diciendo que Dios es el único Señor de nuestra vida, y ahí está lo fundamental de lo que es el Reino de Dios, pero eso va a significar que quienes así lo reconocemos, lo vamos a hacer nosotros por una palabra que le dirijamos a Dios llamándole Padre y Señor, sino por una nueva actitud que va a haber entre todos nosotros.

Cuando decimos que aceptamos y creemos en el Reino de Dios, estamos diciendo que si Dios es Padre y Señor de todos, entre todos tiene que haber una nueva relación, un nuevo amor, un nuevo sentido de familia. Seremos su verdadera familia. Ya en otra ocasión nos dirá que su madre es el mejor modelo y ejemplo de lo que es cumplir la voluntad de Dios; es lo que ahora nosotros tenemos que comenzar a ser.

Sorprende esta nueva perspectiva, este nuevo sentido de relación entre nosotros, esa nueva familia que tenemos que constituir. Es la Buena Noticia, es el Evangelio que en verdad hoy tenemos que escuchar.

lunes, 18 de julio de 2022

Tenemos que ser profetas en medio del mundo, que con nuestra vida nos convirtamos de verdad en signo de algo nuevo y que desde Jesús nosotros podemos ofrecer

 


Tenemos que ser profetas en medio del mundo, que con nuestra vida nos convirtamos de verdad en signo de algo nuevo y que desde Jesús nosotros podemos ofrecer

Miqueas 6, 1-4. 6-8; Sal 49; Mateo 12, 38-42

También nosotros buscamos signos y señales. Y no es solo que estemos atentos a la señales que hay en la carretera para no perdernos ni para ponernos en peligros; buscamos signos que no solo son los matemáticos para ver cuando toda esta situación de crisis por la que pasamos va a cambiar; buscamos no solo la expresión que podamos ver reflejada en el rostro del médico cuando nos está auscultando para percibir o no si la enfermedad que tenemos es mala; buscamos señales de algo distinto, de que las cosas mejoren, que la enfermedad ya comienza a remitir, que no se van a volver a repetir aquellas malas experiencias por las que en alguna ocasión hemos pasado, de que ya todo está resuelto y no tenemos que seguir preocupándonos con las mismas cosas… buscamos signos, buscamos señales que quizá nos ayuden a creer en Dios, a sentir que es verdad que Dios nos ama y está con nosotros, como buscamos señales de milagros que parece que todo nos lo puedan dar por solucionado.

Buscamos signos nosotros, o los que están a nuestro lado buscan signos en nosotros de que aquello en lo que creemos es verdad; busca signos nuestro mundo en los creyentes porque en el fondo se interrogan sobre Dios, sobre la vida, sobre el sentido de las cosas; busca signos nuestra sociedad en la Iglesia porque quiere ver otra cosa, porque no siempre lo que ve le convence. ¿Qué signos damos al mundo de que Dios nos ama? ¿Seremos en verdad signos para los demás?

Escuchamos en el evangelio hoy que la gente, pero en especial los fariseos, los escribas, los dirigentes del pueblo, piden a Jesús signos para creer en El. Jesús les habla de un signo que es de su propia muerte y resurrección cuando les habla de Jonás; pero también en la respuesta de Jesús está el signo de aquella conversión de las gentes de Nínive cuando escucharon la predicación de Jonás.

Nos vale para nosotros mismos, para los que decimos que creemos en Jesús, que tenemos que descubrir las señales de su pascua, lo que en verdad significó su muerte y su resurrección; nos vale para nosotros para que comencemos a tener las mismas buenas actitudes de las gentes de Nínive que estaban dispuestas a cambiar, que se pusieron en camino de penitencia, como signo y expresión de la conversión de sus vidas a Dios.

Pero nos vale para que aprendamos a comenzar a ser signo para los demás. Todo lo que pasó Jonás desde sus dudas y sus miedos, sus huidas y sus castigos, el ser arrojado al mar o devorado por aquel cetáceo que a los tres días lo devolvería sano y salvo, hace que sea Jonás el signo. ¿Y cómo nos vamos a convertir en un signo para los demás?  ¿Cómo vamos a comenzar a ser ese signo para el mundo que nos rodea y que no cree, pero que por nuestros gestos, por nuestras actitudes, por nuestra manera de actuar y de vivir puedan comenzar a ver la luz?

Creo que es lo que nos pide hoy el mundo que sigue necesitando signos, pero que no son simplemente los hechos milagros y extraordinarios, sino lo que con nuestra vida nosotros podamos ofrecerle. Es la invitación que estamos escuchando del Señor a través de este evangelio, que seamos signos para que el mundo crea. No son palabras bonitas lo que el mundo quiere escuchar; eso ya se lo ofrecen tantos como charlatanes en la vida social o en la vida política, y la gente está desencantada. ¿Pero el mundo también estará desencantado por lo que ve en la Iglesia, por lo que ve en los cristianos?

Tenemos que ser profetas en medio del mundo, que con nuestra vida nos convirtamos de verdad en signo de algo nuevo y que desde Jesús nosotros podemos ofrecer. Necesitamos dar ese primer paso de conversión; necesitamos esa valentía para actuar de manera profética; necesitamos sentirnos llenos de la fuerza del Espíritu.

domingo, 17 de julio de 2022

No dejemos que el Señor pase de largo por nuestras vidas, ofrezcámosle generoso la hospitalidad de nuestro corazón en quien se acerca a nuestras vidas

 


No dejemos que el Señor pase de largo por nuestras vidas, ofrezcámosle generoso la hospitalidad de nuestro corazón en quien se acerca a nuestras vidas

Génesis 18, 1-10ª; Sal 14; Colosenses 1,24-28; Lucas 10, 38-42

‘No te pases de generoso’ algo así habremos escuchado en alguna ocasión cuando una persona sensible ante las carencias de los demás y generoso de corazón trata ayudar con generosidad a aquel que ve necesitado delante de sus ojos. Nos darán recomendaciones, nos señalarán protocolos de hasta dónde podemos llegar, querrán poner límites a la generosidad del corazón. Y es que quien ha aprendido de Jesús su corazón siempre estará en sintonía con el otro y muy lleno de sensibilidad para acoger y para servir, para ayudar y para ofrecer lo mejor de si mismo. ¿Cómo podremos llegar a unas actitudes y posturas tan valientes y tan generosas?

Alguien podría estar pensando, al hilo de esta reflexión, ¿y a donde se nos quiere llevar? El evangelio hoy nos ofrece el testimonio de unas personas que así supieron abrir puertas, así supieron estar disponibles, pero así, sobre todo, supieron abrir el corazón de manera que su hogar se nos presentara como ejemplo de hospitalidad y de acogida generosa, sin poner trabas ni medidas a la generosidad de su corazón.

Ha sido proverbial que cuando se nos hable de hospitalidad se nos ponga como ejemplo a los orientales, pero sobre todo a las gentes del desierto o que viven una vida trashumante buscando por lomas y desiertos el pasto y el agua para sus ganados. Quizá porque saben lo que es la soledad y lo que son las carencias de la vida, superando desconfianzas y recelos, las gentes del desierto siempre serán acogedores a los que llegan a su tienda a los que ofrecerán el pan y la sal, el agua y el ungüento como signo y señal de acogida desinteresada y generosa.

Hoy se nos habla en el evangelio de un hogar que está junto a un camino; el camino que sube de Jericó a Jerusalén, el camino que viene del desierto y lleva al encuentro de la ciudad santa, el camino también que hacían los que bajando por el valle del Jordán venían desde la lejana Galilea peregrinaban a Jerusalén y al templo en especial para la fiesta de la pascua. Un lugar propicio para tener un patio acogedor y con el cántaro siempre al borde de la cisterna para ofrecer agua fresca y descanso a los que agotados por el camino y el calor del desierto hacían camino hacia Jerusalén.

¿Sería ese el principio de las paradas de Jesús y sus discípulos en aquel hogar de Betania? El hecho está en que vemos a Jesús acogido en aquel hogar, no una sino varias veces, de manera que a Lázaro, un miembro de la familia, ya se le llamará el amigo de Jesús. La escena que nos ofrece hoy el evangelio es enormemente bella y enriquecedora. La mujer mayor de la casa se desvive por atender a sus huéspedes con todos los preparativos de la cocina, mientras que la otra hermana se ha quedado sentada a los pies de Jesús escuchando sus palabras y ofreciéndole también con su presencia el signo de esa acogida generosa en aquel hogar.

Las quejas de Marta porque María parece que nada hace y la respuesta de Jesús ha dado pie en muchas ocasiones a interpretaciones que se nos quedan cortas para valorar lo que el gesto de aquellas mujeres podía significar.

María ha escogido la parte mejor, le responde Jesús a la atareada Marta, pero no le dice que no ha de hacer lo que está haciendo, pues también es necesario para la acogida que aquel hogar viene a significar. Hay una buena noticia de salvación que llega con la presencia de Jesús a aquel hogar de Betania, y ambas, cada una a su manera y según su función, serán igualmente acogedoras ofreciendo su amistad, en el silencio de la escucha y en el servicio de ofrecer lo mejor, al Jesús que llega a sus vidas.


Cuando un caminante llegara de otros lugares a alguna de aquellas tiendas del desierto, pronto estarían con oídos atentos para escuchar las historias y noticias que aquel personaje les pudiera traer; se entablaba una mutua relación e intercambio porque a aquel caminante se le ofrecerían también las mejores viandas que en el desierto pudieran tener. Hemos escuchado en la primera lectura que Abrahán ofrece a los tres caminantes que llegan a la puerta de su tienda el mejor pan y la mejor carne de sus vacadas para que no pasaran de largo alcanzando así el favor de aquellos caminantes. Son un signo de la presencia de Dios que llega junto a Abrahán y le dejará la buena noticia de un hijo y heredero que le ha de nacer.

No dejemos que el Señor pase de largo por nuestras vidas. Es la prontitud de Abrahán para ofrecer lo mejor de sí mismo en su hospitalidad, pero ha de ser también el silencio de la escucha y la disponibilidad para el servicio que encontramos en el hogar de Betania. Así no dejaremos que Dios pase de largo por nuestras vidas, así podremos sentirnos inundados por la presencia y el amor de Dios que se derramará en nuestros corazones, así podremos llegar a sentirnos transformados en hombre nuevos llenos de generosidad que no pondremos nunca límites a la generosidad de nuestro amor.

Nos está hablando, sí, de la escucha de la Palabra de Dios; nos está hablando del corazón abierto con que hemos de venir a la oración y a nuestras celebraciones; pero nos está señalando algo más, porque Dios llega a nuestras vidas de muchas maneras y una muy importante es en el hermano que pasa a nuestro lado, las personas con las que convivimos en familia o con las que vamos compartiendo el camino de cada día; en ese extraño con quien quizá inesperadamente nos encontramos un día o en ese que por su presencia, por lo que hace o por la manera de presentarse no nos cae tan bien; en ese niño que un día levanta su mirada hacia nosotros, en ese joven que quizás nos parece que nos está mirando de lado pero que en el fondo está tendiendo su mano en búsqueda de algo, o en ese anciano que solo se sienta a la puerta de su casa a contar sus historias.

¿Cómo es nuestra acogida y escucha? ¿Cómo es la manera de prestarles atención? ¿Cómo pacientemente nos sentamos a su lado para escuchar sus lamentos o sus tristezas?  ¿Cómo somos capaces de ponernos a hacer camino junto a él aunque sea un desconocido para nosotros?  No dejemos que el Señor pase de largo por nuestras vidas.