domingo, 17 de julio de 2022

No dejemos que el Señor pase de largo por nuestras vidas, ofrezcámosle generoso la hospitalidad de nuestro corazón en quien se acerca a nuestras vidas

 


No dejemos que el Señor pase de largo por nuestras vidas, ofrezcámosle generoso la hospitalidad de nuestro corazón en quien se acerca a nuestras vidas

Génesis 18, 1-10ª; Sal 14; Colosenses 1,24-28; Lucas 10, 38-42

‘No te pases de generoso’ algo así habremos escuchado en alguna ocasión cuando una persona sensible ante las carencias de los demás y generoso de corazón trata ayudar con generosidad a aquel que ve necesitado delante de sus ojos. Nos darán recomendaciones, nos señalarán protocolos de hasta dónde podemos llegar, querrán poner límites a la generosidad del corazón. Y es que quien ha aprendido de Jesús su corazón siempre estará en sintonía con el otro y muy lleno de sensibilidad para acoger y para servir, para ayudar y para ofrecer lo mejor de si mismo. ¿Cómo podremos llegar a unas actitudes y posturas tan valientes y tan generosas?

Alguien podría estar pensando, al hilo de esta reflexión, ¿y a donde se nos quiere llevar? El evangelio hoy nos ofrece el testimonio de unas personas que así supieron abrir puertas, así supieron estar disponibles, pero así, sobre todo, supieron abrir el corazón de manera que su hogar se nos presentara como ejemplo de hospitalidad y de acogida generosa, sin poner trabas ni medidas a la generosidad de su corazón.

Ha sido proverbial que cuando se nos hable de hospitalidad se nos ponga como ejemplo a los orientales, pero sobre todo a las gentes del desierto o que viven una vida trashumante buscando por lomas y desiertos el pasto y el agua para sus ganados. Quizá porque saben lo que es la soledad y lo que son las carencias de la vida, superando desconfianzas y recelos, las gentes del desierto siempre serán acogedores a los que llegan a su tienda a los que ofrecerán el pan y la sal, el agua y el ungüento como signo y señal de acogida desinteresada y generosa.

Hoy se nos habla en el evangelio de un hogar que está junto a un camino; el camino que sube de Jericó a Jerusalén, el camino que viene del desierto y lleva al encuentro de la ciudad santa, el camino también que hacían los que bajando por el valle del Jordán venían desde la lejana Galilea peregrinaban a Jerusalén y al templo en especial para la fiesta de la pascua. Un lugar propicio para tener un patio acogedor y con el cántaro siempre al borde de la cisterna para ofrecer agua fresca y descanso a los que agotados por el camino y el calor del desierto hacían camino hacia Jerusalén.

¿Sería ese el principio de las paradas de Jesús y sus discípulos en aquel hogar de Betania? El hecho está en que vemos a Jesús acogido en aquel hogar, no una sino varias veces, de manera que a Lázaro, un miembro de la familia, ya se le llamará el amigo de Jesús. La escena que nos ofrece hoy el evangelio es enormemente bella y enriquecedora. La mujer mayor de la casa se desvive por atender a sus huéspedes con todos los preparativos de la cocina, mientras que la otra hermana se ha quedado sentada a los pies de Jesús escuchando sus palabras y ofreciéndole también con su presencia el signo de esa acogida generosa en aquel hogar.

Las quejas de Marta porque María parece que nada hace y la respuesta de Jesús ha dado pie en muchas ocasiones a interpretaciones que se nos quedan cortas para valorar lo que el gesto de aquellas mujeres podía significar.

María ha escogido la parte mejor, le responde Jesús a la atareada Marta, pero no le dice que no ha de hacer lo que está haciendo, pues también es necesario para la acogida que aquel hogar viene a significar. Hay una buena noticia de salvación que llega con la presencia de Jesús a aquel hogar de Betania, y ambas, cada una a su manera y según su función, serán igualmente acogedoras ofreciendo su amistad, en el silencio de la escucha y en el servicio de ofrecer lo mejor, al Jesús que llega a sus vidas.


Cuando un caminante llegara de otros lugares a alguna de aquellas tiendas del desierto, pronto estarían con oídos atentos para escuchar las historias y noticias que aquel personaje les pudiera traer; se entablaba una mutua relación e intercambio porque a aquel caminante se le ofrecerían también las mejores viandas que en el desierto pudieran tener. Hemos escuchado en la primera lectura que Abrahán ofrece a los tres caminantes que llegan a la puerta de su tienda el mejor pan y la mejor carne de sus vacadas para que no pasaran de largo alcanzando así el favor de aquellos caminantes. Son un signo de la presencia de Dios que llega junto a Abrahán y le dejará la buena noticia de un hijo y heredero que le ha de nacer.

No dejemos que el Señor pase de largo por nuestras vidas. Es la prontitud de Abrahán para ofrecer lo mejor de sí mismo en su hospitalidad, pero ha de ser también el silencio de la escucha y la disponibilidad para el servicio que encontramos en el hogar de Betania. Así no dejaremos que Dios pase de largo por nuestras vidas, así podremos sentirnos inundados por la presencia y el amor de Dios que se derramará en nuestros corazones, así podremos llegar a sentirnos transformados en hombre nuevos llenos de generosidad que no pondremos nunca límites a la generosidad de nuestro amor.

Nos está hablando, sí, de la escucha de la Palabra de Dios; nos está hablando del corazón abierto con que hemos de venir a la oración y a nuestras celebraciones; pero nos está señalando algo más, porque Dios llega a nuestras vidas de muchas maneras y una muy importante es en el hermano que pasa a nuestro lado, las personas con las que convivimos en familia o con las que vamos compartiendo el camino de cada día; en ese extraño con quien quizá inesperadamente nos encontramos un día o en ese que por su presencia, por lo que hace o por la manera de presentarse no nos cae tan bien; en ese niño que un día levanta su mirada hacia nosotros, en ese joven que quizás nos parece que nos está mirando de lado pero que en el fondo está tendiendo su mano en búsqueda de algo, o en ese anciano que solo se sienta a la puerta de su casa a contar sus historias.

¿Cómo es nuestra acogida y escucha? ¿Cómo es la manera de prestarles atención? ¿Cómo pacientemente nos sentamos a su lado para escuchar sus lamentos o sus tristezas?  ¿Cómo somos capaces de ponernos a hacer camino junto a él aunque sea un desconocido para nosotros?  No dejemos que el Señor pase de largo por nuestras vidas.

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