sábado, 16 de julio de 2022

Abramos los ojos para ver la luz, abramos los ojos para sensibilizarnos con lo que hay a nuestro alrededor, abramos los ojos para que comencemos a derramar amor

 


Abramos los ojos para ver la luz, abramos los ojos para sensibilizarnos con lo que hay a nuestro alrededor, abramos los ojos para que comencemos a derramar amor

Miqueas 2, 1-5; Sal 9; Mateo 12, 14-21

La luz nos chirría en los ojos. Vamos a decirlo así, es como una metáfora; empleando esa palabra, chirriar, más bien nos parecería que nos referimos a los oídos, pero quien emplearla así, tal como me salió de entrada. Y es que la luz en ocasiones nos molesta; unos ojos acostumbrados a las sombras y andar entre oscuridades, cuando salen a la luz se ciegan, parece que no pueden ver.

Pero a lo que nos queremos referir no es que no podamos recibir la luz, es que en ocasiones no queremos recibir la luz, preferimos nuestras sombras, así no nos enteramos de la verdad; nos molestan las verdades en la vida, hoy ocasiones en que no queremos escucharlas. Preferimos seguir en nuestras sombras sin ver la realidad; el bien que hacen los que están a nuestro lado nos molesta, no queremos enterarnos, si pudiéramos lo ocultaríamos, porque se puede convertir en una denuncia para nuestra vida, que no siempre opta por esos caminos de bien.

Molestaba Jesús y quieren quitárselo de en medio. Andan tramando cómo quitarlo de en medio, nos dice hoy el evangelio. La presencia de Jesús era en sí misma denuncia para sus vidas. ¿Cómo podría pasar Jesús al lado de una persona que estuviera sufriendo y no la remediara? Hay una forma, cerrar los ojos, para no ver y para no enterarnos. Pero Jesús nos cierra los ojos, Jesús va allí donde está la vida y está el sufrimiento, Jesús abre las puertas y si es necesario deja que le rompan los tejados, para que todo el sufre pueda llegar hasta El. Lo vemos repetidamente en el evangelio.

Ahora han pretendido que Jesús no curara al hombre de la mano paralítica o a aquel que estaba poseído por el mal, porque era sábado, porque estaba en la sinagoga, porque ese día no se puede trabajar, porque la sinagoga no es un consultorio médico sino un lugar para rezar.

Pero Jesús cura a uno y otro, Jesús se acerca a todos los que están sufriendo, aunque tenga que buscarlo en el barullo de la piscina probática, aunque tenga que detenerse por las calles de Jerusalén para fijarse en el ciego que está pidiendo al borde de la calle, aunque pare su camino de subida a Jerusalén porque Bartimeo está gritando al borde del camino desde su ceguera. Jesús se acerca a todos y deja que todos se acerquen a El.

Ojalá aprendiéramos a ir con los ojos abiertos por la vida, con la antena de nuestra sintonía levantada, con los ojos y oídos atentos para escuchar el clamor de tantos a nuestro lado. Pensamos que todos son felices, porque muchas veces eso queremos aparentar, o porque eso nosotros queremos ver, porque no queremos enterarnos de lo que sucede alrededor.

Hay sufrimiento, hay corazones rotos, hay muchas soledades, hay muchos dramas, hay muchas tensiones entre unos y otros porque no se ha sabido encontrar esa paz interior, hay mucha gente que se siente desorientada y no sabe qué rumbo tomar en la vida. Muchas de las cosas que vemos en ocasiones son escapatorias de las que se valen muchos para calmar o disimular sus angustias o sus sufrimientos. Y nosotros vamos por la vida tan insensibles, pensando siempre que todo marcha bien. ¿Nos chirrían los ojos, como decíamos al principio?

A Jesús no le dejarán actuar en la sinagoga y andan al acecho detrás de él, pero vemos que se va a todas partes y son muchos los que le siguen y a todos cura, a todos sana allá en lo más hondo de sus corazones. Y el evangelista recuerda la profecía del que viene lleno del Espíritu del Señor y no quebrará la caña cascada ni apagará la mecha humeante. Todo los renueva, todo lo llena de vida, todo lo hace florecer de nuevo, todo lo hace brillar con nueva luz.

¿No nos dice algo todo eso a nosotros? ¿Qué hacemos? ¿Qué estamos haciendo? Abramos los ojos para ver la luz, abramos los ojos para sensibilizarnos con lo que hay a nuestro alrededor, abramos los ojos para que comencemos a derramar amor.

viernes, 15 de julio de 2022

Llenemos de nuestro corazón de compasión y misericordia para saber comprender, valorar y descubrir toda la riqueza espiritual que podemos encontrar en el otro

 


Llenemos de nuestro corazón de compasión y misericordia para saber comprender, valorar y descubrir toda la riqueza espiritual que podemos encontrar en el otro

Isaías 38, 1-6. 21-22. 7-8; Sal.: Is. 38, 10-12; Mateo 12, 1-8

Algunas veces somos incongruentes y contradictorios. Según nos vaya o nos pueda ir, aceptamos o no aquello que nos parece que más nos conviene. Somos los más rebeldes del mundo a todo lo que signifique norma que para nosotros pueda representar imposición, pero nos llenamos de reglamentos, de protocolos, de reglas de todas clases con las que decimos que pretendemos tener todo muy asegurado y en orden para saber en todo momento lo que tenemos que hacer. Y entretenidos andamos con esos protocolos pero hacemos las cosas sin vida, sin hondura, sin encontrarle un hondo significado y valor. ¿De qué nos vale que andemos así?

Pero esto no es nuevo, esto es algo que siempre nos ha sucedido, pero no por eso debemos de contentarnos, relajarnos o no darle importancia. Creo que en nuestra madurez humana hemos de saber encontrar el sentido de las cosas, y darle valor a lo que realmente es primordial. No se trata de rechazar sin más aquello que no nos guste o muchas veces se pueda convertir en una rutina de nuestra vida, sino saberle encontrar el sentido y el valor a lo que hacemos. Siempre tenemos que buscar el valor de la persona, siempre busquemos el mejor trato que podamos tener con los que están a nuestro lado, siempre llenemos de nuestro corazón de compasión y misericordia para saber comprender, para saber valorar, para saber descubrir también la riqueza espiritual que podemos encontrar en la otra persona.

Algunos le preguntaban a Jesús si venía a abolir la ley porque quería hacer algo nuevo, pero otros se aferraban a sus costumbres y rituales, aunque algunas veces hubieran perdido su sentido al realizarlas. Ahora andaban muy preocupados por el tema de los ayunos y de las penitencias que habían de imponerse o por los cumplimientos escrupulosos del descanso sabático.

Estaban los estrictos en la ley y en sus normas como eran los fariseos que lo llevaban hasta el escrúpulo más opresivo; había escuchado a Juan, por otra parte, cuando preparaba los caminos del Señor que les invitaba a la conversión para entender y aceptar el mundo nuevo que llegaba, pero para muchos aquellas palabras de Juan parecía que se quedaban en una invitación al ayuno. ¿No pedía Juan la conversión de sus corazones para poder aceptar al Mesías? Aquel enderezar caminos iba con ese sentido de renovación profunda de los corazones, pero quizá con las influencias de los que parecían los mayores cumplidores de la sociedad, como eran los fariseos, todo se había quedado en recordar los ayunos, por aquella austeridad que Juan había vivido en el desierto.

Ahora reclaman a Jesús que sus discípulos no ayunaban o hacían lo que no estaba permitido el sábado cuando arrancaban espigas en el camino para estrujarlas en sus manos y echarse a la boca unos granos. Ante la terquedad y cerrazón de aquellos corazones Jesús les dice que si no recuerdan lo que también está escrito en los profetas, misericordia quiero y no sacrificios. Era difícil de entender para algunos a los que parecía que la ley estaba por encima de todo. ¿De qué me vale todos los sacrificios que yo pueda ofrecer al Señor si mi corazón está encerrado en mi mismo y no soy capaz de tener la mínima compasión con el hermano que sufre a mi lado? ¿De qué me vale ese estricto cumplimiento de la ley si no soy capaz de ser compasivo y misericordioso con los demás?

Miremos si eso nos sigue pasando a nosotros hoy. Yo soy el primero que me miro a mi mismo cuando os hago estas reflexiones y no es que yo brille con mucha luz. No podemos faltar a la Iglesia para ir a misa el domingo, pero no tengo compasión con el que me encuentro en el camino, no soy capaz de perdonar al vecino al que le sigo guardando rencor por algo que me hizo y yo no olvido y al que no le dirijo la palabra. ¿Dónde está esa misericordia en mi vida? ¿Dónde reflejo yo con mis actos la misericordia del Señor de la que tengo que ser signo?

jueves, 14 de julio de 2022

Hay cansancios que van más allá del agotamiento físico porque las situaciones de la vida nos meten en tensión, Jesús nos dice que vayamos a El que es nuestro descanso

 


Hay cansancios que van más allá del agotamiento físico porque las situaciones de la vida nos meten en tensión, Jesús nos dice que vayamos a El que es nuestro descanso

Isaías 26, 7-9. 12. 16-19; Sal 101; Mateo 11, 28-30

¡Qué cansado estoy! Seguramente lo habremos escuchado más de una vez al amigo, al familiar, o acaso lo hayamos dicho nosotros mismos. Llegamos al final de la tarde después de una jornada de intensa tarea y ya no damos un duro por nosotros mismos, nos sentimos agotados, sin fuerzas, estamos ansiosos por llegar al momento del descanso.

Pero hay otro cansancio anímico que se nos mete en el alma, nos sentimos sin ánimos y ya no es cuestión solo de fuerzas físicas, sino de ese entusiasmo necesario por emprender las cosas; vivimos en medio de tensiones, producidas por el mismo trabajo, pero también por los aconteceres de la vida y cuando vivimos como en una olla de presión al final la válvula si no está bien asegurada puede saltar; y es ese decaimiento que se nos mete en el alma, ese sentirnos quizás como aburridos porque nos agobian los problemas, porque las cosas no nos salen, porque tropezamos siempre en lo mismo, porque nos volvemos a encontrar con aquellas personas que no nos agradan o ya su presencia es un daño para nuestra vida, porque no avanzamos como nosotros quisiéramos, queremos superarnos en tantas cosas pero caemos de nuevo en las mismas rutinas, las mismas malas ‘mañas’, las mismas malas costumbres, y nos sentimos desalentado porque no vemos el avance que quisiéramos en la vida.

Y hoy Jesús nos dice que si estamos cansados y agobiados vayamos a El, es nuestro descanso y nuestra fortaleza. Contar con Jesús, contar a Jesús, eso ha de ser nuestra oración; no vamos solo a recapitular nuestros triunfos y hacer alarde de las cosas buenas que hacemos, como aquel fariseo de la parábola del evangelio cuando subió al templo a orar, sino que vamos a llevar todos esos nuestros agobios y cansancios y a ponerlos a los pies de Jesús. ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré’.

Algunas veces decimos que cuando vamos a la oración, tenemos que dejar a la puerta todas aquellas cosas que nos pueden distraer de nuestro encuentro con Dios, pero también tenemos que decir que cuando vamos a la oración tenemos que llevar todo eso que es nuestra vida también con nuestros cansancios y con nuestros agobios; para tratar de ello con Jesús, para dejarnos iluminar por su luz, para mirarlos con una mirada distinta – todo eso nos vamos a encontrar – pero también para descansar en el Señor.

Y también nos dice que aprendamos de El. ‘Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas’. Lo necesitamos. Esos mismos agobios de la vida nos ponen nerviosos, aparecen sensibilidades que no somos capaces de controlar; las cosas nos alborotan, nos hace perder la paz, nos sentimos intranquilos, todo nos cansa, nos cuesta ya hasta las más mínimas cosas que hemos de tener o hacer en relación con los nuestros, con los más cercanos, todo nos hiere y nos molesta. Aprendamos de la mansedumbre del corazón de Cristo; aprendamos ese camino de humildad para no alborotarnos con nuestra soberbia que pronto nos exalta y despierta en nosotros violencias que en otro momento no hubiéramos tenido.

Sepamos ir hasta Jesús, que sea auténtica nuestra oración, que haya un encuentro vivo con El, que comencemos a impregnarnos de su paz, que llenemos el corazón de esa mansedumbre; veremos a Dios, nos llenaremos de Dios, haremos brillar la paz de Dios en la tierra.

miércoles, 13 de julio de 2022

Hagamos camino con el camino de Jesús que no es otro que nuestro propio camino que quiere hacer con nosotros para revelarnos todo el misterio del amor de Dios

 


Hagamos camino con el camino de Jesús que no es otro que nuestro propio camino que quiere hacer con nosotros para revelarnos todo el misterio del amor de Dios

Isaías 10, 5-7. 13-16; Sal 93; Mateo 11, 25-27

Es justo y humano que queramos crecer en conocimientos; podríamos decir que es exigencia de nuestra condición humana, pues en nuestra dignidad como personas estamos dotados de una inteligencia y de una voluntad, que nos engrandece. Exigencia, porque tenemos que desarrollar nuestras capacidades; exigencia porque desde esa inteligencia vamos creciendo en el conocimiento y crecer en el conocimiento es una manera de crecer como personas, pero es lo que intelectualmente nos hace ir investigando, creando esa cultura científica en todos los aspectos. Decimos que una faceta de esa sabiduría es ese crecimiento de conocimientos y todo ese desarrollo que podemos ir haciendo de nosotros mismos y de nuestro mundo.

Algo que tendría que hacernos más humanos, crear humanidad en nuestras relaciones como en nuestra manera de ser, reconociendo incluso nuestras limitaciones aunque cada día vayamos avanzando más y más. Esa ciencia, ese conocimiento no nos puede hacer autosuficientes para creernos dioses o para ponernos por encima de los demás, aun cuando no hayan sido capaces de ese desarrollo al que nosotros hemos llegado. Esa autosuficiencia y ese orgullo a la larga nos destruyen como personas y nos impedirán alcanzar otra sabiduría de la vida que nos viene, por así decirlo, por otro camino.

Decíamos que es exigencia de nuestra propia humanidad, pero que también lo podemos descubrir como una exigencia de nuestra fe; y no tiene por qué haber enfrentamiento entre esa sabiduría que vamos alcanzando en nuestro desarrollo y nuestra fe. Es necesario un camino de humildad, de reconocimiento incluso de aquello a lo que no podemos llegar por nosotros mismos.

Nos sorprende Jesús hoy con sus palabras. Nunca nos podemos acostumbrar a las palabras de Jesús y darlas siempre por conocidas y entendidas. Da gracias al Padre porque ha querido rebelarse, no a los sabios y entendidos, sino a los que son pequeños, a los que han sabido ser pequeños.

¿Reñida esa revelación de Dios con el desarrollo de nuestra inteligencia y de nuestra ciencia? De ninguna manera. Es la actitud del que se cree entendido lo que le hace incapaz de recibir esa revelación de Dios; la autosuficiencia de creer que todo nos lo podemos saber por nosotros mismos nos cierra a lo más grande que podemos recibir, esa revelación que Dios hace de si mismo. No hay ninguna contradicción con lo que hemos venido diciendo, sino todo lo contrario. Es una sabiduría que solo podemos recibir de Dios pero si tenemos el corazón humilde y abierto como para dejarnos enseñar por Dios.

Es lo que recibimos por Jesús, Palabra y revelación de Dios. ‘Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’. Jesús quiere revelársenos, Jesús viene del Padre y nos revela el misterio de Dios, Jesús es la luz que nos ilumina, pero como nos sucede tantas veces por nuestra autosuficiencia las tinieblas no quieren recibir la luz.

Recorramos las páginas del evangelio y veremos quienes son los que escuchan a Jesús; aquellos que han llenado su corazón de autosuficiencia, los veremos que siempre están a distancia de Jesús, al acecho; pero quienes son pequeños y saben hacerse pequeños, aquellos que caminan con corazón pobre y humilde serán los que escuchan y siguen a Jesús.

¿Cuál es nuestra posición ante Jesús? ¿Nos quedaremos quizás en mirar de lejos para filtrar las palabras y los gestos de Jesús? ¿Seremos capaces de ponernos a pie de calle para caminar al lado de Jesús, aunque muchas veces el camino se haga duro o se haga calle de amargura que nos lleve al Calvario para dejarnos inundar por el amor de Jesús?

El ha venido a caminar a nuestro lado, a hacer nuestros caminos, a llegar a la casa de la suegra de Pedro donde hay sufrimiento o a la casa de Jairo donde están las plañideras de la muerte, pero el viene para curarnos, para llenarnos de la vida y de la sabiduría de Dios. Hagamos camino con su camino que no es otro que nuestro camino que Jesús quiere hacer con nosotros.

martes, 12 de julio de 2022

Decir bonitas palabras y hacer promesas es fácil, realizarlo cada día, ya es otra cosa, pronto volvemos a la rutina, dejémonos envolver por la gracia del Señor

 


Decir bonitas palabras y hacer promesas es fácil, realizarlo cada día, ya es otra cosa, pronto volvemos a la rutina, dejémonos envolver por la gracia del Señor

Isaías 7, 1-9; Sal 47; Mateo 11, 20-24

A veces no somos lo suficientemente agradecidos; diera la impresión de que nos creemos que lo merecemos todo; y ya no es solo que en el momento en que recibimos algo de los demás nos surja o no la palabra de gratitud, sino que el agradecimiento se ha de manifestar en la actitud que tenemos hacia esas personas que han sido buenas con nosotros. No es que le vayamos a pagar lo que generosamente han hecho, porque no nos lo aceptarían, pero si es necesario tener unas buenas actitudes hacia esas personas que manifiesten que en verdad estamos agradecidos. Es algo muy sutil muchas veces, pero es necesaria esa delicadeza que no siempre tenemos. Pronto olvidamos lo que hemos recibido sin merecimiento. Algunas veces, cuando uno se da cuenta, no sabe como corregir esos olvidos de muestra de nuestra ingratitud y nuestra falta de delicadeza.

Esto que tiene una referencia muy clara a lo que son nuestras relaciones humanas con las personas con las que convivimos nos puede servir también para que recapacitemos y veamos lo que es nuestra relación con Dios y las muestras de agradecimiento que tenemos ante su amor.

¿Nos sucederá a nosotros algo semejante a lo de los leprosos que nos cuenta en una ocasión el evangelio? Habían suplicado al Maestro que les curara y Jesús les envió a que se presentaran a los sacerdotes para cumplir con todos los requisitos de la ley para una vez curados poder ser admitidos de nuevo en la comunidad. Pero uno de aquellos leprosos antes de acudir a cumplir con aquellos requisitos legales, se vino a los pies de Jesús para darle gracias porque lo había curado. ‘¿Los otros nueve dónde están?’ se pregunta Jesús. Nos preguntará que dónde estamos nosotros tras tanto que hemos recibido de sus manos.

Es la recriminación que hoy le vemos a hacer a aquellas ciudades de Galilea donde había anunciado la Buena Noticia del Reino de Dios y tantos signos había realizado, Corozaín, Betsaida y la misma Cafarnaún. Y las compara Jesús con otras ciudades que no habían recibido los beneficios de la presencia de Jesús, pero que si en ellas se hubieran realizado los milagros y signos que allí había realizado, seguro que hubieran emprendido el camino de la conversión.

Quizá en el momento en que Jesús había obrado milagros en aquellos lugares, muchos saldrían alabando a Dios que realiza tales cosas. Como tantos que cuando contemplaban las obras de Jesús se deshacían en alabanzas y bendiciones; son los momentos de fervor, que pronto se apagan, pronto nos enfriamos; son los momentos de los buenos propósitos, que cuando pasan unos días y volvemos a la rutina de siempre pronto olvidamos. Nos pasa tantas veces. Son tantas nuestras promesas y propósitos; son tantas las ocasiones en que nos decimos ahora sí voy a cambiar y desde ahora las cosas serán distintas, pero a la vuelta de la esquina volvimos con nuestras rutinas y nuestras malas costumbres.

Decir bonitas palabras es fácil, realizarlo en la vida de cada día, ya es otra cosa; qué pronto volvemos a la rutina, qué pronto volvemos a encerrarnos en nosotros, que pronto nuestra mirada se vuelve turbia otra vez, qué pronto dejamos de ver la presencia del Señor en aquel que nos sale al encuentro en el camino. Qué débiles e inconstantes somos.

Dejémonos envolver por la gracia del Señor que sea la que nos guíe y la que nos de fuerza, la que sea nuestra inspiración y la que nos impulse a actuar sin ningún temor y siempre con corazón agradecido. Cuánto tenemos que orar al Señor para lograrlo.

lunes, 11 de julio de 2022

Vivimos tan inmersos en estas luchas de cada día, de aquí abajo que parece no tuviéramos en cuenta esa trascendencia de vida eterna que nos da nuestra fe

 


Vivimos tan inmersos en estas luchas de cada día, de aquí abajo que parece no tuviéramos en cuenta esa trascendencia de vida eterna que nos da nuestra fe

 Proverbios 2, 1-9; Sal 33; Mateo 19, 27-29

Algunas veces nos preguntamos y por qué actué yo así, por qué tuve esa reacción airada quizás, altanera y orgullosa, o por qué me desentendí de forma egoísta ante la situación o el problema que se nos planteaba. No vamos a echarle la culpa a nadie, porque quizás denota una inmadurez en nosotros, pero sí hemos de reconocer que en la sociedad en la que estamos, vivimos situaciones tan contradictorias, vemos el actuar de la gente llena de malicia, o también aquellos que se quieren aprovechar de los demás y no hacen nada por si mismos para salir del barranco en el que se han metido, que de alguna manera nosotros reaccionamos, nos sentimos insatisfechos, nos parece que se están aprovechando de nosotros y surgen nuestras iras y violencias, nuestras actitudes y posturas egoístas y parece que hay hasta contradicción dentro de nosotros mismos porque no siempre concuerda lo que decimos y pensamos de lo que luego realmente hacemos.

¿Nos hundimos? ¿Nos sentimos fracasados? Decir en una palabra que no estamos contentos con nosotros mismos. Y no vamos a justificarnos.

Hoy se nos ofrece un hermoso texto del libro de los Proverbios, unos de los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Nos habla de sensatez, sabiduría, prudencia, rectitud... unos valores que bien necesitamos en el día a día de nuestra vida. Si lo tuviéramos más en cuenta sabríamos actuar con mayor madurez, no nos dejaríamos llevar por el primer impulso, sabríamos leer aquellos acontecimientos de la vida con los que vamos tropezando haciendo una lectura distinta, no mostraríamos esas incongruencias con que tantas veces nos manifestamos en la vida.

Tenemos que aprender a encontrar esa sabiduría de Dios para descubrir ese sentido nuevo que hemos de irle dando a las cosas que realizamos. Sabríamos tener la fortaleza necesaria para sobreponernos en aquellas cosas que nos desagradan, pero para actuar de una manera nueva; no vamos nosotros a actuar de la misma manera que lo hacen todos, porque denotaríamos la poca sabiduría que hay en nosotros y la poca hondura espiritual.

¿Cuál es la razón última por la que nosotros actuamos? No pretendemos buscarnos el agrado del mundo, no buscamos merecimientos para subirnos en pedestales en nuestra vida; es la rectitud con que queremos actuar, pero es también la meta final de hacer más presente en nuestro mundo el Reino de Dios, con la esperanza de que un día lo podremos alcanzar en plenitud.

¿Qué vamos a alcanzar nosotros que lo hemos dejado todo para seguirte?, le preguntan un día a Jesús los discípulos más cercanos. Jesús había hablado de negarse a sí mismos, de ser capaz de renunciar incluso a una familia, o de no tener seguridades humanas en las que apoyarse. Jesús les dirá que si viven en fidelidad, si han sido capaces de desprenderse de todo, no les va a faltar porque para ellos es el ciento por uno, pero hay una promesa final que no podemos olvidar. ‘Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna’. Aquí está manifestada la recompensa final, ‘heredará la vida eterna’.

Vivimos tan inmersos en estas luchas de aquí abajo de cada día que parece no tuviéramos en cuenta esa trascendencia de nuestra vida. ¿Pensamos en verdad en la vida eterna? Y no es cuestión de hacerse imaginaciones de cómo será esa vida eterna, sino fiarnos de la palabra de Jesús que nos habla de que nos prepara unas estancias y vendrá y nos llevará con El, y el Padre y El vendrán y habitarán también nosotros. Es estar en la plenitud de Dios, en la plenitud de la vida de Dios. Y eso para siempre, con la eternidad de Dios.

No lo perdamos de vista en nuestro quehacer de cada día, no lo perdamos de vista en las motivaciones últimas que tenemos para nuestro actuar y vivir la vida cristiana, para superarnos cada día, para llenarnos de esa sabiduría de Dios que nos enseñe un nuevo actuar. Es vivir la plenitud del Reino de Dios.

domingo, 10 de julio de 2022

La cuestión final no está en haber visto al prójimo, saber que está ahí y cuál es la situación en la que se encuentra, sino en portarse como prójimo con él

 


La cuestión final no está en haber visto al prójimo, saber que está ahí y cuál es la situación en la que se encuentra, sino en portarse como prójimo con él

Deuteronomio 30, 10-14; Sal 68; Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37

No es lo mismo ver a alguien que encontrarse con una persona. Habrá sucedido más de una vez vamos por la calle y vemos a alguien a lo lejos, pero buscamos la manera de desviarnos para no encontrarnos con ella. La viste, pero no te encontraste. Muchas razones (¿?) porque no nos apetecía, porque te iban a decir si me veían con esa persona, no era de mi agrado, un día me dijeron, es una latosa y no quiero perder el tiempo… mil razones que nos buscamos, mil disculpas, mil disimulos, mil vueltas y más vueltas.

Como cuando hacemos preguntas que ya de antemano sabemos la respuesta, pero a ver qué me dice, o a ver la vuelta que le puedo dar, o no queremos entender y volver con la pregunta es dar más vueltas para olvidarnos de lo que sabemos que es lo principal, o queremos que la respuesta coincida con mis intereses, mis planteamientos y nos volvemos retorcidos en lo que preguntamos porque queremos hacer decir lo que a nosotros nos conviene.

Cosas así estamos viendo en el evangelio de hoy. Aquel letrado se acercó a Jesús con una pregunta que para el letrado ya estaba en sí misma contestada. ‘Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ ¿Preguntaba por los mandamientos? La primera respuesta que le da Jesús es hacerle repetir lo que todos sabían bien de memoria, lo que estaba escrito en la ley, lo que todo buen judío repetía casi como una oración cada vez que salía o entraba de casa. Pero buscaba recetas, a ver unas cuantas cosas que no sean muy difíciles que yo haga y repita y con eso ya está todo logrado. Pero el mandamiento del Señor no son recetas, no es una simple lista de cosas que tengamos que hacer y ya nos quedamos tranquilos.

 Cuando es el mismo letrado el que ahora tendrá que responder a la pregunta de Jesús sobre lo que está escrito en la ley, ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo’, Jesús le dirá que lo haga y que tendrá vida. Pero parece que para él no ha habido la respuesta que buscaba. Por eso preguntará ‘y, ¿quién es mi prójimo?’

Pero al final, cuando hayamos terminado de escuchar todo lo que ahora nos dice Jesús con la parábola, quizá más que preguntarse quién es tu prójimo será preguntarse si uno se comporta como prójimo de aquellos con los que nos encontramos por el camino. Porque no podemos ir por la vida no queriendo ver a las personas para no encontrarnos con ellas, como ya decíamos al principio. Es no tener miedo de encontrarte de frente con esa persona que está gimiendo bajo el peso de su dolor, que está ante tí con sus desgarros en el alma, que lo tenemos ante los ojos no ya tanto con una ropa andrajosa sino quizá con diferencias en la vida que nos pudieran repugnar porque nos vamos haciendo tantas distinciones y diferencias que siempre tenemos que ven algún tipo de andrajo en la otra persona para no querer acercarnos a ella.

Y eres tú, y yo soy el que tiene que portarse como prójimo de esa persona, porque nos ponemos en su cercanía, a su lado, porque sentimos el gemido de su dolor o sus lágrimas nos pueden salpicar y tenemos que ser paño de lágrimas para esa persona, porque tendemos nuestra mano sin ningún temor de contagio (ahora nos saludamos chocando los codos) porque queremos curar sus heridas, porque queremos acompañarle en ese camino que está haciendo, porque vamos a llevarla del brazo en ese estado de recuperación de dignidad que quizás pueda necesitar y nosotros le vamos a ofrecer.

No me entretengo en detalles de la parábola que son de muy rico significado porque ya todos los conocemos y lo habremos meditado muchas veces. Queda esa última pregunta que ahora es Jesús el que la hace, nos la hace. ‘¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?’ Porque la cuestión final no está en haber visto a ese prójimo, saber que está ahí y cuál es la situación en la que se encuentra, sino en portarse como prójimo con él. No nos valen disculpas, no nos valen los rodeos, no nos vale el hacernos los ciegos o desentendidos, lo importante es lo que hacemos. ‘Anda y haz tú lo mismo’, nos dice Jesús.

Y cuando estamos haciendo esto estamos mostrando de verdad lo que es el amor que a Dios le tenemos. Por eso, ya en el mismo texto de la Ley junto a lo que ha de ser, cómo ha de ser el amor que le tengamos a Dios, ‘con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente’, inmediatamente se nos dice, ‘y a tu prójimo como a tí mismo’.

Como nos decía el libro del Deuteronomio, ‘este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable. No está en el cielo…,.ni está más allá del mar… El mandamiento está muy cerca de tí: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas’. Dios no nos obliga a hacer cosas porque sí, lo que quiere el Señor es que vivamos con toda dignidad, pero no solo pensando en nosotros mismos sino pensando en la dignidad y grandeza de los demás que por eso siempre merecerán nuestro amor. Es el amor el que en verdad nos hace grandes porque en verdad nos hace parecernos a Dios, tan bien reflejado en su misericordia en la parábola que Jesús nos ofrece. Es lo que en verdad hemos de preocuparnos de hacer.