domingo, 10 de julio de 2022

La cuestión final no está en haber visto al prójimo, saber que está ahí y cuál es la situación en la que se encuentra, sino en portarse como prójimo con él

 


La cuestión final no está en haber visto al prójimo, saber que está ahí y cuál es la situación en la que se encuentra, sino en portarse como prójimo con él

Deuteronomio 30, 10-14; Sal 68; Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37

No es lo mismo ver a alguien que encontrarse con una persona. Habrá sucedido más de una vez vamos por la calle y vemos a alguien a lo lejos, pero buscamos la manera de desviarnos para no encontrarnos con ella. La viste, pero no te encontraste. Muchas razones (¿?) porque no nos apetecía, porque te iban a decir si me veían con esa persona, no era de mi agrado, un día me dijeron, es una latosa y no quiero perder el tiempo… mil razones que nos buscamos, mil disculpas, mil disimulos, mil vueltas y más vueltas.

Como cuando hacemos preguntas que ya de antemano sabemos la respuesta, pero a ver qué me dice, o a ver la vuelta que le puedo dar, o no queremos entender y volver con la pregunta es dar más vueltas para olvidarnos de lo que sabemos que es lo principal, o queremos que la respuesta coincida con mis intereses, mis planteamientos y nos volvemos retorcidos en lo que preguntamos porque queremos hacer decir lo que a nosotros nos conviene.

Cosas así estamos viendo en el evangelio de hoy. Aquel letrado se acercó a Jesús con una pregunta que para el letrado ya estaba en sí misma contestada. ‘Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ ¿Preguntaba por los mandamientos? La primera respuesta que le da Jesús es hacerle repetir lo que todos sabían bien de memoria, lo que estaba escrito en la ley, lo que todo buen judío repetía casi como una oración cada vez que salía o entraba de casa. Pero buscaba recetas, a ver unas cuantas cosas que no sean muy difíciles que yo haga y repita y con eso ya está todo logrado. Pero el mandamiento del Señor no son recetas, no es una simple lista de cosas que tengamos que hacer y ya nos quedamos tranquilos.

 Cuando es el mismo letrado el que ahora tendrá que responder a la pregunta de Jesús sobre lo que está escrito en la ley, ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo’, Jesús le dirá que lo haga y que tendrá vida. Pero parece que para él no ha habido la respuesta que buscaba. Por eso preguntará ‘y, ¿quién es mi prójimo?’

Pero al final, cuando hayamos terminado de escuchar todo lo que ahora nos dice Jesús con la parábola, quizá más que preguntarse quién es tu prójimo será preguntarse si uno se comporta como prójimo de aquellos con los que nos encontramos por el camino. Porque no podemos ir por la vida no queriendo ver a las personas para no encontrarnos con ellas, como ya decíamos al principio. Es no tener miedo de encontrarte de frente con esa persona que está gimiendo bajo el peso de su dolor, que está ante tí con sus desgarros en el alma, que lo tenemos ante los ojos no ya tanto con una ropa andrajosa sino quizá con diferencias en la vida que nos pudieran repugnar porque nos vamos haciendo tantas distinciones y diferencias que siempre tenemos que ven algún tipo de andrajo en la otra persona para no querer acercarnos a ella.

Y eres tú, y yo soy el que tiene que portarse como prójimo de esa persona, porque nos ponemos en su cercanía, a su lado, porque sentimos el gemido de su dolor o sus lágrimas nos pueden salpicar y tenemos que ser paño de lágrimas para esa persona, porque tendemos nuestra mano sin ningún temor de contagio (ahora nos saludamos chocando los codos) porque queremos curar sus heridas, porque queremos acompañarle en ese camino que está haciendo, porque vamos a llevarla del brazo en ese estado de recuperación de dignidad que quizás pueda necesitar y nosotros le vamos a ofrecer.

No me entretengo en detalles de la parábola que son de muy rico significado porque ya todos los conocemos y lo habremos meditado muchas veces. Queda esa última pregunta que ahora es Jesús el que la hace, nos la hace. ‘¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?’ Porque la cuestión final no está en haber visto a ese prójimo, saber que está ahí y cuál es la situación en la que se encuentra, sino en portarse como prójimo con él. No nos valen disculpas, no nos valen los rodeos, no nos vale el hacernos los ciegos o desentendidos, lo importante es lo que hacemos. ‘Anda y haz tú lo mismo’, nos dice Jesús.

Y cuando estamos haciendo esto estamos mostrando de verdad lo que es el amor que a Dios le tenemos. Por eso, ya en el mismo texto de la Ley junto a lo que ha de ser, cómo ha de ser el amor que le tengamos a Dios, ‘con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente’, inmediatamente se nos dice, ‘y a tu prójimo como a tí mismo’.

Como nos decía el libro del Deuteronomio, ‘este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable. No está en el cielo…,.ni está más allá del mar… El mandamiento está muy cerca de tí: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas’. Dios no nos obliga a hacer cosas porque sí, lo que quiere el Señor es que vivamos con toda dignidad, pero no solo pensando en nosotros mismos sino pensando en la dignidad y grandeza de los demás que por eso siempre merecerán nuestro amor. Es el amor el que en verdad nos hace grandes porque en verdad nos hace parecernos a Dios, tan bien reflejado en su misericordia en la parábola que Jesús nos ofrece. Es lo que en verdad hemos de preocuparnos de hacer.

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