sábado, 4 de junio de 2022

Es en lo hondo del corazón donde tenemos que aprender a conocer y a vivir a Jesús dejándonos conducir por su Espíritu

 


Es en lo hondo del corazón donde tenemos que aprender a conocer y a vivir a Jesús dejándonos conducir por su Espíritu

Hechos de los apóstoles 28, 16-20. 30-31; Sal 10; Juan 21, 20-25

Una especie de anécdota o curiosidad, un testimonio y una hipérbole vienen a poner punto final al evangelio de Juan que hemos venido escuchando en estos momentos en que llegamos a la conclusión de la pascua.

Es la curiosidad de Pedro ante todo lo que le estaba anunciando Jesús pero sobre lo que le pudiera suceder, qué anuncios tendría Jesús reservados para aquel discípulo amado que ahora tan cerca de ellos estaba. Algo así como querer corresponder como un favor porque había sido precisamente Juan el que desde la barca lo había reconocido y solamente a Pedro se lo había contado. Pero Jesús, podríamos decirlo así, corta las preguntas y curiosidades de Pedro diciéndole poco menos que se preocupara solo de sus asuntos. Se queda todo en la interpretación que haría el resto de los discípulos de las palabras de Jesús – Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?’ – de que aquel discípulo no iba a morir.

Es, sí, el discípulo que va a dar un hermoso testimonio de Jesús, cuando nos deja reflejado en este texto la Buena Noticia de Jesús. ‘Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero’. Como se nos dirá en otro momento todo esto se ha escrito para creamos y creyendo tengamos vida en el nombre de Jesús.

Como el mismo Juan nos dirá en sus cartas, lo que ha visto y lo que ha oído no lo puede callar; lo que ha visto y lo que ha oído, lo que ha experimentado con su propia vida, tiene que trasmitírnoslo. Ese es su testimonio, esa es su verdad, esa es la vida que nos quiere transmitir.

Y es que quienes conocemos a Jesús, quienes creemos en Jesús como nuestra Salvación tenemos que convertirnos en testigos. Es lo que ha venido a ser la historia de la Iglesia a lo largo de los tiempos, un testigo que trasmite lo que ha vivido. Es así como se ha transmitido la fe, contagiándonos de unos a otros. No son las explicaciones las que nos convencen para que creamos, sino el testimonio de una vida, el testimonio de un creyente. No vamos a enseñar filosofías ni ideologías, no son simplemente doctrinas lo que queremos trasmitir sino que Jesús es en verdad nuestra verdadera y única sabiduría porque al encontrar en El la salvación encontramos la vida, encontramos el sentido más hondo para nuestro vivir.

Y como decíamos termina con una hipérbole. Algo que nos puede parecer una exageración pero que lo que quiere es manifestarnos la grandiosidad del mensaje de Jesús. ‘Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo podría contener los libros que habría que escribir’.

Es cierto que la Biblia es el libro más editado en el mundo y que prácticamente se ha traducido a todas las lenguas conocidas del mundo; tenemos que reconocer también que inmensa biblioteca podríamos formar y nos preguntaríamos donde podríamos ponerla, si juntamos todos los libros que en el mundo y en la historia se han escrito que nos hablen de Jesús. Fue, es cierto, una hipérbole la que quiso expresar el evangelista aún sin saber cuánto a lo largo de la historia se escribiría sobre Jesús.

Pero quiere decirnos algo más, y es que el mensaje de Jesús no son solo las palabras que como historias nos han dejado los cuatro evangelistas, sino que el mensaje de Jesús va mucho más allá de esas palabras porque llegará a lo que llevamos en el corazón con la fe que en El tenemos. Y es ahí en lo hondo del corazón donde tenemos que aprender a conocer y a vivir a Jesús dejándonos conducir por su Espíritu que nos lo revelará todo.

viernes, 3 de junio de 2022

Caminemos al paso de Jesús sintiéndonos seguros, El sigue confiando en nosotros y nos dice: Tú, sígueme

 


Caminemos al paso de Jesús sintiéndonos seguros, El sigue confiando en nosotros y nos dice: Tú, sígueme

Hechos de los apóstoles 25, 13b-21; Sal 102; Juan 21, 15-19

Qué distintas son nuestras maneras de actuar. Cuando alguien ha perdido la confianza, porque hizo algo que no nos agradaba, porque se saltó los protocolos de la vida, eso que llamamos tantas veces lo de políticamente correcto, porque en un momento determinado se atrevió a pensar de manera distinta, difícil será que lo aceptemos, que recupere la confianza, que sigamos contando con él para los proyectos que quizás hasta juntos habíamos soñado. Y lo vemos como lo más natural del mundo. O algo muy grande le exigiremos para comenzar de nuevo a confiar en esa persona, de lo contrario será ya para nosotros como un maldito con quien no queremos contar para nada. Claro, decimos, es lo que todo el mundo hace.

Todo el mundo menos Jesús. Había confiado en Pedro desde el primer momento, porque hasta le había cambiado el nombre para significar lo nuevo que iba a ser. Con él había tenido especiales deferencias haciéndolo testigo de cosas en la que el resto del grupo no participaba, por ejemplo la subida al Tabor; le había alabado incluso en alguna ocasión porque había sido capaz de expresar con palabras hermosas lo que era su fe, porque además, como le decía, el Padre era quien se lo había revelado en su corazón. Había tenido sus más y sus menos con él, sobre todo cuando quería convencerle de que no tenía que subir a Jerusalén, y lo había apartado como si fuera una tentación de Satanás.

Pero conocía de sus impulsos, y como toda persona impulsiva habría sus momentos de fervor, pero también podría aflojarse un poco, por eso le había dicho que cuando se recuperara tenía que ser quien mantuviera la fe de los hermanos. Pero a pesar de los anuncios de Jesús se había metido en la boca del lobo, y había llegado el momento de la cobardía y de la negación, quien decía por otra parte que estaba dispuesto a dar la vida por Jesús. ¿Dónde estuvo en todo el resto del tiempo de la pasión? Refugiado con el resto de los discípulos en el Cenáculo, con las puertas bien cerradas, no fuera que a ellos les pasara lo mismo.

Ahora están de nuevo en Galilea, donde los había convocado, y porque en un primer momento Jesús no había aparecido se habían ido a pescar a pesar de pasar una noche bregando sin coger nada, como en otros tiempos. En el amanecer parece que comienza a llegar la luz y las cosas comienzan a cambiar. Ante las indicaciones de que echaran la red por el otro lado de la barca habían cogido de nuevo una buena redada, pero fue Juan el que le sugirió que el que estaba en la orilla era Jesús. Allá se había lanzado al agua para llegar primero desentendiéndose de las redes y de la barca, que los otros la arrastraran a tierra.

Y es cuando surge el diálogo entre Jesús y Pedro. ‘¿Me amas, me amas más que estos?’ Por tres veces había surgido la pregunta sin más reproches sino solo preguntando por su amor, aquel amor que decía que era tan grande capaz de dar la vida por su maestro, a pesar de que luego lo había negado. Pero no hay reproches, no hay desconfianzas, solo es un examen de amor. Y Jesús sigue confiando. ‘Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos…’ le repetirá Jesús. Le anuncia de nuevo que un día otro lo ceñirá, como comentará el evangelista haciendo referencia quizás a la forma de la muerte de Pedro, pero Jesús solo le dirá, ‘Tú, sígueme’.

¿Será también lo que nos está diciendo Jesús ahora cuando estamos ya concluyendo este camino de pascua? ‘Tú, sígueme’. Jesús que sigue confiando en nosotros a pesar de que también tenemos muchas veces nuestros más y menos. No siempre mantenemos el mismo entusiasmo, muchas veces nos aparecen los cansancios, nos sentimos tentados a volver atrás, quizás también habrá habido momentos de debilidad con sus negaciones, o con sus anti-testimonios, nuestra vida sigue envuelta en la debilidad, pero Jesús sigue confiando en nosotros. Nos pide fe y nos pide amor, todo lo demás brotará casi como espontáneo, pero tenemos que mantener muy viva nuestra fe, muy vivo nuestro amor.

El nos ha prometido que estará con nosotros, para eso nos deja su Espíritu. A ese paso sí podemos caminar, nos sentiremos seguros, queremos hacer honor a la confianza que Dios sigue teniendo en nosotros, queremos seguirle. ¿Aprenderemos a seguir confiando en los demás?

jueves, 2 de junio de 2022

Es doloroso el escándalo de la falta de unidad en nuestras comunidades que las destruye y nos impide ser signos auténticos de Jesús para que el mundo crea

 


Es doloroso el escándalo de la falta de unidad en nuestras comunidades que las destruye y nos impide ser signos auténticos de Jesús para que el mundo crea

Hechos de los apóstoles 22, 30; 23, 6-11; Sal 15; Juan 17, 20-26

Dolor sentimos en el alma cuando vemos que una cosa, una tarea, una obra que con mucho cariño habíamos emprendido luchando y trabajando por conseguir lo mejor, por culpa de la división o el enfrentamiento de aquellos por los que trabajamos o que serían sus beneficiarios o de aquellos que tenían la misión de continuar dicha tarea, aquello se destruye y se viene abajo.

¿Por qué tienen que surgir esas ambiciones que nos enfrentan y que nos hacen estar como a la rapiña? ¿Por qué no somos capaces de con el mismo mimo y cuidado seguir haciendo que aquello se mantenga en pie, pues con tanto bien puede a la larga beneficiarlos a todos?

Pero mira cómo somos, qué pronto lo que comenzamos a hacer es buscar nuestro beneficio, o como nos sentimos mal cuando vemos que otros son felices y las cosas le marchan bien. Envidias, recelos, desconfianzas, ambiciones, orgullos tantas cosas que se nos meten por medio y son causa de destrucción en lugar de mantener la unidad.

Nos sucede tantas veces en todos los ámbitos de la vida social. Pareciera que siempre nos gusta estar jugando a la guerra; pero no es un juego, es una cruel realidad en nuestras comunidades, en nuestros grupos y desgraciadamente lo vemos también en el ámbito de nuestras comunidades cristianas, en nuestras parroquias, en nuestra Iglesia. Queremos que sobresalga nuestro grupo y no nos importa destruir lo que hagan los demás; en nuestros orgullos y vanidades lo que pretendemos es sobresalir porque a la larga lo que queremos es humillar a los que no son de nuestra cuerda.

Es doloroso, pero es la realidad. Es doloroso y no nos podemos cruzar de brazos. Es doloroso y tenemos que escuchar hoy la oración de Jesús al Padre pidiendo por la unidad de todos los que creemos en El. El sabía bien lo que nos iba a suceder. Cuántas guerras nos hacemos también dentro de la Iglesia. Cuánto nos falta de la misericordia, pero de la de verdad. Cuánto nos falta del amor verdadero que hace verdadera comunión.

Cuando hablamos de la unidad de la Iglesia nos refugiamos enseguida en ese gran drama de la Iglesia de Jesús que es la falta de la unidad de los cristianos que ha creado tan diversidad de Iglesias en que todos se quieren considerar la verdadera y tanto nos cuesta ese diálogo y entendimiento pero lo que llamamos la unidad de los cristianos. Claro los cristianos de pie nos parece que casi tenemos que desentendernos de eso por va por otras alturas y ahí poco podríamos hacer.

Pero no olvidemos que el escándalo de la falta de unidad está en nuestras pequeñas comunidades, en esa misma Iglesia a lo que nosotros pertenecemos y en la que vivimos que vive tantas veces rota por dentro. Y ahí sí tenemos mucho que hacer, ahí tenemos que comenzar a poner esa unidad y esa necesaria comunión; entre los más cercanos, entre los que nos encontramos todos los domingos cuando entramos o salimos de nuestras celebraciones pero que ni nos conocemos aunque seamos del mismo pueblo. En esas pequeñas comunidades en las que muchas veces destruimos tanto con nuestras críticas, con nuestro despego y no participación, con nuestra dejadez y despreocupación. Qué imagen tan desastrosa damos tantas veces ante el mundo que nos rodea.

Escuchemos las palabras de Jesús y rumiémoslas en nuestro corazón. No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí’.

miércoles, 1 de junio de 2022

Tenemos que aprender a vivir la Pascua, ese paso por la muerte de todo aquello de lo que hemos de arrancarnos para poder vivir la vida nueva de Jesús y realizar su misión

 


Tenemos que aprender a vivir la Pascua, ese paso por la muerte de todo aquello de lo que hemos de arrancarnos para poder vivir la vida nueva de Jesús y realizar su misión

Hechos de los apóstoles 20, 28-38; Sal 67; Juan 17, 11b-19

No sé qué experiencias de despedidas habremos tenido en la vida, bien porque tenemos que dar por concluida una misión, porque hay una ruptura en lo que realizamos y tenemos que dejarlo en manos de quien nos sustituya y se espera que pueda realizarlo quizás mejor, porque tenemos que marchar a otro lugar, porque hay un relevo y tenemos que dejar en manos de otro lo que nosotros estábamos realizando, o más drásticamente, porque la vida se nos termina, una enfermedad grave, por ejemplo, nos afecta que podría ser el final, pero los momentos son siempre duros, nos cuesta arrancarnos del lugar o de lo que estábamos haciendo, quizás por alguna circunstancia nos sentimos rotos por dentro, y desearíamos dejarlo todo atado y bien atado para que se mantenga al menos la continuidad o se siga realizando aquello en lo que habíamos puesto tanto empeño.

¿Cómo eran los momentos que se estaban viviendo en el final de aquella cena pascual? Vamos a contemplar lo que iba sucediendo en el corazón de Cristo en aquellos momentos. Todo había venido sonando a despedida en lo que allí se había ido sucediendo, en los signos que Jesús había realizado, en las propias palabras de Jesús. Ahora todo aquello se convierte en oración al Padre salida desde lo más hondo del corazón de Cristo. Sabía Jesús que había llegado su hora, por eso todos aquellos signos que habían acompañado la cena; ya incluso el traidor había marchado para hacer sus propios preparativos y realizar sus consignas; quedan los once con Jesús donde El sabía que había de haber una continuidad, aunque sabía también que los momentos iban a ser difíciles para ellos. Surge la oración de Jesús.

Los había cuidado, los había preparado, a ellos de manera especial se les había revelado, aunque no siempre lo entendieran porque hasta el ultimo momento todavía seguían con sus viejos pensamientos. Se iban a ver encontrados con el mundo que les rodeaba que a ellos también les odiaba, porque no eran como ellos. Jesús no los quiere sacar de ese mundo porque en ese mundo han de continuar la misión. Por eso ora al Padre, que un día se los había confiado, y en cuyas manos El los deja en este momento. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo… Santifícalos en la verdad…’ Ora Jesús.

Serán ahora ellos los enviados. Como Jesús era el enviado del Padre. Y la obra de Jesús había de seguir realizándose. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundoEn las manos de ellos quedaba, aunque todavía tuvieran que pasar por momentos de crisis, en que ni ellos mismos sabrían como salir adelante. Pero Jesús les ha prometido su asistencia, la fuerza de su Espíritu, y la tendrían. Habría antes que realizarse el paso de la pascua; y ese paso era de muerte a vida, lo cual lo haría difícil y doloroso. Pero cuando llegase la Pascua llegaría la alegría, se despertarían de nuevo las ilusiones y las esperanzas, ellos sentirían una manera nueva de estar Jesús con ellos y la misión continuaría.

Pero son los momentos duros por los que hemos de pasar también nosotros en muchas ocasiones. Tenemos que aprender a vivir la Pascua. No terminamos de entenderla y nos cuesta ese paso por la muerte, por todo aquello de lo que hemos de morir, de lo que hemos de arrancarnos para poder vivir la vida nueva de Jesús. También habrá rupturas en nuestros corazones, también habrá momentos en que tenemos que realizar un cambio, que dejar lo que hacemos en manos de otros, son momentos de pascua, que tenemos que ir aprendiendo a vivir. También nos encontramos envueltos en un mundo adverso y difícil y sonará que parece que nosotros no somos de ese mundo, pero en ese mundo hemos de estar porque es ahí donde tenemos que seguir llevando el mensaje, la buena nueva del Evangelio de Jesús.

Tenemos una certeza y es que Jesús nos ha dicho que estará siempre con nosotros hasta la consumación de los tiempos.

martes, 31 de mayo de 2022

A ejemplo de María en su visita a Isabel que surja espontáneo de nuestro corazón el cántico de alabanza al Señor aunque se nos hagan duros los caminos de la vida

 


A ejemplo de María en su visita a Isabel que surja espontáneo de nuestro corazón el cántico de alabanza al Señor aunque se nos hagan duros los caminos de la vida

Romanos 12, 9-16b; Sal.: Is.12, 2-3. 4bcd. 5-6; Lucas 1, 39-56

¿Seríamos capaces, cuando tenemos algo que nos puede resultar costoso o que nos pide un esfuerzo extraordinario de hacerlo cantando? Aún me queda un recuerdo en mi mente de cuando era niño y escuchaba cantar a mi madre mientras realizaba las faenas de la casa, la limpieza, la comida, el lavado de la ropa que entonces no era con la facilidad de las lavadores como es hoy porque incluso había que acarrear el agua en baldes para llevarla a casa. Recuerdo escuchar a mi madre, o recuerdos a mis tías cuando iba a la casa de los abuelos que desde el camino escuchaba sus cantos con alegría mientras realizaban sus faenas. 

Por eso me hago la pregunta del principio, porque aun cuando fácilmente hoy estamos escuchando música continuamente, no siempre es la canción que nos sale de dentro de nosotros mientras realizamos la tarea o el trabajo. ¿No será acaso poner una nota de alegría en la vida aunque en ocasiones nos resulte costosa?

Y me hago esta consideración contemplando el pasaje que nos ofrece hoy el evangelio en esta fiesta que celebramos de la visita de María a su prima Isabel. Nadie le pidió nada a María, simplemente el ángel le informaba también como una corroboración de las propias palabras del ángel que tantas maravillas le anunciaba a María en la Anunciación de Nazaret. Pero el evangelio nos dice que María se puso aprisa en camino hasta las montañas de Judea. ¿Y queréis que os diga lo que imagino? María cantando por los caminos que atravesaban Samaría y Judea desde Galilea porque llevaba la alegría en su corazón con las maravillas que el ángel le había anunciado.

Si tras los saludos entre María e Isabel vemos que Maria se pone a cantar al Señor en aquel cántico de alabanza y de acción de gracias que es el Magnificat, me atrevo a decir que María lo llevaba ensayado en su mente y en su corazón a través de aquel largo camino. Ahora aquello que venía cantando en el corazón le sale a voz en grito porque tiene que alabar y bendecir al Señor por todas las maravillas de su amor que se están manifestando.

Es cierto que no había sido fácil el camino, porque si hoy en un vehículo lo podemos hacer en unas cuantas horas, hacerlo como María lo hizo atravesando todos aquellos lugares para llegar a las montañas de Judea no era un camino fácil ni exento de peligros para una mujer que caminaba sola, aunque se uniera a alguna de aquellas caravanas que circularían por aquellos caminos. Pero María iba llena del Espíritu divino, iba llena de Dios, como lo reconocería nada más llegar su prima que se siente honrada porque viene a ella la madre de su Señor.

Muchas consideraciones nos hacemos siempre con este pasaje del evangelio alabando la disponibilidad y la generosidad de María que se pone en camino y su espíritu de servicio; en esta visita de María a aquel hogar de las montañas de Judea vemos una señal y un signo de lo que es la visita de Dios a su pueblo, como incluso luego reconocería el anciano Zacarías cuando le lleguen a él los momentos del cántico y de la alabanza. La música, podríamos decir, resuena fuerte en aquellos corazones que les hace ponerse a todos a prorrumpir en cánticos de alabanza al Señor, pero es la alegría de unos corazones que están llenos de Dios.

¿Seremos nosotros capaces de cantar cuando los caminos se nos hacen duros y difíciles, cuando tenemos que atravesar valles oscuros, cuando la senda se nos hace empinada porque también tenemos que subir a un calvario con alguna cruz sobre nuestros hombros? Me atrevo a sugerir que por ahí concretemos el mensaje que hoy se nos ofrece en el evangelio y a través de la figura de María en su camino hasta la montaña de Judea. Es el cántico del amor el que tiene que surgir en nuestro corazón; es el cántico que brota de la alegría que llevamos en nuestro corazón cuando sabemos que llevamos a Dios con nosotros.

lunes, 30 de mayo de 2022

No temamos las soledades ni las luchas, no tengamos miedo a la dureza del camino, a las oscuridades o las poderosas las fuerzas del mal, ‘yo he vencido al mundo’ nos dice Jesús

 


No temamos las soledades ni las luchas, no tengamos miedo a la dureza del camino, a las oscuridades o las poderosas las fuerzas del mal, ‘yo he vencido al mundo’ nos dice Jesús

Hechos de los apóstoles 19, 1-8; Sal 67; Juan 16, 29-33

Sentirse solo es duro y es triste. Hay momento duros así en la vida; quizás nos lo hemos buscado por nuestro carácter, por nuestra forma de actuar, porque muchas veces hemos querido andar solos así en la vida y no hemos aprendido a convivir con los demás; otras veces los amigos o las personas que tendrían que ser cercanas a nosotros nos abandonan, no quieren estar con nosotros, no quieren sentirse comprometidos, falta una verdadera amistad, surgen las cobardías y los miedos, la falta de compromiso, y no tiene uno a quien acudir.

Muchas y diversas formas de soledad, de abandono, en gente con problemas, en personas mayores, en quienes han optado por ese camino de soledad en la vida; lágrimas de amargura quizás, tristeza al ver que nadie quiere estar junto a ti, sensación de fracaso porque no supiste convencer a los que caminaban a tu lado que aquel camino era posible y era el mejor, dolor en el corazón cuando te faltan los amigos que te apoyen o simplemente estén a tu lado por sus miedos o sus cobardías.

Podemos ver mucho de esto en nuestro entorno a pesar de que digamos que vivimos en una sociedad tan desarrollada, pero que abandona a seres queridos, ¿dónde estará ese desarrollo? Aunque estemos repitiendo mucho eso de la solidaridad y cosas tan bonitas, no siempre aparecen esos gestos de solidaridad con los que están solos; mucho de esto de una forma u otra incluso podríamos estar pasando y sufriendo en nosotros mismos.

Me hace pensar en todo esto y muchas más consecuencias que se podrían sacar, los anuncios que Jesús hace a sus discípulos en la noche de la cena. Les habla de abandonos y de traiciones, de huidas y de negaciones; cosas todas que se van a ir sucediendo en aquella noche. Será quizás el grito que luego Jesús voceará desde la cruz, ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’

Cuando los discípulos en aquella noche de confidencias ahora expresen que creen en El, porque ahora si les habla claro, les replicará: ‘¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo’.

Pero Jesús no se siente solo, siente la presencia del Padre con El. Aquellas palabras de la cruz será el comienzo de una oración, de un salmo, donde al final lo que se manifiesta en la confianza que se tiene en Dios. Por eso las últimas palabras de Jesús en la cruz serán ponerse en las manos del Padre.

Ahora nos está diciendo, porque lo dice por nosotros y para nosotros, que luchas no nos van a faltar; tenemos bien clara la experiencia de la vida tan llena de luchas, de problemas, de contrariedades, de dificultades hasta para el mismo crecimiento personal, o lo difícil que va a ser cumplir la misión que Jesús nos confía porque el mundo no está con nosotros – como nos ha dicho en otro momento, el mundo nos odia – pero tenemos la confianza de que Dios está con nosotros. Es la promesa del Espíritu que repite tantas veces a lo largo de la cena. Es lo que ahora nos está diciendo. ‘Tened valor: yo he vencido al mundo’.

Por eso no temamos las soledades que parecen acogotarnos tantas veces en la vida, no temamos tener que enfrentarnos a todas esas luchas, no tengamos miedo a la dureza del camino, no nos echemos para atrás por las oscuridades que nos puedan aparecer, no nos acobardemos aunque nos parezcan poderosas las fuerzas del mal. ‘Yo he vencido al mundo’, nos dirá Jesús. Signos de ello nos ha ido dando los milagros que realizaba, recordemos, por ejemplo, aquella tempestad calmada en medio del mar. El Espíritu de Jesús estará con nosotros. Con fuerza lo pedimos de manera especial en esta semana que media hasta Pentecostés.

domingo, 29 de mayo de 2022

Contemplamos en la Ascensión la gloria del Señor, pero no nos quedamos ahí extasiados sino que hemos de rehacer el camino a Jerusalén y llegar a los confines del mundo

 


Contemplamos en la Ascensión la gloria del Señor, pero no nos quedamos ahí extasiados sino que hemos de rehacer el camino a Jerusalén y llegar a los confines del mundo

Hechos de los Apóstoles 1, 1-11; Sal 46; Efesios 1, 17-23; Lucas 24, 46-53

Cuando nos proponemos hacer un camino o una peregrinación con una meta que quizás nos parezca lejana, por una parte el sentir que no vamos solos haciendo ese camino porque hay otros que lo hacen a nuestro lado, o el poder saber que otros han llegado y que quizás no ha sido tan difícil y costoso como nos puede estar pareciendo a nosotros en determinados momentos, nos alienta, nos hace superarnos a nosotros mismos y transcendernos de aquello que ahora vamos haciendo para pensar en esa meta y nos hace sentir como una fuerza especial dentro de nosotros para no desistir y seguir en el empeño.

Podríamos decir que todo eso y mucho más es para nosotros esta fiesta de la Ascensión del Señor que hoy estamos celebrando. Una fiesta que llena de esperanza nuestro corazón, que nos hace ponernos en camino, no desistir en nuestra marcha porque un día podemos contemplar esa gloria con la que el Señor Jesús está siendo glorificado por su resurrección y Ascensión al cielo.

‘Resucitó de entre los muertos, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso’, confesamos en el Credo de nuestra fe. Es la unidad, podríamos decirlo así, del misterio de Cristo que ha sido glorificado. ‘A ese Jesús a quien vosotros crucificasteis Dios lo resucitó de entre los muertos y lo constituyó Señor y Mesías’, le escucharemos decir a Pedro en la mañana de Pentecostés ante la multitud que entonces veremos congregado a las puertas del Cenáculo en las calles de Jerusalén.

Litúrgicamente celebramos en días separados la Resurrección y la Ascensión del Señor al cielo siguiendo la pauta de esos cuarenta días de los que nos habla san Lucas en que Jesús se les manifestaba glorioso y les hablaba del Reino de Dios, pero es la unidad de la Pascua lo que estamos celebrando, el triunfo de la vida sobre la muerte, de la gracia sobre el pecado, cuando contemplamos al que había sido crucificado por nuestra salvación exaltado y glorificado en el cielo y sentado a la derecha de Dios Padre.

Esos cuarenta días que median entre la resurrección y la ascensión más que un espacio en el tiempo, fue el espacio en el que los discípulos asumieron ese triunfo de Cristo – recordamos cuantas dudas había en sus corazones incluso el mismo día de la resurrección - para poder sentirse fuertes con la presencia del Espíritu que Jesús les había prometido – como celebraremos el próximo domingo en Pentecostés – para salir al mundo a hacer el anuncio de la Buena Noticia de Jesús. Mientras les hablaba una vez más del Reino de Dios, como nos dice el texto de los Hechos.

¿No será también para nosotros el tiempo de la maduración de nuestra fe? Le damos nuestro sí con nuestra confesión de fe, es cierto, porque nos decimos creyentes y cristianos, pero cuánto nos cuesta arrancar para llegar a dar ese testimonio pleno de nuestra fe. También en nuestros corazones tenemos que ir realizando esa maduración de nuestra fe, dejarnos encontrar por el Señor que viene a nosotros para alimentar nuestra fe, para hacerla crecer y madurar, para que lleguemos en verdad a dar esos frutos que se nos piden con nuestro testimonio, con nuestra palabra, con nuestra vida.

Dios va poniendo a nuestro lado, al paso de nuestra vida, muchas cosas, muchas personas, muchos medios desde muchos ámbitos, desde nuestras comunidades que nos ayudarán a ese crecimiento y maduración de nuestra fe. Sepamos ver en ello esto de lo que nos está hablando el texto de los Hechos, que Jesús resucitado fue manifestándoseles para hablarles del Reino de Dios. Dejemos que el Espíritu del Señor vaya haciendo mella en nuestros corazones; El nos conduce, nos ilumina, nos fortalece interiormente, nos hace conocer en profundidad todo ese misterio de Jesús para que luego seamos testigos hasta los confines del mundo.

Hoy contemplamos a Cristo glorificado en su Ascensión y sentado a la derecha del Padre; pero hoy está poniendo Jesús el testigo en nuestras manos, porque somos nosotros los que tenemos que salir ahora al mundo. Contemplamos la gloria del cielo, pero no nos podemos quedar ahí extasiados sino que tenemos que volver a Jerusalén, tenemos que volver a nuestro camino, tenemos que volver a ese camino que Jesús pone ante nosotros para que vayamos a hacer ese anuncio de la Buena Nueva de Jesús al mundo.

Podríamos tener la tentación de Pedro en el Tabor de querer hacer tres tiendas para quedarse en aquellos momentos gloriosos y luminosos para siempre, pero Jesús los hizo bajar de la montaña como ahora aquellos Ángeles de Dios les dirán a los discípulos que no se queden ahí extasiados sino que tienen que volver al Jerusalén de la vida. La contemplación de la gloriosa Ascensión del Señor nos llena de esperanza y alienta nuestra vida para seguir en el camino. Sabemos a donde un día llegaremos si seguimos el camino con fidelidad, el camino de la fidelidad a la misión que se nos encomienda.

Con nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor, como de manera especial celebraremos el próximo domingo; por eso a pesar de nuestras flaquezas y debilidades, de los cansancios y desánimos que tantas veces nos pueden aparecer seguimos haciendo el camino con la fuerza del Espíritu del Señor que está con nosotros. Grande es el campo que se abre ante nosotros, porque hemos de ir hasta los confines del mundo, pero sabemos que El estará con nosotros hasta la consumación de los tiempos. Recibiremos la fuerza que viene de lo Alto.