domingo, 29 de mayo de 2022

Contemplamos en la Ascensión la gloria del Señor, pero no nos quedamos ahí extasiados sino que hemos de rehacer el camino a Jerusalén y llegar a los confines del mundo

 


Contemplamos en la Ascensión la gloria del Señor, pero no nos quedamos ahí extasiados sino que hemos de rehacer el camino a Jerusalén y llegar a los confines del mundo

Hechos de los Apóstoles 1, 1-11; Sal 46; Efesios 1, 17-23; Lucas 24, 46-53

Cuando nos proponemos hacer un camino o una peregrinación con una meta que quizás nos parezca lejana, por una parte el sentir que no vamos solos haciendo ese camino porque hay otros que lo hacen a nuestro lado, o el poder saber que otros han llegado y que quizás no ha sido tan difícil y costoso como nos puede estar pareciendo a nosotros en determinados momentos, nos alienta, nos hace superarnos a nosotros mismos y transcendernos de aquello que ahora vamos haciendo para pensar en esa meta y nos hace sentir como una fuerza especial dentro de nosotros para no desistir y seguir en el empeño.

Podríamos decir que todo eso y mucho más es para nosotros esta fiesta de la Ascensión del Señor que hoy estamos celebrando. Una fiesta que llena de esperanza nuestro corazón, que nos hace ponernos en camino, no desistir en nuestra marcha porque un día podemos contemplar esa gloria con la que el Señor Jesús está siendo glorificado por su resurrección y Ascensión al cielo.

‘Resucitó de entre los muertos, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso’, confesamos en el Credo de nuestra fe. Es la unidad, podríamos decirlo así, del misterio de Cristo que ha sido glorificado. ‘A ese Jesús a quien vosotros crucificasteis Dios lo resucitó de entre los muertos y lo constituyó Señor y Mesías’, le escucharemos decir a Pedro en la mañana de Pentecostés ante la multitud que entonces veremos congregado a las puertas del Cenáculo en las calles de Jerusalén.

Litúrgicamente celebramos en días separados la Resurrección y la Ascensión del Señor al cielo siguiendo la pauta de esos cuarenta días de los que nos habla san Lucas en que Jesús se les manifestaba glorioso y les hablaba del Reino de Dios, pero es la unidad de la Pascua lo que estamos celebrando, el triunfo de la vida sobre la muerte, de la gracia sobre el pecado, cuando contemplamos al que había sido crucificado por nuestra salvación exaltado y glorificado en el cielo y sentado a la derecha de Dios Padre.

Esos cuarenta días que median entre la resurrección y la ascensión más que un espacio en el tiempo, fue el espacio en el que los discípulos asumieron ese triunfo de Cristo – recordamos cuantas dudas había en sus corazones incluso el mismo día de la resurrección - para poder sentirse fuertes con la presencia del Espíritu que Jesús les había prometido – como celebraremos el próximo domingo en Pentecostés – para salir al mundo a hacer el anuncio de la Buena Noticia de Jesús. Mientras les hablaba una vez más del Reino de Dios, como nos dice el texto de los Hechos.

¿No será también para nosotros el tiempo de la maduración de nuestra fe? Le damos nuestro sí con nuestra confesión de fe, es cierto, porque nos decimos creyentes y cristianos, pero cuánto nos cuesta arrancar para llegar a dar ese testimonio pleno de nuestra fe. También en nuestros corazones tenemos que ir realizando esa maduración de nuestra fe, dejarnos encontrar por el Señor que viene a nosotros para alimentar nuestra fe, para hacerla crecer y madurar, para que lleguemos en verdad a dar esos frutos que se nos piden con nuestro testimonio, con nuestra palabra, con nuestra vida.

Dios va poniendo a nuestro lado, al paso de nuestra vida, muchas cosas, muchas personas, muchos medios desde muchos ámbitos, desde nuestras comunidades que nos ayudarán a ese crecimiento y maduración de nuestra fe. Sepamos ver en ello esto de lo que nos está hablando el texto de los Hechos, que Jesús resucitado fue manifestándoseles para hablarles del Reino de Dios. Dejemos que el Espíritu del Señor vaya haciendo mella en nuestros corazones; El nos conduce, nos ilumina, nos fortalece interiormente, nos hace conocer en profundidad todo ese misterio de Jesús para que luego seamos testigos hasta los confines del mundo.

Hoy contemplamos a Cristo glorificado en su Ascensión y sentado a la derecha del Padre; pero hoy está poniendo Jesús el testigo en nuestras manos, porque somos nosotros los que tenemos que salir ahora al mundo. Contemplamos la gloria del cielo, pero no nos podemos quedar ahí extasiados sino que tenemos que volver a Jerusalén, tenemos que volver a nuestro camino, tenemos que volver a ese camino que Jesús pone ante nosotros para que vayamos a hacer ese anuncio de la Buena Nueva de Jesús al mundo.

Podríamos tener la tentación de Pedro en el Tabor de querer hacer tres tiendas para quedarse en aquellos momentos gloriosos y luminosos para siempre, pero Jesús los hizo bajar de la montaña como ahora aquellos Ángeles de Dios les dirán a los discípulos que no se queden ahí extasiados sino que tienen que volver al Jerusalén de la vida. La contemplación de la gloriosa Ascensión del Señor nos llena de esperanza y alienta nuestra vida para seguir en el camino. Sabemos a donde un día llegaremos si seguimos el camino con fidelidad, el camino de la fidelidad a la misión que se nos encomienda.

Con nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor, como de manera especial celebraremos el próximo domingo; por eso a pesar de nuestras flaquezas y debilidades, de los cansancios y desánimos que tantas veces nos pueden aparecer seguimos haciendo el camino con la fuerza del Espíritu del Señor que está con nosotros. Grande es el campo que se abre ante nosotros, porque hemos de ir hasta los confines del mundo, pero sabemos que El estará con nosotros hasta la consumación de los tiempos. Recibiremos la fuerza que viene de lo Alto.

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