A
ejemplo de María en su visita a Isabel que surja espontáneo de nuestro corazón
el cántico de alabanza al Señor aunque se nos hagan duros los caminos de la
vida
Romanos
12, 9-16b; Sal.: Is.12, 2-3. 4bcd. 5-6; Lucas 1, 39-56
¿Seríamos
capaces, cuando tenemos algo que nos puede resultar costoso o que nos pide un
esfuerzo extraordinario de hacerlo cantando? Aún me queda un recuerdo en mi
mente de cuando era niño y escuchaba cantar a mi madre mientras realizaba las
faenas de la casa, la limpieza, la comida, el lavado de la ropa que entonces no
era con la facilidad de las lavadores como es hoy porque incluso había que
acarrear el agua en baldes para llevarla a casa. Recuerdo escuchar a mi madre,
o recuerdos a mis tías cuando iba a la casa de los abuelos que desde el camino
escuchaba sus cantos con alegría mientras realizaban sus faenas.
Por eso me
hago la pregunta del principio, porque aun cuando fácilmente hoy estamos
escuchando música continuamente, no siempre es la canción que nos sale de
dentro de nosotros mientras realizamos la tarea o el trabajo. ¿No será acaso
poner una nota de alegría en la vida aunque en ocasiones nos resulte costosa?
Y me hago
esta consideración contemplando el pasaje que nos ofrece hoy el evangelio en
esta fiesta que celebramos de la visita de María a su prima Isabel. Nadie le
pidió nada a María, simplemente el ángel le informaba también como una corroboración
de las propias palabras del ángel que tantas maravillas le anunciaba a María en
la Anunciación de Nazaret. Pero el evangelio nos dice que María se puso aprisa
en camino hasta las montañas de Judea. ¿Y queréis que os diga lo que imagino?
María cantando por los caminos que atravesaban Samaría y Judea desde Galilea
porque llevaba la alegría en su corazón con las maravillas que el ángel le
había anunciado.
Si tras los
saludos entre María e Isabel vemos que Maria se pone a cantar al Señor en aquel
cántico de alabanza y de acción de gracias que es el Magnificat, me atrevo a
decir que María lo llevaba ensayado en su mente y en su corazón a través de
aquel largo camino. Ahora aquello que venía cantando en el corazón le sale a
voz en grito porque tiene que alabar y bendecir al Señor por todas las
maravillas de su amor que se están manifestando.
Es cierto que
no había sido fácil el camino, porque si hoy en un vehículo lo podemos hacer en
unas cuantas horas, hacerlo como María lo hizo atravesando todos aquellos
lugares para llegar a las montañas de Judea no era un camino fácil ni exento de
peligros para una mujer que caminaba sola, aunque se uniera a alguna de
aquellas caravanas que circularían por aquellos caminos. Pero María iba llena
del Espíritu divino, iba llena de Dios, como lo reconocería nada más llegar su
prima que se siente honrada porque viene a ella la madre de su Señor.
Muchas
consideraciones nos hacemos siempre con este pasaje del evangelio alabando la
disponibilidad y la generosidad de María que se pone en camino y su espíritu de
servicio; en esta visita de María a aquel hogar de las montañas de Judea vemos
una señal y un signo de lo que es la visita de Dios a su pueblo, como incluso
luego reconocería el anciano Zacarías cuando le lleguen a él los momentos del
cántico y de la alabanza. La música, podríamos decir, resuena fuerte en
aquellos corazones que les hace ponerse a todos a prorrumpir en cánticos de
alabanza al Señor, pero es la alegría de unos corazones que están llenos de
Dios.
¿Seremos
nosotros capaces de cantar cuando los caminos se nos hacen duros y difíciles,
cuando tenemos que atravesar valles oscuros, cuando la senda se nos hace
empinada porque también tenemos que subir a un calvario con alguna cruz sobre
nuestros hombros? Me atrevo a sugerir que por ahí concretemos el mensaje que
hoy se nos ofrece en el evangelio y a través de la figura de María en su camino
hasta la montaña de Judea. Es el cántico del amor el que tiene que surgir en
nuestro corazón; es el cántico que brota de la alegría que llevamos en nuestro
corazón cuando sabemos que llevamos a Dios con nosotros.
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