sábado, 7 de mayo de 2022

Tenemos que aprender no solo a oír sino a escuchar con toda la apertura del corazón la novedad de la Buena Noticia que tiene que ser el evangelio de Jesús para nosotros

 


Tenemos que aprender no solo a oír sino a escuchar con toda la apertura del corazón la novedad de la Buena Noticia que tiene que ser el evangelio de Jesús para nosotros

Hechos de los apóstoles 9, 31-42; Sal 115; Juan 6, 60-69

Nos sucede en muchas ocasiones; estamos oyendo algo pero no nos estamos enterando, no estamos escuchando; entretenidos en nuestras ocupaciones tenemos la radio o la televisión encendida, pero nosotros estamos a lo nuestro; oímos que hablan de noticias, de cosas que suceden, pero no estamos prestando atención; luego quizás recordamos que hablaron de un tema importante, de algo que había sucedido, y por algunos retazos de lo que escuchamos damos nuestra opinión muchas veces bien diversa de lo que allí se había notificado. Luego podremos opinar no sé cuantas cosas, pero que son bien lejanas de lo que ha sido la realidad.

He puesto ese ejemplo como muy elemental, pero mas gravemente nos sucede en nuestras conversaciones con los demás y en nuestras discusiones; ya tenemos una idea preconcebida de lo que pensamos que nos iban a decir y no escuchamos sus argumentos, su explicación y nosotros hacemos nuestras interpretaciones; un diálogo de sordos, porque mutuamente no nos estamos escuchando aunque hagamos nuestras réplicas.

Pero ¿y no nos sucederá algo así cuando escuchamos la Palabra de Dios? Cuando comenzamos a leer un texto de la Biblia o en una celebración se nos hace la proclamación de la Palabra de Dios, tan pronto comenzamos a leer o a escuchar el relato, ya nos lo damos por sabido, tenemos nuestras conclusiones o nuestros prejuicios, pero realmente no estamos prestando atención a lo que en aquel momento se nos está proclamando; así deja de ser tantas veces verdadera buena noticia el evangelio para nosotros. Y hacemos nuestras interpretaciones, damos nuestros juicios, manifestamos que nos gusta o no o que estamos en desacuerdo, pero, ¿habremos escuchado de verdad?

Es lo que hoy escuchamos en el relato del evangelio conclusión de todo lo que hemos venido escuchando durante la semana, aquellas palabras de Jesús en la Sinagoga de Cafarnaún donde nos anuncia el Pan de vida, su Cuerpo que es vida y alimento para nosotros. Se queda aquella gente en algunas palabras, que quizá pudieran ser más llamativas y abandonan a Jesús quejándose de que aquella doctrina es dura y no se puede aceptar. No habían terminado de entender lo que significaba aquello que Jesús les decía de comerle para tener vida para siempre.

‘Desde entonces, nos dice el evangelista, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él’. Discípulos que hasta entonces habían seguido a Jesús, le habían seguido hasta el desierto, pero que ahora, podríamos decir, dejaban de serlo. Nos recuerda, tantos cristianos que así se llamaban y hasta los veíamos entusiasmados en nuestras iglesias y en muchas de las cosas de la religión, pero que de la noche a la mañana no quieren saber nada y se marchan, ya dicen que la Iglesia no les gusta, que la religión no les convence, que eso de ser cristiano ellos lo viven a su manera y que no necesitan de la Iglesia. Da mucho que pensar.

Y Jesús se vuelve a los discípulos más cercanos, a aquellos que había escogido de manera especial y los llamaba apóstoles y les pregunta que si también quieren irse.  Una pregunta inesperada, una pregunta que nos deja en silencio sin saber qué responder, una pregunta que nos cuestiona por dentro en si de verdad creemos o no creemos en Jesús, una pregunta ante la que hay que decantarse, no nos podemos quedar como si no la hubiéramos escuchado. ‘¿También vosotros queréis marcharos?’

Allí nos sale Pedro como siempre para resolver esas cuestiones inesperadas, como allá en Cesarea de Felipe cuando Jesús pregunta qué es lo que piensan de El. Ahora también será Pedro el que se adelante para hacer una afirmación que podría incluso sobrepasar todo el amor por Jesús que lleva en su corazón. ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios’.


Quedémonos en esas Palabras de Pedro y veamos si nosotros podemos firmar también esa confesión. Pero hagámoslo con sinceridad. Veamos si realmente nosotros solo oímos o también escuchamos la Palabra de Jesús porque vamos a ella sin prejuicios, sin ideas preconcebidas, con apertura de corazón a la novedad que es esa Buena Noticia del Evangelio.

viernes, 6 de mayo de 2022

Dejemos que el Espíritu de Jesús resucitado nos abra el corazón para que entendamos su Palabra y El habite en nosotros y nosotros en El

 


Dejemos que el Espíritu de Jesús resucitado nos abra el corazón para que entendamos su Palabra y El habite en nosotros y nosotros en El

Hechos de los apóstoles 9, 1-20; Sal 116; Juan 6, 52-59

Algunas veces nos cuesta entender. No sabemos interpretar el sentido de las palabras o estamos tan ofuscados con nuestros pensamientos que somos incapaces de abrirnos a algo nuevo que se nos quiere decir. Nos refugiamos quizá en lo que siempre se ha hecho, un recurso fácil en muchas ocasiones para encerrarnos en nuestro inmovilismo o el tener que enfrentarnos a algo nuevo que nos podría comprometer más, o con ideas preconcebidas pretendemos hacer nuestras interpretaciones que conllevan quizá ciertas rebajas a la hora de un compromiso. No sabemos interpretar las imágenes que con un lenguaje más poético quizás se nos ofrecen para que nos trascendamos de esa como rutina en la que vivimos.

Las palabras de Jesús nos ofrecen una realidad nueva, se nos llenan de imágenes como sucede tantas veces en las parábolas para que a través de esas realidades de la vida seamos capaces de ir más allá para entender un mensaje que nos eleva o que nos pone en nuevo camino. No nos quedamos en la parábola del sembrador en una semilla que el sembrador echó a voleo y al que podríamos criticar por no saber bien en qué campos echar la semilla, y todos entendemos de esa Palabra que quiere trasmitirnos Jesús y que tendrá que dar fruto en nuestros corazones.

Así lo que hoy Jesús nos está diciendo. Nos habla de pan de vida, de pan bajado del cielo, nos habla de no morir para siempre y nos habla de comer su carne. Todo un montón de imágenes en las que no nos podemos quedar en la materialidad de las palabras. Si habla de pan bajado del cielo no es para pensar en el maná que comieron sus padres en el peregrinar del desierto, porque ya aquello entonces tenía también su significado en la presencia y en la fuerza de Dios para hacer aquel peregrinaje por el desierto.

Hoy nos habla Jesús de comer su carne y de beber su sangre y ya los judíos de Cafarnaún se estaban viendo como antropófagos que comían y bebían carne y sangre humanas. No podía aceptarlo con interpretaciones así, no podrían aceptarlo si no se abrían a algo nuevo que Jesús les estaba diciendo. ¿Cómo podrían aceptarlo sin hacer una buena interpretación de las palabras de Jesús si ya incluso la Biblia les impedía – quizás por razones incluso higiénicas y de salud – el beber la sangre de los animales o comer lo que con la sangre se pudiera elaborar?

Cuando Jesús les ha venido hablado de ese pan vivo bajado del cielo que había que comer, ya tenían que estar entendiendo cómo había de ser ese alimentarse de lo que Jesús nos estaba ofreciendo. No era simplemente un alimento material que llenara nuestros estómagos, sino que estaba hablándonos de algo que podía darnos vida, que podía darnos un sentido de vida cuando aceptábamos las palabras de Jesús. Por eso nos insiste en el creer en El.

Creemos en Jesús y en su Palabra para dejarnos transformar por El. Hoy emplea la imagen de que quien le come se siente como habitado por Jesús lo que viene a significar toda esa transformación de nuestra vida cuando creemos en Jesús y su Palabra la hacemos vida de nuestra vida. No somos ya nosotros, es Cristo que vive en mi, es que yo desde esa fe tendré que reflejar en mi vida lo que es la vida de Jesús; es algo nuevo que tengo que vivir, algo nuevo que yo tengo que ser; es ese llenarme de Jesús, de su Palabra para ser un hombre nuevo. No nos reflejamos a nosotros mismos sino que tenemos que reflejar a Jesús. El habita en nosotros y nosotros habitaremos en El.

Dejemos que el Espíritu de Jesús nos abra el corazón. Ahora en el tiempo pascual repetidas veces hemos escuchado cómo Jesús abrió el corazón de sus discípulos para que entendieran las Escrituras donde estaba anunciado que El había de resucitar. Es lo que tenemos que hacer para poder escuchar bien y entender su Palabra, vivir su vida nueva, ser esos hombres nuevos porque nos hemos dejado transformar por el Espíritu de Jesús.

 

jueves, 5 de mayo de 2022

Cuando comemos la Eucaristía no es un pan material para alimentar el cuerpo sino que es Cristo mismo el que nos alimenta para darnos vida en plenitud

 


Cuando comemos la Eucaristía no es un pan material para alimentar el cuerpo sino que es Cristo mismo el que nos alimenta para darnos vida en plenitud

Hechos de los apóstoles 8, 26-40; Sal 65; Juan 6, 44-51

Queremos alimentar la vida, y a ser posible con el mejor alimento. Así vamos por la vida y nos dan consejos de todo tipo de cual es la mejor alimentación, y nos ofrecen dietas, y nos dicen que alimentos pueden ser perjudiciales y cuales son los mejores, muchas veces cada uno desde sus intereses, cada uno según le vaya en la vida o lo mejor que le haya servido a él; y andamos preocupados por ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente, como se suele decir, y nos afanamos en este trabajo y en no sé cuántos más que podríamos conseguir para obtener mejores ganancias que nos garanticen ese pan de cada día.

Pero, ¿ese es solo el alimento por el que tenemos que preocuparnos? ¿Nos reducimos solamente a alimentar el cuerpo, y tenemos que hacerlo porque nos debilitaríamos o nos moriríamos de inanición, o tendríamos que buscar otro alimento para la vida para que también no andemos como cadáveres ambulantes de un lado para otro?

Y ya quizá nos ponemos a pensar en la adquisición de conocimientos, a buscar una sabiduría de la vida que nos hagan vivir mejor, que nos hagan encontrar un sentido y un valor a lo que hacemos para que todo no se nos quede en ese alimentar el cuerpo para simplemente vegetar, por decirlo de alguna manera, en la vida. Y ya comenzamos a cultivar otras cosas en la vida, y ya queremos investigar otras muchas cosas que nos llenen la mente de conocimientos, y ya queremos entrar en caminos de ciencia o de filosofía para ir encontrando respuestas a muchas preguntas que nos puedan ir surgiendo.

Es de alguna manera alimentar nuestro espíritu, esa sensibilidad espiritual que todos llevamos dentro, en nuestro ser personas, que es mucho más que un cuerpo que conservemos bien alimentado o bien embellecido. Hay otras bellezas que tenemos que buscar, hay otros alimentos para la vida.

Pero aun con toda la riqueza que todo eso pueda ir significando, nuestro espíritu nos lleva a algo más superior aun, algo que sobrepasa lo natural de nuestro ser humano y que nos eleva y que nos trasciende porque buscamos otro plenitud, tenemos ansias por así decirlo de eternidad. Es lo que buscamos desde lo más hondo de nosotros mismos en esa trascendencia que queremos darle a nuestra vida, pero es algo que porque nos sobrepasa solamente podremos descubrir en su mayor plenitud desde la revelación que Dios nos hace de si mismo. Porque todo eso es una tendencia hacia Dios.

Es lo que nos va revelando Jesús, de lo que hoy nos está hablando en el evangelio. Partiendo de aquella búsqueda de alimento allá en el descampado cuando milagrosamente Jesús multiplica el pan para que coma toda la multitud, ahora Jesús está queriéndoles hacer comprender que todo aquello era un signo de ese pan nuevo que en El podríamos encontrar. Jesús les habla del pan bajado del cielo, y aunque ellos interpretan aquel maná que sus antepasados comieron en el desierto, Jesús viene a decirles que es mucho más lo que El quiere darles. ‘Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron… el pan que yo les daré es vida para el mundo… yo soy el pan vivo bajado del cielo, y el que me come tendrá vida para siempre’.

Es mucho más que un pan material. Porque es comer a Jesús, es dejarnos alimentar por Jesús, es poner toda nuestra fe en El para poder tener vida para siempre. Cuando ponemos nuestra fe en El, toda nuestra vida se transforma para llenarnos del espíritu de Jesús, y llenos de Jesús tendremos vida y tendremos vida para siempre. No es la materialidad de un pan que alimenta el cuerpo, es Jesús que se hace alimento para darnos esa vida nueva por la fuerza de su espíritu.

Por eso quien cree en Jesús hará que su vida sea distinta, una nueva forma de pensar, una nueva forma de vivir, un sentido nuevo para nuestra existencia, una trascendencia que nos eleva y nos llena de vida eterna. El nos dice que ese pan es su carne, que es una manera de decirnos que es su vida. Será el gran signo de la Eucaristía, del que estas palabras de Jesús que ahora escuchamos son un anuncio. Por eso cuando comemos la Eucaristía no es un pan lo que comemos, sino que es Cristo mismo el que nos alimenta.

miércoles, 4 de mayo de 2022

Jesús nos habla de una presencia nueva de amor porque amarle es como comerle y comerle es hacerse uno con El y así se hace pan de vida para nosotros

 


Jesús nos habla de una presencia nueva  de amor porque amarle es como comerle y comerle es hacerse uno con El y así se hace pan de vida para nosotros

Hechos de los apóstoles 8, 1b-8; Sal 65; Juan 6, 35-40

Bien sabemos que el amor pide presencia. Cuando amamos queremos estar junto a la persona amada, no soportamos su ausencia, buscamos todos los modos posibles por estar junto a la persona que amamos; a los amigos les gusta estar juntos, los enamorados buscan el encuentro, la familia que se quiere permanece siempre unida y desea encontrarse cuando por circunstancias de la vida tenemos que ausentarnos. Es esa presencia física que hace crecer la amistad y el amor.

Hoy que tenemos posibilidades de establecer relaciones con personas que físicamente están distantes pero que por los medios sociales de que disponemos podemos conocernos y establecer amistad, vemos como pronto surge el deseo del encuentro, de poder estar físicamente junto al amigo que hemos conocido y comenzado a apreciar.

¿Será así el amor de Dios? ¿Será así como nosotros deseamos vivir la presencia de Dios? ¿Será así en verdad el amor que nosotros tenemos a Jesús en quien no solo decimos que creemos sino que lo amamos porque sentimos profundamente el amor que El nos tiene?

Vemos el recorrido del evangelio como se va estableciendo esa relación de los discípulos con Jesús. Recordamos cómo Pedro diría que nada le separaría de Jesús porque incluso estaría dispuesto a dar la vida por El. Recordamos el bajón que significó para ellos la ausencia de Jesús con su muerte en la cruz porque aún no habían terminado de comprender las palabras de Jesús. Vemos cómo siempre quieren estar con El, y aquellas multitudes que le seguían, porque comenzaban a sentir algo en sus corazones se apretujan contra Jesús porque quieren estar con El.

Y Jesús nos hablará de esa presencia nueva que podemos sentir porque amarle es como comerle y comerle es hacerse uno con El. Quien le ama de verdad se va a sentir tan unido a Jesús que es como tener su misma vida. Por eso hoy le escuchamos decir que El es el Pan de vida y que quien le coma no sabrá lo que es morir para siempre. 

Podríamos decir que la Eucaristía es la invención del amor. Porque Jesús nos ama y también quiere estar con nosotros y que nosotros no nos separemos de El; quiere hacerse vida nuestra, quiere entonces que le comamos, quiere ser para nosotros alimento, pan de vida. Es de lo que nos está hablando hoy Jesús.

Hemos ido entrando en esa dinámica del amor en la medida en que le hemos ido conociendo; al escuchar su Palabra queremos hacernos una vida con El, porque todo ese sentido nuevo de vida que nos está transmitiendo queremos vivirlo; queremos vivir en su amor, queremos hacernos uno con El. Todo porque nos hemos sentido transformados por su amor.

Si no fuera así no tendría sentido, si no fuera así, todo se quedaría en un rito que no nos da vida. No podemos convertir la Eucaristía en un rito, la Eucaristía tiene que ser llenarnos de su amor, empaparnos de su amor, hacernos uno con El desde ese amor que vivimos. Queremos estar con Jesús, no queremos apartarnos de El.

Pero no es solo algo que nosotros queramos o deseemos, es lo que Cristo quiere para nosotros, lo que Jesús nos regala, lo que Jesús nos ofrece. Se hace para nosotros pan de vida eterna, de vida para siempre. ‘Yo lo resucitaré en el último día’, nos dice. Y es que bien sabemos que el amor llena de plenitud la vida. Cómo se sienten los que se aman, cómo se sienten los enamorados.

El que no ama se siente vacío, no ha encontrado ni un sentido ni un valor para la vida. Van como muertos por la vida. Lo contemplamos demasiado a nuestro alrededor aunque ahora se hable tanto del amor; y es que muchas veces ese amor que se dice que viven no es amor verdadero sino que es buscarse a sí mismo y no se dan, no se entregan; y aunque dicen que aman, solamente es la pasión lo que los domina y una búsqueda de si mismos y así van como muertos por la vida. Hay demasiada muerte, porque muchas veces hay poco amor.

No es así cómo quiere Jesús que nosotros vivamos, sino que caminemos caminos de plenitud en el amor. Por eso nos dirá que cuando le comemos porque lo amamos y amamos como El nos enseña, El nos dará vida para siempre, no podremos nunca apartarnos de su amor. Por eso se hace pan de vida y nos llevará por caminos de resurrección.

martes, 3 de mayo de 2022

Y Dios cuenta así con nosotros, con esas limitaciones pero también con esa riqueza de nuestra personalidad, y responde a nuestras dudas e interrogantes

 


Y Dios cuenta así con nosotros, con esas limitaciones pero también con esa riqueza de nuestra personalidad, y responde a nuestras dudas e interrogantes

1Corintios 15, 1-8; Sal 18; Juan 14, 6-14

¿Por qué la gente se aferra tanto a una cosa de manera que por mucho que le expliquen no entra en razón y sigue fijo en su pensamiento anterior? La mente del ser humano no es un simple aparato al que en un momento determinado le dan a un botón, le dan a una tecla, introducen un chip e inmediatamente comienza a actuar de otra manera. Algunas veces queremos comparar nuestra cabeza, nuestra mente con un ordenador en el podamos enchufar un USB y ya automáticamente comienza a actuar de otra manera. Está nuestra libertad, está nuestra capacidad de pensar y de razonar, están nuestras decisiones para aceptar una cosa u otra, no somos una simple máquina, aunque a algunos parece que les gustaría.

¿Por qué no cambiamos cuando sabemos que una cosa no es buena y que actuando de otra manera sería mejor? Porque ahí está toda esa armazón de la mente humana, de nuestros sentimientos o de nuestros apegos, de nuestras maneras de ver las cosas o de las cosas a las que nos sentimos atados, y todo tendrá que ser un proceso donde vaya actuando la persona con su libertad, con sus decisiones, con sus errores también. No somos unos autómatas.

Y Dios cuenta así con nosotros, con esas limitaciones pero también con esa riqueza de nuestra personalidad. Es la paciencia que contemplamos en Jesús con sus discípulos. Estaban siempre con El, a El le escuchaban enseñanzas que quizás otros no oyeran, porque a ellos de manera especial les explicaba, estaba esa presencia cautivadora de Jesús, pero allí seguían ellos con sus dudas, con sus preguntas, con sus pasos adelante y atrás sin saber muchas veces a qué atenerse, con sus miedos e interrogantes.

Era algo nuevo lo que Jesús les estaba trasmitiendo y de lo que ellos poco a poco se irían impregnando pero hay momentos que no entienden, hay momentos en que parece que vuelven para detrás. Jesús ha venido a ser el rostro del Padre, porque su cercanía y su misericordia, su compasión con los pecadores y el amor que a todos mostraba era una forma de acercarnos a Dios, era una forma de que conociéndole a El conocieran a Dios. Pero pesaban muchas cosas en aquellos discípulos. Era una buena nueva, era una nueva noticia, era algo nuevo y distinto lo que Jesús les estaba mostrando de Dios, y a ellos les cuesta entender, les cuesta aceptar, y siguen con sus titubeos.

Jesús les está hablando de que es el Camino y la Verdad y la Vida y que para ir al Padre tienen que ir por El, pero surge la pregunta que parece que después de tanto Jesús hablarles y enseñarles puede parecer imposible. ‘Señor, muéstranos al Padre, y nos basta’, que le dice Felipe. No se han enterado. No han sido capaces aun de ver el rostro del Padre en Jesús.

Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras, Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras’.

Vemos a Jesús y estamos viendo a Dios; vemos a Jesús y contemplamos su amor y su misericordia. Si alguna vez Jesús nos ha dicho que seamos compasivos y misericordiosos como el Padre es misericordioso, es que eso lo hemos aprendido con Jesús, lo hemos aprendido contemplando a Jesús. El que se acerca a los pecadores, el que se detiene al pie de la higuera de Jericó para que baje Zaqueo que Jesús quiere hospedarse en su casa; el que va en busca del que nadie quiere ni atiende en la piscina para devolverse el movimientos de sus miembros tullidos; el que se deja besar y abrazar por aquella mujer que es una pecadora, pero que ahora está demostrando mucho amor; el que se detiene para contemplar a Pedro después de la negación y que luego solo le preguntará por su amor… y así podríamos seguir recordando textos del evangelio en que estamos contemplando el amor que Dios nos tiene y que se manifiesta en los gestos de Jesús. ‘El que me ve a mi, ve al Padre’, que le dirá Jesús a Felipe.

Pero quizás ahora nos quede una pregunta que hacernos. ¿Qué imagen estamos dando nosotros de ese Dios en quien decimos que creemos? ¿Quiénes nos contemplan estarán viendo el rostro amoroso del Padre? Nos cuesta dar esos pasos en nuestra vida, pesan muchas cosas en nosotros que no somos unos autómatas, pero vayamos dándolos porque nos dejamos conducir por el Espíritu de Jesús.

lunes, 2 de mayo de 2022

Jesús nos habla de buscar algo que sea en verdad fundamental para la vida, lo que en verdad alimenta nuestro espíritu para descubrir el sentido profundo de la vida

 


Jesús nos habla de buscar algo que sea en verdad fundamental para la vida, lo que en verdad alimenta nuestro espíritu para descubrir el sentido profundo de la vida

Hechos de los apóstoles 6, 8-15; Sal 118; Juan 6, 22-29

¿Dónde está Jesús? Lo buscan y no lo encuentran. Milagrosamente les había dado de comer pan en abundancia allá en el descampado; los discípulos cercanos a Jesús se habían marchado en barca rumbo a Cafarnaún, habían querido aclamarlo como rey pero se les había escabullido de las manos; a la mañana siguiente aprovechando unas barcas que habían venido de Tiberíades se dirigen de nuevo a sus casas, muchos a Cafarnaún y allí se encuentran con Jesús. No saben lo que ha pasado por medio, ellos no tienen noticia de lo que les había sucedido a los discípulos que lo habían visto caminar sobre el agua; por eso ahora se preguntan ‘¿Cómo has venido aquí?’

A veces no sabemos el desarrollo de los acontecimientos; suceden cosas que no comprendemos, pero tendríamos que buscarle su significado. En todo podemos encontrar un por qué pero también un signo que nos hable de algo más. Pero nos podemos cegar con nuestros intereses o nuestros prejuicios; aquello que nos pueda favorecer o aquello de lo que tenemos hecho de antemano un juicio o una apreciación, pero nos quedamos sin el verdadero significado. Somos demasiado literales. No terminamos de entender al poeta que nos habla con imágenes, ni al sabio que nos ofrece sus comparaciones para explicarnos las cosas y podamos llegar a entender hasta lo más profundo. Y es ahí donde tiene que haber una mente aguda, o una sintonía espiritual.

‘Maestro ¿Cuándo has venido aquí?’ le preguntan a Jesús. No sabéis leer las señales y por eso os equivocáis de camino, les viene a decir Jesús aunque emplea otra palabras. ¿Por qué me buscáis? ¿Habréis entendido lo que hice en el desierto cuando os dic pan en abundancia?  Ahora andáis interesados en el pan, en la comida material; qué bueno que nos la den así con tanta facilidad sin que tengamos que trabajar por conseguirla.

Bueno esos deseos son de todos los tiempos. Que nos den todo hecho, que para todo tengamos soluciones milagrosas; y hasta los políticos se aprovechan para ganar cotas de populismo, porque éste si es bueno que nos da dinero para todo y sin mucho trabajo tengamos de todo. Interesados los beneficiarios pero interesados los dirigentes que así quieren ganarse el puesto. Hoy todo son subvenciones y para todo. No es ayudarnos incentivándonos sino poniendo a nuestro lado la gallina de los huevos de oro.

Jesús les habla de buscar algo que sea en verdad fundamental para la vida. Por eso tenemos que saber leer los signos. No es el alimento perecedero el que tenemos que buscar que nos lo regalen, sino buscar lo que en verdad alimenta nuestro espíritu dándole profundidad a la vida, lo que nos hace soñar y aspirar a cosas grandes, nos haga crecer en esos valores que le den intensidad a la vida, o nos hagan transcendernos para que lleguemos a descubrir el sentido profundo de la vida.

Por eso con esos signos que va realizando Jesús tenemos que descubrir qué es lo que en verdad Jesús quiere ofrecernos; esos signos nos van a hablar del Reino de Dios y de cómo tenemos que vivirlo; esos signos tienen que ayudarnos a descubrir lo que son los caminos de Dios y lo que Dios quiere de nosotros.

‘En verdad, en verdad os digo, les dice Jesús: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios’. Ese alimento que es la sabiduría de Dios, ese alimento que nos hace escuchar a Dios, ese alimento que se nos manifiesta en la Palabra de Dios que Jesús nos trasmite.

¿Qué tenemos que hacer…? ‘Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?’  Siguen preguntándose. Y Jesús les dirá claramente: ‘La obra de Dios es esta: que creáis en el que Él ha enviado’. Es la fe que hemos de tener en Jesús y donde descubriremos toda esa Sabiduría de Dios.

 

domingo, 1 de mayo de 2022

Queremos anunciar la vida, porque queremos anunciar que el amor nos resucita y es capaz de resucitar nuestro mundo, resucitados nosotros damos también testimonio

 


Queremos anunciar la vida, porque queremos anunciar que el amor nos resucita y es capaz de resucitar nuestro mundo, resucitados nosotros damos también testimonio

Hechos 5, 27b-32. 40b-41; Sal 29; Apocalipsis 5, 11-14; Juan 21, 1-19

Podríamos hoy comenzar este comentario al evangelio diciendo que el amor lo cura todo. Cómo nos sentimos regenerados con el amor, cuando lo experimentamos en nosotros, cuando somos capaces de regalarlo a los demás; nos sentimos distintos, a pesar de la negra historia que carguemos sobre nuestros hombros;  con el amor lo vemos todo distinto, con el amor seremos capaces de descubrir mejor a Dios en la vida.

Es lo que nos ofrece el evangelio en este tercer domingo de pascua. Seguiremos contemplando las manifestaciones de Cristo resucitado; seguiremos descubriendo cómo vamos nosotros resucitando, disipando sombras, clarificando sentimientos, renovando nuestras vidas, abriéndonos nuevos caminos, sintiendo la fuerza de Cristo resucitado en nuestras vidas.

El evangelio comienza hoy su relato con sus claroscuros; están en Galilea, como el Señor les había pedido que fueran para encontrarse con El, pero están aburridos, no saben que hacer. ‘Me voy a pescar’, dice Pedro. ‘Vamos nosotros contigo’, y se apuntaron todos a una noche de faena. Pero será una noche infructuosa. Qué mal se sienten los pescadores cuando tienen que regresar a tierra después de una noche de faena infructuosa. Y de la orilla les están preguntando si han cogido algo. Pero además les están señalando que lancen la red por el otro lado de la barca. Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis’, les dice. No pensemos lo que aquellos pescadores podían haber pensado en aquel momento. Pero lo hicieron.

Y lo hicieron y se encontraron con una redada de peces grandes; luego nos dirán el número de peces que han cogido. Pero en éstas andan, cuando el discípulo amado le dice a Pedro que quien está en la orilla es Jesús. Es el Señor’, le dice. Y ya sabemos Pedro se arrea la túnica como puede y se lanza al agua para llegar primero mientras deja el trabajo de arrastrar la red hasta la orilla a los compañeros que se quedan en la barca. Primero curación de amor, el discípulo amado es quien reconoce al que está en la orilla, quien reconoce al Señor.

Se resucita el amor en los corazones. Todos están felices porque es el Señor quien está allí en la orilla con ellos. Ya tiene para ellos el pan entre las brasas y un pescado aunque les pide que les traigan de lo que han cogido. Y los invita a comer. Nos dice que ya nadie se atreve a preguntar quien era porque todos sabían que era Jesús. Aquellos hombres aburridos que no sabían qué hacer y se habían ido a pescar ahora ya son otros. El amor les está abriendo caminos. Sigue habiendo nuevos campos donde echar las redes para quienes un día habían sido llamados a ser pescadores de hombres. Las penumbras del amanecer se han transformado en luz, porque es la luz nueva que brilla en sus corazones.

Pero el amor sigue curando. Ahora es Jesús el que tomando a Pedro aparte hace las preguntas, le pregunta por el amor. ‘Pedro, ¿me amas más que estos?’ Ya no sabía Pedro que responder cuando la pregunta se repite hasta tres veces. ‘Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo’, no puede ya menos que decir Pedro. Y es que aquel a quien un día se le había prometido que iba a ser piedra de la nueva Iglesia, pero que en su debilidad le había negado por tres veces a pesar de sus promesas de ser capaz de dar la vida por Jesús, se ve confirmado en la misión que Jesús quiere encomendarle. Apacienta mis corderos… Pastorea mis ovejas…’ No importa la debilidad que un día le hiciera caer, porque lo que importa es el amor del corazón. Es Pedro el que se siente resucitado.

Es cómo tenemos que sentirnos nosotros; es la experiencia de resurrección que nosotros hemos de vivir; no es solamente gritar a todos los vientos que Cristo ha resucitado, sino que tiene que ser el testimonio de resurrección que hemos de dar con nuestras vidas. Aquellos a los que vamos a gritar y anunciar que Jesús ha resucitado pueden decirnos que ellos no lo han visto, pero nosotros podemos, tenemos que ofrecer el testimonio de que nosotros lo hemos sentido, lo hemos vivido, lo hemos experimentado en nuestras vidas, porque nos sentimos resucitados por el amor.

Podrán quizá hasta echarnos en cara nuestras debilidades, nuestros tropiezos, nuestras negaciones, pero cuando vean el amor en nuestras vidas es cuando comenzaran a convencerse de las palabras que nosotros queremos anunciarle. Porque queremos anunciarles vida, porque queremos anunciarles que el amor nos resucita y es capaz de resucitar nuestro mundo, porque es un amor tan grande como el de quien fue capaz de dar su vida por nosotros en una cruz el que nos está salvando.

Podemos encontrarnos un mundo de opacidades y de tinieblas, un mundo de gente cansada y aburrida que ya no sabe que hacer frente a todo lo que envuelve nuestra existencia – cuántas negruras vemos en nuestros horizontes -, pero con nuestras vidas les vamos a enseñar el camino de la luz, el camino de un nuevo amanecer para nuestra humanidad, el camino del amor que nos salva, que nos cura, que nos resucita. Es el testimonio de quienes con Cristo hemos resucitado lo que puede convencer al mundo.