sábado, 5 de marzo de 2022

Experimentemos en nosotros la misericordia de Dios porque nos sentimos enfermos y necesitados de sanación y llevemos el don de la paz a cuantos están necesitados de perdón

 


Experimentemos en nosotros la misericordia de Dios porque nos sentimos enfermos y necesitados de sanación y llevemos el don de la paz a cuantos están necesitados de perdón

 Isaías 58, 9-14; Sal 85; Lucas 5, 27-32

No se nos ocurre pensar en una persona que está enfermo y que no va al médico, o que le oculta algunos aspectos de su padecer. ¿Será que no quiere curarse? Podríamos decir que no nos cabe en la cabeza, todos amamos la salud, todos deseamos quitar ese mal de la enfermedad que algunas veces puede dañar nuestro cuerpo; de la misma manera que el médico lo que querrá es la salud de sus pacientes; cómo nos quejamos si vamos al médico y no nos atiende o lo hace con displicencia, como nos rebelamos si el médico no acierta con la enfermedad que padecemos y en lugar de mejorar, empeoramos. El médico es para sanar al enfermo, para hacerle recuperar la salud, y no se nos ocurre impedir que un enfermo llegue a encontrar la salud.

Hablamos de aspectos humanos en los que nos vemos envueltos todos los días, porque eso de la salud es algo que todos ansiamos. Pero esa imagen nos puede decir algo más con el evangelio que hoy hemos escuchado. Aunque nos parezca que en este caso el centro del evangelio está en la llamada de Jesús a Leví para que le siga, y tenemos que valorar por una parte esa invitación de Jesús a seguirle y la prontitud con que responde a la llamada del Señor, esto es motivo para otro mensaje que se nos quiere trasmitir en este camino cuaresmal que hemos iniciado.

Hemos escuchado las murmuraciones y comentarios que se hacen los fariseos por una parte porque Jesús haya llamada a un publicano, a un recaudador de impuestos – con lo mal mirados que eran entonces – a seguirle, pero la critica más feroz viene porque Leví hace un banquete y en él con Jesús y sus discípulos están también muchos otros publicanos amigos y compañeros que fueron de Leví.  ‘Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos de Jesús: ¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?’

Es cuando aparece la respuesta de Jesús. ‘No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan’.  Jesús es el médico que viene a sanarnos. ‘Dios quiere que todos los hombres se salven y tengan vida eterna’, se nos dirá en otro momento del evangelio. Es la razón, podríamos decir, del Emmanuel, Dios con nosotros. Por eso Jesús viene a nuestro encuentro sin hacer ninguna diferencia ni distinción. Va a buscar al hombre enfermo, va al encuentro del pecador, dejará que todos se acerquen a El, siempre ofrecerá la paz para los corazones y la salvación.

Busca al paralítico que anda allá perdido en medio de la multitud pero que nadie atiende, se acerca al pie de la higuera para hacer bajar a Zaqueo porque quiere hospedarse en su casa, permite que la mujer pecadora le lave los pies con sus lágrimas y derrame el caro perfume, al paralítico que hacen bajar desde el techo a su presencia para que lo cure lo primero que le ofrece es el perdón de los pecados, siempre despedirá a los que se acercan a El con la paz. ‘Vete en paz y no peques más’. Y nos enseñará como nosotros tenemos que llevar ese mensaje de paz para todos cuando anunciemos la buena nueva de su salvación, dándonos poder para curar enfermedades, expulsar demonios y sobre todo llevar el bálsamo del perdón y del amor de Dios.

Como contra portada vemos la actitud de los fariseos, que ni comen ni dejan comer. Les molesta que Jesús esté con los pecadores, no entenderán nunca el mensaje del perdón que Jesús va proclamando. En sus corazones retorcidos no son capaces de experimentar en si mismos esa sanción que Jesús ofrece a todos y siempre están queriendo contagiar con su mala levadura el resentimiento, el odio y el rencor.

Experimentemos nosotros esa misericordia de Dios en nuestra vida, porque nos sentimos enfermos y necesitados de su sanación, nos sentimos pecadores y ansiamos ese perdón y esa misericordia que Jesús nos ofrece, y con esa misma misericordia vayamos al encuentro con los demás regalando paz, repartiendo amor, ayudando a descubrir la alegría de sentir la misericordia del Señor.

viernes, 4 de marzo de 2022

Si los actos rituales de penitencia que realicemos no nos mueven a cambiar el corazón, de nada nos sirven ni tienen valor ni significado

 


Si los actos rituales de penitencia que realicemos no nos mueven a cambiar el corazón, de nada nos sirven ni tienen valor ni significado

Isaías 58, 1-9ª; Sal 50; Mateo 9, 14-15

Es cierto que no nos gustan las normas, las leyes, los mandatos, los protocolos como ahora está de moda esa palabra, que nos dicen lo que tenemos que hacer o lo que no queremos hacer; de alguna manera parece que quisiéramos ser anárquicos porque no queremos normas o preceptos, sino que hagamos cada uno lo que le parece y que nadie se meta con uno. Ya sabemos que si podemos evitar el cumplir con aquella norma, aunque sea algo del reglamento de tráfico, intentamos ver cómo nos escabullimos y nos lo saltamos.

Pero al mismo tiempo hay otra cosa, en el fondo sabemos que tenemos que hacer algo para justificarnos y en esto sí parece que queremos que nos lo den muy reglamentado, que no señalen unas cuantas cosas que tengamos que hacer, pero con ello ya queremos justificarnos en lo demás, donde hacemos lo que nos parece. Que me digan tienes que hacer esto, y esto y aquello otro y con eso ya lo tienes todo logrado. Y nos aferramos a esas cositas que más que por convicción lo hacemos para justificarnos y decir que somos cumplidores, aunque luego los derroteros de mi vida vayan por otro lado.

Aquello que teníamos en otros tiempos del ayuno eucarístico donde primero no podíamos probar nada, ni agua, y luego vinieron otras reglamentaciones y andábamos mirando si se pasaba un minuto o no para cumplir con ese ayuno eucarístico y poder ir a comulgar. Pero ya no era solo el ayuno eucarístico, sino eran esos días de ayuno y abstinencia que había que guardar – que antes eran muchos más – y donde queríamos cumplir, pero nos valíamos de no sé cuantas bulas para ver como nos lo saltábamos, aunque hubiera unos días que teníamos de todas maneras que cumplir. Ya nos sentíamos salvados porque habíamos ayunado o hecho abstinencia unos días, aunque nos hiciéramos nuestros malabarismos para ver cuanto menos teníamos que pagar por la bula. Realmente era una limosna que estaba tasada según fueran las posibilidades de cada uno, pero donde había manera de hacer la trampa también. Pero habíamos cumplido.

Y hoy vemos en el evangelio que los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos vienen planteándole a Jesús por qué sus discípulos no ayunaban. Siempre ha habido sus cositas con lo del ayuno y la penitencia, donde siempre hemos buscado la manera de cómo salir mejor parados de esas situaciones que había por fuerza que realizar.

Este pueblo me honra con los labios, dirá en otra ocasión Jesús recordando a los profetas, pero su corazón está lejos de mí. ¿No nos podrá seguir sucediendo algo así que nuestro corazón está lejos del Señor a pesar de todas las cosas que decimos que cumplimos para acallar nuestra conciencia?

Hoy el profeta ya nos ha planteado cual es el ayuno que el Señor quiere. Os invito a tomar la Biblia y a leer de nuevo ese texto que hoy se nos ofrece. ¿Cuál es el ayuno en verdad agradable al Señor? ¿Simplemente que prescindamos de unos alimentos que sin embargo podemos sustituir por otros más golosos? ¿Es eso en verdad ayuno?

Como nos decía el profeta ‘movemos la cabeza como un junco’ – hace referencia a esos movimientos rítmicos de la cabeza en vemos en las imágenes de los fariseos o de los judíos rezando delante del Muro de Las Lamentaciones en Jerusalén – pero mientras nuestros labios están pronunciando palabras de oración y alabanza al Señor, nuestro corazón está lleno de maldades, de rencillas y resentimientos, de envidias y de orgullos que nos dividen y que nos enfrentan unos a otros, de malquerencias y de violencias contra los demás. ¿Es ese el ayuno que el Señor quiere?

Si estos actos rituales de penitencia no nos mueven a cambiar el corazón, de nada nos sirven, no tienen ningún valor ni significado. ¿Cómo está nuestro corazón cuando nos presentamos ante El para hacer nuestra oración? ¿Después de esos momentos de ofrenda al Señor nos sentiremos más motivados a amar y a perdonar, a ser comprensivos y a llenar nuestro corazón de misericordia, a aceptar a los demás tal como son y a ofrecer generosamente nuestro perdón? Venimos a la Iglesia y en la Misa hasta pasamos por el gesto de la paz, pero cuando salimos a la calle seguimos sin saludar a nadie, nos encerramos en nuestros resentimientos y dejamos de hablar al vecino o al familiar con quien tenemos problemas.

Nos preguntamos, sí, ¿cuál es el ayuno que el Señor quiere?

 

jueves, 3 de marzo de 2022

Interrogantes que se nos plantean, caminos que se abren en la vida ante nosotros, buscamos esa luz que nos de verdadera sabiduría y plenitud a nuestro existir

 


Interrogantes que se nos plantean, caminos que se abren en la vida ante nosotros, buscamos esa luz que nos de verdadera sabiduría y plenitud a nuestro existir

Deuteronomio 30, 15-20; Sal 1; Lucas 9, 22-25

¿Qué metas tenemos en la vida? ¿Hacia donde vamos? ¿Qué buscamos? ¿Por qué y para qué vivimos? Preguntas a las que tenemos que dar una respuesta personal. Porque es mi vida, es mi vivir. Pero preguntas que pueden encontrar muchas respuestas distintas.

Pero ¿qué responderíamos de una forma personal nosotros? Algunas veces nos quedamos callados, porque son respuestas que comprometen. Es el compromiso de la vida, es el sentido de la vida, es lo que traza mi camino. Cuidado que si no damos respuestas es porque andemos desorientados, vayamos tanteando a ver lo que sale, o vayamos dando palos de ciego. ¿No crees que sería triste vivir así? Ahí tenemos que encontrar nuestra verdadera sabiduría. No es cuestión de copiar, cortar y pegar lo que otros dicen o lo que otros hacen. Mirando a los otros puede ser que se nos produzcan interrogantes en nuestro interior, mirando a los otros quizás podemos encontrar ayuda, pero es un camino que personalmente tenemos que hacer, unas repuestas que personalmente tenemos que dar.

Queremos vivir, decimos, y parece que con eso está todo dicho, pero cuando solamente decimos eso, algo quizás nos está fallando por dentro. Quizás aún no hemos encontrado esa verdadera sabiduría de nuestra vida. Será momento para detenerse, para reflexionar hondo, para buscar con ahínco, para encontrar esa luz.

Cuando estamos aun iniciando este camino cuaresmal nos hacemos estas preguntas. Queremos saber a donde queremos ir. Queremos saber, es cierto, cual es ese camino de cuaresma que estamos iniciando, pero tenemos que saber ir a lo más hondo. No es decir, bueno, como el año pasado, vamos haciendo la cuaresma y luego viene la Semana Santa  y terminamos en la Pascua. No es solo como el año pasado, es hora de seriedad y del momento presente, porque ahora las circunstancias pueden ser distintas, otros son los problemas de la vida y del mundo con los que nos vamos a encontrar, y la vida no es una simple repetición, sino que hemos de darle intensidad a cada momento. Bien distintos son los problemas que nos toca vivir este año.

‘Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal’ le decía Moisés al pueblo de parte de Dios. Habían de hacer la elección. Ante nosotros están también esos caminos. Pero tenemos que entender lo que es la vida, porque no es pensar solo en nosotros mismos, no es solo disfrutar de la manera que sea, no es simplemente dejarnos llevar por nuestro capricho o nuestra visión miope; hay que vislumbrar bien todo lo que se pone delante de nosotros para saber escoger.

Más o menos teóricamente quizá lo podemos entender, pero a la hora de vivir, a la hora de la práctica aparecen nuestras querencias, nuestros deseos, nuestras rutinas de la vida, nuestros caprichos que nos encierran, nuestras pasiones que nos desestabilizan y podemos perder la perspectiva. ¿Qué es lo que nos dará plenitud a nuestro ser, un momento de placer y felicidad o algo más hondo que podemos hacer que nos llena de verdad, y que llena de felicidad también a los que están a nuestro lado? Muchas opciones tenemos que plantearnos.

Vamos a dejarnos conducir porque quien de verdad puede iluminar nuestra vida, vamos a ponernos a la sombra de la Palabra de Dios y vayamos dando pasos de plenitud, pasos llenos de amor y de generosidad, pasos que nos abran horizontes, pasos en los que iremos encontrando ese sentido hondo de nuestro ser.

Como perspectiva tenemos la pascua. Ya en el evangelio de este primer día Jesús nos hace el anuncio de por qué sube a Jerusalén y que sentido tiene el que caminemos con El, el que queramos seguir sus mismos pasos. Por eso nos habla de tomar la cruz, pero no es porque escojamos un camino de sufrimiento, sino porque queremos escoger un camino de entrega y de amor. Cuando con seriedad queremos coger ese camino parece que todo da vueltas, que todo se nos trastoca porque nos encontramos con nuevos valores, porque nos encontraremos que aquello que parece perder la vida sin embargo es encontrarla, es recobrarla, es alcanzar verdadera plenitud. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará’.

Pero todo esto tenemos que irlo madurando en nuestro interior. Seguiremos dando los pasos de la Cuaresma, pidamos al Señor que sepamos tener un espíritu abierto a su Palabra, que nos dejemos guiar por su Espíritu y encontraremos lo que da verdadera plenitud a nuestro ser. Iremos encontrando las grandes respuestas a nuestra vida.

 

miércoles, 2 de marzo de 2022

Escuchemos el pregón que hoy la Iglesia nos proclama, comienza el camino hacia la Pascua, es el tiempo favorable, llega el día de la salvación

 


Escuchemos el pregón que hoy la Iglesia nos proclama, comienza el camino hacia la Pascua, es el tiempo favorable, llega el día de la salvación

Joel 2, 12-18; Sal 50; 2Corintios 5, 20 – 6, 2; Mateo 6, 1-6. 16-18

Hoy es el día del pregón. Sí, pregón. No sé a qué os sonará esto que digo. La palabra hoy quizás pudiera decirnos poca cosa, o enseguida la desviamos a las fiestas de nuestros pueblos. Hay costumbre en algunos lugares que en días anteriores al comienzo de las fiestas se haga la lectura del pregón, una llamada festiva a participar en las fiestas del pueblo que van a comenzar. Quizás, por otra parte, en nuestros ámbitos religiosos se ha introducido la costumbre de en los días anteriores a la Semana Santa se encargue a alguien que haga un pregón, que nos anuncie las celebraciones que se van a tener y se le de relevancia especial a nuestras tradiciones y cosas así.

Pero insisto en que hoy es el día del pregón. Fijémonos en el sentido que tienen las lecturas de la Palabra de Dios de este día; es el comienzo de un camino que nos lleva a la Pascua, a la celebración de la Pasión, muerte y resurrección del Señor y hoy la Palabra de Dios que se nos proclama es una invitación a hacer ese camino que culmina en la Pascua.

Literalmente los textos, en especial del profeta Joel que escuchamos en la primera lectura tiene este sentido. Invita a que suenen las trompetas llamando a la gente, convocando a la asamblea, a niños y ancianos, a jóvenes y adultos, a hombres y mujeres, a sacerdotes y a todos los que sirven al altar, todos son llamados e invitados.

‘Tocad la trompeta en Sión, proclamad un ayuno santo, convocad a la asamblea, reunid a la gente, santificad a la comunidad… Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, servidores del Señor, y digan: Ten compasión de tu pueblo, Señor…’

Ese es el sentido también de la segunda lectura de la carta a los Corintios: ‘Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice: En el tiempo favorable te escuché, en el día de la salvación te ayudé. Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación… En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios’.


El rito y el gesto que nos ofrece hoy la liturgia del miércoles de ceniza tienen este sentido y este valor. Una llamada a la que hoy damos una primera respuesta dejando que caiga la ceniza de la penitencia sobre nosotros, pero es un comienzo de respuesta en ese camino que vamos a hacer. Vamos a celebrar la Pascua. En unos días que cronológicamente nos recuerdan incluso también los momentos de la Pasión y Muerte del Señor nosotros vamos a celebrar también la Pascua. Son momentos importantes, son momentos que nos invitan a hacer Pascua en nosotros para lograr esa renovación de nuestra vida. Y ahora se nos anuncia y se nos convoca para que nos preparemos para darles la vivencia total.

Un camino que hemos de vivir con una intensidad especial dada la importancia de lo que vamos a celebrar. Por eso será la Palabra de Dios que cada día se nos proclame la que va a ser nuestro vademécum de camino. Una Palabra que nos ayude a interiorizar, a escuchar a Dios en nuestro corazón, a mirarnos y a confrontar nuestra vida con el Evangelio, a renovarnos desde lo más hondo, a poner en nosotros actitudes y posturas de la más profunda generosidad para el compartir, a abrir nuestro corazón a Dios para escucharle y para pedirle misericordia.

Hoy en el evangelio se nos invita a retirarnos a nuestro cuarto interior, para allí en el silencio poder escuchar a Dios; no es solamente que busquemos esa habitación apartada sino que sepamos alejarnos de todos esos ruidos que nos aturden y llegan a ensordecernos, porque solo así podremos escuchar a Dios; que sepamos encontrar esos momentos de silencio, de dejar a un lado por unos momentos, o quizás por unos días tantas rutinas de nuestra vida que nos distraen con tantas cosas.

Cuando se nos pide ayuno y abstinencia no es simplemente el que prescindamos de unos alimentos y los sustituyamos quizás por otros, sino que hay muchos apetitos en nuestra vida, muchas cosas que nos atraen, nos llaman la atención, nos entretienen, nos hacen perder el tiempo de las cosas importantes, que son de lo que tendríamos que hacer ayuno y abstinencia. ¿De qué nos vale que nos abstengamos de carne en unos días, si no somos capaces de abstenernos de esas cosas que quizás nos entretienen y nos hacen perder el tiempo?

También a través de este medio de ‘la semilla de cada día’ os iremos ofreciendo pensamientos y reflexiones que nos ayuden a interiorizar en esa Palabra de Dios y a realizar ese camino de renovación que nos lleve de verdad a la Pascua.

El pregón queda hecho. Despertemos, levantémonos, escuchemos la llamada del Señor. Es tiempo favorable, llega el día de la salvación. La noche de pascua escucharemos el pregón pascual, que en ese momento podamos sentir el gozo de que con Cristo nosotros también hayamos resucitado.

martes, 1 de marzo de 2022

Nos desconcierta Jesús porque trastoca muchas aspiraciones, nos promete vida eterna para quienes le seguimos, pero nos habla de los últimos que serán los primeros

 


Nos desconcierta Jesús porque trastoca muchas aspiraciones, nos promete vida eterna para quienes le seguimos, pero nos habla de los últimos que serán los primeros

1Pedro 1, 10-16; Sal 97; Marcos 10, 28-31

En el sentido habitual de nuestro vivir nos parece justo que se tengan en cuenta los méritos de la persona, porque desde su capacidad, pero también del desarrollo responsable de las cualidades y valores de su vida, pueda ir como ascendiendo en esos escalones de responsabilidades y pueda ver un fruto de su trabajo, esfuerzo y responsabilidad en esa asunción de nuevas funciones en bien de la misma sociedad.

Nos quejamos muchas veces cuando no son los méritos sino los amiguismos los que llevan a algunos a ascender en esa escala social de responsabilidades  y por supuesto de las retribuciones que pueda obtener. Justo es, repito, la valoración de los méritos de una persona en función del desarrollo de sus responsabilidades. Medidas humanas tenemos que tener en nuestras relaciones y siempre lo hemos de hacer desde la mayor rectitud.

Sin embargo, aunque esas cosas puedan ser buenos alicientes, una persona madura y responsable de sí misma no se mueve solo desde esos intereses que se puedan convertir en ganancias; diríamos que la responsabilidad comienza con uno mismo y si es poseedor de unos valores o de unas cualidades, ha de buscar, es cierto su crecimiento personal en el desarrollo de esos valores que posee, pero también piensa en esa sociedad en la que vive y de la que se siente de alguna manera deudora y responsable; aquello que posee tiene también esa función social de enriquecer a la misma sociedad. Ahí manifiesta su madurez y su grandeza.

Es la respuesta que va dando a esos valores de los que Dios le dotó que van a ser una riqueza no solo en lo material para ese mundo en el que vive. Nos sentimos responsables no solo de nuestra vida personal sino de ese mundo en el que vivimos; nos sentimos llamados a desarrollar también una función en medio de esa sociedad.  Y aquí tendríamos que recordar aquello de que no podemos enterrar el talento que se nos ha dado, sino que hemos de saberlo negociar en bien no solo de uno mismo sino de la sociedad en la que vive.

Los méritos de esa persona no son las ganancias que en el orden material pueda recibir, sino que será la satisfacción que sentirá en lo más hondo de sí mismo por el bien que realiza, por la función que está llamado a realizar en medio de ese mundo, de esa sociedad. No nos movemos entonces solamente buscando unas satisfacciones materiales o unas ganancias sino que es esa respuesta responsable que nosotros estamos dando a la vida misma con todo lo que en la misma vida hemos recibido.

¿Búsqueda de méritos de interés? Tiene que ser algo distinto. ¿Búsqueda de reconocimientos de eso que hacemos? Parecería que fuera algo normal, pero no hacemos las cosas para que nos den las gracias, hacemos las cosas como responsabilidad y como respuesta a una llamada que sentimos en lo hondo de nosotros mismos. Desde la fe sentimos que esa llamada viene de Dios, y el dar gloria a Dios con lo que hacemos es nuestra mayor gloria.

Sin embargo todos sentimos la tentación de esa búsqueda de méritos y de reconocimientos. Pero como quien pone toda su confianza en Dios, en manos de Dios dejamos cuanto hacemos porque lo que buscamos es la gloria de Dios. En el evangelio vemos que los discípulos que han seguido a Jesús y han dejado muchas cosas por estar con El también tienen esa tentación de reconocimientos. En algún momento los veremos interesados en la búsqueda de primeros puestos, de influencias que pudieran tener por una cosa o por otra para ocupar lugares principales en ese Reino que Jesús anuncia. Ya vemos como Jesús va formando sus conciencias, va haciéndoles aspirar a cosas más grandes.

Ahora como consecuencia de lo que están aprendiendo con aquel episodio del joven rico, que era muy cumplidor, que deseaba en verdad alcanzar la vida eterna, y Jesús le pide el desprendimiento de todo para tener ese tesoro en el cielo, surge en ellos también la duda y el interrogante. ¿Y ellos que lo han dejado todo que van a recibir? ¿Jesús les va a pedir algo más aún?

‘En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’.


Es la respuesta de Jesús. Nadie le va a ganar en generosidad. Se han dado por El, por el Evangelio…
‘en la edad futura, vida eterna’, les dice. Pero un día, cuando alababa a Juan, el mayor de los nacidos de mujer, decía también que el más pequeño podía adelantársele en el Reino de los cielos. Hoy nos ha terminado diciendo ‘muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’. ¿Qué nos querrá decir? Recordemos que cuando discutían por los primeros puestos les decía, que había que hacerse el último y el servidor de todos. ¿Entenderemos el camino de Jesús? Algunas veces parece que nos desconcierta

lunes, 28 de febrero de 2022

Queremos y buscamos tener certezas y seguridades del valor de lo que hacemos o por lo que nos damos, pero para el cristiano la verdadera y única certeza es Jesús

 

Queremos y  buscamos tener certezas y seguridades del valor de lo que hacemos o por lo que nos damos, pero para el cristiano la verdadera y única certeza es Jesús

1Pedro 1, 3-9; Sal 110; Marcos 10, 17-27

Queremos y  buscamos tener certezas y seguridades. Cuando nos prometen algo, cuando nos dicen que vamos a conseguir algo, cuando nos dicen que ese camino nos lleva a alguna parte y nos señalan algo concreto, cuando nos ofrecen metas, ideales, cosas que nos pueden dar la seguridad, queremos estar seguros, que no nos engañen, que lo podamos conseguir fácil, poco menos que una operación matemática, dos y dos son cuatro, aquello que nos prometen o nos plantean que nos den seguridad.

Y algunos pretenden comprar esas seguridades, piensan que todo tendrá su precio y estamos dispuestos a pagar, y si es una cosa que nos apetece mucho pagaremos lo que sea por alcanzarlo. Pero, ¿todo se puede comprar? ¿Todo lo podemos cuantificar de esa manera? ¿A todo le podemos poner un precio material? ¿No habrá algo que se nos escapa de las manos? Algunas veces parece que esas certezas no son tan seguras. O nos damos cuenta que todo no se puede cuantificar desde lo material o lo económico. No nos valen esas medidas con las que estamos acostumbrados a cuantificar las cosas.

Parece como muy lógico y muy humano que andemos en esas búsquedas de seguridades en lo que hacemos o en lo que buscamos, porque ahí entra también nuestra capacidad de razonamiento y de decisión, pero quizás alguna vez nos sorprendemos que haya cosas o aspectos de la vida en la que no caben quizás esos planteamientos que nos pueden parecer tan razonables. Hay medidas que nos superan, o hay cosas que no alcanzamos desde esas medidas a lo humano, lo terreno o incluso al estilo económico. Y es cuando entramos en los ámbitos de la salvación, en los planteamientos que nos hace Jesús en el evangelio para que logremos lo que es verdadera riqueza para nuestra vida.

Una cosa que surge fácil en este sentido de nuestras búsquedas es el tema de la salvación. Hoy se presenta un muchacho joven, un buen muchacho y muy cumplidor, a Jesús preguntando qué es lo que tiene que hacer para alcanzar la vida eterna. Por ahí andan metidas esas cuantificaciones, o esas cosas que queremos hacer a la manera de compra, por así decirlo, para alcanzar el vivir en Dios. Jesús le habla de los mandamientos, que son ese camino que nos ha trazado Dios para vivir una vida recta, y el muchacho dice que eso para él es nada, porque eso lo ha hecho siempre.

Y es cuando Jesús ofrece otros parámetros, otras medidas. ‘Una cosa te falta, pues: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme’. Aquí ya es algo más que cumplir con unas reglas o unas medidas, aquí es necesario algo que tiene que salir del corazón para tener esa capacidad de desprendimiento, para ser capaz de vaciarse de sí mismo, de desprenderse de apegos, de olvidarse de sí mismo. Y ya esto no son medidas que podamos cuantificar con un peso o con una regla. Es otra cosa, otra generosidad, otra disponibilidad, otra capacidad de amar y de amar hasta lo extremo. Es una órbita y un sentido distinto de la vida. Ahora son seguridades que nacerán de la confianza en la Palabra que nos viene de Dios.

Aquel joven no fue capaz. Se marchó triste y pesaroso porque no era eso lo que él pensaba, lo que eran sus planteamientos. Era rico, dice el evangelista. Y Jesús se le quedará mirando también como se marchaba. Ya conocemos los comentarios posteriores de Jesús que de alguna manera escandalizan a los discípulos, porque habían sido generosos para seguir a Jesús y muchas cosas habían dejado atrás, todavía en su corazón andaban con sus cuantificaciones. Algún día preguntarán qué es lo que ellos van a alcanzar que lo habían dejado todo por seguir al maestro. Ahora piensan que eso de salvarse es imposible, porque es imposible tener esas nuevas actitudes que pide Jesús. ‘Para lo hombres parecerá imposible, les dice Jesús, pero no es imposible para Dios’.

Y es que en ese tema de la salvación, de lo que es el seguimiento de Jesús no es cosa que solo hagamos por nosotros mismos; es algo que tenemos que hacer con la gracia del Señor; y es necesario dejarse conducir por esa gracia, por esa llamada del Señor, por eso sentir de verdad a Dios en su vida porque seamos capaces de desprendernos de nosotros mismos y comenzar a confiar en Dios por encima de todo. La certeza para nosotros es Jesús, nuestra única seguridad y nuestra única certeza. El es el Camino y la Verdad y la Vida.

domingo, 27 de febrero de 2022

Son las actitudes y los valores de Jesús los que tenemos que reflejar con autenticidad en nuestra vida, porque vayamos plantando la buena semilla en nuestro interior

 


Son las actitudes y los valores de Jesús los que tenemos que reflejar con autenticidad en nuestra vida, porque vayamos plantando la buena semilla en nuestro interior

Eclesiástico 27, 4-7; Sal 91; 1Corintios 15, 54-58; Lucas 6, 39-45

Cuánto nos gastamos en guardar las apariencias… ahora tenemos hasta asesor de imagen; hay sus protocolos de cómo hay que presentarse, lo que podemos o no podemos decir, la imagen que tenemos que dar para ser más atrayentes. Falsos oropeles, palabras vacías, gestos que nada dicen y que ocultan mucho, apariencias que tratan de engañar para dar una presentación, aunque por dentro estemos vacíos u ocultemos las intenciones torcidas que tengamos.

Al hablar de esto podemos pensar en personajes públicos o gente que consideramos importantes y que se envuelven en estas vanidades, pero hemos de reconocer que es algo que nos puede pasar a todos; como me decía un amigo medio en broma ‘cuando me hago una fotografía pongo el lado bonito de la cara’, y ocultaba el lado que no tenía buena apariencia. Todos podemos tener esa tentación de la apariencia. Nos falta autenticidad, nos faltan valores que verdaderamente podamos presentar como auténtica riqueza de nuestra vida. Pero bien sabemos que el que está vacío por dentro pronto saldrá a relucir la falsedad de su vida a pesar de todos los oropeles y vanidades de las que se quiera rodear.

Es de lo que nos está previniendo hoy el evangelio y podemos decir que todo el conjunto de la Palabra de Dios que en este domingo se nos proclama. Si somos ciegos poco podremos convertirnos en guías del camino de los demás; si nuestros ojos están turbios poco podemos hablar de claridad, porque esa claridad no existe en nuestros ojos. Sin embargo en nuestra ceguera con qué facilidad juzgamos y condenamos a los demás. Quizás muchas veces aquellas cosas que criticamos de los demás y por las que los juzgamos o los condenamos son carencias que llevamos en nosotros mismos. Dime de lo que hablas y sabré lo que verdaderamente llevas en el corazón.

Limpiemos los cristales por los que miramos a los demás, porque si los tenemos llenos de suciedad estaremos viendo suciedad en los otros, pero donde está es en nuestros ojos. Siempre recuerdo lo de aquella mujer que criticaba a su vecina porque decía que lavaba mal la ropa y la tendía al sol llena de suciedad; no se daba cuenta que la suciedad estaba en los cristales de su ventana y era lo que le hacía creer que veía suciedad en la ropa de su vecina.

Hoy nos habla Jesús de quitar la viga que llevamos en nuestros ojos antes de querer quitar la pequeña mota que pudiera haber en los ojos del hermano. Por eso, tenemos que mirarnos primero a nosotros mismos para limpiar la suciedad que llevamos en el corazón. Como nos decía Jesús en otro momento, es de dentro del corazón de donde salen las malicias y toda clase de males. Como tantas veces habremos reflexionado es el camino de superación, de crecimiento interior que tenemos que realizar en nuestra propia vida.

Somos discípulos que seguimos el camino de nuestro Maestro y de El tenemos que aprender. Son las actitudes y los valores de Jesús los que tenemos que reflejar en nuestra vida, porque vayamos plantando esa buena semilla en nuestro interior. Porque de lo que llevamos en el corazón hablará nuestra boca, se reflejará en nuestras obras. Por eso tenemos que cuidar con mucho esmero esas actitudes que llevamos dentro. No se trata solamente de que hagamos muchas obras de caridad y con ello parece que quedamos bien, si no hay verdadera caridad en nuestro corazón.

Quizá en un momento podemos ser capaces de desprendernos incluso de algo nuestro que nos puede costar, pero si lo hacemos a regañadientes, poco nos vale y se queda en apariencia; si mientras damos esa limosna al necesitado no somos capaces de tener una mirada de amor para con esa persona que atendemos, algo nos está fallando en nuestro interior, algo nos está fallando para que sea un amor verdadero lo que estemos manifestando.

Es necesario un corazón fraterno y abierto, un corazón lleno de misericordia porque hemos experimentado en nosotros la misericordia de Dios que se manifestará verdaderamente compasivo y cercano con los demás, un corazón lleno de delicadeza y de humildad porque nunca con nuestras obras vamos a avasallar a los demás considerándonos superiores.

El amor nunca humilla, siempre levanta; el amor no crea distancias, sino que busca la ternura y la cercanía; el amor nunca se impone ni lo realizamos como un cumplimiento, sino que será algo que siempre se contagia creando unos vasos de comunicación con los demás; el amor nunca puede ser apariencia sino que tiene que manifestarse con la autenticidad de nuestra vida; el amor no es un protocolo que nos traza cómo hemos de hacer las cosas para dar una buena imagen, sino que siempre partirá de la generosidad que llevemos en el corazón que nos hará creativos en gestos y acciones concretas; el amor cuando hay entrega sin limites nunca mermará ni se consumirá sino que crecerá agrandando nuestro corazón pero también contagiando a los demás; los gestos y actitudes de amor serán siempre el fruto del árbol bueno que llevamos en el corazón y define nuestra vida.