miércoles, 2 de noviembre de 2022

La conmemoración de los difuntos es un vivir con intensidad la esperanza que da sentido y valor a nuestra vida, tenemos la esperanza de que viven en Dios para siempre

 


La conmemoración de los difuntos es un vivir con intensidad la esperanza que da sentido y valor a nuestra vida, tenemos la esperanza de que viven en Dios para siempre

 Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7; Sal 24; Filipenses 3, 20-21; Juan 11, 17-27

Aunque por razones laborales la visita a nuestros cementerios y el recuerdo de los difuntos se queda más reducida al día primero por ser festivo, no podemos olvidar el sentido de cada celebración y que verdaderamente la conmemoración de los fieles difuntos litúrgicamente la celebramos en este día 2 de noviembre.

¿Qué significa esta conmemoración? ¿Es solamente un recuerdo? Si escuchamos lo que los medios de comunicación nos expresan de lo que hacemos en este día pareciera que todo se queda en eso, en un recuerdo; vamos allí junto a sus tumbas, como queriendo decir que no olvidamos a los seres queridos que han muerto y como quien hace un regalo a la madre cuando la va a visitar, le lleva un ramo de flores para adornar su tumba.

Seguro que para quienes han perdido la trascendencia de la vida, no tienen esperanza de otra vida, claro que se ha de quedar en un recuerdo de algo que fue y de lo que intentamos recordar lo mejor; es precisamente lo que se dice como consuelo en esos momentos que nos llenan de cierta tristeza, que recordemos las mejores cosas de la vida que nos dejaron los que ya se marcharon. Claro que el corazón tira y empuja por algo más que un recuerdo frío o emocionado, porque de alguna manera no queremos separarnos de aquellos a los que amamos y queremos sentir vivas ya no solo en nuestro recuerdo sino en nuestro corazón a nuestros seres queridos difuntos.

Y es que en el fondo aunque queramos hacer un mundo donde vamos queriendo evitar esos sentimientos religiosos, donde se ha perdido un sentido creyente de la vida y una esperanza de algo más, de una vida sin fin, en el fondo del corazón siempre hay un ansia de algo más, de algo superior, de algo que verdaderamente eleve nuestra vida dándole un nuevo sentido y una nueva trascendencia. En el fondo, queramos o no, somos unos seres espirituales, que ansiamos lo espiritual, que buscamos lo sobrenatural, porque en el fondo buscamos a Dios. Solo en El podemos encontrar la verdadera plenitud de nuestra existencia.

Por eso para el cristiano esta conmemoración que hoy hacemos no se queda en un mero recuerdo ni en una ofrenda de flores que hagamos para adornar la tumba de nuestros seres queridos. Es sentir que está viva una unión espiritual con aquellos seres que amamos aunque la muerte nos los haya arrancado de nuestro lado.

Es de alguna manera sentir su presencia espiritual porque sabemos que viven, porque nosotros tenemos esperanza de vida eterna. Por eso nuestra conmemoración se convierte también en oración, porque es una manera de sentirnos unidos espiritualmente a ellos, pero también es la oración confiada al Padre en cuyas manos hemos puesto a nuestros seres queridos confiando en su misericordia.

Es un vivir con intensidad la esperanza que da sentido y valor a nuestra vida, porque tenemos la confianza y la esperanza de que ellos ya vivan en Dios para siempre. Nuestra oración quiere ser intercesión para obtener la misericordia de Dios, pero al tiempo es acción de gracias por el regalo que en vida tuvimos en aquellos seres que nos amaron y a quien nosotros amamos, y acción de gracias por la fuerza que en el Señor recibimos para vivir el dolor de la separación.

Lo hacemos confiados en la Palabra de Jesús que promete vida eterna para quienes en El ponemos toda nuestra fe y nuestra esperanza. ‘Quien cree en mí aunque haya muerto vivirá… y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre’. Sentimos al mismo tiempo como Jesús viene a nosotros como se acercó aquel día a aquel hogar de Betania donde había fallecido Lázaro, para llenarnos a nosotros también de paz y para poner fortaleza en nuestro corazón.

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