jueves, 20 de octubre de 2022

No echemos agua para apagar el fuego del Espíritu, dejemos que prenda y arda, que nos renueve totalmente nuestra vida, que nos desconcierte, señal de que es buena noticia

 


No echemos agua para apagar el fuego del Espíritu, dejemos que prenda y arda, que nos renueve totalmente nuestra vida, que nos desconcierte, señal de que es buena noticia

Efesios 3, 14-21; Sal 32; Lucas 12, 49-53

Hay cosas que nos sorprenden porque no las esperábamos; y no se trata ya de un suceso, de algo extraordinario que sucede y que nos llama la atención, sino que más bien la sorpresa en ocasiones la recibimos de personas que quizás están en nuestro entorno, pero que no esperábamos de ellas una actuación así, esa manera de hacer las cosas en que parece que ahora todo lo cambian y hasta puede dar la impresión que pudiera ser contrario a lo que siempre ha sostenido, o al menos eso nos parece a nosotros y de ahí nuestra sorpresa.

Pero se me ocurre pensar ahora si acaso el evangelio de Jesús nos causa alguna sorpresa. Quizás nos hemos acostumbrado a oírlo y hacerle siempre las mismas interpretaciones y pudiera ser también que lo edulcoramos tanto que pierde el sabor de ser una buena noticia. Una noticia nueva tendría que sorprendernos, porque de lo contrario dejaría de ser noticia, si es algo que ya nos sabemos desde siempre. Y se me ocurre pensar si acaso el evangelio ha dejado de ser noticia para nosotros, porque nos decimos que nos lo sabemos.

La presencia de Jesús, sus palabras y sus signos no dejaban de ser siempre una buena noticia que recibía la gente de su tiempo que lo escuchaba. Y sorpresa y desconcierto les causaba a algunas por esos nuevos gestos que realizaba Jesús, por esa manera de estar en medio de las gentes y por el mensaje que les trasmitía. Bien que se sentían desconcertados los fariseos y los principales dirigentes de Israel por las actitudes de Jesús. Ya sabemos cómo lo criticaban porque andaba entre publicanos y pecadores e igual dejaba que incluso las prostitutas se acercaran a El e incluso tuviera la valentía de defenderlas, como fue el caso de la mujer adultera. Si lo criticaban era porque se sentían desconcertados, porque era algo nuevo que ellos no podían permitir.

Las palabras y los gestos de Jesús podríamos decir que en cierto modo eran revolucionarias, porque presentaba una nueva manera de ver el acercamiento entre las personas, y cómo todos tenían un valor que siempre había que respetar y valorar. Era, sí, un fuego que Jesús quería encender porque en verdad muchas cosas tendrían que cambiar desde lo más hondo del corazón del hombre, pero que tendría que reflejarse en las posturas, en las actitudes, en los gestos, en la manera de relacionarnos los unos con los otros.

Es lo que nos está diciendo Jesús hoy en el evangelio y que tantas veces suavizamos, haciéndole perder el sentido de esa buena nueva, de esa buena noticia que tiene que ser el evangelio en nuestra vida, que nos tiene que cambiar desde lo más hondo de nosotros mismos. No nos andemos con componendas. De una vez por todas escuchemos a corazón abierto el evangelio, las palabras de Jesús y dejémonos transformar por su Espíritu.

‘He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!’ No echemos agua para apagar ese fuego, dejemos que prenda, que arda, que renueve nuestro mundo, que renueve totalmente nuestra vida y nos desconcierte. Señal de que es en verdad buena noticia para nuestra vida.

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