lunes, 17 de octubre de 2022

Cuántas cosas perdemos y no sabemos disfrutar porque vamos cegados por la ambición y la pérdida de los verdaderos valores que nos llevarían a mirar de manera distinta

 


Cuántas cosas perdemos y no sabemos disfrutar porque vamos cegados por la ambición y la pérdida de los verdaderos valores que nos llevarían a mirar de manera distinta

Efesios 2, 1-10; Sal 99; Lucas 12, 13-21

‘Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia’, se acercó uno a pedir la mediación de Jesús. ¡Qué problema el de las herencias! Entonces y en todos los tiempos. Es el problema de la ambición, son los deseos de decir esto es mío y nadie me lo quita, son los sueños de que por más cosas que tengamos seremos más felices, son las cosas que vamos acumulando, fruto de nuestros trabajos quizás, pero cosas que nos gusta tener y de las que no queremos desprendernos, es la vanagloria de querer presentarnos llenos de cosas, de joyas o de cosas de valor, porque nos parece que eso nos da grandeza, eso nos da poder, eso va a causar la admiración y - ¿por qué no? – la envidia de los demás.

No es el problema de la herencia, sino de lo que llevamos en el corazón; y parece que muchas veces lo hemos llenado de cosas y no de verdaderos valores; cuántas cosas acumulamos que ya no sabemos ni qué hacer ni como tenerlo todo limpio y ordenado. No es el desorden de las cosas que acumulamos en casa, sino es el desorden que hay en nuestro corazón cuando no hemos hecho una verdadera escala de valores. ¿Qué es lo que verdaderamente tiene importancia? Y allí donde tenemos nuestro tesoro, está nuestro corazón, están nuestras ambiciones, están las guerras que continuamente nos hacemos.

¿De que le valió a aquel hombre aquella gran cosecha que le hizo agrandar sus bodegas y sus graneros? Ya pensaba que todo lo tenía resuelto. Pero la vida no son las cosas que acumulemos. ¿Sabremos en verdad vivir? Porque nos llenamos de muchas cosas y ni vivimos; no las disfrutamos porque estamos recontándolas y recontándolas pero tenemos miedo que se gasten y no nos sirven de provecho. Nos llenamos de cosas pero no de vida.

¿Dónde tiene que estar realmente nuestro vivir? ¿Qué es vivir para nosotros? ¿Solamente trabajar y trabajar para tener más y que nuestra cuenta del banco se engorde más y más? Trabajas para tener cosas y no valoras, por ejemplo, la familia, tus hijos que buscan en ti una palabra liberadora de luz, la esposa que te espera en casa preparándote lo mejor, los amigos con quienes disfrutar de su amistad, la sonrisa de una persona que pasa a tu lado, el buen gesto que en un momento tuvo alguien contigo pero del que ni te diste cuenta tan afanado como estabas, esa palabra ‘gracias’ con la que alguien te obsequió pero que no escuchaste ni valoraste y estas tan engreído pensando que todo te lo merecías que no fuiste capaz de responder con una sonrisa, aquellos colores del sol poniente que no supiste apreciar porque solo estaban pendiente de cómo prolongar la jornada para ganar más y para tener más.

Cuántas cosas vamos perdiendo y que no sabemos disfrutar. Nos falta vivir. Y seguimos preocupándonos por la herencia que se quiere llevar mi hermano y no quiere compartir conmigo. De cuántas cosas innecesarias nos preocupamos en la vida y no le damos verdadera importancia al vivir. Que es algo más que poseer, que acumular, que darse buena vida de esa manera que entiende la mayoría, y al final se sienten hastiados y vacíos porque nada de todo aquello les satisface plenamente y dar verdadera felicidad al corazón.

Cuántas cosas tenemos que pensar y cuantas cosas tenemos que revisar para buscar los verdaderos valores, para que comencemos a pensar menos en nosotros mismos y más en los otros, para que llegamos a la satisfacción del compartir que te dará muchas más felicidad, aunque tengas que desprenderte de algo, a ser feliz de verdad cuando hacemos felices a los demás. No serán necesarias grandes cosas, grandes milagros, sino los gestos sencillos del amor.

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