viernes, 2 de septiembre de 2022

Escuchemos de verdad abriendo no solo nuestros oídos sino sobre todo el corazón la Buena Nueva que Jesús nos anuncia para llegar a ser ese Hombre Nuevo del Evangelio

 


Escuchemos de verdad abriendo no solo nuestros oídos sino sobre todo el corazón la Buena Nueva que Jesús nos anuncia para llegar a ser ese Hombre Nuevo del Evangelio

1Corintios 4, 1-5; Sal 36;  Lucas 5, 33-39

Cuando Nicodemo fue de noche a ver a Jesús porque en su interior cuando le escuchaba surgían nuevos interrogantes y nuevas inquietudes Jesús le habla de un nuevo nacimiento. ¿Qué quería decirle Jesús? era una forma de decirle que cuando uno lo escucha y quiere seguirle significaba que había de comenzar una vida totalmente nueva. Ya sabemos que Nicodemo se aferra a la literalidad de las palabras – no en vano era un magistrado judío y que de alguna manera se sentía influenciado por los grupos dominantes como los fariseos – y Jesús le hablará de que ese nacimiento será posible por la acción del Espíritu, por el agua y el Espíritu, le dice en una referencia al Bautismo.

Será lo que más tarde san Pablo nos hablará de ser un hombre nuevo, porque el hombre viejo ha pasado. Con la pascua de Jesús se ha realizado ese paso del hombre viejo al hombre nuevo, se ha producido esa renovación, ese renacer de ese hombre nuevo del Espíritu.

Claro que tendríamos que recordar que el primer anuncio que hace Jesús ya desde el comienzo de su anuncio de la Buena Nueva del Reino, es que había que convertirse y creer en esa Buena Noticia. Nos tomamos a veces a la ligera la palabra conversión y le damos muchas vueltas para no enfrentarnos a la radicalidad de la palabra, pero convertir, conversión, es dar la vuelta, es tener otra perspectiva y otra mirada, es un dejar atrás y arrancar el hombre viejo que queda en nosotros, para poder ser ese hombre nuevo.

Tenemos que reconocer que también a nosotros nos cuesta entender y llegar a vivir todo esto. Les costaba a los contemporáneos de Jesús. Todo cambio es doloroso, porque es dejar atrás todo aquello que nos parecía que siempre nos había servido porque hay que comenzar con algo totalmente nuevo.

¿Cómo no les iba a costar a aquellos contemporáneos de Jesús que habían llegado a una religión de cumplimientos rituales, pero donde faltaba el espíritu que en verdad diera vida a todo aquello que vivían? Los maestros de la ley les enseñaban que había que cumplir a rajatabla el descanso sabático, que tenían que ir a la Sinagoga los sábados y en la Pascua subir a Jerusalén, que habían de realizar algunos ritos y sacrificios, y había unos días en que tenían que ayunar. Cumplían con aquello y ya se sentían satisfechos. Lo nuevo que ahora les enseñaba Jesús les desconcertaba.

En cierto modo, ¿no nos habremos hecho nosotros también una religión parecida aunque hayamos cambiado los viejos ritos de los sacrificios de animales por nuestras celebraciones de la misa o por nuestras procesiones? Vamos a la Iglesia los domingos, tratamos de cumplir con una serie de ritos religiosos, unos días en el año queremos vivir la religiosidad con un poco de más intensidad cuando llega la semana santa, recibimos los sacramentos porque bautizamos a nuestros hijos y queremos que hagan la primera comunión, hacemos alguna limosna cuando podemos o cuando tenemos suelto en el bolsillo, y poco más. Y ya nos decimos cristianos. ¿No nos estará sucediendo como aquellos que se quedaban solo con los ayunos rituales?

Pero cuando leemos o escuchamos un texto como el que hoy se nos ofrece, nos sentimos de alguna manera desconcertados, tratamos de hacernos nuestras personales interpretaciones, porque la cosa no es para tanto, pero que no nos pidan más, que ya pertenecemos a no sé qué cofradía o le llevo flores a la Virgen.


¿Nos podemos quedar tan tranquilos cuando escuchamos – y escuchamos de verdad porque no solo abrimos los oídos sino el corazón – el Evangelio que Jesús nos anuncia? ¿Dónde está ese hombre nuevo? ¿Cómo terminamos de interpretar lo de los odres nuevos? ¿Cómo nos arreglamos para hacer esa vestidura nueva en lugar de 
andar con nuestros remiendos y al final con nuestros harapos? Abramos con sinceridad nuestro corazón y escuchemos la Buena Nueva que nos anuncia Jesús.

 

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