lunes, 16 de mayo de 2022

Hemos de ser los enamorados de Dios que vayamos chorreando su amor allí donde estemos y con lo que vivimos por la fuerza del Espíritu que habita en nosotros

 


Hemos de ser los enamorados de Dios que vayamos chorreando su amor allí donde estemos y con lo que vivimos por la fuerza del Espíritu que habita en nosotros

Hechos de los apóstoles 14, 5-18; Sal 113; Juan 14, 21-26

Una mirada con los ojos del amor nos hará ver y descubrir lo que por ningún otro medio podemos conocer. ¿Por qué me conoces tanto? Le preguntaba un hijo a su madre; porque te amo, le respondía. El amor verdadero nos lleva a esa unión tan profunda que no será necesario que nos cuenten lo que nos sucede, para que los ojos del amor lo descubran.

¿Por qué nos descubres esas cosas a nosotros y no a los demás? Le pregunta un discípulo a Jesús cuando de alguna manera se sentía emocionado por la confidencia de amor que Jesús les iba haciendo, y en una palabra Jesús podía haberle dicho, porque os amo. Es lo que de alguna manera le responde aunque otro sea el circunloquio de las palabras. ‘Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?’,  le decía Judas, no el Iscariote sino Judas Tadeo, a Jesús. Y este le respondía: ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él’.

Todo es un círculo de amor, respuesta de amor y revelación de amor, comunión de amor de tal manera que se siente habitado por el amor de Dios, por Dios mismo. ¿No es lo que sucede cuando dos personas se aman de verdad? Ya parece que no hay sino una sola vida; los enamorados de verdad ven por los ojos del otro, hablan con las palabras del otro, parece que respiran con el respirar del otro, porque se sienten como una única vida.  Y eso es lo que tenemos que vivir desde nuestra relacion con Dios.

Podemos tener la tendencia de convertir nuestro ser cristiano en aprendernos una doctrina, tener como un catálogo de las cosas que tenemos que hacer, o como se dice ahora, unos protocolos que seguir. Pero creer en Jesús para seguirle, para ser verdaderamente su discípulo es algo mucho más sencillo, porque es como dejarse envolver por el amor de Dios, que es mucho más que una envoltura externa que nos de unas apariencias, porque casi la palabra que tendríamos que emplear es empaparnos del amor de Dios. Cuando de verdad empapamos algo en un líquido luego ese objeto empapado va como chorreando allá por donde vaya aquello de lo que está empapado. Es lo que tendría que ser nuestra vida cristiana; tenemos que ir chorreando ese amor de Dios del que estamos empapados.

Por eso Jesús nos habla de la presencia del Espíritu en nuestra vida. Nos dice que nos lo revelará todo. Cómo querrían tener consigo siempre a Jesús sus discípulos para no olvidar todo aquello que les va revelando y que algunas veces tanto les cuesta no solo recordar sino entender, asumir para sus vidas. Qué bueno sería que Jesús no les faltara nunca. Es lo que Jesús les está prometiendo. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’.

Es el Espíritu Santo el que habitará en sus corazones para poder sentir y vivir esa presencia del amor de Dios en sus vidas; es el Espíritu Santo el que transformará nuestras vidas para ser capaces de no solo vivir ese amor de Dios, sino luego empapar de ese amor cuanto nos rodea.

‘Mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él’, nos decía Jesús. Seremos ese templo del Espíritu, esa morada de Dios, porque nos llenaremos de su amor. Y eso, ¿cómo se manifiesta en nuestra vida? ¿Serán esas las señales que nosotros damos con nuestra manera de vivir como cristianos? Claro que tendríamos que comenzar por preguntarnos si somos esos enamorados de Dios. Quizá nuestro amor sea pobre, le falte intensidad, se nos quede en le epidermis de la vida, no lleguemos a ser esos empapados del amor de Dios. Es algo que tenemos que cuidar.

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