domingo, 24 de abril de 2022

Nos hacemos participes de la bienaventuranza porque sin haber visto creemos y experimentamos en el corazón la presencia de Jesús que nos llena de una nueva paz

 


Nos hacemos participes de la bienaventuranza porque sin haber visto creemos y experimentamos en el corazón la presencia de Jesús que nos llena de una nueva paz

Hechos 5, 12-16; Sal 117; Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19; Juan 20, 19-31

En medio del ambiente festivo y de pascua que seguimos viviendo, pues solo estamos en la octava de Pascua hoy escuchamos el evangelio con ese mismo gozo en el alma al contemplar a Jesús como se manifiesta resucitado al grupo de los apóstoles que se encuentran reunidos en el cenáculo. Pero aún así no podemos dejar a un lado la situación de cierta incertidumbre que ellos vivían en aquellos momentos y en la que nos vemos reflejados en la situación anímica que vivimos en el hoy de nuestra vida.

El evangelio que escuchamos no es solo narración de la Buena Noticia que significó para ellos el encuentro con Cristo resucitado, sino que tenemos que hacer que sea Buena Noticia también hoy para nosotros, y como toda buena noticia a nosotros también nos eleve el espíritu, nos levante el ánimo y sea en verdad anuncio de salvación para nuestra vida hoy. Es el espíritu con que siempre hemos de escuchar el evangelio haciendo lectura sobre nuestra vida concreta que vivimos.

El grupo de los apóstoles estaba encerrado en el cenáculo, las puertas y ventanas cerradas, porque seguían con sus miedos y sus dudas. Alguno incluso un poco se había ido por sí mismo y no estaba con el grupo con las consecuencias que se derivarían para todo lo que iba a suceder.

Algunas veces nosotros nos encerramos también en nosotros mismos o en las rutinas de las cosas de siempre y tememos abrirnos a algo nuevo, a nuevos planteamientos, a nuevos enfoques de las cosas, o a dejarnos sorprender por lo que podría ser una nueva riqueza para nuestra vida. Nos encerramos o nos aislamos yéndonos por nuestra cuenta, que es también una forma de escurrir el bulto, como se suele decir. La situación por la que hemos pasado o a la que en estos momentos tenemos que estar enfrentando en nuestra sociedad y en nuestro mundo quizás también nos crea inseguridades, no queremos pensar en lo que sucede y hasta tratamos de distraernos con otras cosas. Han sido también muchos los cambios habidos en nuestra sociedad y pensemos que todo lo que hemos estado pasando en los últimos tiempos nos ha cogido con paso descolocado a destiempo y no vemos cómo o no sabemos cuándo volveremos a coger el ritmo que habíamos perdido.

La Buena Noticia es que Jesús está en medio de ellos. Fue una sorpresa que hizo surgir nuevos y variados sentimientos en cierto modo contrapuestos, miedo y alegría, y fue como ese suspiro de alivio que damos cuando al fin podemos despojarnos de todos nuestros miedos o de todas las incertidumbres que nos abruman. Se llenaron de paz. Fue el saludo repetido de Jesús. ‘Paz a vosotros’. ¿Cómo no iba a ser ese el saludo y lo que sintieran en lo más hondo de ellos mismos después de tantas cosas que les habían llenado de angustia y sufrimiento?

Algo nuevo comenzaba en sus vidas. Una vida nueva comenzaban a sentir dentro de sí. Sería todo un camino que tendrían que seguir realizando. Se sentían liberados de todo tipo de ataduras y de pesos en el alma, que se manifiesta en esa donación del Espíritu que Jesús les hace para que puedan sentir el nuevo sabor del amor. Un amor que crece dentro de nosotros cuando nos sentimos perdonados; un amor que vamos regalando cuando también vamos repartiendo perdón. Cuando nos sentimos perdonados y cuando lo vamos ofreciendo también con generosidad algo se va curando dentro de nosotros y es cuando llegamos a sentir la verdadera paz.

Qué triste los que no saben perdonar; en su orgullo se creen vencedores de los demás porque les parece que siempre van a tener como encadenados a los otros porque no los perdonan manteniendo reticencias y deseos vengativos, pero realmente se están destruyendo a sí mismos, nunca podrán saborear lo que es la verdadera paz, porque mantienen ese herida enfermiza del rencor dentro de sí. El que no sabe o no quiere perdonar es el que en el fondo está sufriendo más, porque no saboreará la verdadera paz.

Y tenemos que aprender a salir de nuestros aislamientos. Tomás no estaba con ellos cuando Jesús se les apareció y en él siguieron las dudas y los miedos que se le seguían haciendo pedir pruebas y más pruebas. ‘Hemos visto al Señor’, le transmiten con alegría el resto de los apóstoles cuando regresa. ‘Si no veo la señal de los clavos… la herida del costado… no creo’, es la actitud negativa que aún mantiene.

Será cuando el Señor se manifieste de nuevo y a él directamente se dirija Jesús para que meta sus dedos y su mano en sus llagas cuando se quedará sin argumentos y sin palabras y tendrá la valentía de musitar su fe. ‘¡Señor mío y Dios mío!’, será su reacción. ‘Dichosos los que crean sin haber visto’, proclamará Jesús como una bienaventuranza para todos nosotros que no hemos visto, pero hemos creído; no hemos visto, pero hemos aceptado el testimonio de quienes nos han transmitido y contagiado su fe en la tradición que se prolonga por los siglos; no hemos visto, pero sí hemos sabido experimentar en lo hondo del corazón la presencia del Señor que nos llena de vida, que transforma nuestra vida.

Pero esa fe en el Señor que, a pesar de puertas cerradas, de oscuridades de la vida, o de los momentos duros por los que podamos estar pasando, se quiere seguir manifestando en nosotros y en nuestro mundo. Y el Señor resucitado pone su Espíritu en nuestros corazones para que tengamos la posibilidad de saborear la paz; pone su espíritu en nosotros para que tengamos esperanza en ese mundo nuevo y luchemos y nos esforcemos para poner de nuestra parte lo que haga posible esa paz; pone su Espíritu en nosotros para que ni nos encerremos ni nos aislemos, para que seamos capaces de abrirnos a algo nuevo y al mismo tiempo comprometernos para entre todos hacer que florezca en todas partes la paz; pone su Espíritu en nuestro mundo para ir transformando los corazones de todos para que seamos constructores de vida y no de muerte y tengamos esperanza de poner esos cimientos de un mundo nuevo y mejor.

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