sábado, 16 de abril de 2022

Cuando rodó la piedra quedando sellada la entrada del sepulcro todo quedó en silencio, pero no con un silencio cualquiera, sino con la seguridad de la esperanza

 


Cuando rodó la piedra quedando sellada la entrada del sepulcro todo quedó en silencio, pero no con un silencio cualquiera, sino con la seguridad de la esperanza

 

Cuando rodó la piedra quedando sellada la entrada del sepulcro todo quedó en silencio. Era un silencio distinto, un silencio interior. Fuera podrían seguirse oyendo las pisadas de los que se alejaban o los ruidos de la ciudad cercana. Pero había silencio. La Palabra había quedado silenciada y hasta el corazón parecía haberse detenido. Por los oídos podrían entrar sonidos ahora pero dentro no se escuchaba nada.

El silencio hace desfilar un montón de imágenes, de recuerdos, hasta el momento en que la imagen puede quedar paralizada y poco a poco difuminarse. Era un silencio distinto, un silencio interior que se llenaba de imágenes que iban y venían, que podían igual sobreponerse unas a otras como difuminarse y quedar solo un lejano resplandor. Es lo que sucede cuando el dolor invade el espíritu, un dolor que es como una morfina que adormece pero que al momento vuelve a despertar con nuevos recuerdos.

‘Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu’, fueron sus ultimas palabras escuchadas en lo alto del patíbulo. Su alimento había sido hacer la voluntad del Padre. Su lema al entrar en el mundo era cumplir su voluntad. Había pedido verse liberado de aquella hora, pero fue como una tentación momentánea, porque pronto aceptaba que se cumpliera, no su voluntad, sino la voluntad del Padre.  Momentáneamente parecía sentirse solo y abandonado pero no hicieron falta Ángeles especiales que vinieran a recordarle la presencia para siempre del Padre junto a El.

Y nosotros ahora nos quedamos en silencio rumiando sus palabras. Les damos vueltas una y otra vez en nuestra mente y en nuestro corazón porque tienen que tener un sentido grande para nosotros. Si se ponía en las manos del Padre aquella muerte no era una derrota, luego tiene que haber esperanza en el corazón. Nos sentimos derrotados tantas veces, no nos salen las cosas, la vida se nos vuelve del revés, cuanto más queremos hacer las cosas bien y poner ternura en la vida, parece que afloran más pronto las violencias y las desavenencias, con buena voluntad queremos hacer las cosas en disponibilidad de servicio con todos y recibimos respuestas airadas o encontramos rechazo y hasta burla por lo que intentamos hacer. Pero si ponemos la vida, lo que somos y lo que hacemos en las manos del Padre, no habrá derrota sino que un día volverá a resplandecer la luz que hace nuevas todas las cosas.

No nos queremos hundir en este silencio que cuando quedó rodada la piedra de la entrada del sepulcro para que nos envolvió totalmente. Quizás necesitamos ese silencio porque tenemos muchas cosas que rumiar para poder llegar a entender; quizá necesitamos ese silencio para que no se nos metan en nuestro espíritu otras sintonías que enturbien y entorpezcan la verdadera sintonía de Dios.

Es un silencio de espera. Mientras estamos en espera no necesitamos ni voces ni ruidos que nos distraigan. Es un silencio en que no podemos caer en la amargura y la desesperanza. Esperamos el cumplimiento de las palabras de Jesús; aquellas palabras que a los discípulos tanto les costaba entender cuando les hablaba de la subida a Jerusalén; escuchaban lo de muerte, lo de entrega en manos de los gentiles, pero oían pero no escuchaban el anuncio de que al tercer día resucitaría; es lo que ahora esperamos, es lo que nos mantiene en silencio pero con el alma en vilo.

Ojalá pudiéramos encender las lámparas de la espera de aquellas doncellas; no queremos dormirnos, no queremos estar entretenidos o preocupados por otras cosas; preferimos ahora el silencio, porque estamos esperando con la certeza que llevamos en el alma de que las palabras de Jesús se cumplirán. Es el silencio del sábado santo, no un silencio de derrota sino de esperanza. Creemos en la Palabra de Jesús. En manos del Padre nosotros queremos ponernos también.

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