sábado, 30 de abril de 2022

Aceptemos y valoremos esas soledades que a veces nos llegan en la vida, como sepamos buscar también la soledad que nos abre el corazón a algo más grande y trascendente

 


Aceptemos y valoremos esas soledades que a veces nos llegan en la vida, como sepamos buscar también la soledad que nos abre el corazón a algo más grande y trascendente

Hechos de los apóstoles 6, 1-7; Sal 32; Juan 6, 16-21

Estar solo, la soledad ¿será un valor que habría que buscar o será algo de lo que tenemos que huir? Como valor de principio tendríamos que decir que por naturaleza es la comunión y la relación con los demás; no estamos hechos para estar solos; hay quien realmente le tiene miedo a sentirse solo; le da quizás inseguridad, aparecen los temores ante lo que tenemos que enfrentarnos, parece que nadie nos apoya ni nos valora cuando nos dejan solos, muchas cosas podríamos pensar.

Aunque hay quien busca la soledad, o habrá momentos en que también necesitemos de la soledad y el silencio, para apartarnos de tantos ruidos, para no dejarnos encandilar por las cosas y las materialidades de la vida, para encontrarnos con nosotros mismos, puede ser también un valor sin renunciar a lo que sea estar en relación con los demás.

Hoy el evangelio nos habla del grupo de los discípulos que al anochecer embarcan allá en aquellos descampados donde se habían desarrollado varios hechos, como la multiplicación de los panes, y ahora van solo en la barca rumbo a Cafarnaún. Jesús no estaba con ellos y se sienten solos porque les parece incluso que la barca no avanza. Pero si ellos están con sus temores y sus soledades no deseadas atravesando el lago, Jesús ha querido quedarse solo en la montaña aquella noche, porque al despedir a los discípulos en la barca evita el estar con aquellos que en sus entusiasmos por el pan comido milagrosamente en el desierto ahora quieren hacerle rey. No busca Jesús el éxito y el clamor de los reinos de este mundo. Jesús se va solo a la montaña, como tantas veces le veremos hacer en el evangelio que se retira a solas en la noche o en la madrugada para orar.

Una búsqueda de soledad por parte de Jesús mientras los discípulos atraviesan el lago en una soledad no deseada. Pero Jesús está con ellos, o mejor, Jesús viene a su encuentro para estar con ellos. En medio de la noche, con todos los fantasmas que nos hace ver la oscuridad, ellos descubren que alguien camina sobre el agua y viene hacia ellos. El evangelista Juan no entra en muchos detalles pero los otros evangelistas que nos narran este hecho nos hablarán de los miedos que se despiertan en los discípulos porque creen ver un fantasma. Las oscuridades que llevan por dentro con sus miedos les impiden reconocer a Jesús. ¿Tendríamos que pensar en eso también?

‘Soy yo, no temáis’, escuchan la voz del Maestro. Tras su sorpresa con alegría quieren recogerlo, pero pronto se dan cuenta de que ya están llegando a su destino. Con Jesús a su lado parece que la barca tuviera alas para hacer más rápido el camino.

Necesitaban los discípulos pasar por aquella soledad en medio del lago, aunque les pareciera que el trayecto se hacía interminable. Nos viene bien tener esos momentos de soledad, en que nos sentimos vacíos e impotentes; las pruebas de las noches oscuras aunque a veces nos parezcan insoportables nos son necesarias para que aprendamos a buscar donde realmente tenemos la luz; sentirnos incapaces en ocasiones nos viene bien para vencer nuestras autosuficiencias y ver la necesidad del otro que está a nuestro lado y al que no habíamos prestado atención, pero que nos está ofreciendo una mano que mejor nos capacita; vernos solos y en silencio es bueno para salir de ese aturdimiento de los ruidos y de tantas cosas que nos gritan a nuestro alrededor y poder comenzar a escuchar lo que verdaderamente es importante, o para descubrirnos a nosotros mismos con nuestros valores y capacidades que a veces tenemos como ocultas.

Tenemos que aprender a aceptar y valorar esas soledades que a veces nos llegan en la vida, porque pueden ser una gran lección, como tenemos también que saber buscar esa soledad que nos abre el corazón a algo más grande y trascendente, que nos abre el corazón a Dios. No estamos solos porque Dios está siempre con nosotros.

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