lunes, 3 de enero de 2022

No le caben a Juan los gozos en el corazón de lo que ha experimentado con la presencia de Jesús y no puede callar que es el Hijo de Dios, no lo callemos nosotros tampoco

 


No le caben a Juan los gozos en el corazón de lo que ha experimentado con la presencia de Jesús y no puede callar que es el Hijo de Dios, no lo callemos nosotros tampoco

1Juan 2, 29 – 3, 6; Sal 97; Juan 1, 29-34

‘Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel…’ Es el testimonio de Juan Bautista que venimos recordando continuamente estos día, un testimonio que va ‘in crescendo’ en los textos que nos va ofreciendo la liturgia de estos días finales de Navidad. Para eso ha venido él, como Precursor, como la voz que grita en el desierto, como el que prepara los caminos del Señor.

‘Con vosotros está y no lo conocéis’, dirá en otra ocasión. Hoy nos puede decir ya que él sabe quien es. Ha recibido una revelación en su corazón, no en vano ha venido como profeta precursor, como profeta que prepara los caminos, aunque en su humildad el se considere poca cosa. Pero de alguna manera había sido ungido con la presencia de Jesús cuando la visita de María a Isabel en la montaña, porque solo oírse la voz de María había comenzado a saltar de alegría en el seno de su madre.

Ahora se le ha revelado que aquel sobre quien vea bajar el Espíritu, será el que viene a bautizar con Espíritu Santo y fuego, con lo que se diferenciaría el bautismo de Juan. ‘Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y Juan da testimonio.

Por eso lo había señalado. ‘Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’. Y terminará diciéndonos en su testimonio que es el Hijo de Dios.  ‘Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios’. Había sido testigo de la teofanía del Jordán. Como escucharemos ya más detalle el próximo domingo cuando celebremos el Bautismo de Jesús, había venido, se había puesto en la fila de los que iban a ser bautizados, Juan lo había reconocido y en principio se había querido negar a bautizarlo, porque decía que quien tenia que ser bautizado era él, pero en la insistencia de Jesús lo había hecho. Pero allí se había manifestado la gloria del Señor. El Espíritu bajó sobre Jesús, como escucharemos próximamente y la voz del cielo lo había señalado. Por eso Juan ahora podía dar testimonio ‘he dado testimonio que es el Hijo de Dios’.

Qué hermoso que en tan pocos renglones se nos de un testimonio y una definición tan completa de Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el que viene a bautizarnos en el Espíritu, el Hijo de Dios verdadero, a quien hemos de escuchar y seguir. Por eso en la continuación de la lectura del evangelio veremos que ya algunos discípulos de Juan se van con Jesús. Será momento para otra reflexión. Hoy nos toca profundizar en lo que hemos escuchado, confesar también nuestra fe en Jesús.

Pero recordar con lo que también hemos escuchado en la carta de san Juan cómo al ser bautizados nosotros en el Espíritu nos hemos convertido también en partícipes de la vida divina que nos hace a nosotros también hijos de Dios. ‘Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifiesta, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es’.

Nos quedará contemplar otros momentos y otros textos del Evangelio en estos pocos días que nos restan ya de la celebración de la Navidad y próximamente de la Epifanía del Señor. Pero quizá nos quede preguntarnos dónde está el testimonio que nosotros igual que Juan estamos dando. Juan no se lo calló para él lo que estaba viviendo y experimentando en sí mismo de esa presencia de Dios. Desde esa experiencia de estar bautizados en el Espíritu que nos hace hijos de Dios tenemos que hacer partícipes con gozo a los demás de esta dicha que podemos vivir. ¡Qué amor más grande nos ha tenido Dios para llamarnos y hacernos sus hijos! Creo que todavía no hemos saboreado lo suficiente esta gracia del Señor. Tenemos que repetírnoslo una y otra vez hasta que sintamos esa convicción profunda dentro de nosotros y nos sintamos inundados por la alegría de Dios.

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