domingo, 2 de enero de 2022

Los que nos llamamos seguidores de Jesús tenemos que sentir preocupación por lo poco que estamos iluminando con la luz del evangelio a nuestro mundo

 


Los que nos llamamos seguidores de Jesús tenemos que sentir preocupación por lo poco que estamos iluminando con la luz del evangelio a nuestro mundo

Eclesiástico 24, 1-2. 8-12; Sal 147; Efesios 1, 3-6. 15-18; Juan 1, 1-18

Algunas veces pareciera que la luz ha dejado de iluminar o no tiene ya sentido, o no tenemos interés por la luz. ¿Alguien prefiere la oscuridad? ¿Habría alguien que abandonara un camino iluminado para transitar por otro que no tiene luz? Podrían parecer cosas absurdas lo que estoy diciendo para introducir esta reflexión, pero ya sabemos que muchas veces lo que no es bueno se tramita en la oscuridad o se prepara en lo oculto. No querrían luz, para que no se sepa lo que están conspirando. Y es al acecho de la oscuridad – que nada se sepa, dicen – donde se realizan las peores maldades, los peores crímenes, o donde se gesta la más malvada corrupción.

Con lo que estamos diciendo podemos referirnos a muchas cosas, a muchas maldades con que nos encontramos en la vida. Pero podemos hacer referencia también a la luz de la Navidad que hemos querido hacer brillar con especial resplandor estos días. Bueno, hacemos brillar la luz de la navidad aunque también tendríamos que preguntarnos si es la verdadera luz de la navidad la que ha ido iluminando nuestros ambientes que decimos navideños.

¿Será luces engañosas que utilizan el calificativo de navideñas pero que realmente son otras cosas las que pretenden anunciarnos? ¿En verdad son una auténtica referencia a la Navidad de Jesús los adornos con que nos hemos tratado de iluminar en estos días? Qué pronto pasamos a su lado y en lo menos que pensamos es en Jesús. ¿Será acaso que camuflamos la luz de Jesús con otros intereses, porque no es tanto Jesús el que queremos que sea la luz de nuestro mundo? Y aquí los que nos decimos creyentes tenemos quizá mucho que analizar de nuestras posturas y hasta planteamientos.

Y es que los que nos decimos que creemos en Jesús tendríamos que tomarnos más en serio el hacer que sea en verdad la luz de Jesús la que ilumine nuestras vidas y con la que queremos iluminar la vida de los demás, con la que queremos iluminar nuestro mundo. Algunas veces pareciera que solo nos dejamos arrastrar por los intereses de los demás y el anuncio que tendríamos que hacer de Jesús no lo hacemos tan claramente. O nos da miedo hacerlo. Cuidado que hasta en nuestros hogares llamados cristianos se haya ido desvaneciendo ese resplandor de Jesús, se haya ido apagando esa luz de Jesús.


Si en verdad nosotros portáramos en nuestra vida esa luz de Jesús aunque fuera poco algo contagiaríamos a los que están a nuestro alrededor pero por lo contrario miramos en nuestro entorno y cada día se diluye más ese sentido de Cristo, ese sentido cristiano de la vida. Un fuego ardiente pronto se propaga a su alrededor incendiando cuanto encuentra en su recorrido. ¿No es lo que vemos en los grandes incendios que muchas veces asolan nuestros montes y nuestros campos? ¿No lo hemos visto en esa tierra ardiente que es la lava de un volcán que con su fuego y calor va arrasando cuanto encuentra a su paso? Si nosotros los cristianos de verdad nos dejamos iluminar por la luz de Cristo nos tenemos que convertir en esas llamaradas que se propagan, que propagan ese fuego y esa luz de Cristo a su alrededor.

Nos falta a los cristianos ese ardor, ese fuego en el corazón, ese habernos dejado iluminar profundamente por la luz de Cristo para contagiar de esa luz todo cuanto nos rodea. Pero vemos nuestra sociedad cada vez más descristianizada, vemos que cada vez parece que la religión interesa menos en el entorno en el que vivimos, vemos que parece que cada vez son menos los que tienen interés por Jesús y por su evangelio, vemos cada vez más vacías nuestras celebraciones y no hacemos sino buscarnos disculpas para decirnos por qué la gente no viene. Algo nos está fallando. Parece que se ha perdido interés por lo cristiano.

Hoy el evangelio nos ha hablado del Verbo, de la Palabra que es luz y que es vida. Una luz de Jesús que viene a iluminarnos, una vida de la que Cristo quiere contagiarnos, impregnarnos. ¿Interesa esa luz? ¿Interesa esa vida?

‘En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió’ nos dice el evangelio. Y nos seguirá diciendo: ‘El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron’.

‘La tiniebla no la recibió’, no quiso saber de la luz. ¿No nos estará haciendo referencia a aquello que decíamos al principio de las preferencias por la luz o por las oscuridades? ‘Vino a su casa y los suyos no lo recibieron’. ¿No nos interpela esto cuando tan poco interés manifestamos por el evangelio o cuando no sentimos preocupación por la pérdida del sentido cristiano en nuestra sociedad o en nuestras familias? Somos ‘los suyos’, pero ¿qué estamos haciendo con la luz del evangelio hoy? Confieso que me inquieta esa mirada que hago a mi alrededor y la poca luz de Jesús que estoy descubriendo y acaso yo poco contagiando a los demás.

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