viernes, 14 de enero de 2022

Jesús es el que nos sana y el que nos salva, el que nos perdona y el que nos llena de vida, el que nos libera y el que nos pone en camino, dejémonos conducir hasta Jesús

 


Jesús es el que nos sana y el que nos salva, el que nos perdona y el que nos llena de vida, el que nos libera y el que nos pone en camino, dejémonos conducir hasta Jesús

1Samuel 8, 4-7. 10-22ª; Sal 88; Marcos 2, 1-12

La constancia y la perseverancia, sobre todo cuando encontramos dificultades en la vida, es algo que nos suele fallar. Queremos las cosas fáciles, queremos las cosas a nuestra comodidad; cuánto nos cuesta, por ejemplo, hacer una cola, en una oficina, en un comercio, en algo a lo que vamos a asistir; enseguida estamos queriendo que se den soluciones prontas, que todo sea fácil, rehuimos esos momentos que nos parecen perdidos, pero que entran en el ritmo de la vida que nos hemos impuesto.

El otro día me decía un amigo que no soportaba las aglomeraciones y las colas incluso para entrar en las tiendas, en estos días de compras de regalos que quizá en nuestro consumismo nos hemos impuesto; se marchó, me decía, para otro lado aunque sabía que lo que buscaba solo allí lo podía encontrar.

Pero, ¿seremos así en la búsqueda de las cosas verdaderamente importantes de la vida? Según lo que nos importen las cosas son nuestras prisas o tenemos la constancia de perseverar para conseguirlo.

Hoy vemos que la gente hace cola por ver y escuchar a Jesús, vamos a decirlo así. La gente se aglomeraba a la puerta de la entrada de la casa donde estaba Jesús y no había manera de poder entrar hasta los pies de Jesús como querían aquellos que llevaban en la camilla a un paralítico para que lo curara. En su deseo, en este caso, por estar cerca de Jesús, se atreven a romper el techo de la casa quitando algunas baldosas o tejas, para por allí descolgar al paralítico hasta los pies de Jesús. ¿Justificamos en este caso las prisas de estos hombres? No se trata ahora de justificar, pero sí de contemplar la fe de aquellos hombres. Es lo que se resalta en la actitud incluso de Jesús. Ojalá nuestras prisas fueran siempre para algo tan importante como estar a los pies de Jesús.

Lo primero que se resaltará será la de fe aquellos hombres que fueron capaces de saltar por encima de dificultades para lograr su deseo de llevar a los pies de Jesús al paralítico. Pero cuántas trabas tenemos tantas veces en nuestro corazón; serán nuestras ambiciones o serán nuestros orgullos, los que nos van a motivar o los que nos van a retrasar o incluso paralizar; estará la indolencia con que tantas veces nos tomamos la vida o nuestros apegos a la comodidad y a los deseos de que todo nos salga siempre fácil; será el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos y nos vuelve tantas veces insolidarios, o será la vanidad por la que nos movemos en la vida. Muchas cosas de las que tenemos que liberar el corazón, la lista sería grande quizás; muchas cosas que nos mantienen postrados en la vida sin iniciativas y sin ganas de nada que signifique esfuerzo. Así no avanzamos, así vamos arrastrándonos.

Jesús viene a decirnos que para levantarnos tenemos que tener un corazón liberado de ataduras, un corazón que se sienta liviano porque no hay cadenas que pesen sobre él. De cuántas cadenas nos envolvemos en la vida, de cuántas cosas tenemos que liberarnos. El ya anunció en la sinagoga de Nazaret que venía a traer la libertad a todos los que se vieran oprimidos. ¿Qué opresión hay mayor que el pecado que pesa sobre nuestra conciencia? El anuncia la amnistía y el perdón.

Por eso cuando Jesús quiere liberar a aquel hombre de su camilla, lo primero que hace es perdonarle sus pecados. No lo entenderán, como también a veces a nosotros nos cuesta entender. Ya vemos la reacción de algunos de los que rodeaban a Jesús aquel día. Como tantas pegas que nos ponemos en nuestro interior para no ir a buscar el perdón. Pero Jesús es el que nos sana y el que nos salva, el que nos perdona y el que nos llena de vida, el que nos libera y el que nos pone en camino. Es lo que estamos contemplando hoy en el evangelio. Aquel hombre del evangelio tuvo la suerte de que alguien lo condujera hasta Jesús. ¿Nos dejamos conducir, nos dejamos llevar?

¿Será en verdad eso lo que buscamos en Jesús? ¿Saltaremos un día por encima de todos esos obstáculos que llevamos en el corazón para poder acercarnos a Jesús y llenarnos de liberación y de su gracia? ¿Qué es de verdad lo importante que nosotros buscamos? ¿Qué es lo que hay de interés en nosotros y en nuestra vida?  Sintamos esa palabra de luz y de vida que Jesús tiene para nosotros y gocemos de su salvación.

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