sábado, 23 de octubre de 2021

Nos enseña a mirar lo que nos sucede con ojos de fe y con el corazón puesto siempre en la misericordia del Señor y dispuestos a obrar con esa compasión con los demás

 


Nos enseña a mirar lo que nos sucede con ojos de fe y con el corazón puesto siempre en la misericordia del Señor y dispuestos a obrar con esa compasión con los demás

Romanos 8, 1-11; Sal 23; Lucas 13, 1-9

Segundas oportunidades en la vida, es lo que deseamos para nosotros y sin embargo no siempre sabemos ofrecerlas a los demás. Cuando las cosas no nos salen bien, queremos intentarlo de nuevo, aunque algunas veces parece que nos sentimos sin fuerza. Son las luchas de la vida de cada día, las cosas que emprendemos, el desarrollo de nuestras responsabilidades, una función que nos han encomendado, la tarea de la vida familiar y la educación de los hijos; y cometemos errores porque no somos perfectos y para aprender a veces hay que equivocarse, y las cosas no nos salen bien, y queremos probar de nuevo, y confiamos que aquellos que están a nuestro lado tengan la paciencia necesaria con nosotros para darnos esa oportunidad. Nos duele cuando son implacables con nosotros y no nos ofrecen esa segunda oportunidad.

Aunque quizás nosotros no seamos tan pacientes con los demás y nos volvemos exigentes e implacables y quien haya cometido un error ya perdió para siempre nuestra confianza. Es quizás no comprender el sentido de la vida, el valor de la vida que vamos construyendo y no siempre quizás sabemos cómo hacerlo. Es aprender a reconocer nuestra debilidad para ser más comprensivos con los demás. Es darnos cuenta de que no podemos ir cargándonos de culpabilidades ni tampoco creer que los fracasos que tengamos en la vida sean como un castigo a errores que hayamos cometido. Cosas así nos llenan el corazón de amargura y cuando tenemos el corazón atormentado más nos costará tener la serenidad para emprender de nuevo lo que antes habíamos errado.

Hoy Jesús de la higuera que aquel propietario tenía plantada en medio de su terreno pero que año tras año venía a recoger sus frutos pero no los encontraba. Estaba viendo la higuera como algo estéril en su vida y que no merecía la pena tenerla allí en medio de su campo; por eso encarga al agricultor que cuida de sus campos que la arranque, ¿para qué tenerla allí si no da fruto? Pero aquel hombre apegado al cultivo de la tierra tenía otros criterios. Por eso le pide al dueño que la deje un año más que él la va abonar y cuidar con especial cuidado para lograr que dé sus frutos.

Esa higuera somos nosotros, los que a pesar de tantos mimos que hemos recibido, sin embargo no llegamos a dar fruto. Y ahí nos quiere hablar Jesús de la paciencia de Dios que nos cuida, que nos ama, que nos está ofreciendo continuamente nuevas llamadas de gracia. Pensemos cuánto estamos recibiendo del Señor cada día desde la vida misma, cuánto es lo que hemos ido recibiendo a lo largo de nuestra vida. Y el Señor nos llama y espera nuestra vuelta a El.

Es un mensaje repetido en el evangelio; recordemos a aquel padre que espera pacientemente la vuelta del hijo para el que hará una fiesta cuando el hijo regresa definitivamente a la casa. Es el médico que ha venido por los enfermos, y espera que el pecador se baje de la higuera, que el publicano se levante del garito de los impuestos, que la mujer pecadora venga a llorar a sus pies, que Pedro reconozca y llore su negación y le prometa una y otra vez su amor. El Señor lo sabe todo y conoce nuestro corazón, que es débil pero que quiere poner amor, por eso sigue confiando en nosotros, dándonos no una segunda sino múltiples oportunidades.

El Señor que nos ha perdonado tantas veces como aquel rey la deuda de su criado, sin embargo nos recriminará cuando nosotros no somos capaces de perdonar al que le haya hecho algo por mínimo que fuera. Por eso nos enseñará a pedir ‘perdónanos como nosotros perdonamos a nuestros deudores’. Y le dirá a Pedro que no siete veces sino hasta setenta veces siete, porque El ha venido para ofrecernos siempre su perdón y su vida.

Nos enseña a mirar las cosas que nos suceden con ojos de fe pero con el corazón puesto siempre en la misericordia del Señor. Dios no es el que está con la vara justiciera detrás de nosotros para castigarnos sino con el corazón de Padre abierto siempre a la ternura y a la compasión. No miremos como castigos divinos aquellos fracasos que tengamos que sufrir en la vida o aquellos otros acontecimientos que nos pudieran dañar. Dios nos llama con su amor, espera nuestra respuesta, está siempre con los brazos abiertos del amor y del perdón. Ojalá aprendiéramos a ser así nosotros con los demás.

viernes, 22 de octubre de 2021

No solo hemos de ser capaces de hablar del tiempo, sino que hemos de saber discernir y opinar en la que sucede en nuestra sociedad y también en la Iglesia

 


No solo hemos de ser capaces de hablar del tiempo, sino que hemos de saber discernir y opinar en la que sucede en nuestra sociedad y también en la Iglesia

Romanos 7, 18-24; Sal 118; Lucas 12,54-59

Hoy estamos pendientes al final de los telediarios de cada día para ver las previsiones que nos hace el hombre del tiempo. Con los métodos científicos de los que se dispone hoy desde las lecturas de las cartas de isobaras y no sé cuántas más cosas, con las informaciones que nos dan los satélites que estar orbitando continuamente alrededor de la tierra nos hacen esa lectura del tiempo que vamos a tener.

Nuestros mayores que no disponían de esos métodos científicos sin embargo mirando el correr de las nubes, el volar de las aves o los colores del cielo nos hacían también sus pronósticos sabiendo hacer a su manera también una lectura y predicción del tiempo. Todos más o menos nos damos de enterados en estas cosas por lo que vemos o por lo que oímos o por nuestras particulares impresiones. Qué fácil es hablar del tiempo, del que hizo, del que hace o del que va a hacer.

Queremos ser sabios en unas cosas pero luego quizá no aparezca tanto esa sabiduría para hacer una lectura de la vida. Simplemente vamos viviendo, dejando discurrir el tiempo y cuanto sucede, a lo sumo escuchando en tantas tertulias que proliferan por aquí o por allá y recibiendo sus influencias, pero no somos capaces de hacer por nosotros mismos esa necesaria lectura de la vida que tendríamos que saber hacer.

Entramos con facilidad en un mundo de mediocridad, porque no terminamos de hacernos unos juicios propios de lo que sucede en la vida; vemos que se repiten una y otra vez muchos acontecimientos de la vida de nuestra sociedad y no somos capaces de afrontar con ideas claras unos caminos de solución sino que los dejamos la mayoría de la veces en lo que opinan o dicen los demás sin tener nuestros propios criterios.

Nos hacemos vagos para pensar y para razonar, nos cuesta ponernos a reflexionar para aprender de la vida, simplemente dejamos hacer, que otros piensen, que otros tomen decisiones, y no terminamos de implicarnos en la vida. Creo que esto es muy serio. No somos capaces de desarrollar todas nuestras capacidades o nuestras posibilidades; tenemos quizás unas ideas que muchas veces son muy vagas y elementales, pero no terminamos de profundizar.

Es cierto que tenemos que escuchar lo que otros dicen, pero no nos lo tragamos todo, sino que tenemos que hacer nuestro discernimiento, exponer las cosas desde nuestro encuadre, de nuestra visión, que por supuesto enriquecemos también en el diálogo con los demás. Y eso en todos los aspectos de la vida, la vida social, la vida política, la vida cultural, la vida religiosa y eclesial también.

Es lo que nos está planteando hoy Jesús en el evangelio. La necesidad de esa madurez en nuestra vida para poder discernir claramente los caminos que debemos de tomar. Porque no somos buenos solamente porque nos dejamos arrastrar por lo que hay en nuestro entorno y a todo decimos sí, sino en la medida en que discernimos y tomamos con madurez nuestras propias decisiones mintiendo una línea y un ritmo de camino.

Y esto nos falta mucho en todo lo que atañe a nuestra vida cristiana, donde no hemos profundizado y madurado como cristianos lo suficiente y así andamos con nuestras superficialidades, nos dejamos arrastrar por la desgana o caemos fácilmente por la pendiente resbaladiza de la tibieza en nuestra vida espiritual, en nuestros compromisos cristianos.

Y esto nos falta en nuestra participación en todo lo que es la vida de la Iglesia, de la que formamos parte desde nuestro bautismo pero que no siempre nos sentimos en profunda comunión de Iglesia; los asuntos de la Iglesia parece que hay que dejarlos en manos de otros  y que ellos sean los que tomen las decisiones o los que nos marquen las pautas y nos dirijan.

Estamos en estos momentos en un momento eclesial muy interesante, del que quizá no terminamos de enterarnos. El Papa nos ha convocado a toda la Iglesia a que hagamos un camino sinodal. El Sínodo de los Obispos el Papa lo convoca cada cierto tiempo para tratar asuntos que afectan a toda la vida de la Iglesia, pero ahora ha querido el Papa que no solo sean unos obispos reunidos en Roma los que realicen el Sínodo, sino que partamos desde nuestras diócesis y desde nuestras parroquias ese camino de consulta al que nos llama el Papa. En estas pasadas semana fue la apertura de este camino sinodal para toda la Iglesia desde Roma, pero el pasado domingo se ha iniciado en nuestras Iglesias particulares, en nuestras diócesis. Es esa lectura de los signos de los tiempos de lo que está sucediendo en nuestra Iglesia.

¿Nos habremos enterado? ¿Estaremos mostrando algún interés por esta llamada a la participación? ¿Seguiremos quizás con nuestra mediocridad y falta de interés ante este camino que se nos invita a hacer? Tratemos de enterarnos, qué está sucediendo, qué se está programando en este sentido desde nuestras comunidades parroquiales. También nosotros tenemos algo que opinar, también nosotros hemos de participar. 


jueves, 21 de octubre de 2021

Necesitamos dejarnos abrasar por ese fuego del amor divino que transformará nuestra vida, transformará nuestro mundo, en un hombre nuevo, en una tierra nueva

 


Necesitamos dejarnos abrasar por ese fuego del amor divino que transformará nuestra vida, transformará nuestro mundo, en un hombre nuevo, en una tierra nueva

Romanos 6, 19-23; Sal 1; Lucas 12, 49-53

Como que hablar de fuego ahora en estos momentos en nuestras islas cuando la lava del volcán se está devorando el territorio de una isla con la consiguiente destrucción que se está produciendo y las angustias que se están generando no parece que sea lo más agradable. Pero es la realidad que estamos viviendo y que tenemos que afrontar y nos puede servir de punto de apoyo para entender lo que Jesús nos está queriendo decir hoy en el evangelio.

Además de ese aspecto destructivo que ahora contemplamos, en la vida sin embargo utilizamos muchas veces la imagen del fuego para querer expresar significativamente también muchas cosas que pueden ser hermosas para nosotros. El fuego tiene también ese sentido purificador cuando echamos en él lo inservible para indicar también como tenemos que desprendernos de cosas que nos atan y nos impiden vivir en total libertad. Pero es el fuego también lo que expresa la pasión que podemos llevar en nuestro corazón y que se transforma en amor, y expresa también el ardor y la intensidad que ponemos en la vida que amamos o cuando queremos alcanzar algo que consideramos importante para nosotros.

Aquella imagen de la lava ardiente y de destrucción que todo lo va transformando a su paso sin embargo en esa misma isla en otros tiempos no tan lejanos fue crecimiento de su propia superficie que trabajada con tesón transformó aquel terrenos inhóspitos en riqueza de una floreciente agricultura. En el fuego del crisol tenemos que pensar también se purifican los más hermosos metales y con su ayuda se elaboran las más hermosas joyas.

Y Jesús nos dice hoy que ha venido a traer fuego a la tierra y lo que quiere es que arda. Una imagen que tiene todo su sentido cuando comenzamos a entender todo lo que significa el mensaje de Jesús. Encontrarnos con Jesús y escuchar su mensaje dejando que llegue a nuestro corazón es lo más grande que nos puede suceder. Ya nos hablará en otros momentos del tesoro escondido y la joya preciosa por la que merece la pena venderlo todo para adquirirlos. Y eso en verdad significa nuestro encuentro con Jesús, que se convierte como en un volcán en nuestro corazón que ya no podremos detener, porque quien se ha encontrado de verdad con Cristo ya su vida no es igual, corre como ese fuego impetuoso al encuentro de los demás para llevar esa Buena Noticia, corre al encuentro con su mundo para transformarlo según esos nuevos valores que descubrimos en el evangelio.

Quien se ha encontrado con la verdad del evangelio, quien tiene la experiencia de encontrarse con Cristo allá en lo más hondo de sí mismo se siente impulsado a algo nuevo, siente ese fuego dentro de si para con coraje y energía meterse de lleno en la transformación de la vida, en la transformación de nuestro mundo.

Claro, que habrá quien no lo entenderá y llamará loco al que así actúa; el loco de Dios fue san Juan de Dios cuando escuchó la Palabra de Dios en su corazón y se lanzó por las calles como un loco a comunicar esa buena noticia de que Dios nos ama. Por eso Jesús ya nos anuncia que su presencia y su Palabra pueden producir división, porque unos se decantarán a favor pero habrá, incluso entre los mismos más cercanos a nosotros, quienes se pongan en contra.

Necesitamos una cosa, dejarnos abrasar por ese fuego del amor divino. Transformará nuestra vida, transformará nuestro mundo.

 

miércoles, 20 de octubre de 2021

Una carga grande de responsabilidad para asumir la vida con todos sus imprevistos, pero también una carga grande de humanidad para saber caminar junto a los otros

 


Una carga grande de responsabilidad para asumir la vida con todos sus imprevistos, pero también una carga grande de humanidad para saber caminar junto a los otros

 Romanos 6,12-18; Sal 123; Lucas 12,39-48

‘Lo mismo vosotros, Estad. preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre’, nos dice Jesús centrándonos el mensaje que nos quiere transmitir. Antes, como ejemplo, nos ha hablado del dueño de casa que tiene que cuidar que no se metan ladrones en la casa  y nos arrebaten lo más preciado; el ladrón no sabemos cuándo nos puede asaltar, por eso la vigilancia que hemos de tener ha de ser bien responsable.

Nos pueden suceder imprevistos en la vida, cosas que no esperábamos y que de alguna manera se hicieron presentes en nuestra vida; poca quizás pueda ser la previsión que tengamos, pero sí en la vida hemos de tener una madurez para poder afrontar la vida en las diversas circunstancias que se nos pueda presentar; ojalá en la vida todo fuera fácil y todo circulara como sobre ruedas, pero aun así sabemos que las ruedas pueden tener tropiezos en el camino o podemos tener pinchazos que las dejen inutilizadas. De ahí, entonces, la responsabilidad con que hemos de ir cuidando esa formación y esa madurez que necesitamos para afrontar ese camino.

Tenemos la tentación y el peligro de ir simplemente dejándonos llevar por el día a día y decimos que cuando vengan los problemas ya buscaremos la solución, la forma de afrontarlos; pero tenemos que ir aprendiendo de la vida misma, es una gran maestra si sabemos leer, como se suele decir, entre líneas todo cuando nos sucede para saber sacar conclusiones, para con la experiencia de lo que vamos viviendo poder luego afrontar lo que más duro se nos pueda presentar.

Jesús repetidamente nos va hablando en el evangelio de esa responsabilidad de la vida, enseñándonos a abrir los ojos para descubrir las señales que Dios va poniendo en nuestro camino, pero enseñándonos también a desarrollar de forma responsable nuestros talentos, nuestras cualidades, nuestras capacidades; podemos recordar muchas parábolas del evangelio.

Quien nos pone el pan duro que tenemos que masticar en multitud de ocasiones de dificultades y de problemas, nos ha puesto dientes en nuestra boca para poderlo triturar. ¿Qué quiero decir con esto? Dios ha puesto en nosotros esas capacidades, esos valores, esas cualidades para esas funciones que tendríamos que desempeñar; lo que es necesario es que hayamos cultivado esos valores, que nos hayamos entrenado para poner a tope nuestras cualidades, que hayamos sido capaces de desarrollar todas esas posibilidades que tenemos en nosotros mismos.

Una carga grande de responsabilidad que tenemos que asumir en la vida, pero también una carga grande de humanidad porque necesariamente tenemos que ir al encuentro con los demás, o tenemos que saber caminar junto a los otros. Un camino hecho juntos siempre tendrá que ser un camino más agradable y más llevadero; claro que es necesario que aprendamos a caminar juntos porque aprendamos a aceptarnos mutuamente los unos a los otros, con lo que cada uno es o con lo que cada uno puede aportar a ese camino: si no lo hiciéramos así, entonces sí que el que camino se nos podría hacer más duro e insoportable porque solo estaríamos viendo las limitaciones o carencias que los demás puedan tener, y de ahí solo nos faltaría un paso para volvernos exigentes e intransigentes con los otros.  Ese no puede ser nuestro camino.

martes, 19 de octubre de 2021

El creyente verdadero tendría que saber descubrir la presencia del Señor que viene a nosotros y se hace presente en nuestra vida en muchos momentos y de tantas maneras

 


El creyente verdadero tendría que saber descubrir la presencia del Señor que viene a nosotros y se hace presente en nuestra vida en muchos momentos y de tantas maneras

Romanos 5,12.15b.17-19.20b-21; Sal 39; Lucas 12, 35-38

‘Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame’. Nos habla hoy Jesús de la vigilancia que hemos de tener en la vida; nos habla de esperanza.

Vigilante tiene que estar aquel a quien le han confiado la seguridad de un lugar, de un edificio, de unas personas, y tiene que estar atento a todo cuanto pueda suceder para que no haya ningún daño, para que nadie se sienta perjudicado, ni nadie pueda perder lo que tiene porque se lo arrebaten.

Estamos acostumbrados en el mundo en el que vivimos a ver esos guardias de seguridad que tanto cuidan de un edificio o de una obra en construcción, como hacen de escolta de personas a las que se considera importantes para que no sufran ningún daño, o cuidan de la seguridad de nuestras casas o nuestras calles. Responsabilidad del vigilante es estar atento a cuanto sucede, para ser capaz de prevenir el perjuicio que se pudiera ocasionar.

Muchas cosas podríamos decir de esa actitud necesaria de vigilancia y pensamos en la responsabilidad de unos padres que tienen que estar atentos al bien de los hijos y de la familia, o la responsabilidad de quien ha asumido una función pública que tiene que atender debidamente porque allí está puesto para trabajar por el bien de todos.

Pero vigilancia es la actitud necesaria que todos hemos de tener en la vida para saber responder con responsabilidad a la vida misma, pero también para cuidar todo lo que sea necesario para su crecimiento y desarrollo personal; no nos podemos descuidar en nuestra preparación de cara al futuro de nuestra propia vida, por lo que hemos de tomarnos la vida misma como una gran responsabilidad. Cuidamos el desarrollo de nuestras capacidades y de nuestras cualidades, cuidamos el cultivar los mejores valores que engrandezcan la vida misma y nos hagan alcanzar la tan ansiada madurez.

Pero en esa responsabilidad de la vida no pensamos ya solo en nosotros mismos sino que sabremos estar abiertos a ese mundo en el que vivimos y a esas personas con las que convivimos; de ahí surge la responsabilidad que tenemos que asumir también en relacion a nuestro mundo y hemos de cuidar que cada día sea mejor. Y eso es también vigilancia. Muchas consecuencias van surgiendo para nuestra vida.

Aquí tendríamos que comenzar a pensar en todo ese ámbito de nuestra vida espiritual, de nuestra vida de fe, de la vida cristiana del seguimiento de Jesús. Quizás algunas veces parece que actuamos con mayor seriedad desde esos necesarios parámetros de vigilancia y responsabilidad para nuestras tareas o responsabilidades que asumamos en la vida que todo lo que atañe a nuestra vida de fe y a nuestra vida cristiana. Nos decimos cristianos, nos decimos personas de fe pero esos aspectos de la vida los hemos relegado tanto a un segundo término que algunas veces actuamos como si no tuviéramos fe.

Necesitamos vigilancia y atención en nuestra vida espiritual, para no dejarnos impregnar por ese materialismo y sensualismo que nos circunda en la vida. Es una gran tentación en la carrera loca de la vida; nos falta esa vigilancia para cuidar nuestra vida espiritual, para cuidar nuestra vida de fe, para impregnarnos de esos valores que nos trasmite el evangelio. 

Nos habla Jesús en las imágenes que nos ofrece hoy en el evangelio de estar preparados para la llegada del Señor a nuestra vida; y ahí actuamos muchas veces ciegamente, hemos perdido esa sensibilidad espiritual y ya no sabemos sintonizar con lo sobrenatural, con el mundo de la gracia.

Es un toque de atención el que nos hace hoy Jesús en el evangelio.  El creyente verdadero tendría que saber descubrir esa presencia del Señor que viene a nuestra vida, que se hace presente en nuestra vida en muchos momentos y de tantas maneras. En la insensibilidad en que nos ha metido ese materialismo en que vivimos es que vivimos como si nada esperáramos de esa presencia de Dios en nuestra vida. Cuidado que nos digamos creyentes y cristianos y nuestra vida sea más bien la de un ateo que prescinde de Dios en su vida. ¿Por qué podemos llegar a eso? Por la falta de vigilancia y por la falta de una auténtica esperanza. Cuánto daño nos estamos haciendo en nuestro camino hacia la plenitud. Despertemos para Dios.

lunes, 18 de octubre de 2021

Ponernos en camino dispuestos a compartir y ser testigos, siempre hay una palabra que decir, un mensaje que transmitir, un testimonio que dar, un amor que contagiar

 


Ponernos en camino dispuestos a compartir y ser testigos, siempre hay una palabra que decir, un mensaje que transmitir, un testimonio que dar, un amor que contagiar

2Timoteo 4, 10-17b; Sal 144; Lucas 10,1-9

Ponerse en camino, es la situación del hombre, de la persona que vive, que quiere vivir. Cuántas veces decimos cuando nos vemos obligados a quedarnos en casa, a quedarnos en el mismo sitio sin movernos que esto no es vida. Algo así nos sentíamos cuando tuvimos estar con un confinamiento obligatorio por cierto tiempo en la pasada pandemia que nos ha afectado. Necesitamos movernos, estar en camino. Es señal del vivir.

Aunque cuando estamos haciendo referencia a esto de ponernos en camino no es solamente el movimiento físico del trasladarnos de un lugar a otro, sino que es toda esa actividad que mantenemos como persona, que nos comunicamos, que entramos en relación, que transmitimos algo de nuestro yo a los demás. Medios tenemos para poder realizarlo, para poder estar en camino, para darle un sentido y una intensidad a nuestro vivir. No nos quedamos encerrados en un círculo, sino que queremos salir, abrirnos a los demás, entrar en comunicación y en comunión con los otros. Es la riqueza de la vida misma, porque al darnos nos enriquecemos por dentro, pero es que también estamos abiertos a cuanto podamos recibir de los demás.

En camino están los padres que no solo han engendrado a unos hijos, sino que por ellos se dan, para ellos buscan lo mejor, a ellos les están transmitiendo lo más hondo de sus vidas, para que a su vez ellos crezcan y también se pongan en camino en ese darse por los demás. Y es la tarea que realizan los profesores y educadores, es la tarea que realizamos en cualquiera que sea nuestra profesión si en verdad queremos darle intensidad a la vida.

Cuando uno se siente enriquecido así no se encierra de forma egoísta en sí mismo – aunque nos podamos encontrar a muchos que entiendan la vida de ese modo – sino que de ese riqueza que recibe, de la que se llena se desborda para darse a los demás, para hacer llegar esa riqueza de la vida a los otros.

Cuánto no podemos decir en este sentido de la vida de fe. Ese don que recibimos del Señor cuando descubrimos su amor y como se refleja en nuestra vida y como nos inundamos con ese amor se tiene que convertir en ese bien que en sí mismo se difunde, se transmite, se lleva a los demás. Es lo que Jesús les quiere hacer comprender a los discípulos que tanto tiempo llevan con El inundándose de los valores y del amor que Jesús les transmite, que ahora tienen que ponerse en camino, tienen que llevar ese don a los demás, tienen que transmitir esa buena nueva que ellos han encontrado en Jesús y que tendrá que ser buena noticia para todos. Es el envío que hoy vemos que Jesús hace de sus discípulos.

Un mensaje y una buena noticia que no siempre será fácil transmitir, porque no todos están dispuestos a escucharla. Ya les previene Jesús aunque les hace ir con humildad y no queriéndose apoyar en medios humanos sino conscientes de que su fuerza está en el Señor. Es nuestra tarea, la tarea que tenemos ante nuestro mundo, una buena noticia que transmitir, algo que llevamos en nosotros y que tenemos que contagiar.

Tenemos que ponernos en camino, tenemos que ir al encuentro con los demás con esa buena nueva del Evangelio, de que Dios nos ama; tenemos que quitar nuestros miedos y dejar a un lado nuestras cobardías para ponernos en camino, con la confianza puesta en el Señor. Cuántas semillas podemos sembrar ahí en medio de los nuestros, nuestra familia, nuestros amigos, los vecinos con los que convivimos, en nuestro lugar de trabajo, donde estamos haciendo nuestra vida.

Tenemos que estar siempre en camino, dispuestos a compartir, dispuestos a dar testimonio, dispuestos a ser testigos. Siempre hay una palabra que decir, un mensaje que transmitir, un testimonio que dar, un amor que contagiar. Es que ahí donde vamos a manifestar toda la vitalidad de nuestra fe.


domingo, 17 de octubre de 2021

Nuestra ambición mejor y nuestro sueño más bonito hacer un mundo mejor, el Reino de Dios, poniendo lo mejor de nosotros mismos para lograr esa felicidad para todos

 


Nuestra ambición mejor y nuestro sueño más bonito hacer un mundo mejor, el Reino de Dios, poniendo lo mejor de nosotros mismos para lograr esa felicidad para todos

Isaías 53, 10-11; Sal. 32; Hebreos 4, 14-16; Marcos 10, 35-45

Todos tenemos aspiraciones y sueños en la vida. Dicen que soñar es gratis. ¿Quién no quiere más o quiere algo distinto? Dentro de nuestro camino de crecimiento como personas está también el tener aspiraciones, no contentarnos con lo que somos, buscar algo mejor, llegar más allá. Si no hubiera habido hombres soñadores el mundo y la vida se hubiera paralizado. Como decíamos, es parte de nuestro crecimiento como personas, como sociedad.

Lo que sí tenemos que pensar es en qué soñamos o cuales son nuestras aspiraciones. Y ahí es donde puede estar nuestra piedra de tropiezo. Pensar que el mundo es solo para nosotros; en mi sueño o en mi aspiración querer estar por encima de los demás, tener más poder para que sea yo solo el que crezca, ser más grande u ocupar un determinado lugar para en esa búsqueda de mi grandeza personal yo poder manipular para que todo sea en mi propio beneficio. Estaríamos perdiendo algunos aspectos buenos de esos sueños cuando nos encerramos en nuestro círculo egoísta y lleno de soberbia.

Y aquí está la diferencia que nos marca Jesús. Dos soñadores se acercaron a Jesús, soñaban con ser los primeros, acaparar para ellos todo el poder que podía derivarse de ese reino que Jesús estaba anunciando. ‘Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir’. Así, poco menos que con exigencia. Tienes que hacerlo, puedes hacerlo, mira quiénes somos nosotros, hemos estado contigo siempre y además somos de una misma familia. Cuantos parecidos a cosas, actitudes y posturas semejantes que se siguen sucediendo hoy.

‘Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda’. Ahí está, los primeros puestos. No iban a quedarse en menos, con los méritos que ellos se creían que tenían. ‘No sabéis lo que pedís’, les dice Jesús. Ellos creían saberlo, tenían claras sus aspiraciones y estaban dispuestos a todo lo que fuera necesario para conseguirlo. Qué ciegos nos ponemos a veces. Dispuestos a beber el cáliz o pasar por el mismo bautismo de Jesús. No sabían lo que pedían. Aunque estaban dispuestos a todo no terminaban de comprender de qué cáliz hablaba Jesús o de qué bautismo. Estaban dispuestos, pero cuando llegara la hora de la pasión todos se desperdigaron, se perdieron, se encerraron, el miedo pudo con ellos.

Porque no eran solo aquellos dos los que estaban llenos de sueños y de aspiraciones. El resto cuando vio la petición de los hermanos Zebedeos por allá se pusieron también a criticar, a hacer sus consideraciones, a hacer aparecer la envidia que corroía también sus corazones y les hacía entrar también en esa lucha por los primeros puestos, que no se acabaría aquí a pesar de todas las cosas que Jesús a continuación les dirá. Seguirá siendo una discusión mientras iban de camino.

Y Jesús les habla, nos habla claro. Nuestras aspiraciones y sueños no pueden ir por esos caminos a los que nos hemos acostumbrado viendo lo que sucede a nuestro alrededor. Se quiere ser grande para tener poder, para buscar grandezas personales, para tener lugares no solo de prestigio sino donde todo lo tengan a su favor, que todo se convierta en un beneficio personal; y el poderoso dirige las cosas a su conveniencia pensando que todo es para él, y manipula no solo para hacer que las cosas sean en su beneficio sino peor de todo para manejar las personas y su voluntad, lo centra todo en sí mismo subiéndose a los más altos pedestales desde donde mejor pueda manipular, una carrera incesante e imparable que los hace cada vez más poderosos.

Y Jesús les dice que ese no puede ser su estilo y su manera de ser y de actuar. El camino tiene que ir por otros derroteros donde aprendamos a mirar con ojos nuevos a las personas que están a nuestro lado y a las que tenemos que ayudar a crecer, a ser ellas mismas; y para eso tenemos que aprender a despojarnos de esas ambiciones egoístas y entrar en el camino de lo sencillo, de lo pequeño, del abajarnos para ponernos a la altura del otro que es la mejor manera de levantarlo, del servicio para poner a disposición del otro todo lo que somos e incluso todo lo que tenemos aunque tanto nos cueste despojarnos de esas cosas.

Pero no son bonitas palabras las que Jesús les dice o buenos razonamientos. Es que El va delante. Ya les ha anunciado lo que significa la subida a Jerusalén, donde el Hijo del Hombre, aquel que es aclamado por las gentes sencillas, va a ser entregado, o mejor, es el mismo el que se entrega porque el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido sino para servir. Se nos pone como ejemplo, se nos pone como camino, traza las huellas que nosotros hemos de seguir.

Que nuestra ambición mejor, que nuestro sueño más bonito sea hacer un mundo mejor, el Reino de Dios que Jesús nos anuncia, porque pongamos lo mejor de nosotros para lograr esa felicidad para todos. Es el camino de hacernos los últimos, porque somos capaces de desprendernos de todo, de despojarnos de esas cosas que pudieran parecer grandezas en nuestra vida; es el camino del servicio porque es el camino del amor verdadero. Un amor semejante al que nos tiene Jesús que por nosotros se entrega.