viernes, 22 de octubre de 2021

No solo hemos de ser capaces de hablar del tiempo, sino que hemos de saber discernir y opinar en la que sucede en nuestra sociedad y también en la Iglesia

 


No solo hemos de ser capaces de hablar del tiempo, sino que hemos de saber discernir y opinar en la que sucede en nuestra sociedad y también en la Iglesia

Romanos 7, 18-24; Sal 118; Lucas 12,54-59

Hoy estamos pendientes al final de los telediarios de cada día para ver las previsiones que nos hace el hombre del tiempo. Con los métodos científicos de los que se dispone hoy desde las lecturas de las cartas de isobaras y no sé cuántas más cosas, con las informaciones que nos dan los satélites que estar orbitando continuamente alrededor de la tierra nos hacen esa lectura del tiempo que vamos a tener.

Nuestros mayores que no disponían de esos métodos científicos sin embargo mirando el correr de las nubes, el volar de las aves o los colores del cielo nos hacían también sus pronósticos sabiendo hacer a su manera también una lectura y predicción del tiempo. Todos más o menos nos damos de enterados en estas cosas por lo que vemos o por lo que oímos o por nuestras particulares impresiones. Qué fácil es hablar del tiempo, del que hizo, del que hace o del que va a hacer.

Queremos ser sabios en unas cosas pero luego quizá no aparezca tanto esa sabiduría para hacer una lectura de la vida. Simplemente vamos viviendo, dejando discurrir el tiempo y cuanto sucede, a lo sumo escuchando en tantas tertulias que proliferan por aquí o por allá y recibiendo sus influencias, pero no somos capaces de hacer por nosotros mismos esa necesaria lectura de la vida que tendríamos que saber hacer.

Entramos con facilidad en un mundo de mediocridad, porque no terminamos de hacernos unos juicios propios de lo que sucede en la vida; vemos que se repiten una y otra vez muchos acontecimientos de la vida de nuestra sociedad y no somos capaces de afrontar con ideas claras unos caminos de solución sino que los dejamos la mayoría de la veces en lo que opinan o dicen los demás sin tener nuestros propios criterios.

Nos hacemos vagos para pensar y para razonar, nos cuesta ponernos a reflexionar para aprender de la vida, simplemente dejamos hacer, que otros piensen, que otros tomen decisiones, y no terminamos de implicarnos en la vida. Creo que esto es muy serio. No somos capaces de desarrollar todas nuestras capacidades o nuestras posibilidades; tenemos quizás unas ideas que muchas veces son muy vagas y elementales, pero no terminamos de profundizar.

Es cierto que tenemos que escuchar lo que otros dicen, pero no nos lo tragamos todo, sino que tenemos que hacer nuestro discernimiento, exponer las cosas desde nuestro encuadre, de nuestra visión, que por supuesto enriquecemos también en el diálogo con los demás. Y eso en todos los aspectos de la vida, la vida social, la vida política, la vida cultural, la vida religiosa y eclesial también.

Es lo que nos está planteando hoy Jesús en el evangelio. La necesidad de esa madurez en nuestra vida para poder discernir claramente los caminos que debemos de tomar. Porque no somos buenos solamente porque nos dejamos arrastrar por lo que hay en nuestro entorno y a todo decimos sí, sino en la medida en que discernimos y tomamos con madurez nuestras propias decisiones mintiendo una línea y un ritmo de camino.

Y esto nos falta mucho en todo lo que atañe a nuestra vida cristiana, donde no hemos profundizado y madurado como cristianos lo suficiente y así andamos con nuestras superficialidades, nos dejamos arrastrar por la desgana o caemos fácilmente por la pendiente resbaladiza de la tibieza en nuestra vida espiritual, en nuestros compromisos cristianos.

Y esto nos falta en nuestra participación en todo lo que es la vida de la Iglesia, de la que formamos parte desde nuestro bautismo pero que no siempre nos sentimos en profunda comunión de Iglesia; los asuntos de la Iglesia parece que hay que dejarlos en manos de otros  y que ellos sean los que tomen las decisiones o los que nos marquen las pautas y nos dirijan.

Estamos en estos momentos en un momento eclesial muy interesante, del que quizá no terminamos de enterarnos. El Papa nos ha convocado a toda la Iglesia a que hagamos un camino sinodal. El Sínodo de los Obispos el Papa lo convoca cada cierto tiempo para tratar asuntos que afectan a toda la vida de la Iglesia, pero ahora ha querido el Papa que no solo sean unos obispos reunidos en Roma los que realicen el Sínodo, sino que partamos desde nuestras diócesis y desde nuestras parroquias ese camino de consulta al que nos llama el Papa. En estas pasadas semana fue la apertura de este camino sinodal para toda la Iglesia desde Roma, pero el pasado domingo se ha iniciado en nuestras Iglesias particulares, en nuestras diócesis. Es esa lectura de los signos de los tiempos de lo que está sucediendo en nuestra Iglesia.

¿Nos habremos enterado? ¿Estaremos mostrando algún interés por esta llamada a la participación? ¿Seguiremos quizás con nuestra mediocridad y falta de interés ante este camino que se nos invita a hacer? Tratemos de enterarnos, qué está sucediendo, qué se está programando en este sentido desde nuestras comunidades parroquiales. También nosotros tenemos algo que opinar, también nosotros hemos de participar. 


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