sábado, 2 de octubre de 2021

No olvidemos a los santos Ángeles que nos hacen sentir la presencia de Dios en nuestra vida y nos inspiran y protegen ayudándonos a arrancarnos del camino del mal

 


No olvidemos a los santos Ángeles que nos hacen sentir la presencia de Dios en nuestra vida y nos inspiran y protegen ayudándonos a arrancarnos del camino del mal

Baruc 4, 5-12. 27-29; Sal 68; Mateo 18, 1-5. 10

‘He aquí que voy a enviar un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te conduzca al lugar que te tengo preparado’. Así le promete Dios a Moisés y al pueblo elegido para el camino que van a emprender rumbo a la tierra prometida. Con ellos irá el ángel del Señor. O lo que es lo mismo, ellos van a sentir la presencia de Dios en su camino a través del desierto, aunque no siempre sean fieles y conscientes de esa presencia de Dios. O podemos recordar también aquello otro que rezamos con los salmos: ‘Tú que habitas al amparo del Altísimo... No se te acercará la desgracia.... porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos: te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra...’

He tomado estas palabras del Antiguo Testamento, como hubiera podido escoger otras también del Nuevo Testamento para expresar el significado de la fiesta que hoy celebramos, los Santos Ángeles Custodios. Si hace unos día celebrábamos en especial la fiesta de los santos Arcángeles, Miguel, Rafael y Gabriel, hoy la Iglesia en su nos invita a tener este recuerdo y celebración de los ángeles que Dios ha puesto en el camino de nuestra vida para hacernos sentir su presencia y su gracia.

En el texto del evangelio que hoy se nos ofrece al hablarnos de la acogida de los niños y de los pequeños, Jesús nos dice que sus ángeles están contemplando siempre el rostro de Dios. El Arcángel san Rafael le decía a Tobías que él estaba en la presencia de Dios y que su misión era presentar las oraciones de los santos ante el trono de Dios.

Protectores e intercesores nuestros, así podemos contemplarlos porque hacen el camino junto a nosotros para ser esa inspiración de Dios que nos ayude a encontrar el verdadero camino pero también para librarnos de nuestras caídas, para protegernos frente a los peligros. ¿Quién si no es el que nos hace sentir esa inspiración para lo bueno allá en lo secreto del corazón?

Cuántas veces nos hemos visto en algún peligro y no sabemos bien como hemos salido ilesos de aquella situación ¿por qué no pensar en esa protección de nuestro ángel custodio que nos hace ver quizás en lo que nos parece el ultimo momento ese peligro en que nos encontrábamos y nos hace tomar la decisión acertada para vernos liberados de ese mal que nos acechaba? Lo sentimos en muchas situaciones de la vida, pero lo sentimos allá en nuestro interior cuando somos capaces de vencer la tentación, alejarnos de aquella situación que nos podría llevar a hacer el mal.


Desgraciadamente en nuestro mundo moderno van desapareciendo de nuestras casas las imágenes religiosas, los signos de lo sagrado que siempre habíamos tenido como centro de nuestros hogares, como un signo de la protección y de la presencia del Señor. Pero los mayores recordamos aquellos cuadros que nuestras madres o nuestras abuelas tenían sobre las cabeceras de sus camas ya fuera con una representación de la Virgen del Carmen y las almas del purgatorio o cualquier otra imagen de la Virgen de nuestra especial devoción - eran imágenes muy habituales – como tampoco se aparta de mi retina el cuadro del Santo Ángel de la Guarda que protegía a unos niños de los peligros de la vida. Bien surgían así nuestras oraciones a la hora de dormirnos pidiendo a los santos Ángeles que estaban en las esquinas de nuestra cama que nos protegieran y velaran por nosotros durante nuestro sueño.

Creo que son cosas que tenemos que recordar y rescatar aunque ahora lo hagamos de otra manera más conforme a la mentalidad de nuestro nuevo tiempo, pero que un creyente nunca puede olvidar esa presencia del Señor en su vida y que con sus santos ángeles nos protege y nos inspira los caminos del bien. No podemos dejar pasar desapercibida esa fiesta de los santos Ángeles Custodios, porque es aprender a sentir y vivir esa presencia de Dios en nuestra vida.

viernes, 1 de octubre de 2021

Algunas veces nos creemos merecedores de todo y olvidamos lo que gratuitamente recibimos de Dios y de los demás

 


Algunas veces nos creemos merecedores de todo y olvidamos lo que gratuitamente recibimos de Dios y de los demás

 Baruc 1,15-22; Sal 78; Lucas 10,13-16

Algunas veces nos creemos merecedores de todo. No solo no somos agradecidos, sino que de alguna manera nos volvemos exigentes; hoy vivimos en un ‘mundo de derechos’ y todos nos creemos con derecho a todo; exigimos a la sociedad, exigimos a los que nos dirigen, exigimos a cualquiera que se nos presente por delante, porque, como decimos, tenemos derecho. Y hasta cuando alguien gratuita y generosamente nos ofrece algo, simplemente porque le apetece o porque esa es su manera de ser generosa y altruista, nos llegamos a creer incluso que aquello que nos ofrecen es un derecho que nosotros tenemos.

Con lo que estoy diciendo, no se me entienda mal, no estoy en contra de los derechos que todos como persona tenemos; hay una declaración de derechos humanos que ha costado siglos no solo conseguirlos sino el poder llegar incluso a elaborar esa llamada carta de derechos humanos. A lo que me estoy refiriendo en el párrafo anterior son a esas exigencias con las que vamos con la vida donde no sabemos reconocer lo que alguien generosamente nos ofrece o nos regala. Por eso decíamos que es cuestión de agradecimiento, de reconocimiento de la generosidad de los demás y saberla valorar y tener en cuenta, para nosotros también dar una respuesta. Es necesario también tener la humildad de reconocer que no somos merecedores de lo que nos ofrecen, y desde esa humildad nacerá el agradecimiento verdadero.

Pocas veces vemos en el evangelio a Jesús quejarse de la respuesta negativa de la gente a su predicación. Se quejó, es cierto, en Nazaret de la falta de fe de sus conciudadanos y por eso incluso nos dirá el evangelista que allí no hizo ningún milagro; pero ante el rechazo de la gente que incluso querían despeñarlo por un barranco se abrió paso en medio de ellos y se alejó del lugar. Se marchará de la región de los gerasenos cuando las gentes de aquel lugar le piden que se marche a otra parte y no quieren escuchar su mensaje de salvación significado incluso en la curación de aquel endemoniado.

Le veremos, es cierto, en diatribas con los fariseos, los maestros de la ley, los sacerdotes de Jerusalén, pero porque era grande la cerrazón de sus mentes que no querían abrirlas al mensaje del Reino que Jesús les proponía. Pero hoy en el evangelio lo veremos en contra de las ciudades de Betsaida y Corozaín, aquellos lugares cercanos a Cafarnaún, y que formaba parte de aquellas aldeas y lugares por donde predicaba habitualmente recorriendo Galilea; ha realizado allí muchos milagros, pero de nada ha servido porque no han querido reconocer los signos de salvación que Jesús les ha ofrecido.

‘Pues si en Tiro y en Sidón, les dice, se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza’.

Pero también contra Cafarnaún, el lugar que ha convertido en algo así como el centro de su predicación, también tiene palabras de juicio y condena de Jesús porque no ha dado la respuesta que de ellos se esperaba. ‘¿Piensas escalar el cielo?’, le dice, porque en su engreimiento por ser una ciudad importante en Galilea, incluso con gran importancia comercial por ser cruce de caminos para los que venían de Siria y se dirigían a Jerusalén, se habían creído quizás superiores a los demás pero también, como le dice, ‘bajarás al abismo’ de la destrucción. ¿Qué queda hoy de Cafarnaún? Unas ruinas que nos recuerdan que fue lugar importante, pero que casi había desaparecido bajo sus propias ruinas de las que hoy día los arqueólogos la están rescatando.

Pero hemos escuchado este evangelio como buena nueva para nosotros hoy. ¿Podríamos sentir también ese reproche de Jesús en nuestro corazón después de cuanto hemos recibido por la gracia del Señor? Cada uno puede pensar en su historia personal, historia de la gracia de Dios en su vida; cuantas cosas tenemos que recordar, cuántas cosas tenemos que agradecer. Lo que decíamos al principio. No nos creamos merecedores, sepamos reconocer el don de Dios en nuestra vida. Lo llamamos gracia, y eso significa gratuito. Así gratuito ha sido el amor de Dios en nosotros que tanto nos ha regalado.

Y lo pensamos en nuestro nivel personal e individual, pero tenemos que pensarlo también como pueblo, como comunidad que se ha ido construyendo a lo largo de su propia historia también desde la acción gratuita del Señor. Cada uno tiene que recordar, cada comunidad tendría que hacer relación de esas gracias del Señor en quienes ha puesto a nuestro lado para ayudarnos a caminar esos caminos del Señor. Cuantos testimonios podríamos recoger, recordando personas que han destacado en nuestras comunidades, pero que incluso hoy hemos olvidado con corazón desagradecido.

¿Cuál es nuestra respuesta personal o nuestra respuesta como comunidad cristiana? Si esas maravillas que el Señor ha derramado sobre nuestra vida la hubieran recibido otros, ¿cuál sería su respuesta?

 

 

jueves, 30 de septiembre de 2021

Quizás tengamos que volver a releer las palabras de Jesús y ver si lo que nos dice es la manera cómo estamos haciendo el anuncio de la buena nueva del Reino de Dios

 


Quizás tengamos que volver a releer las palabras de Jesús y ver si lo que nos dice es la manera cómo estamos haciendo el anuncio de la buena nueva del Reino de Dios

Nehemías 8, 1-4ª. 5-6. 7b-12; Sal 18; Lucas 10, 1-12

Si nos encargan una tarea o una responsabilidad seguramente la asumimos con confianza y alegría por la confianza que han tenido en nosotros para encomendarnos esa tarea que a nosotros nos parece importante.

Puede ser la alegría con que el hijo acoge el encargo de su padre para unas determinadas tareas o trabajos que ha de realizar o si le confía ya una participación más intensa, por ejemplo, en los negocios familiares. Se siente orgulloso de que le hayan confiando tal tarea y tratará de desempeñarla con total seriedad y responsabilidad. Ya el padre se encargará de hacerle sus recomendaciones, darle sus indicaciones de cómo ha de realizar esa tarea y además como buen padre le alertará también de lo difícil que va a ser el desempeñarla y de las muchas dificultades con que se va a encontrar. Esto le hará poner en alerta y sentirá el peso de esa responsabilidad sobre sí.

Estamos hablando de un padre con su hijo, pero si fuera otra persona la que nos hace un encargo así, quizás nos lo pensaríamos antes de asumir tal responsabilidad por las dificultades que entraña tal empresa. Nos entraría miedo en el cuerpo, como solemos decir, y ya nos lo pensaríamos si seríamos capaces de realizarlo, aun con todo los honores que significa la confianza que han tenido en él.


¿Sería algo así como se sentirían los setenta y dos discípulos a los que Jesús encarga ir a realizar su misma misión del anuncio del Reino de Dios? Y Jesús no se calla las dificultades con las que se van a encontrar, porque irán como corderos en medio de lobos; no irán dotados de grandes medios porque han de ir en la más absoluta pobreza y confiando solo en la disponibilidad que ellos han de tener. Ni bolsa, ni alforja, ni sandalias de repuesto, sino que han de ir con lo puesto. Pero además les advierte que podrán o no podrán ser recibidos en los pueblos. Allí donde los reciban han de vivir una vida igual a la que viven las personas del lugar, no tienen que destacar por nada, y si no los reciben, simplemente se sacuden las sandalias y a otra parte.

Podría parecer que tendría que metérseles el miedo en el cuerpo, porque la misión que les están confiando es grande, porque es el anuncio del Reino de Dios que llega, pero han de ir con pocos refuerzos, porque ni ellos mismos están muy seguros aún de lo que ha de ser ese Reino de Dios ni como lo han de vivir. Ejemplo está en las disputas en las que andan por los primeros puestos o los lugares de importancia. Pero ahora han de ir con lo puesto, sabiéndose los últimos, pero con una gran tarea en sus manos. Una fe y una disponibilidad grande se les exige. Pero ellos marcharon con la misión de Jesús.

Pero ahora nosotros tendríamos que pensar que esa misma es la misión que Jesús nos está confiando hoy; que también andamos como ovejas entre lobos y que no todos van a aceptar el mensaje que nosotros les vamos a llevar. Quizás nos pidan primero que les ayudemos a arreglar una carretera que escucharnos la Buena Nueva que queremos anunciarles diciéndoles que Dios nos ama. Es sublime el mensaje del evangelio que tenemos que anunciar, es una buena noticia pero que quizá no todos la van a escuchar como una buena noticia que merece la pena escuchar y bien sabemos que la gente anda en otras cosas que consideran más importantes a que nosotros les hablemos de Dios.

Pero ese es el mundo donde tenemos que ir a anunciar el Reino de Dios, ese es el mundo que tenemos que evangelizar que nos dice quizá que para que necesitamos rezar; es el mundo que quizá no quiere signos religiosos en su entorno y que harían todo lo posible quizá por ejemplo por hacer desaparecer las cruces de nuestros caminos. Es el mundo al que ya no les dice nada la Iglesia, sino que siempre andarán reprochando lo que hace o no hace, o lo que ellos piensan que tendría que hacer la Iglesia. Es el mundo que siempre estará a la contra de lo que nosotros podamos anunciarles de Dios, de la fe, de la Iglesia y ya hasta nos impedirán que podamos hablar.

Y ahí tenemos que ir con nuestra pobreza y poniéndonos siempre al lado de los pobres, porque como ellos hemos de vivir; quizás nos gustaría ir con otros medios, o ir a otros lugares donde pensamos que seriamos mejor recibidos; quizá nosotros podamos estar pensando en otras manera de hacer el anuncio o queramos ponernos en una posición de poder sobre esas personas para que nos escuchen. Pero ese no es el estilo de Jesús, no es lo que nos enseña Jesús en el evangelio, no son las pautas que nos da de cómo hemos de ir a hacer el anuncio del evangelio.

Quizás nosotros, los primeros, tengamos que volver a releer las palabras de Jesús y ver si esa es la manera como nosotros estamos haciendo ese anuncio de la buena nueva del Reino de Dios.


miércoles, 29 de septiembre de 2021

Santos Arcángeles, Miguel, Rafael y Gabriel que nos hacen sentir esa presencia de Dios en nuestra vida trayéndonos un mensaje de salud y salvación

 


Santos Arcángeles, Miguel, Rafael y Gabriel que nos hacen sentir esa presencia de Dios en nuestra vida trayéndonos un mensaje de salud y salvación

Daniel 7,9-10.13-14; Sal 137; Juan 1,47-51

Hoy celebramos la fiesta de los santos Arcángeles san Miguel, san Rafael y san Gabriel. Los mayores tenemos este día como si fuera únicamente de san Miguel, porque antes de la reforma del calendario romano después del Concilio Vaticano II, san Rafael se celebraba el 24 de octubre y san Gabriel la víspera de la Anunciación del Señor, el 14 de Marzo.

El Catecismo que estudiamos de niños nos decía que los ángeles son espíritus puros que están en la presencia del Señor alabándole siempre. Hoy precisamente en el evangelio Jesús nos habla de los ángeles que están en la presencia del Señor en el comentario que hace a Natanael que se siente admirado por la presencia de Dios en un momento determinado de su vida y le lleva a aquella hermosa confesión de fe en Jesús. ‘Has de ver cosas mayores, le dice… En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre’.

 En la liturgia, recogiendo el sentir del Apocalipsis y de algunos libros del Antiguo Testamento se nos habla de los coros de los Ángeles y de los Arcángeles, los coros celestiales que alaban y cantan la gloria del Señor. Dentro de pocos días celebraremos a los Santos Ángeles Custodios como esos Ángeles que Dios ha puesto a nuestro lado para inspirarnos el camino del bien y preservarnos de todo malo; ya hablaremos de ello.

Hoy celebramos a los Santos Arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel, a quienes vemos en la Biblia con una muy concreta misión, como incluso el significado del mismo nombre indica. Mensajeros de Dios que nos traen la buena noticia o que nos acompañan en el camino de la vida para preservarnos del mal.

En concreto es habitual contemplar en nuestras iglesias o templos la imagen del Arcángel San Miguel en el cuadro de Ánimas del Purgatorio. Es la imagen que quizás los mayores mas recordamos como un intercesor o mediador para después de la purificación del purgatorio conducirnos a la presencia y gloria del Señor. Es por eso por lo que aparece casi siempre con esa imagen de la balanza en sus manos, signo de la justicia de Dios. Es el arcángel del que nos habla la Biblia algo así como capitán de las milicias y ejércitos celestiales – aunque la imagen aparezca un tanto guerrera – frente a la rebelión de Lucifer, el llamado ángel de la luz.

Del Arcángel Rafael conocemos la historia de Tobías, donde él mismo se presenta como un ángel que está en la presencia de Dios y presentando las súplicas y las oraciones de los fieles. Se le verá como compañero de camino del joven Tobías y el que le inspirará tanto para elegir mujer, como para encontrar el remedio que curara la ceguera del anciano Tobías. Es algo así como medicina de Dios en la interpretación de los santos padres de la Iglesia nos han hecho a través de los tiempos.

Y del Arcángel Gabriel nos habla el evangelio, como del ángel que viene de parte de Dios para anunciarle al anciano Zacarías el nacimiento de un hijo y de cuál sería su misión, como luego quien vendrá hasta la doncella de Nazaret para anunciarle que iba a ser la madre del Señor. Mensajero de la Buena Noticia, primer mensajero del Evangelio que viene de parte de Dios para hacer el anuncio a María.

Brevemente hemos hecho una referencia a los tres arcángeles que en este día celebramos pero que viene a ayudarnos a la comprensión del significado de los ángeles en nuestra vida. Como decíamos, espíritus puros que están en la presencia de Dios, enviados y mensajeros de Dios que nos acompañan en el camino de nuestra vida para hacernos sentir la presencia del Señor. Recordemos como en el Antiguo Testamento normalmente cuando se habla de la presencia de Dios junto a los grandes patriarcas, los jueces de Israel e incluso a los profetas, se habla de cómo se manifestó el ángel del Señor que era una forma de hablar de la presencia de Dios.

Esa presencia de Dios que nosotros podemos sentir en nuestra vida cuando sentimos la inspiración para el bien o para alejarnos del mal. El ángel del Señor que nos acompaña, que nos inspira, que nos hace presente la gracia y la fuerza del Señor para liberarnos del mal. Ojalá sepamos dejarnos conducir esa inspiración buena que tantas veces sentimos en nuestro corazón y que casi no nos damos cuenta de donde nos viene, quien nos inspiró aquella cosa buena, quién se puso junto a nosotros como un escudo protector frente a ese mal o peligro que nos acechaba.

Pensemos, sí, en los Ángeles del Señor, en sus santos Arcángeles que hoy celebramos, en su protección que nos hacen presente y nos hacen sentir la presencia de Dios en nuestra vida y como decimos con los salmos delante de los ángeles, juntos con los coros de los ángeles cantemos para el Señor.


martes, 28 de septiembre de 2021

Tenemos que saber afrontar la vida con sus dificultades e incluso con los tropiezos que podamos tener en nuestro encuentro con los demás con verdadera madurez

 


Tenemos que saber afrontar la vida con sus dificultades e incluso con los tropiezos que podamos tener en nuestro encuentro con los demás con verdadera madurez

Zacarías 8,20-23; Sal 86; Lucas 9,51-56

Alguna vez nos habrán dado el consejo de que si tenemos que pasar por algún sitio de especial dificultad o peligroso, demos un rodeo evitando ese lugar y ese peligro. Y nos puede parecer un buen consejo. Quizás lo decimos a nuestros hijos para evitarles amistades peligrosas o se vean enrollados en tantas cosas que se les ofrecen hoy y pudieran terminar esclavizándolos.

Claro que rodeos damos muchos en la vida y no solo evitando esos peligros que podíamos decir físicos, sino que por muchas razones evitamos muchas cosas, evitamos personas con las que no queremos encontrarnos, evitamos aquello en lo que pudiéramos vernos comprometidos, evitamos aquello que pudiera exigirnos un esfuerzo de superación o algún tipo de sacrificio. Claro que entonces lo del buen consejo que decíamos al principio tendríamos que pensárnoslo si queremos vivir de una forma madura buscando la sana convivencia entre todos.

Creo que en estos breves versículos del evangelio que hoy se nos ofrece puede haber una hermosa lección para esos caminos de nuestra vida. Jesús decidió subir a Jerusalén porque El sabía que le llegaba su hora. Los discípulos no terminan de entender las prisas de Jesús ni los anuncios que les ha venido haciendo.

El camino habitual que hacían las gentes de Galilea para subir a Jerusalén era bajando por el valle del Jordán para luego subir desde Jericó hasta Jerusalén. Evitaban el paso por Samaría, que eran judíos también, pero con los cuales no había buenas relaciones, porque ellos no aceptaban la centralidad del templo de Jerusalén. Recordamos el caso de la samaritana del que nos habla el evangelio de san Juan. Pero Jesús en esta ocasión decidió subir atravesando Samaría. Afronta el enfrentamiento o el rechazo que se pudieran encontrar por el hecho de ir a Jerusalén.

Es el incidente con que se encuentran los discípulos cuando van a una aldea a pedir hospitalidad, pero que son rechazados por dirigirse a Jerusalén. Enfadados vienen Santiago y Juan diciéndole a Jesús que baje fuego del cielo para castigar a quienes no les han ofrecido hospitalidad. ‘Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?’ Pero bien vemos que Jesús les rechaza esa petición porque nunca la violencia es solución de nada.

Bien nos puede valer en este momento de nuestra reflexión lo que un escritor y pensador de nuestro tiempo decía: ‘No es cierto que la violencia sea la «imperfección» de la caridad; es el pudridero de la caridad, la inversión, la falsificación y la violación de la caridad. Quizá algún violento haya comenzado a ejercer su violencia por motivos subjetivos de amor, pero de hecho, al hacer violencia se ha convertido en el mayor enemigo del amor. Ya que con la violencia se puede entrar en todas partes, menos en el corazón’. (JL Martín Descalzo)

Tenemos que saber afrontar la vida con sus dificultades e incluso con los tropiezos que podamos tener. Primero porque no somos perfectos y en ocasiones se va a manifestar nuestra debilidad en aquello que hacemos.  pero eso ha de hacer que sepamos mirar con otros ojos a los demás, que también tienen sus debilidades, que tienen su manera de ver y hacer las cosas en lo que muchas veces no coincidimos, nos vamos a encontrar distintas opiniones o incluso rechazo de aquello que nosotros queremos hacer. Son muchos los caminos que nos encontramos, muchas las maneras de entender o de hacer las cosas que incluso puede ir en contra de nuestra manera de pensar y de actuar. Pero hemos de saber respetarnos y valorarnos en lo bueno que hacemos a pesar de las diferencias.

Muchas veces preferimos dar rodeos. Si es para evitar la violencia y buscar la paz buenos caminos pueden ser; pero bien sabemos que muchas veces los rodeos que hacemos es porque queremos evitar a las personas, porque no siempre quizás queremos encontrarnos o mezclarnos con todo el mundo; ahí entra todo ese camino de discriminaciones en el que tantas veces entramos; ahí entran esos distanciamientos y barreras que creamos porque un día quizás no nos entendimos o incluso en nuestro diálogo podíamos tener opiniones enfrentadas; ahí entran esos miedos al compromiso, a expresar con valentía lo que son nuestras convicciones aunque sean distintas a las de los demás, esas cobardías que a la larga tan molestas nos resultan hasta para nosotros mismos.

Realmente nos manifestamos muchas veces con un infantilismo tremendo y con una inmadurez muy peligrosa. Seamos capaces de dar la cara por nuestras convicciones, por nuestra fe y por nuestra vida.

 

lunes, 27 de septiembre de 2021

Cuánto nos sigue costando entender los caminos del Reino de Dios porque todavía seguimos pensando en grandezas y vanidades, necesitamos una buena cura de humildad

 


Cuánto nos sigue costando entender los caminos del Reino de Dios porque todavía seguimos pensando en grandezas y vanidades, necesitamos una buena cura de humildad

Zacarías 8,1-8; Sal 101; Lucas 9,46-50

Qué carreras innecesarias hacemos tantas veces en la vida. Todos queremos llegar los primeros; hemos hecho de la vida una competición, una competición en la que falta la verdadera competitividad, nos falta deportividad. En los juegos de la vida muchas veces no nos queda más remedio que decir al final, porque quizá no fuimos nosotros los ganadores, lo importante es la participación. Suele ser una forma de deportividad, pero muchas veces puede quedársenos en palabras, porque en el fondo por encima de todo lo que nosotros queríamos era quedar por encima de todos.

Es cierto que tenemos que esforzarnos por hacer lo mejor, es necesario un espíritu de superación, tenemos que buscar estímulos para esa necesaria ascensión que hemos de ir haciendo en la vida; pero nunca han de ser los codazos para eliminar al otro, para desestabilizar, los modos de estímulo y superación.

Lo importante sería el servicio, aquello que hacemos nos beneficie a todos, no solo a los nuestros, o no solo nuestras ganancias particulares, sino que sintamos que aquello bueno que hacemos es una perla que va a embellecer la vida de todos. Pero ya sabemos como aparecen dentro de nosotros el amor propio, el orgullo, las rivalidades, los enfrentamientos, las suspicacias, las envidias ante lo bueno que pueda beneficiar a los demás o ante lo bueno que veamos realizar por parte de los otros.

Nos pasa a todos tantas veces aunque tengamos buena voluntad y buenos deseos. Queremos entender las palabras de Jesús pero pronto nos desinflamos, desde desilusiones que tenemos en la vida, desde las comparaciones que nos hacemos con los demás, desde los cantos de sirena de lo que nos ofrece nuestro mundo, desde esa pendiente resbaladiza en que vemos caminar a otros pero que al final nosotros también caminamos por ella, y nos aparecen esas apetencias, nos aparece el mirar con ojos envidiosos los avances y los logros que otros alcanzan, nos vienen esos sueños de grandeza que tan fácilmente se nos meten no solo en la cabeza sino en el corazón y terminamos dejándonos influir, dejándonos empapar por el espíritu del mundo que nos rodea.

Así andaban también los discípulos que rodeaban a Jesús. Con sus sueños de mesianismos comenzaban ya a apetecer cuál era el mejor lugar que pudieran conseguir en ese Reino nuevo, que Jesús estaba continuamente anunciando. Pero escuchaban de Jesús lo que les interesaba. Tantas veces Jesús les había hablado del espíritu de servicio o de saber hacerse los últimos, pero esas palabras no terminaban de calar en ellos. Por eso discutían por el camino por los primeros puestos.

Y Jesús les pone en medio un niño, y les dice que hay que ser como niños, que hay, por otra parte, que saber acoger a un niño, que era lo mismo que acoger a los que en la vida se consideraban pequeños y sin valor. Esos que nosotros dejamos a un lado, esos que están a la vera del camino pero que no sabemos poner a caminar junto a nosotros, esos que nos parece que nada valen porque estamos muy llenos de prejuicios y no miramos el valor profundo de las personas, sino que nos dejamos llevar por las apariencias.

Cuánto nos sigue costando entender los caminos que Jesús nos ofrece, los verdaderos caminos del Reino de Dios. Todavía seguimos pensando en grandezas, todavía seguimos presentando imágenes grandiosas y llenas de vanidad, todavía seguimos poniéndonos ropajes ostentosos para expresar que estamos llenos de poder, todavía seguimos soñando con solemnidades, con reverencias y con reconocimientos.

Y todo eso un día se nos vendrá abajo y nos quedaremos sin nada. Hoy hemos visto como se venía abajo una iglesia arrasada por el empuje de la lava de un volcán; es cierto que era algo humilde y sencillo, pero cuando tanta gente se ha quedado sin nada en la más terrible desnudez y pobreza, es una imagen significativa que también la Iglesia se haya quedado al lado de los que nada tienen porque también se ha quedado sin nada, porque su templo se ha ido abajo. Una imagen de cómo hemos de abajarnos, de ponernos no metafóricamente sino en la más cruda realidad al lado de los pobres y que nada tienen.

¿Cuándo nos despojaremos de tantas vanidades para ser en verdad la Iglesia de Jesús?

domingo, 26 de septiembre de 2021

Cuando sepamos aceptar que los otros también son buenos y justos aunque no parezcan de los nuestros estaremos dando señales de que entendemos el Reino de Dios

 


Cuando sepamos aceptar que los otros también son buenos y justos aunque no parezcan de los nuestros estaremos dando señales de que entendemos el Reino de Dios

Números 11, 25-29; Sal. 18; Santiago 5, 1-6;  Marcos 9, 38-43. 45. 47-48

Lo podemos llamar envidia, lo podemos llamar celos, podemos darle el nombre que queramos pero cuanto nos cuesta en ocasiones aceptar que otros puedan hacer el bien; como si fuera una cosa exclusiva nuestra, como si los otros no fueran capaces de hacer cosas buenas también; como si aquel que no es de los nuestros, y en eso ponemos nuestros grupos, nuestras familias, la gente de una manera de pensar semejante a la nuestra, y no digamos nada cuando entran por medio ideologías y políticas, lo que hacen no puede ser bueno, y si alguna cosa positiva vislumbramos ya buscaremos algo que la vicie. Así andamos a la greña en la vida; así vamos destruyendo lo que otros hacen, así no somos capaces de edificar sobre algo ya comenzado para continuar lo bueno que se pudiera estar haciendo, sino que arrasamos aunque luego no sepamos como construir.

Lo vemos en nuestras mutuas relaciones con sus desconfianzas; lo vemos en los orgullos pueblerinos donde por cualquier cosa estamos enfrentados y no somos capaces de aceptar lo bueno que hacen los demás; lo vemos en la vida social y política de nuestros pueblos que llegamos de nuevos al poder y querer borrar del mapa todo lo que hayan podido hacer los que consideramos nuestros adversarios. No es necesario poner muchos ejemplos porque lo vemos casi todos los días en la forma infantil que tenemos de hacer las cosas. Que pena que no sepamos construir juntos aceptando lo bueno que hacen los demás, que también son capaces de hacerlo.

Es la historia de cada día y es lo que vemos en la historia de todos los tiempos. A eso hace referencia hoy el evangelio y toda la palabra de Dios que en este domingo escuchamos. En el campamento habían dos que se pusieron a profetizar aunque no estaban en el grupo de los cuarenta que Moisés había escogido, y ya andaba por allá Josué con sus celos por Moisés queriendo impedírselo. Juan se encuentra que alguien está haciendo milagros expulsando demonios en el nombre de Jesús, pero como no es del grupo de aquellos discípulos cercanos a Jesús, ya quiere impedírselo y viene corriendo a contárselo al Maestro.

’Ojalá todo el pueblo fuera profeta’, les dice Moisés. ‘No se lo impidáis, les dice Jesús, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro’.

Y viene a decirnos Jesús que tenemos que aprender a valorar todo lo bueno que hagan los demás aunque sea algo tan sencillo como dar un vaso de agua. Así tenemos que construir, así tenemos que aprender a valorar, así hemos de saber tener en cuenta lo bueno que hacen los otros, así tenemos que nosotros que saber colaborar de las cosas buenas y sencillas que hacemos cada día.

Y es que el camino de evangelización, de anuncio del evangelio que tenemos que hacer no significa que tengamos que hacer grandes sermones donde mostremos nuestra erudición sobre lo que dicen los evangelios o la alta teología; el verdadero anuncio del evangelio que tenemos que hacer es ir sembrando esas pequeñas semillas en las cosas buenas que podemos hacer desde lo más sencillo; ese perejil que somos capaces de facilitarnos los unos a los otros en esas pequeñas cosas que compartimos cada día con el hermano, con el amigo, con el vecino es un signo de ese reino de Dios que construimos.

¿Qué es el reino de Dios sino que nos sintamos cercanos y hermanos, que colaboremos juntos en las cosas buenas que hacemos para construir nuestro mundo, en esos gestos de cercanía y amistad que nos ofrecemos los unos a los otros cuando nos ayudamos desde lo más sencillo? Crear ese mundo de armonía y de paz, ese mundo en que sepamos valorarnos los unos a los otros, ese mundo en donde sepamos ver lo bueno hacen los demás aunque no sean de los nuestros es también poner los cimientos del Reino de Dios. Lo bueno y lo justo no es una cosa exclusiva nuestra, sino que podemos descubrirla en los demás; cuidado que muchas veces brille más en los otros que en nosotros mismos aunque nos creamos tan santos.

Y eso algunas veces, aunque sea tan sencillo, cuesta; cuesta porque seguimos manteniendo nuestros orgullos interiores, porque seguimos en una carrera de hacer méritos, porque casi sin darnos cuenta queremos subirnos a pedestales. Son muchas actitudes negativas que se nos meten dentro de nosotros y de las que hemos de saber purificarnos. Qué distinta haríamos la vida, qué armonía y paz crearíamos en nuestras relaciones, qué felices podríamos ser.