viernes, 1 de octubre de 2021

Algunas veces nos creemos merecedores de todo y olvidamos lo que gratuitamente recibimos de Dios y de los demás

 


Algunas veces nos creemos merecedores de todo y olvidamos lo que gratuitamente recibimos de Dios y de los demás

 Baruc 1,15-22; Sal 78; Lucas 10,13-16

Algunas veces nos creemos merecedores de todo. No solo no somos agradecidos, sino que de alguna manera nos volvemos exigentes; hoy vivimos en un ‘mundo de derechos’ y todos nos creemos con derecho a todo; exigimos a la sociedad, exigimos a los que nos dirigen, exigimos a cualquiera que se nos presente por delante, porque, como decimos, tenemos derecho. Y hasta cuando alguien gratuita y generosamente nos ofrece algo, simplemente porque le apetece o porque esa es su manera de ser generosa y altruista, nos llegamos a creer incluso que aquello que nos ofrecen es un derecho que nosotros tenemos.

Con lo que estoy diciendo, no se me entienda mal, no estoy en contra de los derechos que todos como persona tenemos; hay una declaración de derechos humanos que ha costado siglos no solo conseguirlos sino el poder llegar incluso a elaborar esa llamada carta de derechos humanos. A lo que me estoy refiriendo en el párrafo anterior son a esas exigencias con las que vamos con la vida donde no sabemos reconocer lo que alguien generosamente nos ofrece o nos regala. Por eso decíamos que es cuestión de agradecimiento, de reconocimiento de la generosidad de los demás y saberla valorar y tener en cuenta, para nosotros también dar una respuesta. Es necesario también tener la humildad de reconocer que no somos merecedores de lo que nos ofrecen, y desde esa humildad nacerá el agradecimiento verdadero.

Pocas veces vemos en el evangelio a Jesús quejarse de la respuesta negativa de la gente a su predicación. Se quejó, es cierto, en Nazaret de la falta de fe de sus conciudadanos y por eso incluso nos dirá el evangelista que allí no hizo ningún milagro; pero ante el rechazo de la gente que incluso querían despeñarlo por un barranco se abrió paso en medio de ellos y se alejó del lugar. Se marchará de la región de los gerasenos cuando las gentes de aquel lugar le piden que se marche a otra parte y no quieren escuchar su mensaje de salvación significado incluso en la curación de aquel endemoniado.

Le veremos, es cierto, en diatribas con los fariseos, los maestros de la ley, los sacerdotes de Jerusalén, pero porque era grande la cerrazón de sus mentes que no querían abrirlas al mensaje del Reino que Jesús les proponía. Pero hoy en el evangelio lo veremos en contra de las ciudades de Betsaida y Corozaín, aquellos lugares cercanos a Cafarnaún, y que formaba parte de aquellas aldeas y lugares por donde predicaba habitualmente recorriendo Galilea; ha realizado allí muchos milagros, pero de nada ha servido porque no han querido reconocer los signos de salvación que Jesús les ha ofrecido.

‘Pues si en Tiro y en Sidón, les dice, se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza’.

Pero también contra Cafarnaún, el lugar que ha convertido en algo así como el centro de su predicación, también tiene palabras de juicio y condena de Jesús porque no ha dado la respuesta que de ellos se esperaba. ‘¿Piensas escalar el cielo?’, le dice, porque en su engreimiento por ser una ciudad importante en Galilea, incluso con gran importancia comercial por ser cruce de caminos para los que venían de Siria y se dirigían a Jerusalén, se habían creído quizás superiores a los demás pero también, como le dice, ‘bajarás al abismo’ de la destrucción. ¿Qué queda hoy de Cafarnaún? Unas ruinas que nos recuerdan que fue lugar importante, pero que casi había desaparecido bajo sus propias ruinas de las que hoy día los arqueólogos la están rescatando.

Pero hemos escuchado este evangelio como buena nueva para nosotros hoy. ¿Podríamos sentir también ese reproche de Jesús en nuestro corazón después de cuanto hemos recibido por la gracia del Señor? Cada uno puede pensar en su historia personal, historia de la gracia de Dios en su vida; cuantas cosas tenemos que recordar, cuántas cosas tenemos que agradecer. Lo que decíamos al principio. No nos creamos merecedores, sepamos reconocer el don de Dios en nuestra vida. Lo llamamos gracia, y eso significa gratuito. Así gratuito ha sido el amor de Dios en nosotros que tanto nos ha regalado.

Y lo pensamos en nuestro nivel personal e individual, pero tenemos que pensarlo también como pueblo, como comunidad que se ha ido construyendo a lo largo de su propia historia también desde la acción gratuita del Señor. Cada uno tiene que recordar, cada comunidad tendría que hacer relación de esas gracias del Señor en quienes ha puesto a nuestro lado para ayudarnos a caminar esos caminos del Señor. Cuantos testimonios podríamos recoger, recordando personas que han destacado en nuestras comunidades, pero que incluso hoy hemos olvidado con corazón desagradecido.

¿Cuál es nuestra respuesta personal o nuestra respuesta como comunidad cristiana? Si esas maravillas que el Señor ha derramado sobre nuestra vida la hubieran recibido otros, ¿cuál sería su respuesta?

 

 

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