domingo, 26 de septiembre de 2021

Cuando sepamos aceptar que los otros también son buenos y justos aunque no parezcan de los nuestros estaremos dando señales de que entendemos el Reino de Dios

 


Cuando sepamos aceptar que los otros también son buenos y justos aunque no parezcan de los nuestros estaremos dando señales de que entendemos el Reino de Dios

Números 11, 25-29; Sal. 18; Santiago 5, 1-6;  Marcos 9, 38-43. 45. 47-48

Lo podemos llamar envidia, lo podemos llamar celos, podemos darle el nombre que queramos pero cuanto nos cuesta en ocasiones aceptar que otros puedan hacer el bien; como si fuera una cosa exclusiva nuestra, como si los otros no fueran capaces de hacer cosas buenas también; como si aquel que no es de los nuestros, y en eso ponemos nuestros grupos, nuestras familias, la gente de una manera de pensar semejante a la nuestra, y no digamos nada cuando entran por medio ideologías y políticas, lo que hacen no puede ser bueno, y si alguna cosa positiva vislumbramos ya buscaremos algo que la vicie. Así andamos a la greña en la vida; así vamos destruyendo lo que otros hacen, así no somos capaces de edificar sobre algo ya comenzado para continuar lo bueno que se pudiera estar haciendo, sino que arrasamos aunque luego no sepamos como construir.

Lo vemos en nuestras mutuas relaciones con sus desconfianzas; lo vemos en los orgullos pueblerinos donde por cualquier cosa estamos enfrentados y no somos capaces de aceptar lo bueno que hacen los demás; lo vemos en la vida social y política de nuestros pueblos que llegamos de nuevos al poder y querer borrar del mapa todo lo que hayan podido hacer los que consideramos nuestros adversarios. No es necesario poner muchos ejemplos porque lo vemos casi todos los días en la forma infantil que tenemos de hacer las cosas. Que pena que no sepamos construir juntos aceptando lo bueno que hacen los demás, que también son capaces de hacerlo.

Es la historia de cada día y es lo que vemos en la historia de todos los tiempos. A eso hace referencia hoy el evangelio y toda la palabra de Dios que en este domingo escuchamos. En el campamento habían dos que se pusieron a profetizar aunque no estaban en el grupo de los cuarenta que Moisés había escogido, y ya andaba por allá Josué con sus celos por Moisés queriendo impedírselo. Juan se encuentra que alguien está haciendo milagros expulsando demonios en el nombre de Jesús, pero como no es del grupo de aquellos discípulos cercanos a Jesús, ya quiere impedírselo y viene corriendo a contárselo al Maestro.

’Ojalá todo el pueblo fuera profeta’, les dice Moisés. ‘No se lo impidáis, les dice Jesús, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro’.

Y viene a decirnos Jesús que tenemos que aprender a valorar todo lo bueno que hagan los demás aunque sea algo tan sencillo como dar un vaso de agua. Así tenemos que construir, así tenemos que aprender a valorar, así hemos de saber tener en cuenta lo bueno que hacen los otros, así tenemos que nosotros que saber colaborar de las cosas buenas y sencillas que hacemos cada día.

Y es que el camino de evangelización, de anuncio del evangelio que tenemos que hacer no significa que tengamos que hacer grandes sermones donde mostremos nuestra erudición sobre lo que dicen los evangelios o la alta teología; el verdadero anuncio del evangelio que tenemos que hacer es ir sembrando esas pequeñas semillas en las cosas buenas que podemos hacer desde lo más sencillo; ese perejil que somos capaces de facilitarnos los unos a los otros en esas pequeñas cosas que compartimos cada día con el hermano, con el amigo, con el vecino es un signo de ese reino de Dios que construimos.

¿Qué es el reino de Dios sino que nos sintamos cercanos y hermanos, que colaboremos juntos en las cosas buenas que hacemos para construir nuestro mundo, en esos gestos de cercanía y amistad que nos ofrecemos los unos a los otros cuando nos ayudamos desde lo más sencillo? Crear ese mundo de armonía y de paz, ese mundo en que sepamos valorarnos los unos a los otros, ese mundo en donde sepamos ver lo bueno hacen los demás aunque no sean de los nuestros es también poner los cimientos del Reino de Dios. Lo bueno y lo justo no es una cosa exclusiva nuestra, sino que podemos descubrirla en los demás; cuidado que muchas veces brille más en los otros que en nosotros mismos aunque nos creamos tan santos.

Y eso algunas veces, aunque sea tan sencillo, cuesta; cuesta porque seguimos manteniendo nuestros orgullos interiores, porque seguimos en una carrera de hacer méritos, porque casi sin darnos cuenta queremos subirnos a pedestales. Son muchas actitudes negativas que se nos meten dentro de nosotros y de las que hemos de saber purificarnos. Qué distinta haríamos la vida, qué armonía y paz crearíamos en nuestras relaciones, qué felices podríamos ser.

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