sábado, 31 de julio de 2021

Nos cuesta rehacernos y nos vemos metidos en una espiral que no sabemos por donde romper pero Dios va poniendo señales en lo que nos sucede cada día

 


Nos cuesta rehacernos y nos vemos metidos en una espiral que no sabemos por donde romper pero Dios va poniendo señales en lo que nos sucede cada día

Levítico 25,1.8-17; Sal 66; Mateo 14,1-12

Hay momentos que podríamos que son de gracia para nosotros, aunque no siempre sabemos leer el mensaje que pudiera llegarnos tras ese momento, esas palabras que escuchamos, ese hecho que ha sucedido en nuestra presencia, esa persona que ha aparecido en nuestra vida. algo viene a nuestra memoria que nos impacta en su recuerdo aunque muchas veces queramos hacer oídos sordos ante aquello que vemos tan palpable delante de nosotros; podemos echarlo en el olvido, o podemos detenernos en la vida y reflexionar, aunque prefiramos en ocasiones seguir como si nada hubiera pasado y busquemos miles de justificaciones.

¿Le sucedería algo así al tetrarca Herodes cuando tiene noticias de Jesús? Ya en alguna ocasión vinieron a decirle a Jesús que Herodes andaba buscándolo. En esta ocasión se despiertan muchos recuerdos en su conciencia. ‘Ese es Juan que ha resucitado al que yo mandé matar’, se dice cuando le hablan de Jesús. Y el evangelio nos da detalles de cómo fue la muerte del Bautista, como tantas veces habremos reflexionado cuando nos hemos encontrado con este evangelio.

Algún evangelista dirá que Herodes tenia aprecio al Bautista y lo escuchaba con gusto, pero en la espiral de inmoralidad en la que metió su vida hizo que en lugar de escucharlo lo metiera en la cárcel a instigaciones de Herodías la mujer con la que vivía y que Juan le decía que no le era lícito vivir con la mujer de su hermano. Será con motivo de una fiesta como hemos escuchado y repito muchas veces meditado, al bailar Salomé la hija de Herodías, el tetrarca se juramenta con ofrecimientos hasta de su reino para complacer a quien le ha deleitado en el baile; es el momento de Herodías para quitar de en medio al Bautista.

Aunque pareciera que Herodes se quedó con una conciencia insensible después de la muerte de Juan, algo pesaba en su interior, que cuando oye noticias de Jesús piensa en aquel a quien había mandado matar. Era el momento de gracia, de llamada del Señor que Herodes no quiso escuchar, como tantas veces nos sucede a nosotros.

Tendrá oportunidad de otros encuentros con Jesús, como sería en medio de la pasión y entrega de Jesús. Pilatos envió a Jesús a Herodes, porque era de su jurisdicción ya que Jesús había comenzado a predicar en Galilea, territorio que le correspondía gobernar al tetrarca. Podíamos decir que es otro momento de gracia, pero cuando estamos en la pendiente la pendiente se hace resbaladiza y nos costará volver atrás. Aprovecharía para querer hacer fiesta con Jesús. 

Creo que estos aspectos que hemos resaltado podrían ser también ayuda para nuestra reflexión. Cuántas veces nos cuesta rehacer nuestra vida. Parece también que nos hemos metido en una espiral que cada vez se va haciendo más grande y no sabemos por donde romper para salirnos de esa trayectoria que parece que nos empuja. Dios sin embargo va poniendo señales en nuestra vida en aquellas mismas cosas que nos suceden cada día. Hay momentos que lo pasamos mal, momentos que se nos hacen difíciles, momentos en que parece que nos sentimos zarandeados por la vida y no sabemos cómo hacer pie ni donde apoyarnos.

En medio de esas turbulencias sepamos encontrar, descubrir ese momento en que aparece una luz, donde podemos encontrar un apoyo, sintamos la mano del Señor que siempre está tendida hacia nosotros buscando que nos agarremos a ella. El Señor pone señales de su presencia que hemos de saber descubrir.

No tengamos miedo a esas turbulencias de nuestro espíritu, porque sabemos que en medio de la tormenta también está el Señor, aunque nos parezca que está dormido sobre un almohadón como aquella vez en medio de la tormenta del lago. Que se despierte nuestra fe, nos apoyemos en el Señor y demos los pasos que necesitamos para rehacer nuestra vida. Su gracia no nos faltará.

viernes, 30 de julio de 2021

Desconfianzas, viejas tradiciones, rutinas son la mala hierba que nos impide que la semilla de la Palabra germine como algo nuevo en nosotros

 


Desconfianzas, viejas tradiciones, rutinas son la mala hierba que nos impide que la semilla de la Palabra germine como algo nuevo en nosotros

Levítico 23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34b-37; Sal 80; Mateo 13,54-58

El episodio a que hace referencia el evangelio que hoy se nos propone podríamos decir que se encuentra dividido en dos partes. Se trata de la visita que Jesús hace a su pueblo de Nazaret donde el sábado fue a la sinagoga y como ya venía siendo costumbre por aquellos lugares donde iba hizo la lectura de la Palabra y su comentario. En principio la reacción de sus convecinos fue de admiración y orgullo, pues era uno de los suyos. Sería la primera parte del texto que hubiéramos escuchado ayer.

Hoy se centra esta parte del episodio en la reacción posterior de sus convecinos que comienzan a desconfiar de El. Mala cosa es la desconfianza, o mala cosa es sentirse con tanta confianza porque lo habían conocido desde niño como para no poner ahora en El su fe. Salen los comentarios habituales en estos casos, pues son cosas que siguen sucediendo. Sobre todo cuando el mensaje que se nos trasmite en cierto modo nos descoloca, porque nos ofrece algo nuevo que nos obligaría a tomar nuevas actitudes y nuevos comportamientos, pronto comenzaremos a quitar autoridad a quien nos lo está transmitiendo.

Si yo te conozco a ti de toda la vida, nos solemos decir cuando no queremos creer lo que nos dice una persona que nos haría cambiar de perspectivas. Es lo que entonces sucedió. Si aquí están sus parientes, si su padre no era sino el artesano del pueblo, si tú no has ido a estudiar a ninguna parte por qué de la das ahora de sabido, qué nos vas a enseñar tú, si yo soy creyente de toda la vida, no me vengas ahora con esas cosas.

Y es que la Buena Nueva que nos anuncia Jesús nos hace entrar en otros abismos, nos abre otros horizontes, nos plantea otra manera de vivir y de actuar, nos obligaría a arrancarnos de nuestras rutinas. Con cuánta frecuencia cuando leemos el evangelio lo hacemos de una forma superficial porque decimos que ya nos lo sabemos, que ya lo conocemos. Pero es necesario detenerse, es necesario leer de nuevo y de forma pausada aquello que ya decíamos que conocíamos, es necesario que sepamos hacer un nuevo silencio en nuestro interior para escucharlo realmente como algo nuevo, como si fuera la primera vez que lo escuchamos.

Estamos comentando la desconfianza y la falta de fe de aquellas gentes de Nazaret cuando Jesús va a su sinagoga a enseñar, pero esto tenemos que saberlo traducir a esas actitudes y a esas posturas que nosotros tomamos tantas veces ante el evangelio. Si decimos evangelio, estamos diciendo que es una buena nueva, una noticia nueva que estamos recibiendo, de ahí la apertura a la novedad que tiene que haber en nuestro corazón para escucharlo de verdad.

Las desconfianzas que veíamos en aquellas gentes son nuestro creernos que nos lo sabemos todo y que nada nuevo vamos a encontrar. También tantas veces nos escuchamos en nuestras tradiciones para no salir de nuestras rutinas y convertimos nuestra fe en algo frío y que no da un verdadero sentido a nuestra vida. Es la mala hierba que tenemos que arrancar de nuestro corazón para que la semilla de la Palabra de Dios germine de verdad en nosotros y un día llegue a dar fruto. Mucho tenemos que desbrozar en nuestro corazón para ser esa tierra buena y acoger la novedad que nos ofrece el evangelio.

jueves, 29 de julio de 2021

Necesitamos abrazarnos a los pies de Jesús como Marta y María de Betania para experimentar en nosotros la palabra de vida que nos ofrece

 


Necesitamos abrazarnos a los pies de Jesús como Marta y María de Betania para experimentar en nosotros la palabra de vida que nos ofrece

Éxodo 40, 16-21. 34-38; Sal 83; Juan 11, 19-27

La súplica de Marta cuando llega Jesús tras la muerte de su hermano es bien semejante a la súplica y hasta el desencanto por el que hayamos pasado nosotros, o contemplamos a nuestro alrededor, en circunstancias semejantes. Nos cuesta aceptar el hecho de la muerte y en la enfermedad y enfermedad grave de un ser querido es lo que suplicamos con mayor insistencia en nuestra oración al Señor. El Señor no nos escuchó, decimos resignados cuando no nos ha quedado más remedio que aceptar el hecho de la muerte. Es muy humano, tendríamos que reconocer. Valoramos la vida, no queremos perderla, no queremos perder a los seres queridos; y surgen los interrogantes y las preguntas en el corazón.

Es lo que contemplamos en aquel hogar de Betania, cuando hoy estamos celebrando a santa Marta, una de los tres hermanos de aquella familia. Un hogar en el que se manifiesta la cercanía de Jesús. Era un hogar abierto y muchas veces dieron acogida a Jesús, en su paso hacia Jerusalén cuando subía desde Galilea, precisamente por el camino del valle del Jordán y Jericó para luego subir hasta Jerusalén atravesando aquel pueblecito de Betania. Pero en algún momento nos habla el evangelio de cómo Jesús estando en Jerusalén venía a hospedarse a Betania.

Cuando celebramos esta fiesta de santa Marta en muchas ocasiones nos hemos fijado también en aquel episodio de la acogida de Jesús y sus discípulos en aquel hogar. Marta se afanaba por tener todo preparado en ese sentido tan hermoso y profundo de hospitalidad, mientras María se sentaba a los pies de Jesús para escucharle, que motivaría las quejas de Marta por la inacción de María de Betania. Son diálogos y episodios cargados de humanidad en la cercanía de unos corazones que sentían y resplandecían por su amor.

Creo que esos breves episodios pueden ser muy significativos para nosotros al escucharlos en el evangelio. Es la Buena Nueva que nos habla de la cercanía de Jesús pero es también toda esa carga de humanidad en quienes saben abrir las puertas del corazón para la acogida y para la escucha. Cercanía nos ofrece Jesús, pero es la cercanía que nosotros también hemos de saber buscar. ¿Sabremos nosotros vivir en esa cercanía de Jesús porque también le busquemos  y sintamos el gozo de estar con El? ¿Habremos aprendido a disfrutar de nuestra oración porque en verdad nos sentimos a gusto en la presencia del Señor?

Cuando estamos disfrutando de la visita de alguien podríamos decir que los relojes se detuvieron y se acabaron las prisas.  ¿No solemos decir cuando hemos estado a gusto con alguien que nos vino a visitar y llega la hora de la partida ‘por qué te vas tan pronto’? ¿Será así nuestro estado de ánimo cuando vamos a una celebración o cuando hacemos nuestras oraciones? ¿Acaso muchas veces no estaremos demasiado pendientes del reloj porque luego tenemos tantas cosas que hacer? ¿Qué será lo más importante?

Será así en esa quietud en la presencia del Señor cuando escucharemos su voz en nuestro corazón y será así cómo se va enfervorizando nuestro corazón para poner a tope también todos nuestros sentimientos en ese gozo de estar con el Señor.

Comenzábamos nuestra reflexión rememorando este episodio de la muerte y resurrección de Lázaro también con nuestras dudas e interrogantes y también con nuestras angustias ante el hecho de la muerte. Creo que necesitamos detenernos para sentir el Señor a nuestro lado cuando tenemos que enfrentarnos a situaciones así para poder escuchar con todo sentido las palabras de Jesús que dan luz a nuestra vida y también a nuestra muerte.

 Que nos abracemos a los pies de Jesús poniendo a tope toda nuestra fe para experimentar en nosotros esa palabra de vida que nos ofrece.

miércoles, 28 de julio de 2021

El tesoro que hemos descubierto cuando nos hemos encontrado con Jesús que ilumina nuestra vida por muchos que sean los cantos de sirena no lo perdamos

 


El tesoro que hemos descubierto cuando nos hemos encontrado con Jesús que ilumina nuestra vida por muchos que sean los cantos de sirena no lo perdamos

Éxodo 34,29-35; Sal 98; Mateo 13,44-46

¿Qué diríamos de aquel que tiene un preciado tesoro en sus manos y lo desecha? Alguien podría pensar en quien tenía un número de lotería en sus manos, pero lo desechó y escogió otro siendo premiado aquel que había desechado. Pero en este caso anda por medio la suerte y el azar y no depende tanto de la decisión de una persona que desecha algo conocido como valioso; una joya, un cuadro, una obra de arte en un rastro que quizás se le ofrecía, pero que no supo valorar y no quiso adquirirla. Los ejemplos pueden ser múltiples.

Tenemos una joya en nuestras manos y no sabemos valorarla. Nuestra fe, el evangelio, la gracia de Dios. Pero andamos tan afanados por las cosas de la vida, tan arrastrados por un sensualismo que se nos ofrece por todas partes, tan materializados en lo terreno de cada día, tan olvidados de las cosas del espíritu que le damos muy poca importancia. Algo que tenemos ahí pero que no sabemos descubrir la riqueza que tenemos. Y echamos mano de la fe agarrándonos a ella como de un clavo ardiente cuando parece que todo lo hemos perdido, que ya nada tiene sentido, pero tampoco sabemos descubrir todo su valor, todo lo que puede aportar a nuestra vida. Se nos queda en una tradición que hay que guardar, unas costumbres que no están mal, pero que casi nos parecen cosas de otro tiempo, pero que la tenemos ahí como escondida sin dejar que nos dé esa luz que nos ofrece y que nosotros tanto necesitamos.

Y hoy nos habla Jesús del Reino de Dios como ese tesoro que cuando lo encontramos seríamos capaces de vender todo lo que tenemos por conseguirlo. Pero no siempre sabemos descubrirlo a pesar de tenerlo en nuestras manos. En ese río revuelto de la vida son tantas las cosas que se nos ofrecen que no llegamos a darnos cuenta que es lo que en verdad tiene más valor.


Tenemos que saber tener ojos para descubrir ese tesoro, distinguiéndolo y separándolo de tantas otras cosas que al mismo tiempo se nos ofrecen; no todos son capaces de darse cuenta del valor de una perla preciosa; no todos son capaces de descubrir la belleza de una joya; un diamante para algunos les puede parecer un cristal más o menos brillante, pero no siempre sabemos descubrir su auténtico brillo y la belleza de sus aristas fina y delicadamente talladas. Hay que tener un ojo especial para captar su belleza y valor, hemos de aprender a mirarlo.

Es lo que tenemos que saber descubrir en el evangelio. Es esa mirada nueva y distinta, ese oído profundo para captar su verdadero mensaje. Quien no tiene ese buen oído y esa mirada luminosa verá simplemente unas bonitas y encantadoras historias pero que nada nos pueden decir para nuestra vida. Hay que saber entrar en una sintonía especial; tenemos que aprender a sintonizar las ondas del Espíritu con las que podemos captar toda su riqueza.

Claro que cuando lo descubramos, porque realmente nos hayamos encontrado con Cristo en lo profundo de nuestra vida, entonces seremos capaces de venderlo todo por adquirir ese tesoro. Los discípulos, como nos narra el propio evangelio, cuando se encontraron de verdad con Jesús lo dejaron todo para seguirle. Aunque luego estuviesen muchas veces reticentes, con la tentación quizás de volverse atrás, pero se habían encontrado con Cristo y ya no podían dejarlo, aunque tuvieran que pasar por las noches oscuras de la pasión.

Cuando nos encontremos con la fe en nuestra vida, no significa que ya todo va a ser fácil a partir de ese momento; volverán las noches oscuras, volverán las dudas y los miedos, aparecerán de nuevo las tentaciones y los cantos de sirenas que nos querrán atraer de aquí y de allá, pero hemos encontrado el tesoro, nos sentimos fortalecidos en nuestra fe porque no nos faltará la fuerza del espíritu, seguiremos caminando queriendo estar con Jesús.

martes, 27 de julio de 2021

Acláranos, Señor, el sentido de la parábola; acláranos todas esas cosas que no entendemos; acláranos tu evangelio para poder sembrar esa semilla en nuestro corazón

 


Acláranos, Señor, el sentido de la parábola; acláranos todas esas cosas que no entendemos; acláranos tu evangelio para poder sembrar esa semilla en nuestro corazón

Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28; Sal 102; Mateo 13, 36-43

Papá, eso no lo entiendo, ¿cómo es? explícamelo, le pide inocentemente y con confianza el hijo a su papá aquellas cosas que va descubriendo pero que no entiende. Esto no lo entiendo, ¿puede explicármelo un poco más? le pide el alumno a su profesor. Yo no entiendo eso, aclárate, te dice el amigo cuando ha sucedido algo que no entiende en sus relaciones, en su amistad, o en las cosas que suceden en el entorno en que se mueven. Es la pregunta que hacemos a quien consideramos persona de confianza y nuestro consejero, porque es cierto también que no todo se lo preguntamos a cualquiera. La curiosidad innata de las personas les hace buscar respuestas; queremos aprender, y si somos sinceros con nosotros mismos, cada día podemos aprender algo nuevo, porque todo no nos lo sabemos. Es de sabios – porque buscamos la sabiduría - ya el reconocerlo.

‘Acláranos la parábola de la cizaña en el campo’, se acercaron los discípulos a decirle a Jesús. En este capítulo trece del evangelio de san Mateo hemos escuchado, distribuidas en varios días, el relato de varias parábolas. Hoy cuando llegan a casa y ya están a solas los discípulos más cercanos con Jesús le hacen la pregunta. Aunque Jesús habla en parábolas, ese lenguaje sencillo para que todos entiendan, hay cosas que en ocasiones no terminan de entrarnos en la cabeza y necesitamos una explicación mayor. Es lo que le están pidiendo los discípulos a Jesús. Aquello de dejar que crecieran juntos la cizaña y el trigo, no lo acaban de entender. No hace muchos días ya le hemos ido comentando.

Hoy quería fijarme en esa actitud de los discípulos de ir con confianza a Jesús para que les explique lo que no entienden. Muchas veces nos sucede en el camino de nuestra vida cristiana, en el camino de la Iglesia en la cual vivimos, o en los mismos acontecimientos que suceden a nuestro alrededor que hay cosas que no entendemos. Y queremos respuestas.

Pero algunas veces nos cerramos obtusos en nuestras mentes y tenemos como miedo a abrirnos a algo nuevo que podríamos descubrir y que de alguna manera nos revuelve nuestros planteamientos o nos puede dar un buen revolcón a nuestra vida. en ocasiones tenemos la tentación de dejar las cosas como están, no complicarnos la vida, quedarnos con nuestras repetidas explicaciones, pues de alguna manera tenemos miedo al Espíritu del Señor que se meta dentro de nosotros y nos provoque nuevas cosas, nuevas posturas, nuevas actitudes, nuevas maneras de actuar.

Creo que los cristianos tenemos que arriesgarnos a dejarnos conducir por el Espíritu del Señor. Es la señal de la vida. Es la señal de la vitalidad de nuestro compromiso cristiano para saber también dar respuesta a nuestro tiempo. Cada día es un tiempo nuevo y necesitamos una renovación interior. Y los cristianos vivimos demasiado anquilosados y nos volvemos solamente conservadores de unas tradiciones.

Manteniendo firme nuestra fe en Jesús tenemos que hacer que el evangelio sea una nueva y buena noticia cada día para nuestra vida. Solo podemos descubrirlo dejándonos conducir por el Espíritu del Señor. Y es así como iremos dando respuesta, desde ese evangelio, desde esa riqueza de la novedad del evangelio, a los planteamientos que tiene hoy nuestra vida, nuestro mundo.

Por eso tenemos que crecer por dentro, echar raíces profundas en el evangelio para que podamos tener una verdadera espiritualidad. Si no buscamos esa profundidad nuestros tradicionalismos se pueden convertir en rutinas, pero también las cosas nuevas que pretendamos hacer se pueden quedar en novelerías superficiales. Dejándonos conducir por el Espíritu eso nunca será así. ¡Cuánto tenemos que orar! ¡Cuánto tenemos que coger el evangelio en nuestras manos para quedarnos en silencio delante del Señor, para dejar que El nos hable al corazón!

Acláranos, Señor, el sentido de la parábola; acláranos todas esas cosas que no entendemos; acláranos tu evangelio para que podamos sembrar de verdad esa semilla en nuestro corazón.

lunes, 26 de julio de 2021

Aprendamos a entender la buena nueva que se nos ofrece con palabras humildes y sencillas, garantía cierta del Reino de Dios que llega a nuestra vida

 


Aprendamos a entender la buena nueva que se nos ofrece con palabras humildes y sencillas, garantía cierta del Reino de Dios que llega a nuestra vida

Éxodo 32 15-24.30-34; Sal 105; Mateo 13, 31-35

Mucho ruido y pocas nueces’, es un refrán que viene a resumir de alguna manera la decepción que podemos llevarnos cuando esperamos algo grandioso, porque quizás así se nos ha anunciado, pero luego aparece algo muy simple y muy sencillo. Claro que entra aquí aquel concepto de que lo complicado es lo más sabio o lo de mayor riqueza; fácilmente desdeñamos las cosas sencillas, nos parecen de menor importancia y en consecuencia quizás no las tenemos en cuenta.

Algo de esto nos puede pasar en referencia al mensaje de Jesús, al anuncio del Reino de Dios que El nos hace, o a las esperanzas que anidaban en el corazón de los judíos sobre lo que iba a significar la presencia del Mesías. El centrar Jesús su mensaje en el anuncio del Reino de Dios, esta palabra reino podría llevarnos a pensar en un reino de poder a la manera de los reinos de este mundo que lo ejercen desde el dominio y desde las grandezas a lo humano; pensar en el reino podía llevar a pensar en todo un engranaje de poderes humanos, de suntuosidades y cosas grandiosas que casi parece que por si mismas nos aturden y nos apabullan.


Lo tremendo sería que nos quedaran aún esos resabios en la Iglesia que también quiera manifestarse desde la suntuosidad y el poder, emparejándose de alguna manera con los estilos del mundo que nos rodea. ¿No hemos llenado nuestros templos de demasiados cortinajes? ¿No hemos adornado nuestras imágenes con demasiadas coronas doradas y demasiados mantos de ricas telas? ¿No nos hemos rodeado en nuestra vestimenta de esas vanidades del mundo haciendo tantas distinciones en ornamentos o en los trajes de nuestros eclesiásticos?

Y Jesús nos dice hoy que el reino de Dios es algo tan sencillo como una semilla de mostaza o como un puñado de levadura. Algo muy normal y aparentemente insignificante que usamos en las cosas corrientes de nuestra vida como pueda ser el sazonar nuestros alimentos o hacer fermentar la masa del pan. Así de sencillo es el Reino de Dios, así de sencillo es vivir el sentido del Reino de Dios. Cuando aceptamos a Dios como el único Señor de nuestra vida todo se vuelve sencillo y todo entra en la normalidad de unas relaciones que tienen que ser verdaderamente humanas y en la que todos colaboramos con el calor de nuestro amor y del gozo de nuestro corazón.

¿Necesitamos manifestaciones de grandezas o signos de poder para amar de verdad a los que están a nuestro lado? Los amamos desde la sencillez de los gestos humanos que cada día nos tenemos los unos a los otros que es con lo que la vida va adquiriendo un nuevo sabor. Es ese pequeño puñado de levadura que metemos en la masa de nuestra humanidad para que en verdad seamos más hermanos y vivamos en mayor armonía y paz.

Nos decía Jesús que una pequeña e insignificante semilla de mostaza puede darnos una planta que en su frondosidad puede dar ocasión hasta para que los pajarillos hagan allí sus nidos. Ese pequeño gesto que tengas con el que está a tu lado, esa mirada amable o esa sonrisa llena de paz, esa mano tendida siempre abierta para ofrecer y para acoger, esa ternura con la que te sientes al lado del que sufre para servirle de apoyo en su momento de dolor, es la señal de que algo nuevo ha comenzado en nosotros, algo nos ha transformado por dentro, sin que necesitemos de suntuosidades ni de grandiosidades.

Aprendamos a entender la buena nueva que se nos ofrece también con palabras humildes y sencillas que son garantía cierta del Reino de Dios que llega a nuestra vida.

domingo, 25 de julio de 2021

La fiesta del Apóstol Santiago nos recuerda las profundas raíces cristianas de nuestra vida pero nos hace ahondar en esa fe para proclamarla con valentía, orgullo y alegría

 


La fiesta del Apóstol Santiago nos recuerda las profundas raíces cristianas de nuestra vida pero nos hace ahondar en esa fe para proclamarla con valentía, orgullo y alegría

Hechos 4, 33; 5, 12. 27-33; 12, 2; Sal 66; 2Corintios 4,7-15; Mateo 20, 20-28

Celebrar la fiesta del Apóstol Santiago es fruto de una hermosa tradición pero que ha de hacernos ahondar en las profundas raíces de nuestra fe para seguir proclamando el testimonio de la misma en el mundo en el que vivimos.

Es una antigua tradición arraigada en nuestros corazones con el paso de los siglos y que sitúa el sepulcro del apóstol en nuestra tierra, en Compostela. Pero una tradición que había situado anteriormente al apóstol predicando el evangelio de Jesús en nuestras tierras españolas con lo cual nuestra fe se hace verdaderamente apostólica en cuanto el mensaje del evangelio lo recibimos en nuestra tierra de la boca y testimonio de uno de los apóstoles.

Cortos fueron los años que trascurrieron desde el mandato de Jesús en su Ascensión al cielo de ir por el mundo anunciando el evangelio y el hecho de la muerte de Santiago, como hoy mismo nos ha relatado el texto de los Hechos de los Apóstoles. Pero fueron suficientes para que el apóstol llegara hasta lo que entonces era el Finisterre, el fin de la tierra conocida. No nos ha de extrañar cuando al apóstol Pablo también en pocos años le vemos recorrer repetidas veces el Mediterráneo de un lado para otro anunciando también el evangelio de Jesús.

Aunque la tradición nos habla de esa predicación y presencia del apóstol en nuestra tierra, nuestra fe es mucho más que una tradición que pretendemos salvaguardar. Justo es sin embargo que recordemos las raíces cristianas que tiene nuestra cultura y que manifiesta una razón y una manera de ser de los hombres y mujeres de nuestra tierra impregnada del sabor del evangelio y del sentido cristiano de nuestra vida.

No se llegaría tampoco a comprender plenamente nuestra historia y todas las manifestaciones de nuestra cultura y el patrimonio cultural de nuestra tierra sin ese sabor y sentido cristiano. Algunos pretenderán destruirlo o cambiarle su sentido, pero es algo que no podemos permitir y esos signos de nuestra fe han de permanecer como testimonio de la fe y de la vida de nuestros antepasados que en el evangelio encontraron el sentido de sus vidas.

Es lo que de nuevo tenemos que hacer reverdecer en nuestras vidas. Muchas veces se ha diluido o apagado el brillo y el color de nuestra fe influenciada por muchas cosas. Pero es algo que tenemos que restaurar con viveza para darle de nuevo a nuestras vidas el brillo de nuestra fe en Jesús. Por eso una celebración como la que en este día hacemos del Apóstol que predicó el evangelio en nuestras tierras tiene que ser un despertar esa fe que muchas veces parece dormida.

Que de nuevo nos impregnemos del brillo del evangelio dejándonos transformar por él. Que de ninguna manera nos acobardemos ante las corrientes adversas que nos podamos encontrar; que no se nos quede en unas bonitas tradiciones que hayan perdido su vitalidad porque además sabemos muy bien que hay muchos que quisieran tergiversar ese espíritu religioso de nuestras vidas y ese sentido cristiano que nos da el evangelio.

Como nos decía el Apóstol en la carta a los Corintios que hemos escuchado, ‘atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo’.

Es como tenemos que sentirnos firmes y valientes en nuestra fe. Nada nos puede acobardar; ni aplastados, ni desesperados, ni abandonados sino siempre gozosos por el gran tesoro que portamos. Es un tesoro que no tiene precio; cuando hemos encontrado la fe en nuestra vida todo se transforma, todo se hace distinto, todo se llena de luz. Sabemos, como nos decía el apóstol, que somos como vasijas de barro, por nuestra debilidad, pero la fortaleza la tenemos en el Señor.

Esa cruz tan presente en los caminos de España, tan presente en ese camino de Santiago que conduce a la tumba del Apóstol, no es un adorno más o menos artístico, sino que nos está recordando donde tenemos la fortaleza de nuestra fe. La cruz no es signo de derrota sino de victoria. Nuestro camino se hace muchas veces calvario, pero nuestro camino es un camino de felicidad porque es un camino de amor.

Es lo que le recordó Jesús a Santiago y Juan cuando le estaban pidiendo primeros puestos en su reino. ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?’ Los apóstoles estaban decididos aunque en principio por sus ambiciones no fueran capaces de captar todo su sentido. Pero Jesús les recuerda que su grandeza está en el amor, en el servicio que nunca será una esclavitud, sino que siempre será una ofrenda de amor. Y el amor siempre llena de alegría el corazón; por eso decíamos  que es un camino de felicidad el que nos propone Jesús.

Es el gozo y el orgullo más hermoso con el que hemos de vivir y proclamar nuestra fe. Ahondemos, pues, en las raíces de nuestra fe y que nuestro valiente testimonio esté lleno de alegría.