domingo, 25 de julio de 2021

La fiesta del Apóstol Santiago nos recuerda las profundas raíces cristianas de nuestra vida pero nos hace ahondar en esa fe para proclamarla con valentía, orgullo y alegría

 


La fiesta del Apóstol Santiago nos recuerda las profundas raíces cristianas de nuestra vida pero nos hace ahondar en esa fe para proclamarla con valentía, orgullo y alegría

Hechos 4, 33; 5, 12. 27-33; 12, 2; Sal 66; 2Corintios 4,7-15; Mateo 20, 20-28

Celebrar la fiesta del Apóstol Santiago es fruto de una hermosa tradición pero que ha de hacernos ahondar en las profundas raíces de nuestra fe para seguir proclamando el testimonio de la misma en el mundo en el que vivimos.

Es una antigua tradición arraigada en nuestros corazones con el paso de los siglos y que sitúa el sepulcro del apóstol en nuestra tierra, en Compostela. Pero una tradición que había situado anteriormente al apóstol predicando el evangelio de Jesús en nuestras tierras españolas con lo cual nuestra fe se hace verdaderamente apostólica en cuanto el mensaje del evangelio lo recibimos en nuestra tierra de la boca y testimonio de uno de los apóstoles.

Cortos fueron los años que trascurrieron desde el mandato de Jesús en su Ascensión al cielo de ir por el mundo anunciando el evangelio y el hecho de la muerte de Santiago, como hoy mismo nos ha relatado el texto de los Hechos de los Apóstoles. Pero fueron suficientes para que el apóstol llegara hasta lo que entonces era el Finisterre, el fin de la tierra conocida. No nos ha de extrañar cuando al apóstol Pablo también en pocos años le vemos recorrer repetidas veces el Mediterráneo de un lado para otro anunciando también el evangelio de Jesús.

Aunque la tradición nos habla de esa predicación y presencia del apóstol en nuestra tierra, nuestra fe es mucho más que una tradición que pretendemos salvaguardar. Justo es sin embargo que recordemos las raíces cristianas que tiene nuestra cultura y que manifiesta una razón y una manera de ser de los hombres y mujeres de nuestra tierra impregnada del sabor del evangelio y del sentido cristiano de nuestra vida.

No se llegaría tampoco a comprender plenamente nuestra historia y todas las manifestaciones de nuestra cultura y el patrimonio cultural de nuestra tierra sin ese sabor y sentido cristiano. Algunos pretenderán destruirlo o cambiarle su sentido, pero es algo que no podemos permitir y esos signos de nuestra fe han de permanecer como testimonio de la fe y de la vida de nuestros antepasados que en el evangelio encontraron el sentido de sus vidas.

Es lo que de nuevo tenemos que hacer reverdecer en nuestras vidas. Muchas veces se ha diluido o apagado el brillo y el color de nuestra fe influenciada por muchas cosas. Pero es algo que tenemos que restaurar con viveza para darle de nuevo a nuestras vidas el brillo de nuestra fe en Jesús. Por eso una celebración como la que en este día hacemos del Apóstol que predicó el evangelio en nuestras tierras tiene que ser un despertar esa fe que muchas veces parece dormida.

Que de nuevo nos impregnemos del brillo del evangelio dejándonos transformar por él. Que de ninguna manera nos acobardemos ante las corrientes adversas que nos podamos encontrar; que no se nos quede en unas bonitas tradiciones que hayan perdido su vitalidad porque además sabemos muy bien que hay muchos que quisieran tergiversar ese espíritu religioso de nuestras vidas y ese sentido cristiano que nos da el evangelio.

Como nos decía el Apóstol en la carta a los Corintios que hemos escuchado, ‘atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo’.

Es como tenemos que sentirnos firmes y valientes en nuestra fe. Nada nos puede acobardar; ni aplastados, ni desesperados, ni abandonados sino siempre gozosos por el gran tesoro que portamos. Es un tesoro que no tiene precio; cuando hemos encontrado la fe en nuestra vida todo se transforma, todo se hace distinto, todo se llena de luz. Sabemos, como nos decía el apóstol, que somos como vasijas de barro, por nuestra debilidad, pero la fortaleza la tenemos en el Señor.

Esa cruz tan presente en los caminos de España, tan presente en ese camino de Santiago que conduce a la tumba del Apóstol, no es un adorno más o menos artístico, sino que nos está recordando donde tenemos la fortaleza de nuestra fe. La cruz no es signo de derrota sino de victoria. Nuestro camino se hace muchas veces calvario, pero nuestro camino es un camino de felicidad porque es un camino de amor.

Es lo que le recordó Jesús a Santiago y Juan cuando le estaban pidiendo primeros puestos en su reino. ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?’ Los apóstoles estaban decididos aunque en principio por sus ambiciones no fueran capaces de captar todo su sentido. Pero Jesús les recuerda que su grandeza está en el amor, en el servicio que nunca será una esclavitud, sino que siempre será una ofrenda de amor. Y el amor siempre llena de alegría el corazón; por eso decíamos  que es un camino de felicidad el que nos propone Jesús.

Es el gozo y el orgullo más hermoso con el que hemos de vivir y proclamar nuestra fe. Ahondemos, pues, en las raíces de nuestra fe y que nuestro valiente testimonio esté lleno de alegría.

 

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