sábado, 24 de julio de 2021

No temamos los vientos en contra o la mala semilla sembrada también en nuestro entorno, hagamos que se avive el fuego del Espíritu para mantenernos íntegros en fidelidad

 


No temamos los vientos en contra o la mala semilla sembrada también en nuestro entorno, hagamos que se avive el fuego del Espíritu para mantenernos íntegros en fidelidad

Éxodo 24,3-8; Sal 49; Mateo 13, 24-30

Cuántas veces no habremos sentido brotar la ira dentro de nosotros ante una injusticia que contemplamos que están haciendo con alguien y en nuestro furor si estuviera de nuestra mano quitaríamos de en medio a esas personas con esos comportamientos. Algunas veces sentimos la tentación de querer erradicar el mal que contemplamos en nuestro entorno, de arreglar lo que vemos mal que sucede en nuestro mundo desde esa violencia que nos brota en nosotros y que hasta en el fondo sentimos que es justa y con lo que aniquilaríamos ese mal de nuestro mundo, pensando que así lo arreglamos. En nuestra ira ciega algunas veces queremos incluso involucrar la justicia divina pidiendo castigos para esos malvados.

Creo que nos damos cuenta que entrando en esa espiral violenta no vamos a dar solución a los problemas, que otros tendrían que ser nuestros métodos, y que el mal que queremos erradicar con violencia engendra más violencia conviviéndose al final en una espiral que no tiene fin. Otros son los caminos de Dios, nos viene a decir el evangelio, y algunas veces por muchas actitudes que mantenemos en ese sentido parece que no llegamos a entenderlo. Hay un fuego que se enciende dentro de nosotros que es difícil de contener y de apagar, pero ojalá ese brío interior fuera para lo bueno y para seguir unos caminos de paz en la vida.

Creo que en este sentido nos habla hoy la parábola que nos propone Jesús. El hombre que siembra buena simiente en su campo, pero que pronto verá cómo surge en medio la mala cizaña que un enemigo suyo también dispersó en su campo. Allá van los obreros que trabajaban para aquel hombre con buena voluntad ofreciéndose para ir arrancando planta a planta aquella mala semilla que ha brotado en su campo. Pero la sabiduría, el buen saber hacer de aquel hombre no lo permite; dejen que crezcan juntas que a la hora de la siega haremos la separación de frutos, les dice. Parece algo impensable, ¿cómo dejar crecer a unos y otros juntos? Qué mala influencia pueden recibir los unos de los otros, pensamos quizá también nosotros.

Siempre recuerdo el comentario de un agricultor en una zona donde a partir de la primavera y principios de verano solían azotar fuertes vientos. Cultivaban maíz en aquellos terrenos y me parecía a mi, ignorante de las cosas como allí sucedían, que eran muy dañino para la cosecha aquellos vientos; pero en aquella sabiduría popular me respondían que el maíz que crecía con viento se hacía fuerte en el tallo desde su nacimiento y mientras crecía; que si un año parecía bueno porque no había aparecido el viento, al final cuando apareciese sería mucho más dañino porque se encontraría una planta débil que sería fácilmente arrasada.

Me hizo recordar el mensaje de esta parábola, de la realidad de nuestro mundo donde crecemos juntos los malos y los buenos; precisamente en esa adversidad de encontrarnos quizás rodeados del mal nos hace que en nuestra búsqueda de fidelidad, en nuestros deseos del bien actuar y con justicia nos fortalecemos frente a ese mal que nos rodea y al final puede resplandecer mejor nuestra fidelidad y nuestra integridad.

Nos costará, pero la adversidad nos hace fuertes; han sido los momentos de la Iglesia en que se ha visto más azotada por un mundo adverso o por persecuciones cuando más fuerte ha aparecido la vitalidad de la Iglesia; siempre hemos escuchado aquello de que la sangre de los mártires es semilla de cristianos.

Pero cuando nos hemos acostumbrado a una cristiandad cómoda que se nos han facilitado mucho las cosas quizás desde los mismos poderes de este mundo, hemos podido caer más fácilmente en la manipulación, pero también decae la vitalidad y la energía de los cristianos. Los tiempos de tibieza son las mejores pendientes para ir resbalando hacia la mediocridad que terminará en un fuerte enfriamiento espiritual. Cuando nos acomodamos caemos en la rutina y podemos hasta perder el verdadero sentido de nuestro ser.

No temamos a la dificultad, a los vientos en contra, a la mala semilla que podamos ver sembrada también en nuestro entorno; que eso nos despierte y avive en nosotros el fuego del Espíritu para mantenernos íntegros y fieles hasta el final. Así resplandecerá el nombre cristiano y así construiremos mejor el Reino de Dios.

viernes, 23 de julio de 2021

Ojalá el Espíritu del Señor nos despierte para que cultivemos el campo de nuestra viña con todo esmero, y nunca olvidemos la necesaria unión de los sarmientos con la vid

 


Ojalá el Espíritu del Señor nos despierte para que cultivemos el campo de nuestra viña con todo esmero, y nunca olvidemos la necesaria unión de los sarmientos con la vid

Gálatas 2, 19-20; Sal 33; Juan 15, 1-8

Confieso que para mí es un placer pasear en esta época por los campos que rodean la zona en la que vivo. Una zona agrícola predominantemente dedicada al cultivo de la viña que en esta época está en plena actividad. Podía decir que de alguna manera he seguido todo el ciclo de su cultivo desde la poda, el surgir llenos de vitalidad sus brotes y su crecimiento mientras se han ido formando los racimos prometedores ya de rica cosecha. Pero ahí he visto el cuidado de su cultivo, en este caso en régimen muy familiar y no de grandes producciones, con ese cuidado lleno de delicadeza y de constancia de los que la trabajan y siempre con la esperanza de poder obtener un día excelentes caldos que alegren el corazón del hombre. No en vano en la Escritura ha quedado escrito aquello de que el vino alegra el corazón del hombre.

Por eso cuando escucho un pasaje del evangelio como el que hoy se nos ofrece, para mí es un gozo el saborear esa Palabra del Señor tan rica en imágenes que plásticamente tengo ante mis ojos, pero que son de rica enseñanza para el camino de nuestra vida cristiana. Nos habla Jesús del sarmiento necesariamente unido a la cepa, a la vid, para que pueda dar fruto; nos habla de su Padre, el viñador que cuida de esa viña y que la poda en su momento para obtener las mejores plantas que nos puedan dar los mejores frutos.


Y necesariamente podemos recordar el recorrido de nuestra vida a la que también se nos pide unos frutos pero donde se nos exige que en verdad estemos unidos a la vid, estemos unidos a la vida porque hemos de estar bien enraizados en Cristo. Pero también en ese recorrido de la vida recordamos momentos duros por lo que hayamos podido pasar donde hemos tenido que arrancarnos de muchos sarmientos inútiles y dañinos que nos han crecido en la vida cuando no hemos sabido podar a tiempo, cuando no hemos sabido corregirnos en su momento para poder realizar ese crecimiento espiritual que en nuestra vida cristiana se nos exige.

Algunas veces esos momentos duros por los que hayamos pasado como que no queremos recordarlos, pero creo que bien presentes hemos de tenerlos porque son lecciones que hemos ido aprendiendo en la vida y que siempre hemos de tener en cuenta. Esa poda espiritual, esa purificación interior será algo que siempre tiene que estar presente en nuestra vida porque será la forma en que de verdad crezcamos como personas y como cristianos.

Recordar también, ¿por qué no? esos momentos de vacío espiritual por los que hemos pasado, en nuestra vida siempre hay debilidades, muchas veces no hemos sabido estar verdaderamente enraizados en Cristo y aunque queríamos ser buenos, queríamos trabajar quizá también mucho por los demás, confiamos demasiado en nosotros mismos, nos llenamos de autosuficiencia, abandonamos nuestra vida espiritual y como consecuencia nos habrán podido venir momentos de decaimiento espiritual o momentos en que realmente nos hemos enfriado. Cuando abandonamos el cultivo de la viña se nos van al garete nuestras cosechas y no podremos obtener los frutos que desearíamos de nuestros trabajos; así en nuestra vida espiritual.

Nos habrán podido suceder cosas que han sido como un toque de atención en la vida para que caigamos en la cuenta de donde estábamos pero también de donde tendríamos que estar, y pueden ser punto de arranque de una renovación de nuestra vida espiritual. Son los tiempos de la poda por los que todos en algún momento hemos tenido que pasar, esperando que ahora podamos de verdad llegar a dar buenos frutos.

Ojalá el Espíritu del Señor nos despierte para que cultivemos el campo de nuestra viña, de nuestra vida con todo esmero, y no olvidemos nunca la necesaria unión de los sarmientos con la vid, de nuestra vida en la vida de Cristo Jesús.

jueves, 22 de julio de 2021

Todo el que ama y ama de verdad siente el ardor y el deseo en el corazón de estar con la persona amada y de la que se siente amada

 


Todo el que ama y ama de verdad siente el ardor y el deseo en el corazón de estar con la persona amada y de la que se siente amada

Cantar de los Cantares 3, 1-4b; Sal 62; Juan 20, 1-2. 11-18

Todo el que ama y ama de verdad siente el ardor y el deseo en el corazón de estar con la persona amada y de la que se siente amada. No queremos perder a aquel a quien amamos, lo buscamos, deseamos gozarnos de su presencia, sentir el calor de la cercanía del amor.

Y hablamos del amor en todas sus manifestaciones, serán los enamorados que se buscan, los amigos que quieren estar juntos y expresarse en confianza, el amor de los padres o de los hijos que damos lo que sea  por estar con los seres queridos y bien que notamos su ausencia, o es el amor que todos hemos de tenernos donde buscamos la buena convivencia y la armonía para sentirnos felices en medio de nuestro mundo aunque muchas puedan ser las dificultades que por otro lado siempre nos pueden aparecer.

Hoy celebramos a una enamorada, María Magdalena; enamorada con el amor más puro por Jesús cuando quizás antes en su vida pecadora no había sabido comprender lo que era el amor verdadero. Como dice el evangelista Marcos de ella el Señor había expulsado muchos demonios. Justo es que la veamos siempre en la cercanía Jesús con aquellas buenas mujeres que lo acompañaban junto con los discípulos por todos los caminos de Palestina. Valiente la veremos llegar hasta el pie de la cruz, pues allí el evangelista señala su presencia. No había pasión ni muerte que pudiera separarla de Jesús.

Por eso la veremos en aquella mañana del primer día de la semana, cuando pasado el sábado ya podían caminar libremente por la ciudad de Jerusalén que junto con otras mujeres acude al sepulcro para embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús. Pero allí no está el cuerpo muerto de Cristo y mientras las otras mujeres marchan a avisar a los discípulos, ella permanece allí llorosa al pie de la tumba queriendo averiguar qué es lo que ha pasado, donde está el cuerpo de Jesús.

No le convencen las palabras de los ángeles dentro del sepulcro y cuando aparece alguien que ella cree que es el encargado del huerto pronto surge el diálogo y la pregunta. ‘¿Por qué lloras?... Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto... Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré…’ El ardiente amor de su corazón y sus copiosas lágrimas le nublan la visión para reconocer a aquel con quien está hablado; cree ella que es el hortelano.

Pero surge la palabra que le llegará al alma y despertará todos sus sentidos para reconocer la voz, para reconocer al Maestro. ‘¡María!’ Fue suficiente para que se tirara a sus pies en el deseo de abrazarle y de no dejar que se pudiera marchar. ‘¡Raboni! ¡Maestro!’, es el grito de amor de María Magdalena. Ya luego correrá a decir a los apóstoles que ha visto al Señor.

Es la fuerza del amor. La fuerza del amor que también nos hará buscar Jesús porque queremos estar con El. Es el amor de nuestra vida. Es el que da sentido a todo nuestro ser y a toda nuestra vida. Es lo que hemos de desear, estar para siempre con Jesús después de que nos hayamos encontrado con El. Es la manera en que tenemos que caldear nuestro corazón. Es la búsqueda continua de nuestra vida y nuestro deseo más profundo. Estar con Jesús para dejarnos inundar de su amor.

miércoles, 21 de julio de 2021

Jesús nos quiere hacer pensar para que a pesar de lo compleja que es la vida sepamos labrar bien el campo de la vida para que la buena semilla llegue a dar fruto

 


Jesús nos quiere hacer pensar para que a pesar de lo compleja que es la vida sepamos labrar bien el campo de la vida para que la buena semilla llegue a dar fruto

Éxodo 16, 1-5. 9-15: Sal 77; Mateo 13, 1-9

Reconocemos que la vida es bien compleja. No todo es un camino o un jardín de rosas, y es que, aunque lo fuera, las rosas también tienen espinas. Es mucho lo que encierra el vivir, porque por una parte vivimos en convivencia con los demás, lo que ya de por sí significará una diversidad grande, porque no todos somos iguales, no todos pensamos ni queremos lo mismo; son muchas las cosas que nos van afectando continuamente en el camino de la vida, nos van influyendo, pueden ir marcando nuestros pasos, pueden incluso ser obstáculo para que alcancemos aquellas metas que nos hemos propuesto no solo a nivel individual sino también en lo que vivimos en comunión con los demás. Y ahí está saber descubrir la verdadera sabiduría de la vida, aquello que nos da sentido a lo que hacemos y vivimos y por lo que luchamos.

Jesús cuando nos habla del Reino de Dios nos habla en parábolas, comparaciones que va tomando de la vida misma, de lo que son las costumbres o de lo que contempla alrededor en el día a día. Hoy nos habla de una semilla y de un campo que es bien diverso; como la vida misma. Salió el sembrador a sembrar y no es que se haya vuelto loco para irse a lanzar la semilla por lugares inverosímiles, sino que ha caminado en medio del campo que tiene delante. Un campo con su diversidad, sus yerbas y abrojos, sus lugares que han sido más pisoteados por los que antes han cruzado por el mismo, las orillas siempre más escarpadas y propensas a matorrales, o lugares que en anteriores cosechas quizás fueron más cuidados. Y la semilla se va repartiendo por todo aquel campo. Así será diverso luego el fruto.

Jesús cuando propone las parábolas quiere hacer pensar a la gente; es la forma de tratar de leer el mensaje para no quedarnos solo en lo superficial; es la forma de que lleguemos a unas conclusiones para la propia vida de cada uno. Porque nos damos cuenta de que nuestra vida es compleja así, como se describe a aquel campo.

No siempre es un buen campo de cultivo, porque muchas veces lo hemos convertido en un campo de batalla; no todo es fácil para realizar porque tenemos nuestras pasiones interiores y tenemos también las múltiples influencias que recibimos de los demás, o de la sociedad en la que vivimos que es tan compleja por otra parte. Muchas cosas se nos vuelven cuesta arriba, porque aunque lo veamos claro, sin embargo las dificultades que se nos presentan muchas veces son grandes.

No andamos buscando culpabilidades, estamos tratando de reflexionar pero ver lo que somos o lo que tendríamos que ser, el camino que estamos haciendo o los caminos que tendríamos que tomar. No es fácil, como decíamos, porque son muchas las cosas que están incidiendo en nuestra vida y aunque quisiéramos y nos diéramos cuenta del valor de la semilla que se nos planta, muchas veces no sabemos cómo hacer. Por eso tenemos que detenernos a pensar con cuidado, a hacer una honda reflexión, a hacer una análisis de nuestra vida, pero también a buscar donde en verdad podemos encontrar ayuda para labrar bien ese campo de nuestra vida.

Por eso termina diciéndonos hoy Jesús ‘el que tenga oídos que oiga’. ¿Tendremos oídos para escuchar o nos habrán entrado sorderas? No hay peor sordo que el que no quiere escuchar.

martes, 20 de julio de 2021

Seremos en verdad la familia de Jesús cuando hacemos como María plantando la palabra de Dios en nuestro corazón

 


Seremos en verdad la familia de Jesús cuando hacemos como María plantando la palabra de Dios en nuestro corazón

Éxodo 14, 21 — 15, 1; Sal.: Ex 15,8-9.10.12.17; Mateo 12,46-50

‘Aquí está la esclava del Señor’, había dicho un día María allá en Nazaret. ‘Hágase en mí según tu palabra’. Y había plantado la Palabra del Señor en su corazón. No había otra razón de ser para su vida. Ese era todo el sentido de su existencia. Obediencia de la fe, obediente siempre a la Palabra del Señor.

Lo que acabamos de oír hoy en el evangelio no es una minusvaloración de María hecha por su propio hijo Jesús. Todo lo contrario. El también obediente al Padre su alimento era hacer la voluntad del Padre del cielo. ‘Aquí estoy para hacer su voluntad’ había proclamado Cristo a su entrada en el mundo.

Un día María lo había visto partir de Nazaret. Se ponía en camino. En los datos casi cronológicos de algunos evangelistas parecía que su marcha de Nazaret había sido para ir también a escuchar al Bautista en las orillas del Jordán. Pero allí había de ser señalado desde el cielo como el Hijo amado y predilecto del Padre a quien habíamos de escuchar. Era la Palabra que se había encarnado y plantado su tienda en medio de nosotros; era la Palabra que había de resonar bien fuerte por los caminos y aldeas de Galilea y por toda Palestina. Era el camino que había emprendido desde su salida de Nazaret.

Aunque había vuelto por Nazaret donde no habían querido escucharle y poner su fe en El, ahora es María con sus hermanos la que viene hasta Jesús. Le avisan. ‘Ahí están tu madre y tus hermanos’, pero El quería resaltar muy bien quien era su madre y quienes serían para siempre sus hermanos. Los que escuchan la Palabra de Dios y la plantan en su corazón. Como había hecho María como ya lo proclamara ella en Nazaret.

Esos son mi madre y mis hermanos. Esa es mi madre, la que escucha la Palabra y la planta en su corazón. Es lo que nos está queriendo decir Jesús. Es el camino que está abriendo también delante de nosotros. Cómo tenemos que acoger la Palabra de Dios. Y nos hablará de la semilla sembrado en toda tierra, y nos hablará de la semilla de la que se espera que dé fruto al ciento por uno, y nos hablará de la semilla que se enraíza en nuestro corazón y comienza a germinar en nueva vida, sin que sepamos cómo, y nos hablará de ese misterio de Dios que es su Palabra produciendo fruto en nuestro corazón.

María está siendo para nosotros un modelo de esa acogida de la Palabra de Dios. Palabra de Dios que la abre al misterio de Dios. Cuántas maravillas se realizan en su corazón desde su acogida de la Palabra de Dios. El Espíritu del Señor, que la fecundó con su sombra está realizando obras maravillosas en ella, que se siente la pequeña, la esclava del Señor. Cómo lo canta María en el Magnificat. ‘El Señor hizo en mí obras grandes’. ‘El Señor que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes’, a María la ha levantado, la ha exaltado porque ella es la Madre del Señor. ‘¿De donde a mí que venga a visitarme la madre de mi Señor?’ proclamará también Isabel reconociendo las maravillas de Dios.

Es la Palabra de Dios que la pone siempre en camino. Irá presurosa a la montaña para servir a su prima Isabel de la que ha tenido conocimiento de que va a ser madre y necesitará alguna ayuda. Pero es la María que estará siempre con los ojos abiertos para detectar una necesidad pero también para provocar el milagro que transformará el agua en vino cuando somos capaces de hacer lo que El nos diga.

Pero es también la María que estará en el corazón de la Iglesia, como estuvo allí en cenáculo acompañando a aquella comunidad que estaba naciendo, ayudando a que aquellos discípulos abrieran también su corazón a Dios y se dejaran transformar por el Espíritu. ¿Queremos ser en verdad la comunidad de Jesús, la familia de Jesús? Hagamos como María, dejémonos fecundar por la Palabra de Dios y nuestros corazones se transformarán, y nos llenaremos de amor, y seremos capaces de estar siempre en camino como María para llevar a Dios a los demás.

lunes, 19 de julio de 2021

Tiene que haber en nuestro corazón una apertura al misterio, ser capaces de entrar en otra sintonía espiritual y abrirnos a algo distinto que nos trasciende de nuestra vida

 


Tiene que haber en nuestro corazón una apertura al misterio, ser capaces de entrar en otra sintonía espiritual y abrirnos a algo distinto que nos trasciende de nuestra vida

Éxodo 14,5-18; Sal: Ex 15,1-2.3-4.5-6; Mateo 12,38-42

Cuando nos obstinamos en nuestras ideas, por muchas pruebas o razonamientos que nos hagan, si no queremos verlo, nunca lo llegaremos a ver; y decimos que somos razonables, que lo que queremos son pruebas, todo lo queremos pasar por el tamiz de nuestros razonamientos, pero hay algo que se nos pone delante de los ojos como una sombra y no hay manera de que veamos claro. Queremos pruebas, todo lo queremos pasar por lo que decimos nuestras lógicas humanas.

Pero hay cosas que nos trascienden, que van más allá de esas lógicas y de esos razonamientos, porque son cosas que tenemos que ser capaces de sentir en nosotros. Cuando andamos en esos caminos de la fe andamos muchas veces como en una lucha entre nuestros razonamientos, nuestras visiones, y algo que es mucho más hondo y que de alguna manera se convierte en inexplicable, pero que podemos llegar a vivir.

Tiene que haber en nuestro corazón una apertura al misterio, tenemos que ser capaces de entrar en otra sintonía espiritual, tenemos que abrirnos a algo distinto y que nos trasciende de nuestra vida, tenemos que ser capaces de palpar algo que no lo podemos hacer con las manos, pero que si lo podemos hacer cuando le damos posibilidades a la fe. Por eso decimos que entramos en una sintonía espiritual, por eso hablamos de un don sobrenatural que nos viene concedido de lo alto, por eso llegamos a apreciar otros sabores y otras sabidurías que le llegan a dar a nuestro espíritu un toque distinto. Algo que muchas veces no tenemos palabras para expresar ni para explicar, pero algo que nos eleva por dentro y nos hace aspirar a cosas más altas y más elevadas por decirlo de alguna manera.

Aquellos mismos que habían visto cómo Jesús liberaba al hombre poseído por el espíritu del mal y que comienzan a atribuírselo a Jesús a otras fuerzas malignas, ahora le piden signos para creer. Han tenido el signo ante los ojos y los han cerrado para no querer creer en el signo, pero que es lo que ahora piden. Y Jesús les dice que no se les dará signos a la manera que ellos piden.

Y les habla de Jonás aquel profeta que un día desoyó la voz de Dios que le llamaba a una misión y más quiso irse en dirección contraria. Sería engullido por el cetáceo del mar pero había sido devuelto vivo y sano para que cumpliera su misión; y aquellos a los que invitó a la conversión, cambiaron sus vidas para escuchar la voz del profeta. Y les dice Jesús que los ninivitas que creyeron la palabra de Jonás un día se levantarán con aquella generación que ni quisieron creer a quien era mucho más que un simple profeta.

Y les habla de la Reina del Sur que vino de tierras lejanas para disfrutar de la sabiduría de Salomón, pero ahora hay alguien que tiene una sabiduría mayor que la de Salomón y la generación contemporánea no lo escucha.

¿No serán signos para nosotros para que en verdad descubramos la obra salvadora de Jesús y la sabiduría de sus palabras? Cerramos nuestros ojos a las obras de Dios, cerramos nuestros oídos y nuestro corazón a la sabiduría del Evangelio de Jesús. ¿Hay algo mayor o mejor que el evangelio que nos lleve a una mayor plenitud de vida y por caminos de mayor felicidad?

Algunas veces tenemos a nuestro alcance las mejores comidas con los mejores sabores, pero nos hemos acostumbrado de tal manera que ya no sabemos apreciar eso tan rico y sabroso que se nos ofrece. Nos puede pasar con el evangelio de Jesús que de tal forma nos acostumbremos que hayamos perdido el sabor de su sabiduría.

domingo, 18 de julio de 2021

Sepamos descubrir en las travesías de la vida que el Señor va con nosotros y sentémonos junto a El para escucharle, para que las olas de su ternura bañen nuestros pies

 


Sepamos descubrir en las travesías de la vida que el Señor va con nosotros y sentémonos junto a El para escucharle, para que las olas de su ternura bañen nuestros pies

Jeremías 23, 1-6; Sal. 22; Efesios 2, 13-18; Marcos 6, 30-34

Los apóstoles se fueron de crucero con Jesús. Así lo diríamos hoy. Una travesía en barca por las tranquilas aguas del mar de Galilea ciertamente es algo placentero y son buenos momentos de relax y de descanso. Y era lo que realmente buscaba Jesús con los discípulos. Habían regresado de la misión que les había encomendado, contaban sus experiencias, pero era tanta la gente que acudía para estar con Jesús que, como dice el evangelista, no tenían tiempo ni para comer. Y Jesús quiere llevárselo a un lugar apartado para descansar un poco. Ya la misma travesía se convertía en momentos de descanso. Iban ellos solos con Jesús y oportunidad tenían para contar sus experiencias, momento era propicio para descansar estando con el Señor.

He tenido la suerte de hacer esa travesía del lago de Tiberíades y confieso que es algo maravilloso y hasta puede ser una experiencia espiritual que cala hondo en el alma. Ya sea atravesando el lago en barca o simplemente estando sentado a su orilla escuchando el suave murmullo de las olas es una rica experiencia si uno en verdad quiere sentir y escuchar las palabras de Jesús pronunciadas en ese mismo lago, o gozarnos espiritualmente de la presencia del Señor que allí puede uno sentir.

Vemos, sin embargo, que cuando llegan al lugar escogido para ‘acampar’, digámoslo así, la gente de las aldeas y pueblos vecinos se les habían adelantado y allí estaba una muchedumbre ansiosa también de estar con Jesús y escucharle. Sintió lástima de ellos, dice el evangelista, porque estaban como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles con calma. Casi podemos escuchar sus palabras aunque ahora el evangelista no nos detalle lo que les estaba enseñando.

Con lo que hemos venido diciendo hasta ahora en torno a este episodio que nos ofrece  hoy el evangelio creo que podemos sentir una llamada en nuestro corazón, una invitación de Jesús para irnos a estar con El. Lo necesitamos. Vivimos demasiado ajetreados en la vida con nuestras locas carreras; decimos que tenemos tanto que hacer que no sabemos detenernos para encontrarnos al menos con nosotros mismos; ni nos encontramos con nosotros mismos, ni sabemos encontrarnos con los demás, y cuanto menos algunas veces nos sucede no sabemos encontrarnos con Dios.

Necesitamos ese lugar apartado, esa travesía del lago, ese momento de silencio dejando quizá que las olas de la playa mojen nuestros pies. Necesitamos saber detenernos y apagar nuestras músicas, silenciar nuestros oídos a tantos gritos y locuras que nos envuelven. Si no hacemos silencio ni a nosotros mismos nos escucharemos. Y tenemos que saber sacar a flote tantas cosas que llevamos revueltas en el corazón, necesitamos escucharnos esos interrogantes que nos surgen tantas veces dentro de nosotros mismos pero que o los acallamos o decimos que lo dejamos para luego, pero no nos enfrentamos a la verdad de nuestra vida.

Necesitamos ese silencio en nosotros para escuchar ese susurro de Dios en la suave brisa que nos envuelve, como le sucedió al profeta allá en lo alto de la montaña cuando huía de sus problemas y de sus angustias, pero vino a encontrarse con Dios para luego ponerse en camino de nuevo para su misión. No podemos ir a la misión, a eso que Dios nos tiene encomendado para el camino de nuestra vida y nuestro encuentro con los demás, si antes no hemos escuchado bien en lo hondo de nosotros mismos ese susurro de Dios que pondrá en orden tantas cosas dentro de nuestro corazón.

Sepamos encontrar ese momento. Quizás nos preocupamos mucho de nuestro descanso físico para recuperar las fuerzas de nuestro cuerpo y andamos ansiosos por encontrar unos fines de semana o unos tiempos de vacaciones para dejar a un lado nuestros trabajos, pero quizá no nos preocupamos tanto de ese descanso y de esa renovación de nuestro espíritu.

Hemos de saber encontrar la verdadera alegría de nuestra vida en esa paz para nuestro espíritu. Son las baterías del alma las que tenemos que saber también recargar y eso tenemos que hacerlo en el Señor. Pongamos espiritualidad profunda en nuestra vida, vayamos a estar con el Señor, sepamos descubrir en esas travesías de nuestra vida que el Señor va con nosotros y sentémonos a sus pies para escucharle, para empaparnos de sus palabras y de su vida, dejemos que las olas de su ternura bañen nuestros pies y nos hagan sentir paz en el alma.

Vayámonos de crucero con Jesús.