jueves, 22 de julio de 2021

Todo el que ama y ama de verdad siente el ardor y el deseo en el corazón de estar con la persona amada y de la que se siente amada

 


Todo el que ama y ama de verdad siente el ardor y el deseo en el corazón de estar con la persona amada y de la que se siente amada

Cantar de los Cantares 3, 1-4b; Sal 62; Juan 20, 1-2. 11-18

Todo el que ama y ama de verdad siente el ardor y el deseo en el corazón de estar con la persona amada y de la que se siente amada. No queremos perder a aquel a quien amamos, lo buscamos, deseamos gozarnos de su presencia, sentir el calor de la cercanía del amor.

Y hablamos del amor en todas sus manifestaciones, serán los enamorados que se buscan, los amigos que quieren estar juntos y expresarse en confianza, el amor de los padres o de los hijos que damos lo que sea  por estar con los seres queridos y bien que notamos su ausencia, o es el amor que todos hemos de tenernos donde buscamos la buena convivencia y la armonía para sentirnos felices en medio de nuestro mundo aunque muchas puedan ser las dificultades que por otro lado siempre nos pueden aparecer.

Hoy celebramos a una enamorada, María Magdalena; enamorada con el amor más puro por Jesús cuando quizás antes en su vida pecadora no había sabido comprender lo que era el amor verdadero. Como dice el evangelista Marcos de ella el Señor había expulsado muchos demonios. Justo es que la veamos siempre en la cercanía Jesús con aquellas buenas mujeres que lo acompañaban junto con los discípulos por todos los caminos de Palestina. Valiente la veremos llegar hasta el pie de la cruz, pues allí el evangelista señala su presencia. No había pasión ni muerte que pudiera separarla de Jesús.

Por eso la veremos en aquella mañana del primer día de la semana, cuando pasado el sábado ya podían caminar libremente por la ciudad de Jerusalén que junto con otras mujeres acude al sepulcro para embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús. Pero allí no está el cuerpo muerto de Cristo y mientras las otras mujeres marchan a avisar a los discípulos, ella permanece allí llorosa al pie de la tumba queriendo averiguar qué es lo que ha pasado, donde está el cuerpo de Jesús.

No le convencen las palabras de los ángeles dentro del sepulcro y cuando aparece alguien que ella cree que es el encargado del huerto pronto surge el diálogo y la pregunta. ‘¿Por qué lloras?... Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto... Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré…’ El ardiente amor de su corazón y sus copiosas lágrimas le nublan la visión para reconocer a aquel con quien está hablado; cree ella que es el hortelano.

Pero surge la palabra que le llegará al alma y despertará todos sus sentidos para reconocer la voz, para reconocer al Maestro. ‘¡María!’ Fue suficiente para que se tirara a sus pies en el deseo de abrazarle y de no dejar que se pudiera marchar. ‘¡Raboni! ¡Maestro!’, es el grito de amor de María Magdalena. Ya luego correrá a decir a los apóstoles que ha visto al Señor.

Es la fuerza del amor. La fuerza del amor que también nos hará buscar Jesús porque queremos estar con El. Es el amor de nuestra vida. Es el que da sentido a todo nuestro ser y a toda nuestra vida. Es lo que hemos de desear, estar para siempre con Jesús después de que nos hayamos encontrado con El. Es la manera en que tenemos que caldear nuestro corazón. Es la búsqueda continua de nuestra vida y nuestro deseo más profundo. Estar con Jesús para dejarnos inundar de su amor.

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