sábado, 27 de febrero de 2021

El amor cristiano no es para los mediocres, pero tampoco hace falta hacernos los héroes, simplemente sintámonos hijos amados de Dios y correspondamos con un amor igual

 


El amor cristiano no es para los mediocres, pero tampoco hace falta hacernos los héroes, simplemente sintámonos hijos amados de Dios y correspondamos con un amor igual

Deuteronomio 26, 16-19; Sal 118;  Mateo 5, 43-48

Bueno,  no nos pongamos así, exigentes, que la cosa no es para tanto, yo hago lo que puedo; bueno, yo no soy tan mala persona, soy amigo de mis amigos. Y así nos ponemos a jugar a las rebajas porque, decimos, una cosa son los ideales, y otra es la realidad con que nos tropezamos cada día, porque hay cada uno.

Y esto no lo dice uno que vive alejado de todo sentimiento religioso, uno de tantos que nos podemos encontrar por ahí, sino que muchas veces esto lo oímos en el seno de la propia comunidad cristiana, entre los que vamos a misa el domingo, los que nos llamamos cristianos y hasta quizás nos hemos apuntando a alguna asociación religiosa o alguna cofradía. Así andamos los cristianos con nuestras mediocridades, así andamos sin metas ni ideales, así vamos poco menos que arrastrándonos haciendo, como solemos decir, lo que podemos pero no me exijan más.

Y hoy directamente nos pregunta Jesús ¿Qué estás haciendo de especial cuando dices que te llamas cristiano? Si amas solamente a los que te aman, ayudas a los que te ayudan y de ahí no pasas, eso lo hacen también los que no son cristianos, los gentiles, en una honradez y rectitud de quienes comparten un mismo mundo. En algo tendremos que diferenciarnos. ‘Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?’

Con esa mediocridad andamos por la vida. En tantos aspectos, en todo lo que pueda significar superación o espíritu de sacrificio para alcanzar mejores objetivos, más altas metas. Es la mediocridad de nuestro amor con el que no convencemos a nadie. Porque no somos más cristianos porque llevemos una medalla al cuello, sino cuando con nuestra vida estamos reflejando el amor de Dios en el amor que nosotros tenemos a los demás.  ‘Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial’, nos viene a decir.

La meta que nos propone Jesús es que lleguemos a amar a los enemigos, a los que nos hacen mal. Es la sublimidad del amor cristiano; bien distinto de aquello que tan fácilmente decimos de que somos amigos de mis amigos. Ser amigo del que ya es amigo mío no tiene nada de especial, es simplemente corresponder. Y es que en el camino del amor cristiano siempre tenemos que ir por delante, ser capaces de tomar la iniciativa, no estamos esperando a que nos amen para nosotros amar.

Por eso hoy nos dice claramente Jesús contraponiéndolo a lo que parece que seria lo normal o lo  habitual: ‘Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos’.

Amar que significa llegar a rezar por aquellos que nos hacen mal. No es fácil, pero si quieres comenzar a tener un amor en el estilo de Jesús comienza por ahí, aunque te repugne comienza por rezar por aquel que te haya injuriado, por aquel que te ha hecho mal, por aquel que dice mal de ti, por aquel a quien cualquiera consideraría un enemigo; para nosotros no es un enemigo, para nosotros es un hermano al que tengo que amar y comienzo por rezar por él; cuando seas capaz de hacerlo, estarás amándolo ya casi sin darte cuenta. Hacedlo que al final no es tan difícil, porque lo que por otra parte comenzarás a sentir en tu corazón bien merece la pena.

El amor cristiano, es cierto, no es para los mediocres, pero tampoco hace falta hacernos los héroes; simplemente sintámonos hijos amados de Dios y comencemos a mirar con los ojos de Dios, como en otro momento hemos reflexionado, y a amar con el amor de Dios.

viernes, 26 de febrero de 2021

Seamos capaces de tener la mirada de Dios hacia los demás y comenzaremos a tratarnos con dignidad y nuestra vida se llenará de amor y de paz

 


Seamos capaces de tener la mirada de Dios hacia los demás y comenzaremos a tratarnos con dignidad y nuestra vida se llenará de amor y de paz

Ezequiel 18, 21-28; Sal 129; Mateo 5, 20-26

La medida de la grandeza del hombre, de la grandeza de la persona es el amor. Podemos tener la tentación de que al pensar en grandezas busquemos riquezas o busquemos poder, busquemos reconocimientos o busquemos honores. Pero el amor nos hace grandes porque nos hace humildes, el amor nos hace grandes porque no nos buscamos a nosotros mismos sino que buscamos siempre el bien de los demás, el amor nos hace grandes porque nos hace tener la mirada que en verdad dignifica a la persona, nos dignifica a nosotros pero dignifica a los demás.

Hoy leía algo sobre un poeta que en sus bellas palabras nos venía a decir que el amor nos hace mirar al otro con la mirada de la divinidad. Es una mirada distinta cuando miramos con amor, como decíamos, no solo nos dignifica a nosotros sino que nos hace tratar con dignidad a los demás. Y esa es la maravilla del amor cristiano, en el que queremos copiar en nosotros lo que es el amor de Dios. Bueno, ya nos enseñará Jesús que tenemos que amar al prójimo como El nos ha amado.

Amar no es solo decirlo de palabras; el amor es algo que tenemos que construir día a día; el amor se va manifestando en pequeñas cosas, en pequeños detalles gestos que tenemos con los demás, en ese buen trato, en ese trato digno que con ellos tenemos. Por eso el amor verdadero evita todo tipo de violencia. Aunque el conjunto de los diez mandamientos nos expresa y manifiesta cómo ha de ser ese amor hecho también respeto por los otros, fijémonos que muchas veces cuando hablamos del amor un poco parece que lo redujéramos al quinto mandamiento, el ‘no matarás’, aunque luego nos lo tomemos demasiado literalmente y como no llegamos al hecho de quitar la vida a alguien ya nos quedamos tranquilos y satisfechos como si ya lo tuviéramos todo hecho.

Con una somera reflexión, aunque tenemos que intentar hacerla siempre lo más profunda que podamos, sin embargo nos damos cuenta como en ese no matar está englobado todo lo que pueda significar hacer daño al otro; y hacemos daño no solo porque le arranquemos la vida, sino que le podemos hacer daño con nuestras palabras, con nuestras actitudes, con nuestros gestos de desprecio o no valoración, con la poca sinceridad que nos mostremos en nuestras mutuas relaciones. Mira su dignidad y respétasela  y no le harás daño, es más te darás por él, buscarás el hacerle el bien, tratarás de hacer que la relación mutua sea agradable y amistosa, procurarás siempre su felicidad.

Es lo que nos enseña hoy Jesús en el evangelio; es lo que pide para nuestras mutuas relaciones; es la búsqueda del encuentro en todo momento para acogernos mutuamente; es el saber comprender que quizá en nuestra debilidad en un momento dijimos, hicimos o tuvimos algún mal gesto que nos pudiera distanciar y por eso hemos de saber buscar el reencuentro, tomando siempre nosotros la iniciativa de la reconciliación. Y en la búsqueda de la reconciliación hemos de saber tener la grandeza de la humildad para reconocer nuestro error y nuestra debilidad y saber pedir perdón, que bien sabemos cuanto nos cuesta.

Aunque muchas veces tratemos de disimularlo y en nuestro orgullo no somos capaces de agachar la cabeza cuando se ha producido un distanciamiento con el otro, sin embargo cuánto nos duele por dentro. Aunque la gente parece que se haya acostumbrado en ocasiones a vivir en esos distanciamientos. Qué lástima cuando entre hermanos o entre familiares andamos divididos y enfrentados hasta el punto de muchas veces negarse el saludo. Qué triste cuando vemos vecinos que por un mal momento que se tuvo en tiempos pretéritos, tan lejanos que ya ni saben ni recuerdan cuando comenzó esa situación, aún se mantienen las distancias, los resentimientos y rencores, el no hablarse aunque se viva pared con pared y todos los días nos los estemos encontrando casi a la puerta de la casa. Son situaciones dolorosas, pero de las que no se sabe salir.

Que seamos capaces de tener la mirada de Dios hacia los demás y comenzaremos a tratarnos con dignidad y nuestra vida se llenará de amor y de paz. ¡Cuánta falta nos hace!

 

jueves, 25 de febrero de 2021

Sabemos que una puerta siempre está abierta para nosotros porque Dios tiene la puerta siempre abierta para sus hijos

 


Sabemos que una puerta siempre está abierta para nosotros porque Dios tiene la puerta siempre abierta para sus hijos

Ester 4, 17k. l-z; Sal 137; Mateo 7, 7-12

En aquella casa están siempre con las puertas abiertas. Hoy sería algo extraño, pero los mayores recordamos otros tiempos en que las puertas de nuestras casas estaban siempre abiertas; no hacía falta poco menos que echar la puerta abajo para entrar sino que llamabas y entrabas; lo he vivido hasta no hace muchos años en algunos lugares, no hacían falta timbres ni videos para ver quien estaba a la puerta; una simple llamada y sabias que siempre eras bien acogido. La imagen de la puerta abierta puede darnos muchos sentidos, porque  no es solo la casa sino la persona, el corazón lo que está abierto para los demás. Sabemos que podemos ir y confiamos con toda certeza que seremos recibidos, que seremos escuchados, que seremos atendidos, que vamos a encontrar lo que buscamos.

Sabemos, sí, de una puerta que está siempre abierta para nosotros. Es lo que Jesús quiere decirnos hoy; es lo que vemos reflejado en su vida, imagen verdadera del Padre del cielo. Recorriendo el evangelio lo vemos, como todos pueden acercarse a Jesús, no importa cual sea su condición porque todos van a ser acogidos; y aquellos que parecen los últimos van a ser los primeros, porque primeros serán los pecadores, sea cual sea su pecado. Siempre habrá una respuesta que será siempre una respuesta de amor, porque asegurado está el perdón.

‘Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre’. Y nos habla del padre que siempre atiende la petición de su hijo para darle lo mejor, ¿cómo no lo hará nuestro Padre del cielo?

Nos invita Jesús a que lo hagamos con toda confianza porque siempre está asegurado el amor que Dios nos tiene. Por eso pedimos, buscamos, llamamos. Tres palabras, tres verbos, tres actitudes muy presentes siempre en nuestro corazón. Con la certeza de que seremos escuchados, con la certeza de que nos vamos a encontrar siempre con el amor, con la certeza de que el corazón de Dios siempre está abierto para sus hijos. Aunque nosotros lo olvidemos, aunque nosotros queramos construirnos la vida por nosotros mismos creyéndonos autosuficientes.

Muchos dicen que buscan a Dios y no lo encuentran. ¿No será ya que van con prevenciones en esa búsqueda? ¿No será que vamos poniendo nuestras condiciones? Tenemos que ir siempre con la confianza de que vamos a encontrar, pero no pensemos que tiene que ser a nuestra manera. Somos rebuscados cuando queremos ir a nuestra manera y Dios se nos manifiesta a su manera que siempre es mucho más sencillo de lo que nosotros podamos imaginar. Por eso la confianza que hemos de poner por delante para no poner condiciones, para no exigir pruebas a nuestro estilo. Vacíate de ti mismo, siéntete pobre delante de Dios y lo encontrarás.

¿No dijimos antes que los que parecían los últimos van a ser los primeros? Pues así en nuestra y con nuestra pobreza vamos a Dios, vaciándonos de autosuficiencias y de los orgullos de nuestros saberes, y vas a encontrar a Dios, porque Dios te sale a tu encuentro, viene a tu encuentro y te hace el camino más fácil de lo que tú te lo habías imaginado.

Dios siempre tiene la puerta abierta para sus hijos. No le cierres tu puerta a Dios, porque eso es una tentación que sutilmente nos puede aparecer. Pero piensa también que no cerrar la puerta a Dios es no cerrársela a los demás, cosa que hacemos con demasiada frecuencia.

‘¡Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor!’ lo podemos decir con toda certeza y con toda confianza. Mucha experiencia de ello tenemos en nuestra vida.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Una vida de contradicciones y de vaivenes como la de Jonás pero que tenemos que saber convertir en pascua para que lleguemos a renacer a una vida nueva

 


Una vida de contradicciones y de vaivenes como la de Jonás pero que tenemos que saber convertir en pascua para que lleguemos a renacer a una vida nueva

Jonás 3, 1-10; Sal 50; Lucas 11, 29-32

Pedir signos, pedir pruebas, pedir milagros, pedir cosas concretas para fundamentar nuestra fe es un camino que de alguna manera todos recorremos. Pedimos pero no buscamos, pedimos pero no abrimos el corazón, pedimos pero no hacemos silencio para escuchar la respuesta, pedimos pero sin paciencia y sin esperanza porque ya casi damos por hecho que no vamos a tener respuesta. Pero ¿estaremos deseando de verdad encontrar esa prueba, ese signo, esa palabra que nos ilumine, que nos haga ver y creer?

Estamos en una generación en que apretamos un botón y se realizan mil cosas, muchas veces hasta sin tocar, con una lectura magnética quizá simplemente de nuestros ojos. Y como queremos que todo sea así no sabemos ponernos al paso del Dios que se nos revela, que no son nuestros pasos, que no son nuestras carreras ni superficialidades, que es algo mucho más hondo.

Y Jesús les dice que a esta generación no se les dará más signo que Jonás. Aquel profeta que Dios llamó para que fuera a predicar a Nínive. Pero un profeta que se nos presenta bastante contradictorio. Quizá por eso mismo Jesús nos dice que es nuestro signo, nuestra señal; porque quizá refleja mucho nuestras propias contradicciones, nuestras dudas y nuestros entusiasmos, nuestras vueltas atrás pero también las turbulencias que se nos presentan en el corazón porque queremos creer y no terminamos de creer, porque hasta algunas veces nos parece mucho lo que Dios está haciendo, mientras en otras protestamos porque no nos escucha.

Dios le llamó para que fuera a predicar a Nínive la gran ciudad, pero tuvo miedo. Se embarcó en sentido contrario. Pero los caminos se le fueron complicando, la tormenta no dejaba avanzar el barco, en sus creencias alguien con mala sobre podría ir en el barco y aquello era un castigo del cielo, se ofrece para ser arrojada al mar porque reconoce el error de ponerse en camino en sentido contrario. Y está por medio el cetáceo que se lo traga por tres días para regurgitarle sano y salvo y pueda emprender el camino hasta Nínive. Realiza la gran predicación y el pueblo responde. Pero ya en su misma predicación va con desconfianza, les pide que se vistan de saco y ceniza a ver si Dios se arrepiente de su amenaza y no se destruye la ciudad. No se siente seguro, por eso cuando el pueblo se arrepiente y Dios le perdona todavía tiene agallas para enfrentarse a Dios y decirle qué es que fue compasivo y misericordioso con aquel pueblo pecador.

Los vaivenes de nuestra propia vida; nuestras huidas pero también nuestros fervores, nuestras dudas y nuestros reclamos, nuestra inconstancia y la repetición de nuestras caídas después que tantas veces hemos sido perdonados. Pero Jonás será de verdad una señal para nosotros, un signo para que nos demos cuenta de nuestros vaivenes, para que de una vez por todas emprendamos el verdadero camino de salvación que Dios nos ofrece, para que creamos con toda nuestra fuerza en la misericordia y compasión del Señor que por nosotros se da y a todos ofrece siempre su perdón. Nos sentimos en ocasiones reconocedores de que no somos merecedores de ese perdón y de ese amor que Dios nos tiene y nuestro corazón se llena tantas veces de turbulencias y de dudas.

La señal de Jonás que es su vida misma. La señal de Jonás que es como una resurrección cuando vuelve a la vida después de estar tres días en el vientre del cetáceo; enterrados estamos nosotros en nuestro pecado, pero estamos llamados a una vida nueva. Es un camino de pascua toda nuestra misma vida. En cuaresma hacemos camino hacia la pascua, pero tenemos que ir haciendo pascua en nuestra vida aprendiendo a morir al pecado para renacer a una vida nueva. ¿Podremos ser signos también nosotros para los demás?

martes, 23 de febrero de 2021

Aprendamos a orar aprendiendo a dejarnos empapar por Dios como una lluvia que mansamente nos inunda y nos hace dar nuevos frutos de amor y de vida

 


Aprendamos a orar aprendiendo a dejarnos empapar por Dios como una lluvia que mansamente nos inunda y nos hace dar nuevos frutos de amor y de vida

Isaías 55, 10-11; Sal 33; Mateo 6, 7-15

Quizás alguna vez nos hemos sorprendido a nosotros mismos contemplando la lluvia desde detrás de los cristales de nuestra ventana; ya hemos procurado que nadie nos sorprendiera para que no tener que oír si no teníamos cosa mejor que hacer que ver llover. Pues seguramente en ese momento no había cosa mejor que hacer; a mí me encanta, como me encantaba cuando era más joven y más atrevido circular en medio de la lluvia, a través de caminos poco menos que impracticables como muchas veces me tocó hacer en algunos lugares donde he habitado.

Pero si recuerdo esto, y lo hago de mano de lo que hemos escuchado hoy en las lecturas de la Palabra de este día, porque realmente es hermoso y se está como realizando un misterio de vida delante de nosotros cuando vemos llover y se va empapando la tierra donde luego germinarán fecundas las semillas para darnos hermosas plantas y hermosas flores y frutos. Ese irse depositando mansamente el agua en el terreno, cuando apenas vemos caer las gotas sino como una suave cortina que todo lo envuelve, pero donde vemos como la tierra se va empapando y empapando. Una imagen muy hermosa, una imagen que nos puede también decir muchas cosas.


Como ya hemos mencionado el profeta emplea esta imagen de la lluvia que cae y que todo lo empapa, pero en el evangelio se ha hecho el planteamiento de la oración. Hoy se nos recogen palabras de Jesús en el sermón del monte, pero al hilo de otro evangelista vemos que los discípulos en una ocasión se acercaron a Jesús para pedirle que les enseñara a orar. Seguramente será una petición que llevamos ahí escondida en nuestro corazón porque queremos orar y muchas veces no sabemos como hacerlo; repetimos fórmulas de oración ya elaboradas o cuando por nosotros mismos queremos balbucear nuestra propia oración casi no nos salen las palabras y a lo más nos ponemos a hacer simplemente un listado de peticiones.

También nosotros hoy queremos pedirle a Jesús que nos enseñe a orar. Y ya nos dice que no usemos de muchas palabras sino que nuestra oración tiene que ser como más sencilla y más espontánea. Pero no queremos dejarnos nada en el tintero, son tantas las cosas que queremos decir que igualmente nos ponemos a decir muchas palabras, pero nos ponemos poco a hacer silencio interior para sentir a Dios, para llenarnos de Dios, para escuchar esa presencia de Dios.

Y es aquí donde quiero utilizar esa imagen de la lluvia con la que hemos comenzado hoy nuestra reflexión. ¿Por qué no pensar que la oración es ese empaparnos de Dios como la tierra en la que cae mansamente la lluvia y poco a poco se va empapando de esa agua que la fecunda y la hace fructificar? Sí, dejarnos empapar por Dios; quedarnos quietos para ir dejando que Dios nos vaya inundando, sí, inundarnos de Dios.

Vamos a gozarnos de su presencia, escuchar su presencia que solo lo podemos hacer si hacemos silencio en nosotros, vamos a dejarnos sorprender por cuanto El irá suscitando en nuestro corazón, vamos a sentir que igual que corre la sangre por nuestras venas así Dios va llenando todo nuestro espíritu con su Espíritu y sentiremos entonces que ya no es nuestra vida sino la vida de Dios la que circula dentro de nosotros. Vamos a hacer silencio y quedarnos callados, porque sobran las palabras para que así podamos escuchar bien la Palabra, su Palabra de vida y de amor que nos llena y que nos inunda.

Nos sentiremos como en el cielo porque el cielo ha venido a nosotros y ya no está Dios allá en la lejanía de las alturas sino que lo sentiremos en nosotros y sentiremos entonces el gozo de su gloria, la alegría de su amor que nos transforma y así fluirá nuestra vida no ya por nuestros caprichos o caducas voluntades sino siempre en lo que es la voluntad del Señor. Casi no necesitaremos pedirle que nos ayude, aunque lo hagamos, porque en El y en su Espíritu nos sentiremos fortalecidos y comenzará a fluir de nosotros casi espontáneamente el amor y la paz.

Hagamos silencio, dejemos que esa lluvia de la presencia de Dios mansamente vaya poco a poco empapándonos para sentirnos así inundados por una nueva vida y por el amor. Nos veremos transformados porque nos sentimos amados de Dios y aprendemos a gustar y saborear esa hermosa palabra con la que comenzaremos a llamar a Dios, Padre.

lunes, 22 de febrero de 2021

Necesitamos momentos para reafirmar nuestro más profundo sentido eclesial proclamando la misma fe y sintiéndonos en comunión con toda la Iglesia única y universal

 


Necesitamos momentos para reafirmar nuestro más profundo sentido eclesial proclamando la misma fe y sintiéndonos en comunión con toda la Iglesia única y universal

1Pedro 5, 1-4; Sal 22; Mateo 16, 13-19

Sin romper del todo el ritmo del camino cuaresmal que estamos haciendo hay días que tienen especiales celebraciones que son importantes para la vivencia de la fe sobre todo con un fuerte sentido eclesial como es hoy el caso. En este día celebramos la Cátedra de san Pedro en Roma, que viene a ser algo así como una afirmación  de nuestra fe hincando sus raíces en ese sentido eclesial por nuestra comunión con el Obispo de Roma y sus sucesores manteniendo así nuestra comunión con Pedro, nuestra comunión de la Iglesia toda considerando el primado que Cristo le confió en la fe y en el amor para mantener una unidad y comunión de toda la Iglesia

Sabido es que como Iglesia nos sentimos unidos y en comunión con nuestro Obispo, nuestro Pastor constituyendo así verdadera Iglesia de Cristo. Cuando decimos Diócesis de Tenerife, por ejemplo para mencionar la diócesis a la que pertenezco, estamos diciendo con ese mismo sentido Iglesia de Tenerife. Pero la Iglesia toda católica y universal no es simplemente una federación de Iglesias, sino que es la comunión de todas las Iglesias en una única Iglesia presidida por el que en nombre de Cristo es Pontífice para toda la Iglesia. No somos iglesias por si solos sino en esa comunión que con toda la Iglesia vivimos, con esa comunión con la Iglesia de Roma donde su Obispo es el sucesor de Pedro a quien Cristo le confió esa misión universal de mantener en comunión de fe y amor a todos los que creemos en El.

Y es lo que hoy celebramos. La cátedra de Pedro, nuestra comunión con Pedro y con toda la Iglesia. Cosas que tenemos que recordar, pues las damos por sabidas pero tenemos el peligro de ir haciéndonos tan autónomos que hay el peligro de que rompamos esa comunión de toda la Iglesia. Os confieso que es hermoso cuando uno tiene oportunidad de participar en una celebración, ya sea en Roma, ya sea en grandes Santuarios como los hay repartidos por todo el mundo, donde en esa misma celebración sentimos que a nuestro lado hay cristianos de otros lugares, de otros pueblos y razas, pero que estamos allí proclamando una misma fe, que estamos allí sintiéndonos una única Iglesia e Iglesia universal, verdaderamente católica.

En Roma en torno al Papa allí al pie y en torno del altar llamado así de la Cátedra de san Pedro, en Fátima o en Lourdes en celebraciones marianas con gentes que oímos rezar a nuestro lado en distintas lenguas procedentes de las más diversas naciones, en Santiago de Compostela en un año santo jacobeo en diversas ocasiones con peregrinos que han atravesado media Europa para llegar hasta la tumba del Apóstol, en Jerusalén o cualquiera de los santuarios de los Santos Lugares, he tenido esa oportunidad y ha sido grande el gozo que he sentido en mi corazón, grande la emoción que me ha embargado en esos momentos haciendo que afloren los mejores sentimientos y sentido de comunión eclesial.

Son momentos en que se reafirma nuestro sentido eclesial y universal, de ser esa Iglesia única de Cristo que así proclama su fe en cualquier rincón del mundo. Porque eso es además lo que tendríamos que sentir y vivir cada vez que celebramos la Eucaristía, que nos reunimos en comunión con todos los santos pero en comunión con toda la Iglesia.

Tras la hermosa confesión de fe de Pedro hoy hemos escuchado en el evangelio las palabras de Jesús confiando a Pedro esa misión de pastor universal de su Iglesia. No vamos a entrar en muchos comentarios, sino tratemos de escucharlas abriendo en verdad nuestro corazón para hacer crecer nuestra fe y nuestra comunión.

‘¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos’.

domingo, 21 de febrero de 2021

Llega el momento de que nos tomemos en serio la Buena Nueva que nos anuncia Jesús, nos convirtamos y comencemos a creer en el Reino de Dios

 


Llega el momento de que nos tomemos en serio la Buena Nueva que nos anuncia Jesús, nos convirtamos y comencemos a creer en el Reino de Dios

Génesis 9, 8-15; Sal 24; 1Pedro 3,18-22; Marcos 1, 12-15

En este primer domingo de cuaresma hay una serie de palabras que nos suenan retumbonas año tras año como martilleando nuestra cabeza y nuestro corazón. Podemos acostumbrar el oído a ese sonido retumbante que nos atruena en el corazón, podemos intentar olvidarlas con la disculpa de que todos los años resuenan las mismas y de la misma manera o podemos prestarle atención e intentar descifrar su sentido y su mensaje en lo que creemos que pueda valer para nuestras vidas.

Desierto y austeridad, ayunos y tentaciones, evangelio y buena noticia, conversión y camino de pascua que nos lleva a vida nueva. Palabras algunas que nos resultan duras y parece que nos hicieran daño frente a la vida de suavidad y comodidad en que queremos vivir alejados de problemas, de esfuerzos y de lucha; nos gustaría que todo fuera suave y fácil y no tener que hacer mayores esfuerzos porque necesitemos hacer cambios en la vida que vivimos. Lo de meternos en un desierto por cuanto signifique una vida dura que en su escasez nos obligue a una austeridad poco menos que impuesta y a muchas renuncias de comodidades a las que nos hemos acostumbrado es algo que nos pensamos mucho.

Cuánto nos ha costado adaptarnos a las circunstancias que llevamos viviendo en el último año y como nos revolvemos en el deseo de zafarnos de todos los protocolos y normas que nos han impuesto en la vida. La imposibilidad de movimientos a la manera en que estábamos acostumbrados, la imposición a tener que confinarnos y hasta tener unos horarios para determinadas cosas, las renuncias a las que nos hemos visto abocados impidiéndonos encuentros, celebraciones, fiestas y hasta acontecimientos deportivos se nos ha vuelto muy duro. Y no hemos tenido que irnos a lugares apartados y difíciles, sino que lo hemos tenido que realizar allí donde ha sido nuestra vida de cada día donde aún se nos han permitido muchas comodidades al estar con nuestras cosas y en nuestro propio hogar. Pero ha sido un desierto que hemos tenido que atravesar y del que aún no hemos salido.

Cuando estamos en el desierto, lejos de las comodidades de cada día y escasos de esos bienes que nos hacen la vida agradable, sin embargo ha podido servir para que aprendamos a buscar lo que es verdaderamente importante, arrancarnos de superficialidades y banalidades, para centrarnos en lo que quizás más necesitamos o para descubrir aspectos de la vida que por la rutina y la costumbre quizá habíamos banalizado o dejado en un segundo plano.

Habrá podido servirnos para encontrarnos más con la familia, con los hijos, con los hermanos, los padres, los esposos entre sí; para añorar a los verdaderos amigos, aquellos que son verdaderos acompañantes a nuestro lado en el camino que vamos haciendo.

O nos habrá podido servir para encontrarnos con nosotros mismos, con el sentido y el valor de nuestra vida, o para abrirnos a la trascendencia elevando nuestro espíritu, buscando los valores más espirituales, yendo también a encontrarnos con Dios y a escucharle en nuestro corazón.

A muchas personas este desierto que llevamos viviendo ya más de un año, con todos los problemas incluso de orden social y económico que nos han acompañado y seguirán acompañándonos, les ha servido para intentar centrarse más en sus vidas y habrá sido también una oportunidad para que se abran caminos nuevos ante ellos, ante nosotros. A eso y a mucho más nos pueden ayudar los momentos de crisis, los momentos de desierto, los momentos en que la vida se nos vuelve dura. Es encontrar un sentido, es darle profundidad a la vida, es también elevarnos por encima de esas carencias que sabemos que no son solo lo material para darnos cuenta de la necesidad de una espiritualidad que ennoblezca nuestra existencia.

Ahora siguiendo el ritmo de la liturgia de la Iglesia y de todo el sentido cristiano de nuestra existencia cuando nos acercamos a la Pascua entramos también en un tiempo de desierto. Nos lo recuerda hoy el evangelio y vemos el actuar de Jesús. Pasó Jesús por un desierto en el que, como nos dice el evangelista, también fue tentado por el diablo. Marcos no es tan expresivo ni tan expansivo como los otros evangelistas y su relato es breve, pero ahí nos deja constancia de ello. Es el tiempo en el que nosotros estamos entrando, como decíamos el pasado miércoles de ceniza, es un tiempo de regalo de Dios, de gracia para nosotros.

Y escuchamos la llamada a la conversión y a la fe. ‘Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio’. Ha llegado, pues, el momento; ha llegado el momento en que nos tomemos en serio el Reino de Dios. En todo ese mundo de desierto, como decíamos antes, en que nos hemos visto envueltos llega el momento de encontrar lo verdaderamente importante. ¿No llegará el momento también de que nos tomemos en serio esta Buena Nueva que nos propone Jesús?

Por el hecho de estar en desierto nos hemos visto obligados a cambiar muchas cosas, pero ¿no tendría que ser algo mucho más profundo lo que tendríamos que hacer? Pero no vamos dando palos de ciego a ver lo que sale de todo esto, nosotros tenemos una meta y un ideal, es la Buena Nueva que nos anuncia Jesús y en la que tenemos que creer, y esa Buena Nueva es el Reino de Dios que tenemos que vivir.

Son muchas las superficialidades que tenemos que dejar atrás para centrarnos en lo que verdaderamente es importante; hemos llenado nuestro corazón de muchos apegos y de muchas cosas de las que nos parece que no nos podemos desprender porque no sabríamos vivir sin ellas.

Es el paso adelante que tenemos que dar que lo estamos resumiendo en esas dos palabras conversión y fe, conversión y creer en la buena noticia que Jesús nos trae, conversión para poder vivir a tope el Reino de Dios, y que Dios sea en verdad el único Señor de nuestra vida. Es el camino que estamos emprendiendo, el camino de pascua que nos llevará a una vida nueva que cantaremos con la resurrección.