domingo, 21 de febrero de 2021

Llega el momento de que nos tomemos en serio la Buena Nueva que nos anuncia Jesús, nos convirtamos y comencemos a creer en el Reino de Dios

 


Llega el momento de que nos tomemos en serio la Buena Nueva que nos anuncia Jesús, nos convirtamos y comencemos a creer en el Reino de Dios

Génesis 9, 8-15; Sal 24; 1Pedro 3,18-22; Marcos 1, 12-15

En este primer domingo de cuaresma hay una serie de palabras que nos suenan retumbonas año tras año como martilleando nuestra cabeza y nuestro corazón. Podemos acostumbrar el oído a ese sonido retumbante que nos atruena en el corazón, podemos intentar olvidarlas con la disculpa de que todos los años resuenan las mismas y de la misma manera o podemos prestarle atención e intentar descifrar su sentido y su mensaje en lo que creemos que pueda valer para nuestras vidas.

Desierto y austeridad, ayunos y tentaciones, evangelio y buena noticia, conversión y camino de pascua que nos lleva a vida nueva. Palabras algunas que nos resultan duras y parece que nos hicieran daño frente a la vida de suavidad y comodidad en que queremos vivir alejados de problemas, de esfuerzos y de lucha; nos gustaría que todo fuera suave y fácil y no tener que hacer mayores esfuerzos porque necesitemos hacer cambios en la vida que vivimos. Lo de meternos en un desierto por cuanto signifique una vida dura que en su escasez nos obligue a una austeridad poco menos que impuesta y a muchas renuncias de comodidades a las que nos hemos acostumbrado es algo que nos pensamos mucho.

Cuánto nos ha costado adaptarnos a las circunstancias que llevamos viviendo en el último año y como nos revolvemos en el deseo de zafarnos de todos los protocolos y normas que nos han impuesto en la vida. La imposibilidad de movimientos a la manera en que estábamos acostumbrados, la imposición a tener que confinarnos y hasta tener unos horarios para determinadas cosas, las renuncias a las que nos hemos visto abocados impidiéndonos encuentros, celebraciones, fiestas y hasta acontecimientos deportivos se nos ha vuelto muy duro. Y no hemos tenido que irnos a lugares apartados y difíciles, sino que lo hemos tenido que realizar allí donde ha sido nuestra vida de cada día donde aún se nos han permitido muchas comodidades al estar con nuestras cosas y en nuestro propio hogar. Pero ha sido un desierto que hemos tenido que atravesar y del que aún no hemos salido.

Cuando estamos en el desierto, lejos de las comodidades de cada día y escasos de esos bienes que nos hacen la vida agradable, sin embargo ha podido servir para que aprendamos a buscar lo que es verdaderamente importante, arrancarnos de superficialidades y banalidades, para centrarnos en lo que quizás más necesitamos o para descubrir aspectos de la vida que por la rutina y la costumbre quizá habíamos banalizado o dejado en un segundo plano.

Habrá podido servirnos para encontrarnos más con la familia, con los hijos, con los hermanos, los padres, los esposos entre sí; para añorar a los verdaderos amigos, aquellos que son verdaderos acompañantes a nuestro lado en el camino que vamos haciendo.

O nos habrá podido servir para encontrarnos con nosotros mismos, con el sentido y el valor de nuestra vida, o para abrirnos a la trascendencia elevando nuestro espíritu, buscando los valores más espirituales, yendo también a encontrarnos con Dios y a escucharle en nuestro corazón.

A muchas personas este desierto que llevamos viviendo ya más de un año, con todos los problemas incluso de orden social y económico que nos han acompañado y seguirán acompañándonos, les ha servido para intentar centrarse más en sus vidas y habrá sido también una oportunidad para que se abran caminos nuevos ante ellos, ante nosotros. A eso y a mucho más nos pueden ayudar los momentos de crisis, los momentos de desierto, los momentos en que la vida se nos vuelve dura. Es encontrar un sentido, es darle profundidad a la vida, es también elevarnos por encima de esas carencias que sabemos que no son solo lo material para darnos cuenta de la necesidad de una espiritualidad que ennoblezca nuestra existencia.

Ahora siguiendo el ritmo de la liturgia de la Iglesia y de todo el sentido cristiano de nuestra existencia cuando nos acercamos a la Pascua entramos también en un tiempo de desierto. Nos lo recuerda hoy el evangelio y vemos el actuar de Jesús. Pasó Jesús por un desierto en el que, como nos dice el evangelista, también fue tentado por el diablo. Marcos no es tan expresivo ni tan expansivo como los otros evangelistas y su relato es breve, pero ahí nos deja constancia de ello. Es el tiempo en el que nosotros estamos entrando, como decíamos el pasado miércoles de ceniza, es un tiempo de regalo de Dios, de gracia para nosotros.

Y escuchamos la llamada a la conversión y a la fe. ‘Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio’. Ha llegado, pues, el momento; ha llegado el momento en que nos tomemos en serio el Reino de Dios. En todo ese mundo de desierto, como decíamos antes, en que nos hemos visto envueltos llega el momento de encontrar lo verdaderamente importante. ¿No llegará el momento también de que nos tomemos en serio esta Buena Nueva que nos propone Jesús?

Por el hecho de estar en desierto nos hemos visto obligados a cambiar muchas cosas, pero ¿no tendría que ser algo mucho más profundo lo que tendríamos que hacer? Pero no vamos dando palos de ciego a ver lo que sale de todo esto, nosotros tenemos una meta y un ideal, es la Buena Nueva que nos anuncia Jesús y en la que tenemos que creer, y esa Buena Nueva es el Reino de Dios que tenemos que vivir.

Son muchas las superficialidades que tenemos que dejar atrás para centrarnos en lo que verdaderamente es importante; hemos llenado nuestro corazón de muchos apegos y de muchas cosas de las que nos parece que no nos podemos desprender porque no sabríamos vivir sin ellas.

Es el paso adelante que tenemos que dar que lo estamos resumiendo en esas dos palabras conversión y fe, conversión y creer en la buena noticia que Jesús nos trae, conversión para poder vivir a tope el Reino de Dios, y que Dios sea en verdad el único Señor de nuestra vida. Es el camino que estamos emprendiendo, el camino de pascua que nos llevará a una vida nueva que cantaremos con la resurrección.

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