sábado, 20 de febrero de 2021

Nos sentimos desarmados cuando contemplamos el amor de Jesús hacia los pecadores y nos bajamos pronto de nuestras posturas discriminatorias hacia los demás

 


Nos sentimos desarmados cuando contemplamos el amor de Jesús hacia los pecadores y nos bajamos pronto de nuestras posturas discriminatorias hacia los demás

Isaías 58, 9-14; Sal 85; Lucas 5, 27-32

Hay una frase que solemos utilizar y que incluso empleamos como recurso educativo que sin embargo escuchando el evangelio de hoy me hace hacer un replanteamiento. Es aquello que decimos ‘dime con quién andas y te diré quien eres’. Según con la gente con la que te juntes, y lo decimos muchas veces a la gente joven que está a nuestro cuidado, vas a aparecer con tal o cual categoría; sobre todo la empleamos en un sentido negativo y peyorativo, pero pensemos si acaso no tiene mucho de discriminatorio en referencia a nuestra manera de ver a las personas, y en consecuencia no queremos que nuestros  hijos, por ejemplo, se mezclen con toda clase de personas.

Pero de alguna manera ¿no era así como estaban viendo los fariseos y los letrados a Jesús porque se juntaba con los pecadores, porque se sentaba a la mesa con los publicanos? Es lo que les están diciendo los fariseos y los escribas a los discípulos en aquella ocasión. ‘¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?’ Y ya vemos la respuesta de Jesús.

Había sucedido en esta ocasión – porque las ocasiones se repiten en el evangelio y Jesús también come con fariseos y gente que se considera como muy principal en sus arrogancias – después que invitara a Leví a seguirle. Leví, o Mateo según sea el evangelista que nos transmita este relato, era un publicano; bueno, Leví era un recaudador de impuestos, pero que por eso mismo los fariseos y los que se creían puros así los trataban, como publicanos, unos pecadores.

Para un judío un recaudador de impuestos era un colaboracionista con el poder extranjero que era el que dominaba entonces en Israel, los romanos; ellos eran los que controlaban la hacienda y ponían los impuestos; los judíos por sí mismos tenían sus impuestos que iban a engrosar las arcas del templo de Jerusalén, pero que en principio era como la Hacienda del pueblo de Israel; pero ahora eran los dominadores extranjeros los que se llevaban esta parte, y los recaudadores era unos colaboracionistas.


Por otra parte tenían fama de usureros porque por un lado inflaban los impuestos a su capricho y beneficio, pero al mismo tiempo como hombres de dinero y de negocios eran unos prestamistas para aquellos que se veían en necesidad; un camino también para el lucro y las ganancias desmedidas por la gravedad de los intereses que imponían. Ejemplo tenemos en otro publicano que también tuvo su encuentro con Jesús, Zaqueo, del estilo de vida llena de injusticia en que vivían. De ahí su fama y la mala consideración que tenían ante el pueblo, eran unos publicanos, es decir, unos pecadores.

Y Jesús había escogido a Leví para seguirle, que prontamente dejó su mesa de cobrador de impuestos para irse con Jesús. Algo que le llenó de alegría y quiso celebrarlo con un banquete para Jesús y los discípulos que ya lo acompañaban, pero al que también invitó a sus amigos y compañeros de profesión; era algo así como una despedida. Y ahora vienen los fariseos criticando porque Jesús está en medio de ellos. ¿Dime con quién andas y te diré quien eres? Se lo estaban aplicando a Jesús.

Pero a Jesús no le importa, porque El es el médico que viene a curar no a los que se creen sanos sino a los enfermos. Y allí en medio de esos enfermos, en medio de los pecadores está Jesús  para sanar, para transformar los corazones. No soporta Jesús la discriminación; en su reino no caben esos estilos, algo nuevo tiene que surgir y algo a lo que están todos llamados, sean santos o sean pecadores, pero lo que Jesús nos trae es la gracia, lo que nos trae es el regalo del perdón, el regalo del amor de Dios.

Ya decíamos al empezar la cuaresma que es el tiempo del regalo, es el tiempo de la gracia que Jesús nos regala que es descubrirnos cuánto es el amor que Dios nos tiene. No importa lo pecadores que seamos, si somos capaces de reconocerlo, pero de reconocer sobre todo lo que es el amor que Dios nos tiene. Claro que eso nos tiene que poner en otra onda, en otra órbita, que es la manera con que nosotros miremos a los demás. Porque aquello de decir que según con quien andes así eres tú, entraña mucha discriminación hacia los que nosotros también como aquellos fariseos tratamos de mirar por encima del hombro.

Analicemos con sinceridad nuestra manera de mirar a los demás y en consecuencias nuestras discriminaciones. Sintámonos desarmados cuando contemplamos lo que es el amor de Jesús por todos. Pongámonos de parte de Jesús y aprenderemos entonces a ir como El siempre como médico para los demás, porque lo que queremos es sanar, porque lo que queremos es rescatar a los que se ven envueltos por el pecado, porque lo que queremos es llevar vida y hacer que vivamos con un nuevo estilo de vida, con el estilo del amor.

 

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