lunes, 15 de noviembre de 2021

Ojalá lo tuviéramos tan claro como el ciego del camino de Jericó cuando Jesús nos está planteando también a nosotros ¿qué quieres que haga por ti?

 


Ojalá lo tuviéramos tan claro como el ciego del camino de Jericó cuando Jesús nos está planteando también a nosotros ¿qué quieres que haga por ti?

1Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64; Sal 118; Lucas 18,35-43

Supongamos que ahora mismo se presenta alguien a la puerta de tu casa y te dice que le pidas lo que tú quieras que te lo dará. La sorpresa nos embotará o nos hará reaccionar, miraremos quizá con detalle a esa persona que llega delante de nosotros y trataremos de analizar la veracidad de sus palabras; ¿qué es lo que vemos en esa persona que nos la haga creíble en sus palabras? ¿Podrá en verdad hacer lo que dice y nos concederá así gratuitamente lo que le pidamos, sea lo que sea? ¿Le volveremos la espalda porque no nos queremos dejar engañar o probaremos a ver si es cierto, porque total de perdidos al río? ¿Creeremos o no creeremos?

Cuidado, que algo así nos puede pasar. Hemos hecho un supuesto, pero si miramos con atención la vida y cuanto nos rodea muchas veces andaremos en ese mar de dudas, de si creer o no creer, sin saber si encontramos verdaderos fundamentos. Así podemos andar en nuestros caminos de fe. ¿No decimos un poco filosóficamente en alguna cosa habrá que creer? ¿Y si de verdad hay algo más allá, por qué no probamos? Porque también decimos aquello de que nadie ha venido a decirnos cómo es ese más allá, aunque tendríamos que pensarnos esta aseveración. Pero parece que nuestras certezas y seguridades hacen agua.

Hoy el evangelio nos presenta un cuadro bien hermoso. Las afueras de Jericó con los caminos que bajan del valle del Jordán y los que suben a Jerusalén. Es un lugar de paso bastante importante, porque muchos son los peregrinos que suben a Jerusalén y muchas pueden ser también las caravanas de mercancías que desde el valle del Jordán o desde la más lejana Galilea por allí pasan con sus suministros para llegar a la ciudad santa. Un lugar propicio para situarse un pobre mendicante o un ciego para ver si alcanza alguna limosna.

Y allí estaba aquel ciego que oye tumulto de gente y que cuando logra adivinar quienes son esos peregrinos se pone a gritar ‘¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!’ Lo quieren hacer callar porque sus gritos molestan o molesta quizás la manifiesta necesidad de aquel hombre por el que sentirán compasión y pena, pero que se quite de en medio porque ellos van haciendo su camino. Pero quien va en medio de aquel grupo es Jesús y sus discípulos y de aquellos que quieren escuchar sus palabras. Será entonces Jesús el que lo manda llamar.

Y es aquí cuando surge la pregunta de Jesús cuando ya lo tiene cerca. ‘¿Qué quieres que haga por ti?’ La respuesta del ciego no se hace esperar. ‘Señor, que recobre la vista’. ¿Qué otra cosa iba a pedir? Si allí estaba al borde del camino pidiendo limosna era a causa de su ceguera. Ante él estaba quien podía dárselo todo y no se iba a quedar en pedir migajas. Pedir ahora una limosna y seguir con su ceguera era pan para hoy y hambre para mañana. ‘Señor, que recobre la vista’, fue su petición. Si antes había gritado con tal entusiasmo llamando a Jesús hijo de David para que tuviera compasión de su miseria, la fe que le había hecho reconocer a Jesús se mantenía firme y allí estaba su petición. Mejor, allí estaba su curación. ‘Recobra la vista, tu te ha salvado’. No solo llegaba a él la recuperación de la vista sino que llegaba la salvación.

Pero no nos quedemos ahí. Pongámonos en aquel camino, pongámonos en su lugar. Y es Jesús el que ahora se está dirigiendo a ti, a mí, a nosotros y también nos está planteando la misma pregunta. ‘¿Qué quieres que haga por ti?’  Sí, es una pregunta que nos interpela profundamente. Quizás no nos la esperamos. Quizás a nosotros también nos sorprende. ¿Qué responderíamos? ¿Cuál sería nuestra petición? Quizás como en una ráfaga interminable puedan pasar muchas cosas por nuestra cabeza.

Pensamos en nuestras necesidades y carencias quienes estamos siempre quejándonos; pensamos en nuestros dolores, en nuestras enfermedades, en esos sufrimientos por los problemas que nos agobian; pensamos quizás en el mundo que nos rodea y los problemas que ahora afectan a nuestra sociedad; pensamos y pensamos en tantas cosas que van desfilando por nuestra mente que ahora no sabemos en qué nos vamos a quedar. Si son tantas las cosas que yo le he pedido al Señor a lo largo de mi vida, podemos pensar. O puede surgir entonces la duda en nuestro interior, ¿será verdad que nos va a dar lo que le vamos a pedir? Ya sabemos cómo tantas veces incluso cuando vamos con nuestras listas de peticiones al Señor vamos con la duda metida por dentro que no nos hace tenerlas todas con nosotros y nos faltan seguridades y confianzas.

En esta reflexión ante este evangelio lo voy a dejar aquí, porque la respuesta tenemos que darla cada uno personalmente. No olvidemos que el Señor nos está diciendo ‘¿Qué quieres que haga por ti?’ ¿Tendremos la fe de aquel ciego del camino de Jericó?

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