martes, 16 de noviembre de 2021

De manera admirable la postura de Zaqueo nos desmonta las disculpas y disimulos que nos ponemos cuando Jesús nos dice que quiere hospedarse en nuestra casa

 


De manera admirable la postura de Zaqueo nos desmonta las disculpas y disimulos que nos ponemos cuando Jesús nos dice que quiere hospedarse en nuestra casa

2Macabeos 6,18-31; Sal 3; Lucas 19, 1-10

Hoy me llegó un mensaje que en principio me pareció un tanto extraño. Me decían así textualmente: ‘Por favor, señor, ¿no podemos quedarnos en su país?’ Realmente en principio no entendí qué querían decirme y les preguntaba a dónde es que querían ir. Pero la pregunta me quedó dándome vueltas por dentro.

Cuando he escuchado el evangelio que hoy se nos propone, me volvió a rondar esa pregunta por mi cabeza. Ya conocemos el hecho, Jesús que atraviesa Jericó, la gente que se agolpa por todos lados para ver al Maestro de Galilea, pero alguien que tiene especial interés o curiosidad por conocer a Jesús. No puede o no se atreve a entremezclarse con la gente, por una parte porque siendo de baja estatura siempre quedaría envuelto por los de mayor estatura y no podría ver nada, pero además, despreciado como era por las gentes por ser recaudador de impuestos, nadie le cedería el paso y temía verse despreciado. Por eso opta por irse más adelante y ver el paso de Jesús desde lo alto de una higuera medio envuelto y oculto entre sus ramajes.

Pero es el momento en que sucede lo que no estaba previsto. Jesús se detiene junto a la higuera, precisamente donde se había ocultado el recaudador de impuestos. Quizás hubiera pasado desapercibido para la mayoría de la gente, que no se imaginarían que allí se ocultaba alguien. Pero Jesús se dirige a él y le dice: ‘Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa’.

Si la reacción del sorprendido Zaqueo fue la de bajar corriendo para abrir las puertas de su casa a tal huésped, pronto correrían las voces y enjuiciamientos de quienes no ven con buenos ojos que Jesús haya ido a hospedarse a la casa de un publicano, a la casa de un pecador. Así se lo harán saber los escribas y fariseos a los discípulos. ‘Ha entrado a hospedarse en la casa de un pecador’. Siempre con nuestras discriminaciones; sí, y digo nuestras discriminaciones, porque comentarios semejantes seguramente habremos hecho más de una vez. Por aquello de ‘dime con quien andas y te diré quien eres’. Ya Jesús tendrá una respuesta para esas murmuraciones que también tendríamos que escuchar nosotros.

Pero entre tanto en aquella casa y en aquel hombre que recibe a Jesús y lo sienta a su mesa han sucedido muchas cosas. La palabra de Jesús que se ha dirigido a Zaqueo auto invitándose a su casa ha calado hondo en el alma de aquel hombre. La mirada de Jesús dirigiéndose directamente a él cuando está subido a la higuera, y quizás, - ¿por qué no pensarlo? – la mano tendida de Jesús para ayudarle a bajar han hecho mella en su corazón. De ahí su determinación de devolver cuanto ha robado hasta cuatro veces más, y su resolución de compartirlo todo con los pobres. Por eso dirá Jesús que la salvación ha llegado a aquella casa y que El ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

‘Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa’. Le dice Jesús a Zaqueo, ¿no nos lo estará diciendo también a cada uno de nosotros? Jesús quiere entrar en casa de Zaqueo, Jesús quiere entrar en tu casa. ¿Querremos nosotros que Jesús venga a nuestra casa, se hospede en nuestra casa? Jesús sí quiere venir a tu casa, pero tenemos que bajar de nuestra higuera donde nos hemos situado para abrir la puerta. Porque quizá muchas veces nos quedamos enfrascados en nuestra higuera viendo el paso de largo de tantos en el camino de la vida y no nos damos cuenta que quizá se han detenido junto a nosotros con una mirada que implora algo y no somos capaces de darnos cuenta.

Cuántas dificultades ponemos para abrir la puerta, cuantos disimulos o cuantas disculpas. No tenemos tiempo, no podemos entretenernos ahora en esas cosas con todo lo que tengo que hacer, no voy a abrir la puerta a quienes no conozco porque no se sabe, no tenemos la casa presentable queremos disculparnos, cómo voy yo ahora a perder tiempo para sentarme junto al que llega, no nos atrevemos a mirar de frente a los ojos… y Jesús sigue diciéndonos que quiere venir a hospedarse a nuestra casa.

Cuánto nos está enseñando Zaqueo, aquel a quien llamaban el publicano y el pecador. No tardó tiempo en bajarse de la higuera y abrir sus puertas, no se lo pensó dos veces en si convenía o no recibirle en su casa a pesar de la marea de rumores que se iban a despertar, no importaba que la casa estuviera desarreglada porque precisamente Jesús iba a venir para arreglarnos la casa y ponernos las cosas en orden, no tuvo reparo en admitir a todos aquellos que acompañaban a Jesús a su mesa que para todos quedó servida… de qué manera más admirable nos está desmontando nuestras disculpas y nuestros disimulos.

Jesús nos está diciendo, sí, ‘hoy quiero hospedarme en tu casa’. ¿Llegará hoy la salvación a nuestra casa, a nuestra vida? Aquella pregunta que hoy me hacían también tiene un sentido.

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