jueves, 4 de noviembre de 2021

Aprendamos de Jesús que no le importaba que publicanos y mujeres pecadoras le siguieran porque a todos aceptaba y de la misma manera a todos se acercaba

 


Aprendamos de Jesús que no le importaba que publicanos y mujeres pecadoras le siguieran porque a todos aceptaba y de la misma manera a todos se acercaba

Romanos 14, 7- 12; Sal 26;  Lucas 15, 1-10

Mira con quién andas, quizás nos recomendaron cuando éramos muchachos en el buen deseo de que no nos rodeáramos de malas compañías, y quizás pueda ser la recomendación que nosotros hagamos también. Pero el sentido de esta frase puede tener también otras connotaciones, cuando nos señalan o nosotros señalamos a alguien por la gente de la que nos rodeamos o de la que se rodea a quien nosotros ya ponemos en entredicho. Puede tener una carga de discriminación y de desprecio, porque no queremos que nos vean con toda clase de gente, o juzgamos a alguien simplemente muchas veces por las apariencias. Y no es menos cuando prejuzgamos y condenamos a las personas.

Le pasaba a Jesús a quienes muchos andaban prejuzgando porque se rodeaba de toda clase de personas. Siempre habrá algún puritano en la vida que estará queriendo mirar con lupa la vida de los demás y nos estará mirando también según la clase de personas a las que frecuentemos. Y muchas veces también en la vida queremos ir haciendo alardes de personas rectas y respetables y puede ser que no queramos que nos vean con toda clase de personas. Pero eso no es el estilo de Jesús ni puede ser el estilo de quienes nos decimos seguidores de Jesús.

A Jesús se acercaban todos. En Jesús no había ningún tipo de discriminación; no le importaba que entre sus seguidores hubiera publicanos y mujeres pecadoras, y a todos aceptaba y dejaba que se acercaran a El, como de la misma manera El se acercaba a todos. Es a lo que nos hace referencia el evangelio de hoy. ‘Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Ese acoge a los pecadores y come con ellos…

Son posturas, gestos, actitudes que veremos repetidamente en el evangelio. Va a hospedarse a casa de Zaqueo el publicano; deja que una mujer pecadora se acerque a sus pies para lavárselos con sus lágrimas y ungirlos con caro perfume; asistirá al banquete que hace Leví cuando Jesús lo llama a seguirle y no le importa que en la mesa se sienten también los publicanos recaudadores de impuestos amigos de Leví; defenderá a la mujer adultera que están condenando a ser apedreada; ahora vemos que son muchos los pecadores, los publicanos, que se acercan a Jesús y motiva el comentario, como en otras ocasiones, de los fariseos contra Jesús. ‘Ese acoge a los pecadores y come con ellos’.

Ya en otro momento había dicho que el médico no es para los sanos sino para los que están enfermos y el Hijo del Hombre, nos viene a decir hoy con sus parábolas, ha venido a buscar la oveja perdida, a rebuscar en la casa hasta encontrar la moneda extraviada. ¿Y no vale más una persona que buscamos para llevar a buen camino que una oveja o una moneda por muy preciosa que sea? Es la alegría del pastor, es el gozo de la mujer que comparten con todos lo que han sentido cuando se han encontrado con lo perdido; es el gozo del cielo por un solo pecador que se convierta.

Es la misión y la tarea de la Iglesia. El anuncio de la buena nueva de Jesús no tiene otro objetivo que hacer comprender al pecador que Dios le ama y que merece la pena la vuelta atrás del camino que estamos haciendo para volver a encontrarnos con el Padre que nos ama y que nos espera con los brazos abiertos. Es lo que cada uno de nosotros tendría que sentir en su interior y es la búsqueda que siempre tendremos que estar haciendo para que todos vayan de nuevo al encuentro con Jesús. ¿En verdad será algo que nos preocupa? Una pregunta que tenemos que tomarnos muy en serio.

Pero han de ser también las actitudes nuevas que nosotros hemos de saber tener para que nunca discriminemos, para que nunca rehuyamos la presencia de nadie a nuestro lado, para que seamos nosotros los que vayamos al encuentro de esos que otros consideran unos perdidos y de los que todos se alejan, para que nunca miremos por encima del hombro a ninguna persona ni la prejuzguemos por su apariencia ni la marquemos con el sambenito que nunca quitamos de sobre su cabeza por lo que haya hecho.

Cuidado que esas malas actitudes de prejuicios, de discriminaciones y de condenas muchas veces se nos pueden meter incluso en cualquier esquina de la Iglesia. ¿Has pensado como se puede sentir esa persona a la que desprecian o a la que no permiten ciertas actividades en la Iglesia por algo que en algún mal momento de su vida haya podido hacer? muchas personas con esas heridas caminan por el mundo y por la Iglesia.

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