domingo, 3 de octubre de 2021

Un amor que nos hace crecer y encontrar la plenitud del propio ser, que nos hace entrar en comunión, que no se busca a sí mismo y se hace fidelidad

 


Un amor que nos hace crecer y encontrar la plenitud del propio ser, que nos hace entrar en comunión, que no se busca a sí mismo y se hace fidelidad

Génesis 2, 18-24; Sal. 127; Hebreos 2, 9-11; Marcos 10, 2-16

‘No es bueno que el hombre esté solo, se dice Dios a si mismo en ese texto muy alegórico del Génesis cuando nos habla de la creación, voy a hacerle a alguien como él que le ayude…’

Sí, es como una alegoría que significativamente quiere decirnos muchas cosas. Dios ha creado al hombre y allí está como el rey de la creación, con todo lo que Dios ha creado a su servicio. Pero el hombre está solo. Y cuando empleamos aquí la palabra hombre es una referencia a la persona, no vayan a salirnos los clásicos modernos de turno, para hablarnos de diferencias y desigualdades entre lo masculino y lo femenino. Está solo, nada de todo eso que tiene bajo su dominio será como él, podrá satisfacerle totalmente, le puede conducir por los verdaderos caminos de plenitud de su ser. Esa expresión de ayuda, también tenemos que entenderla en su pleno significado como aquello que le va a hacer encontrar la plenitud de su propio ser.

Y es que la persona está hecha para amar, para dándose a sí misma encontrar en el ser amado esa plenitud de sí mismo; pero solo lo podrá encontrar en quien es igual a él; no le valen las cosas ni todos los otros seres que Dios ha creado, porque ese darse en amor es comunicarse y es entrar en comunión, que sólo en el amor de la otra persona podrá encontrar.

Esto ya tendría que hacernos pensar en la valoración que de nosotros mismos nos hacemos, como la valoración que hacemos del encuentro con el otro; es al mismo tiempo darnos cuenta de la valoración que en su justa medida hacemos de las cosas que están a nuestro alcance, que nunca podrá ser superior a la valoración que hacemos de la persona. Y esa es una piedra de tropezar que tenemos en la vida; cuántas veces valoramos más las cosas que las personas; cuántas veces cuando nos falta ese verdadero amor más que valorar a la persona utilizamos a la persona, utilizamos al otro para unas satisfacciones que realmente no nos llenarán del verdadero sentido de nuestra vida.

Cuando en la vida vamos en ese plan del utilitarismo no pensamos en el otro sino pensamos solo en nosotros mismos; lo otro, incluso el otro me valdrá en cuanto pueda utilizarlo en mi beneficio, en cuanto me sirva para mis satisfacciones personales; cuando no me es útil, lo descarto, lo elimino, no me importa que se rompa o se destruya porque ya no me vale para mí. Y desgraciadamente eso no solo lo hacemos con las cosas sino que tenemos la tentación de hacerlo también con las personas. Y ahí no hay amor, sino interés.

Por eso tenemos que cuidar mucho nuestras relaciones humanas, en el nivel que sea con las otras personas. No podemos partir de ese utilitarismo, no las podemos utilizar como cosas, no podemos decir que buscamos un amor en que simplemente me satisfaga a mí, porque eso no es amor, eso es egoísmo, eso es convertirme yo en el centro y todo lo demás, todos los demás están para esa satisfacción mía. No estamos construyendo una relacion en la que lleguemos ese mutuo encuentro y a esa mutua comunicación profunda que es señal de ese verdadero amor. Por eso terminan destruyéndose tantas parejas que nos parecía que se amaban tanto, pero donde cayeron es esa tentación de cada uno buscarse a sí mismo en lo que llamaban amor.

Hoy en el evangelio vemos que le plantean a Jesús las mismas cosas que se siguen planteando los hombres y mujeres de todos los tiempos. En aquella sociedad judía guiada por la ley mosaica también eso que hoy decimos ‘es que se ha acabado el amor’ era algo que se planteaban también con todas las dificultades que llevaban aparejadas. Cuántas angustias en el corazón acompañan esas situaciones y no podemos entrar en juicios ni condenaciones.

Jesús les recuerda que por la cerrazón de su mente, ‘por la dureza de su corazón’, les dice, Moisés les permitió repudiar a la mujer. Jesús no quiere entrar en casuísticas sino que quiere llevarles a lo que Dios realmente ha querido para el hombre y la mujer desde la creación; y es que Dios nos ha creado para el amor, y ese amor verdadero es el que tenemos que entender. Y si nos fijamos bien y nos hacemos una buena reflexión en la respuesta de Jesús en el fondo también hay una defensa de la mujer.

Cuando Jesús nos está hablando de la fidelidad en el amor no está queriendo imponernos un yugo insoportable, porque es que el amor no puede ser yugo que nos ate y nos anule, sino siempre tiene que ser algo que nos haga crecer a cada uno en su propia persona, pero también en esa mutua comunión hay estímulo y motivo para ese mutuo crecimiento; quiere que aprendamos a liberarnos de esos egoísmos que nos encierran en nosotros mismos y que muchas veces podemos seguir encontrando en aquellos que dicen que se aman y quieren vivir el amor.

Y es cuando no pensamos en esa donación de nosotros mismos para lograr esa comunión de amor y fidelidad sino en buscar lo que en el otro podemos encontrar que me pueda satisfacer estamos haciendo utilización de la persona y manipulación, lo que no será nunca amor verdadero.

Por otra parte tenemos que pensar también que dada la debilidad de nuestra carne donde siempre pueden aparecer los peligros y tentaciones, ese amor y esa fidelidad conyugal es un don de Dios además de una tarea diaria en la que cada día tenemos que empeñarnos. Cada día vivido juntos, cada alegría y cada sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja, dan consistencia real al amor. Es una gracia del Señor que también hemos de saber pedir.


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