miércoles, 18 de agosto de 2021

Siempre hay una hora donde podemos de nuevo comenzar a sembrar porque grande y amplio es el campo que tenemos ante nosotros

 


Siempre hay una hora donde podemos de nuevo comenzar a sembrar porque grande y amplio es el campo que tenemos ante nosotros

Jueces 9,6-15; Sal 20; Mateo 20, 1-16a

¿A dónde voy yo a estas alturas?, pensamos algunas veces.  Bien porque nos parece que se nos ha pasado la hora, y ya llegamos tarde, bien porque pensamos qué es lo que podemos nosotros aportar si ya hay tanta gente que está haciendo cosas. Lo pensamos en referencia a nuestras actividades de la vida social, nuestra relación con los demás, o los compromisos que podríamos adquirir. Lo pensamos porque quizás ya nos creemos mayores y que nuestra hora se ha pasado, y que quizás ya nuestra vida se ha de reducir a ir viviendo sin más pero sin complicarnos demasiado las cosas. Lo pensamos en todo lo que significa el progreso de nuestra propia vida, en los deseos de superación que tendríamos que tener, en las cosas que podríamos mejorar en nosotros mismos o incluso en el desarrollo de valores que podemos tener ocultos ahí en nosotros y nos da pereza hacerlos salir a flote.

Muchas son las cosas que podríamos pensar en este sentido. Mucha puede ser la pasividad con la que vivamos, o quizá las cansancios que han ido apareciendo en la vida desde frustraciones de cosas no logradas, de fracasos en algunos momentos y ya pensamos que a dónde vamos a ir.

Hoy Jesús con su parábola en el evangelio nos da respuesta. Nunca podremos decir que es demasiado tarde, nunca podremos pensar que se nos pasó la hora; nunca nos podemos resignar a decir aquí no hay nada que hacer o yo no puedo aportar nada; nunca cabe la pasividad en la vida de quedarnos simplemente sentados en la plaza sin salir al encuentro de algo nuevo que siempre se nos puede ofrecer; nunca podemos pensar que ya es tarde para comenzar a esta hora; nunca nos podemos dejar envolver por actitudes pasivas ni por el conservadurismo que ya todo está hecho porque otros lo han hecho muy bien y yo nada puedo aportar. Siempre hay un momento para comenzar.

Es el hombre que salió a buscar jornaleros para su vida desde muy de mañana, pero que luego siguió saliendo en distintas horas del día e incluso cuando parecía que ya todo se iba a acabar, y siempre encontró a alguien nuevo que enviar a su viña. Para todos tenía su denario.

Pensamos en la vocación y la llamada que nos hace el Señor que puede ser a cualquier hora del día de nuestra vida, pero tenemos que pensar también en ese campo abierto que tenemos ante nosotros y en el que tenemos tanta semilla que sembrar. Un testimonio, una palabra, un gesto, una mano tendida hacia el otro lo podemos hacer o lo podemos dar en cualquier hora de nuestra vida.

Siempre hay en ti una buena semilla que sembrar, siempre hay la posibilidad de un campo abierto ante tu vida donde puedes realizar tu labor. No podemos andar con cobardías ni mezquindades, no nos podemos quedar en conservadurismos ni pasividades, no podemos ir enterrando talentos sin hacerlo fructificar, no podemos seguir parapetándonos tras nuestras comodidades que muchas veces son cobardías.

Lo hacemos por la gloria de Dios. Eso es lo importante. No nos podemos quedar en nuestros cálculos humanos para sacar nuestros rendimientos. No podemos andar con medidas ni contabilidades de lo que hemos hecho o dejado de hacer. Nuestro premio es el Señor. En sus manos nos ponemos con toda confianza porque ya es un gozo grande poder trabajar en la viña del Señor. Y el Señor sigue confiando en nosotros.

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