martes, 24 de agosto de 2021

En lo secreto del corazón también nos habla Dios para transformar esa vieja madera que somos en edificación de un hombre nuevo y un mundo mejor

 


En lo secreto del corazón también nos habla Dios para transformar esa vieja madera que somos en edificación de un hombre nuevo y un mundo mejor

Apocalipsis 21, 9b-14; Sal 144; Juan 1, 45-51

¿De dónde dices que es? También nos hacemos nuestras diferencias según de donde sea nuestra procedencia. Serán las rivalidades propias de pueblos vecinos en que siempre unos quieren quedar por encima de los otros o considerarse mejor que el pueblo de al lado, o como fueron entre nuestras islas las discriminaciones que nos hacíamos según se fuera de una isla u otra sobre todo cuando de las islas menores no les quedaba más remedio que marcharse buscando trabajo en otros lugares en momentos bien oscuros de nuestra historia.

Pero hoy seguimos también con nuestros ‘peros’ en la movilidad que tenemos entre mundos y culturas distintas a causa de la pobreza y la inmigración. Todavía hay gente que sigue mirando mal a los que vienen de otros lugares, ya sea por sus costumbres, por el color de su piel o por la desconfianza innata que llevamos dentro de nosotros. ¿Seguirá existiendo un cierto racismo y discriminación entre nosotros? Es nuestra madera que no siempre es la más perfecta aunque ya tendríamos que tener muchas razones para superar muchas cosas.

Bueno, y esa era la madera también de los que seguían a Jesús y de aquellos a los que Jesús llamaba para estar con El y un día convertirlos incluso en apóstoles de su Iglesia. Eran también gente muy humana, con sus limitaciones y defectos, con viejas costumbres arraigadas en sus corazones y también, por qué no, con sus ambiciones. Lo vemos muy palpable en muchos momentos del evangelio. Lo estamos viendo hoy en el episodio del evangelio que se nos ofrece en esta fiesta del Apóstol san Bartolomé.

Entusiasmado Felipe por haberse encontrado con Jesús pronto quiere compartir sus experiencias con sus amigos y vecinos. Se encuentra con Natanael, el de Caná de Galilea, y le habla de Jesús, de Nazaret, expresándole todo lo que siente desde su encuentro con El. Y es la reacción, pueblerina si queremos llamarla así, de Natanael hacia los que son de un pueblo vecino. ‘¿De Nazaret puede salir algo bueno?’ No expresaba sino lo que sentían unos y otros del pueblo de al lado, aunque entre ellos hubiera parientes y hasta amigos. A Caná fue Jesús con María invitado a una boda a pesar de ser de Nazaret.


A Felipe no le queda otra cosa que decirle sino ‘Ven y verás’. Y se lo presentó a Jesús. Y aquí vienen las sorpresas, porque Jesús dirá de él que es un israelita de verdad y un hombre muy veraz y muy leal. Se sorprende Natanael, ‘¿de qué me conoces?’ Y le dirá Jesús ‘antes de que Felipe hablara contigo yo te vi. debajo de la higuera’. Fue suficiente, y ahí están los secretos del espíritu, para que Natanael hiciera una hermosa confesión de fe en Jesús. ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’.

Hemos hablado de los secretos del espíritu, de los secretos del corazón. Nadie sabe lo que pasa dentro de la persona. Solo Dios es el que nos conoce por dentro, pero también el que es capaz por la fuerza del Espíritu de transformar nuestros corazones haciéndonos encontrar la luz. Somos de la madera que somos, tal como hemos venido diciendo, nuestra madera está llena de imperfecciones, de muchos nudos o incluso de muchas grietas, por donde hay el peligro de dejar penetrar lo que nos infecta del mal y la podredumbre de nuestro corazón.

Pero es también ahí en lo secreto de nuestro corazón donde nos pueden suceder muchas cosas y donde podemos sentir la voz y la llamada del Señor. Es cierto que muchas veces vamos por la vida llenos de malicias y desconfianzas, tenemos también el peligro y la tentación de querer hacer nuestras diferencias y distinciones en aquellas personas con las que nos encontramos y no siempre sabemos aceptarnos lealmente los unos a los otros. Pero aunque vamos dejándonos arrastrar por esas maldades, sin embargo la voz de nuestra conciencia muchas veces nos habla, nos grita, quiere hacernos despertar.

Momentos de silencio y reflexión, cosas que nos suceden o que contemplamos en nuestro entorno, testimonios de personas que nos dan luz por su compromiso o por su bien hacer, son llamadas que sentimos y nos pueden hacer despertar. Es la acción del Espíritu de Dios en nosotros que quiere mover nuestro corazón. No nos hagamos reticentes, no podemos hacernos oídos sordos, no podemos acallar esa voz y esa llamada, tenemos que estar atentos a esos resplandores de luz que en algún momento nos pueden aparecer, tenemos que dejarnos conducir por lo bueno para llegar a tener esa mirada nueva. La vieja madera se puede transformar por la fuerza del Espíritu en la edificación de un hombre nuevo y de un mundo mejor.

Aquel que no quería saber nada de quien era del pueblo vecino de donde nada bueno podría salir, hizo una hermosa confesión de fe y se convirtió en uno de los que estaban siempre con Jesús, de los amigos de Jesús. ‘A vosotros os llamo amigos’, diría en una ocasión Jesús y a ellos les confió la misión de continuar su anuncio de la Buena Nueva a todos los pueblos sin distinción.

¿Nos querrá decir algo esta fiesta de san Bartolomé para esas reticencias que seguimos teniendo para aceptar a los que nos puedan llegar de otros lugares?

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