jueves, 10 de junio de 2021

Que sepamos escuchar y cantar con nuestra vida la sintonía del amor y de la fraternidad, haciendo que la ternura y la delicadeza nos hagan más humanos y más hermanos

 


Que sepamos escuchar y cantar con nuestra vida la sintonía del amor y de la fraternidad, haciendo que la ternura y la delicadeza nos hagan más humanos y más hermanos

2Corintios 3, 15-4, 1. 3-6; Sal 84; Mateo 5, 20-26

Si uno se pone a pensar un poquito y observa lo que vemos alrededor, pero en lo que caemos nosotros también con tanta facilidad, tenemos que reconocer la certeza de aquel aforismo antiguo, latino, que nos hablaba de que el hombre se ha convertido en un lobo para el hombre. Es la acritud con que vamos por la vida, reconozco que me pasa muchas veces, la facilidad con que levantamos la voz cuando queremos imponernos, pero son también las expresiones hirientes que empleamos frecuentemente en nuestro trato con los demás.

Hago mención a estos aspectos porque es algo que tenemos muy claramente delante de los ojos, pero reconozcamos también cuántos distanciamientos se producen entre familiares o entre vecinos, cuánto cuesta el entendimiento cuando nos encontramos con opiniones enfrentadas y en nuestro orgullo perdemos la serenidad para el diálogo, y cuántas violencias se provocan en el día a día de nuestras relaciones con los demás.

Desgraciadamente entre los que están ahí como espejos en que mirarnos, en los dirigentes de la sociedad, contemplamos demasiada acritud, con unos partidismos que encierran a cada uno en su castillo y no es poco lo que escuchamos en la manera de tratarse los adversarios con descalificaciones tantas veces insultantes. Por aquello de la libertad de expresión parece que todo está permitido y la verdad tenemos que reconocer que poco contribuye a una educación para la paz en las generaciones más jóvenes.

Muchas veces nos atrevemos a hacer manifestaciones que decimos a favor de la paz pero llenas de violencia y acritud en sus gritos o en las expresiones con las que se trata de descalificar a los que no piensan igual. ¿Ese es el mundo que queremos? ¿Esa es la sociedad que pretendemos construir?

Hoy Jesús en el evangelio nos da la pauta de cómo han de ser nuestras relaciones en ese mundo de fraternidad que pretendemos construir. Es el Reino de Dios que Jesús nos anuncia y en el que se nos piden unas actitudes nuevas y nuevos gestos de cercanía, fraternidad y amor. Decir Reino de Dios es reconocer que Dios es nuestro único Señor y cuando reconocemos que Dios es nuestro único Señor necesariamente hemos de entrar en un estilo de relaciones mutuas donde han de prevalecer esos valores del Reino de Dios.

Dios es el único Señor de nuestra vida, pero es un Dios de amor que se nos manifiesta y se nos presenta como Padre. Así nos lo enseñó a llamar Jesús. Siendo, pues, hijos de Dios entraña que todos hemos de sentirnos hermanos, de ahí entonces esos gestos de amor que hemos de tenernos los unos con los otros porque somos hermanos. Y es lo que nos está señalando hoy Jesús en el evangelio subrayando algunos aspectos.

Un mundo de armonía y de paz manifestado en gestos de cercanía y comprensión y en palabras llenas de ternura y de respeto para con los otros; nunca nuestras palabras pueden herir u ofender al hermano; un mundo en que sepamos aceptarnos y respetarnos tal como somos pero buscando siempre el encuentro que rompa las distancias o nos abaje de los pedestales del orgullo. Por eso nos dirá Jesús es tan importante la reconciliación y el perdón de manera que no tendría sentido que quisiéramos hacer ofrenda de amor a Dios mientras estamos distanciados del hermano.

Qué distinto sería nuestro mundo y que hermosas serían las relaciones que tendríamos los unos con los otros. Que la ternura y la delicadeza nos haga más humanos; que sepamos escuchar y cantar con nuestra vida la sintonía del amor y de la fraternidad.

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