miércoles, 30 de junio de 2021

Que nuestras rutinas y tibiezas no nos hagan perder la sensibilidad espiritual para poder saborear el vino nuevo del Evangelio de Jesús

 


Que nuestras rutinas y tibiezas no nos hagan perder la sensibilidad espiritual para poder saborear el vino nuevo del Evangelio de Jesús

Génesis 21,5.8-20; Sal 33; Mateo 8,28-34

¿Nos habremos adaptado tanto a nuestras viejas costumbres que llegaríamos a ser incapaces de ver lo bueno que se nos ofrece y en nuestro inmovilismo lo rechazamos?

Aunque hoy cualquiera puede presumir de avanzado y de progresista, de que siempre está abierto a lo nuevo, muchas veces sin embargo en nuestro interior sentimos una resistencia a lo que pueda significar cambio o abrirnos a algo distinto. Estamos tan bien como estamos, o nos sentimos tan bien con lo que tenemos que no apetecemos otra cosa y un posible cambio pareciera que nos exige un esfuerzo sobrehumano que no estamos dispuestos a afrontar.

Hay gente que en su novelería (afán obsesionado y hasta enfermizo por lo nuevo) quizás viven alegremente y con cierta superficialidad lo nuevo que se le va ofreciendo, mientras otros se muestran reticentes y desconfiados ante un posible cambio. De alguna manera ocultamos un cierto conservadurismo contentándonos con conservar lo que tenemos y no aspiramos a lo nuevo por miedo quizá a quedarnos sin nada. No quieren arriesgar, como suelen decir más vale pájaro en mano que ciento volando.

Todo esto va con el avance y progreso de la vida de la sociedad, pero esto se manifiesta también en el camino comprometido de nuestra vida cristiana donde simplemente nos contentamos con conservar, pero será quizá cómo al final nos quedemos sin nada. A los tiempos nuevos tenemos que responder con una apertura de espíritu, no pensando que todo lo que nos pueda venir de nuevo sea malo, sino que hemos de saber discernir cómo el Espíritu del Señor aletea (valga la expresión) entre nosotros y nos hace saborear lo nuevo que podamos descubrir.

En cierto modo era el rechazo que desde ciertos sectores de la sociedad judía había hacia Jesús. ¿Por qué lo rechazaban los dirigentes de Jerusalén, los sumos sacerdotes o los que de alguna manera tenían alguna influencia sobre el pueblo, como los grupos organizados como saduceos o fariseos? La novedad que les ofrecía Jesús que les tenía que conducir a una mayor autenticidad de la vida y que les haría despojarse de sus caretas de hipocresía con que querían aparentar algo que realmente no llevaban en su interior y que temían les pudiera hacer perder su influencia sobre el pueblo. Muchos intereses creados en su entorno de los que no querían despojarse.

Hoy en el evangelio vemos otro episodio, lejos precisamente de esos ambientes del entorno del templo de Jerusalén, en que también se manifiesta un rechazo de Jesús. Es cierto que en cierto modo son tierras paganas, tierras de gentiles, pero allá ellos tenían su vida y sus costumbres, llegando hasta a acostumbrarse a aquella presencia de aquellos endemoniados que incluso mucho daño les hacían. Jesús llega hasta ellos con su palabra salvadora que se manifiesta en la expulsión de aquellos espíritus inmundos que terminarán posesionándose de las piaras de cerdos que por allí pastaban y que caerán despeñados al agua del lago donde se ahogan.

Los hombres poseídos por aquellos espíritus inmundos quieren resistirse a la presencia de Jesús; los porquerizos huyen de lo sucedido marchando corriendo hacia el pueblo; pero finalmente serán los habitantes del lugar los que vendrán a ver lo sucedido pero manifestarán su rechazo a Jesús pidiéndole que se marche del lugar y se vaya a otra parte. ¿Preferían vivir bajo la influencia y amenazas de aquellos endemoniados y continuar con el cuidado de sus cerdos?  Es significativo que precisamente sea una piara de cerdos la que se despeñe en el lago, cuando los cerdos para los judíos eran los animales impuros cuya carne incluso no podían consumir. Se les ofrece la libertad y dignidad de una vida nueva – son significativos los gestos – pero ellos prefieren quedarse como estaban y rechazan la Buena Nueva de Jesús.

Esto también tendría que hacernos pensar a nosotros cuando en nuestra vida se plantea un camino de superación, un camino de ascensión arrancándonos de nuestros vicios o nuestras malas costumbres, de nuestras rutinas y de la tibieza espiritual con que vivimos, y ponemos quizá tantas pegas al cambio que tendríamos que realizar en nuestra vida.

¿De verdad queremos saborear el vino nuevo del evangelio que nos ofrece Jesús? ¿Con nuestras rutinas o con nuestra tibieza habremos quizá perdido esa sensibilidad para apreciar todo lo nuevo y todo lo bueno que nos ofrece el estilo del camino de Jesús?

 

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