viernes, 28 de mayo de 2021

Una oración llena de confianza nacida de un corazón humilde que se siente pecador y ha experimentado la misericordia del Señor mostrándose misericordioso con los demás

 


Una oración llena de confianza nacida de un corazón humilde que se siente pecador y ha experimentado la misericordia del Señor mostrándose misericordioso con los demás

Eclesiástico 44,1.9-13; Sal 149; Marcos 11, 11-25

Hay días que nos parecen una rutina, nos parece que todo es igual, que no sucede nada extraordinario sino que es el sucederse de las horas y los minutos en que nos parece que estamos haciendo lo mismo de siempre; días que se nos pueden volver cansinos y aburridos, pero a los que toda persona madura sabe sacar provecho porque en esas cosas ordinarias que parece que se repiten sin embargo saben realizarlas con tal intensidad que parece que les dan una novedad a cada instante y a cada día. Siempre podemos encontrar una luz, un mensaje, algo positivo de aquello que hacemos que nos enriquece y que nos hace saborear la vida que estamos viviendo.

Hoy nos encontramos con un relato del evangelio que nos puede parecer como una crónica sencilla de lo que era la vida de Jesús cuando subía a Jerusalén. Es cierto que está enmarcado por algunos acontecimientos, pero todo parece un ir y venir de Jerusalén a Betania y su vuelta, porque parece como si fuera su lugar de hospedaje en sus visitas a la ciudad santa; por algo en otro momento nos aparecerá la amistad grande que Jesús tiene con aquellos hermanos de Betania, Lázaro, Marta y María.

Algo tan sencillo como sentir el incomodo de no encontrar frutos en la higuera cuando Jesús a su paso sintió hambre y quiso tomar unos higos que no encontró, porque quizá no era el tiempo propicio, pero que sin embargo dará pie para un mensaje de Jesús sobre el valor de la oración y de cómo hemos de hacerla. En medio, es cierto, está la expulsión de los vendedores del templo que motivará aún más a aquellos que quieren quitarlo de en medio aunque no se atreven porque el pueblo escucha con gusto a Jesús.

Y es que en esos actos que nos parecen sencillos y normales, como la rutina de cada día en las andanzas de Jesús para nosotros siempre es Evangelio, siempre tienen una Buena Nueva de salvación que trasmitirnos. Y es aquí donde tenemos que saber abrir nuestro corazón para encontrar una palabra de vida, una luz de salvación para nuestra vida. En cada cosa, en cada detalle hemos de saber encontrar ese mensaje.

A Jesús le da pie para dejarnos un mensaje aquel momento que en cierto modo sirvió de desconcierto para los discípulos en que Jesús maldijera la higuera porque no le daba fruto y aquella higuera se secara. ¿Seremos acaso como aquella higuera que no damos fruto porque así de seca y de árida está nuestra vida? Ya podía ser un interrogante que se nos planteara y nos hiciera recapacitar de cómo tenemos que buscar la manera de que nuestra vida no fuera tan infructuosa  y tan estéril. ¿Dónde tenemos que enraizar nuestra vida para que podamos dar fruto? No nos quedemos en la vanidad del ramaje como tantas veces llenamos nuestra vida de apariencias, pero entre cuyos ramajes no se va a encontrar ningún fruto.

Ya Jesús en otro momento nos dirá que los sarmientos tienen que estar bien injertados en la vid para que puedan dar fruto. No podemos ser solo unas ramas llenas de hojas sino que en nosotros tiene que florecer algo más que al final nos de un buen fruto. Nos habla Jesús de la necesidad de la oración y de la oración llena de confianza en el Dios que nos ama que es a quien dirigimos nuestra oración y nuestras súplicas. Una oración llena de confianza pero una oración nacida de un corazón humilde que se siente también pecador pero un corazón que habiendo experimentado la misericordia del Señor así se muestra también misericordioso con los demás.

‘Tened fe en Dios, nos dice. Os aseguro que si uno dice a este monte: Quítate de ahí y tírate al mar, no con dudas, sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis. Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas’.

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