jueves, 27 de mayo de 2021

Hoy queremos contemplar al Sacerdote que hace la ofrenda de toda la creación, al Pontífice que ofrece el Sacrificio, al Sumo Sacerdote que en su sangre consuma la alianza nueva y eterna

 


Hoy queremos contemplar al Sacerdote que hace la ofrenda de toda la creación, al Pontífice que ofrece el Sacrificio, al Sumo Sacerdote que en su sangre consuma la alianza nueva y eterna

Jeremías 31, 31-34; Sal 109; Marcos 14, 12a. 22-25

En este jueves posterior a la fiesta de Pentecostés se nos invita a celebrar una fiesta muy especial, muy sacerdotal. Celebramos a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Le contemplamos como el Pontífice que ofrece en sí mismo el Sacrificio de la Alianza Nueva y Eterna cuando inmola su Cuerpo, derrama su Sangre por nosotros y por todos los hombres, pero que une también en sí mismo el cántico de toda la creación en alabanza al Creador.

La lectura del profeta nos anuncia un tiempo nuevo, una Alianza nueva en que Dios inscribirá su ley en nuestros corazones, una alianza que ya no será como la del Sinaí sino una Alianza nueva y eterna donde Dios será nuestro Dios de una vez para siempre y nosotros seremos el pueblo de esa nueva alianza sellada en la sangre de Cristo.

Por eso el evangelio nos recuerda el episodio de la última cena con la Institución de la Eucaristía, pero donde Cristo mismo se nos da, nos da su Cuerpo entregado por nosotros, nos da su sangre derramada como Sangre de esa Alianza nueva y eterna. Y es Jesús ese Pontífice eterno que no ofrece un sacrificio cualquiera sino el sacrificio de sí mismo que así se inmola por nosotros.

Hoy queremos recordarlo y celebrarlo. Hoy contemplamos una vez más ese Sacrificio en que Cristo por nosotros se inmoló. Pero hoy de manera especial queremos contemplar al Sacerdote que hace la ofrenda, al Pontífice que ofrece el Sacrificio, al Sumo Sacerdote que en su sangre consuma esa alianza nueva y eterna.

Y de ese Sacerdocio de Cristo participamos todos desde nuestro Bautismo porque con Cristo hemos sido hecho sacerdotes, profetas y reyes. Es lo que ordinariamente llamamos el sacerdocio común de los fieles, pero que es esa participación que del Sacerdocio de Cristo todos tenemos porque todos con Cristo también estamos llamados a hacer la ofrenda, a ofrecer el Sacrificio de alabanza de toda la creación, pero a ofrecer también la entrega de nuestra propia vida en el amor desde esa participación que tenemos del Sacerdocio de Cristo.

Es la ofrenda que hacemos cada día de nuestra vida, es el amor con que nos entregamos para en todo buscar siempre la gloria de Dios, es ese unirnos al cántico de toda la creación que se convierte en alabanza al Señor, es ese cántico continuo de acción de gracias que hemos de saber elevar al Señor cada día y a cada instante porque todo siempre reconocemos la mano y la presencia del Señor.

Cómo tendríamos que saber convertir cada cosa que realicemos en un cántico de alabanza y de acción de gracias; cómo también tenemos que saber ofrecer nuestra vida para que todo sea para la gloria del Señor, haciendo ofrenda también como un sacrificio agradable al Señor todo aquello que nos pueda llenar de sufrimiento pero que desde nuestros dolores, nuestras enfermedades, desde los sufrimientos de nuestro cuerpo o de nuestro espíritu, desde los problemas o dificultades que muchas veces pueden amargar nuestra vida nos unimos a los dolores de la pasión de Cristo para que así todo se convierta en gloria y alabanza al Señor.

Qué hermoso el ejercicio del Sacerdocio de Cristo que podemos ejercer y realizar desde nuestra vida de cada día. Pensemos además lo importante es que la Iglesia toda se sienta pueblo sacerdotal, en esa participación del sacerdocio de Cristo, para que sea la que dirija en verdad ese cántico de alabanza de toda la creación al Creador.

Y por supuesto cuando estamos hoy celebrando el sacerdocio de Cristo tenemos muy presente a todos aquellos que han hecho de su vida una especial consagración al Señor para vivir ese sacerdocio en su función ministerial desde el Sacramento del Orden Sacerdotal que han recibido. Es una participación más especial del Sacerdocio de Cristo que los convierte en pastores y guías de la comunidad cristiana con Cristo, Buen Pastor, pero que en función de su ministerio tienen también la misión de congregar al pueblo de Dios para que ejerzan ese sacerdocio en la ofrenda de la Iglesia y en la celebración de los Sacramentos que de manera especial nos van a hacer presente a Cristo por la acción del Espíritu.

Momento, pues, para unirnos a los sacerdotes, nuestros pastores, para vivir en comunión con ellos, para orar por ellos y para pedir al Señor que sean muchos los llamados porque la mies es abundante pero los obreros son pocos. Oremos por los sacerdotes y por las vocaciones a la vida sacerdotal.

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