sábado, 15 de mayo de 2021

Saber encontrar sosiego y paz interior en la oración para disfrutar de la presencia del Señor, dejarnos inundar por la presencia del Espíritu y gozarnos en el Señor

 


Saber encontrar sosiego y paz interior en la oración para disfrutar de la presencia del Señor, dejarnos inundar por la presencia del Espíritu y gozarnos en el Señor

Hechos de los apóstoles 18, 23-28; Sal 46; Juan 16, 23b-28

Qué a gusto y qué bien nos sentimos en la vida cuando hemos encontrado esa persona, ese amigo que es como un descanso para nuestro espíritu. Esa persona merecedora de toda nuestra confianza, con quien podemos contar en todo momento, que nos escucha, nos ayuda, nos da un consejo, incluso nos recrimina cuando ve algo en nosotros que podemos mejorar. Pidamos lo que le pidamos, siempre nos escucha y trata de atendernos en lo que necesitemos; sean cuales sean los problemas que tengamos a él se lo podemos confiar, porque contamos con su discreción y respeto, pero también sabemos que de él vamos a recibir la palabra oportuna que nos va a hacer ver con mayor claridad. No sentimos oprobio porque nos conozca en las más duras pobrezas de nuestra vida, sino que para nosotros es como una felicidad y un descanso tenerlo a nuestro lado.

Es un tesoro que no desearíamos perder. Humanamente necesitamos ese apoyo, ese cayado que nos sirve de apoyo en nuestro caminar en la vida y que bien sabemos que no se va a doblar ni quebrar; su lealtad es infinita. Ojalá lo encontremos y nunca lo perdamos.

Me estoy haciendo esta consideración de estas facetas de nuestra humanidad, pero al mismo tiempo estoy escuchando lo que hoy nos quiere decir Jesús en la Palabra de Dios que escuchamos. ¿No nos estará diciendo Jesús que todo eso y mucho más lo podemos encontrar en El?

Nos habla Jesús de la confianza con que nosotros hemos de acercarnos a Dios incluso desde nuestras necesidades, porque nos dice que todo lo que le pidamos al Padre en su nombre nos lo concederá. El que siempre nos escucha, el que nos conoce hasta lo más íntimo y profundo de nuestro ser, ante quien siempre hemos de mostrarnos con la sinceridad y la realidad de nuestra vida, en quien siempre vamos a encontrar ese descanso y ese apoyo para nuestro caminar.

Muchas veces miramos la oración solo como algo que le vamos a pedir a Dios, pero nuestra oración tiene que ser mucho más. Podíamos decir que es descansar en Dios. ¿No nos dice Jesús en otra ocasión que quienes estamos agobiados y angustiados vamos a El porque El nos aliviará y en El encontraremos nuestro descanso?

Hablábamos antes de ese amigo en quien confiamos, pero decíamos no solo porque a él le pidamos en nuestras necesidades, sino porque en él encontramos ese apoyo, esa escucha, ese saber detenerse a nuestro lado simplemente para estar a nuestro lado y sintamos esa presencia que nos alienta, y cuya palabra siempre será un rayo de luz para mi vida. Eso es lo que buscamos en nuestra oración con Dios.

Sentirnos a gusto en su presencia, a pesar de nuestras debilidades y pobrezas, a pesar de los tropiezos y errores que cometemos en la vida, a pesar de que nos encontremos como desorientados, en la presencia del Señor nos sentimos a gusto. Nuestra oración tiene que ser ese disfrutar de Dios que así se hace presente en nuestra vida, así está presente siempre en nuestra vida.

Tenemos que reconocer que no siempre disfrutamos en nuestra oración; nos la hemos tomado como una rutina que tenemos que hacer y no ponemos vida en lo que hacemos y en consecuencia tampoco encontraremos vida. Tenemos que cambiar nuestra forma de hacer la oración. Saber encontrar ese sosiego, esa paz interior; no ir a la oración como quien va a cumplir con una cosa o un rito que tiene que hacer sino ir a disfrutar de la presencia del Señor, dejarnos inundar por la presencia del Espíritu, gozarnos interiormente en el Señor.

Nos decía Jesús: ‘Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa’. Entendamos bien estas palabras de Jesús. Pedir en su nombre es sentirnos unidos a El cuando oramos a Dios. Si en la presencia del Padre nos sentimos unidos a Jesús, claro que nuestra alegría será completa, se llenará de plenitud, nos sentiremos las personas más felices que se puedan encontrar.

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