domingo, 16 de mayo de 2021

Desde la experiencia de Cristo resucitado nos sentimos enviados a una humanidad dolorida y rota a la que tenemos que llevar por caminos de Ascensión

 


Desde la experiencia de Cristo resucitado nos sentimos enviados a una humanidad dolorida y rota a la que tenemos que llevar por caminos de Ascensión

Hechos 1, 1-11; Sal. 46; Efesios 1, 17-23; Marcos 16, 15-20

‘Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días, hablándoles del reino de Dios’. Así nos resume san Lucas lo acontecido en el tiempo de pascua. ¿Será algo así lo que nosotros hemos vivido también en este tiempo de pascua que llega a su culminación?

Celebramos hoy la Ascensión de Jesús al cielo. Una forma de hablar, de expresarnos todo el misterio de Jesús que nosotros hemos de vivir. Como nos dirá Pedro por la resurrección de entre los muertos Dios lo había constituido Señor y Mesías. Pero necesitaban los apóstoles – necesitamos nosotros – esa experiencia pascual de encuentro vivo con Cristo resucitado para que emprendamos la tarea y la misión que se nos ha confiado, ir al todo el mundo llevando la Buena Nueva de Jesús. Pero necesitaban haber vivido intensamente esa experiencia de Cristo resucitado, el Señor que vive, como lo necesitamos nosotros también. Es lo que nos está expresando san Lucas con el texto citado. La liturgia que hemos ido viviendo también nos ha ayudado.

Siempre ha sido en la vida de la Iglesia la fiesta de la Ascensión una fiesta entrañable. Un momento que levanta y reanima nuestra esperanza, pero un momento también que nos pone en camino. Es nuestra humanidad la que en Cristo vemos glorificada a la derecha del Padre; esa humanidad nuestra en la que quiso encarnarse el Hijo de Dios para ser verdaderamente hombre y que vemos así glorificada junto a Dios. Nos abre caminos de ascensión, porque como Cristo nos había prometido en la última cena El quería que donde El estuviera estuviéramos nosotros con El. Fue a prepararnos sitio para llevarnos con El y es el camino que se inicia en la Ascensión de Jesús, nuestra propia ascensión.

Pero antes nos envía para que todos los hombres puedan conocer esa Buena Nueva. Quien escuche esa Buena Noticia y crea en ella ya se está poniendo en camino de Ascensión, porque creer en esa Buena Noticia que es Jesús para la humanidad significa ponernos en camino de algo nuevo, de algo distinto. Creer no es solo un asentimiento de palabras sino el comienzo de un nuevo camino, de una nueva vida. Creemos en la Ascensión y decimos que es la victoria de Cristo – ¡qué hermoso el salmo que con que cantamos la entrada victoriosa de Cristo en la gloria de los cielos! – porque significa la victoria de la vida sobre la muerte, la victoria del amor frente al odio, la victoria de la gracia frente a la muerte del pecado.

Con la muerte y la resurrección de Jesús estamos contemplando esa victoria, con la muerte y la resurrección de Jesús estamos viendo que es posible el amor y la verdad, la justicia y la santidad, el bien y la bondad, con la muerte y la resurrección de Jesús estamos llenando de esperanza nuestro corazón y vemos que es posible realizar ese mundo nuevo que es el Reino de Dios. Y a todo eso nos impulsa la Ascensión del Señor.

Es lo que Jesús nos ha confiado antes de su Ascensión al cielo. ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos’.

Y nos dice que a los que crean les acompañarán unos signos y cuando se fueron a predicar el evangelio ‘el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban’. ¿Cuáles eran esos signos? Nos habla de echar los demonios, hablar lenguas nuevas, no sentirse dañados ni por las serpientes ni por los venenos, de imponer las manos para sanar a los enfermos.

Es lo que tenemos que realizar. Porque nuestra tarea es vencer el mal del mundo y en hacer realidad la liberación de todas las situaciones angustiosas de la vida. Lo hacemos cuando vamos haciendo desaparecer el individualismo, el egoísmo, la injusticia, todo lo que pueda deshumanizar a la persona; lo hacemos cuando no nos dejamos envenenar por el odio y por la violencia, cuando hacemos desaparecer la agresividad, las palabras hirientes y las actitudes discriminatorias, el pesimismo y el desencanto; lo hacemos utilizando el lenguaje del amor, que suaviza nuestras relaciones, que facilita la convivencia, que busca siempre el diálogo, la armonía y la paz; lo hacemos cuando desterramos la mentira, la vanidad, el orgullo, la corrupción, la murmuración que tantos estragos hacen en las mutuas relaciones.

Son los signos del Reino de Dios que hemos de ir haciendo resplandecer y con lo que vamos logrando esa ascensión del hombre, de toda persona. Son los valores que tenemos que cultivar que nos hacen más maduros humanamente pero que también levantan nuestro espíritu buscando ideales nobles y grandes. Es el anuncio de la Buena Nueva de Jesús para la humanidad, para lograr realizar una humanidad nueva, que hoy Jesús nos está confiando.

No te quedes ahí plantado mirando al cielo, como les dicen los ángeles a los discípulos que se habían quedado extasiados y desconsolados en la subida de Jesús al cielo. Tenemos que volver a la Jerusalén de nuestra vida y tenemos que luego irnos extendiendo por todas partes porque somos unos testigos que tenemos que llevar un mensaje, somos unos testigos que tenemos que levantar a una humanidad dolorida y caída como contemplamos en nuestro entorno.

Ahí tenemos una misión que realizar, llevar a la humanidad por caminos de Ascensión; y para eso recibiremos la fuerza del Espíritu prometido por Jesús. Solo volviendo a Jerusalén, poniendo los pies sobre la tierra, podremos comenzar a levantar el vuelo de nuestra ascensión y de la ascensión de nuestro mundo.

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